Las salas dedicadas a la escultura de los grandes museos están llenas de materiales como el mármol, el bronce, el vidrio o el hierro. Sin embargo, el arte puede llegar a serlo con cualquier materia prima, porque es una inspiración que trasciende lo tangible. Ángel Cañas la encontró en el caucho y los materiales reciclados.
De formación completamente autodidacta, comenzó a pintar con quince años inspirándose en cómics y en lo que veía en museos. Llegó a realizar algunas exposiciones mientras buscaba su sitio, su estilo, sin llegar a despegar del todo. La escultura siempre había sido para él un campo por explorar, y en 2013, con la crisis aún golpeando España, se decidió a hacerlo.
Más o menos por entonces, durante un reconocimiento médico, le detectaron un leve daltonismo. Aunque clínicamente el asunto no tenía gravedad, para un artista es un mazazo. «Resultó muy frustrante, así que empecé a pensar en alternativas al color», explica. Y la opción ganadora estaba más cerca de lo que pensaba.
Además de su incursión en el mundo del arte, Cañas trabajaba desde los dieciocho en los servicios de limpieza y gestión de residuos del Ayuntamiento de Madrid. Además de conocer cuáles eran los materiales que más se desechaban tenía acceso fácil a ellos, desde trozos de caucho neumático a piezas de fontanería o textiles. De hecho, escogió el caucho para empezar a reunir en su obra el arte y la conciencia medioambiental. «Poco a poco, además, estoy comenzando a seleccionar materiales más contaminantes y más perjudiciales con el medioambiente, como plásticos procedentes de envases o desperdicios encontrados en los océanos, para enfatizar el mensaje de las obras», apunta.
«Había conectado con este material a la primera, como si llevase toda la vida trabajándolo. Además, era una técnica sobre la que no había una tradición por lo que no existían normas establecidas ni criterios académicos para trabajarla. Eso es el sueño de cualquier autodidacta», subraya Ángel Cañas. La técnica es sencilla: ir superponiendo capas y capas sobre un armazón de madera o fibra de vidrio hasta conseguir la forma deseada.
Sus piezas, que van desde animales a guerreros muy llamativos, con el tiempo han ido ganando en complejidad, pero siempre con la premisa de partir de desechos para darles una nueva vida. La principal conclusión: se puede crear piezas de museo con lo que sale de nuestro cubo de basura. Te cuenta más sobre él Juanjo Villalba en Yorokobu.