Apicultura urbana: un país multicolor… muy cerca de tu casa

Las abejas, como el resto de polinizadores, son imprescindibles para que los ecosistemas cumplan sus ciclos. Sin embargo, están en grave peligro de desaparecer, con consecuencias potencialmente catastróficas. Diferentes iniciativas de apicultura en el campo luchan por concienciar de la importancia de cuidar la biodiversidad para protegerlos, una batalla que también se juega en la ciudad: solo en la ciudad de Madrid se calcula que existen ocho mil enjambres.


No podríamos vivir sin ellos y nos dan mucho más de lo que nos piden. Que es, básicamente, que respetemos sus entornos. Nos referimos a los polinizadores, especialmente las abejas, que realizan una función esencial para el sostenimiento de los ecosistemas terrestres y de la propia especie humana: casi el 80% de las plantas de cultivo de las que obtenemos el alimento necesitan ser polinizadas.

En la naturaleza existen alrededor de 200.000 polinizadores, de todas formas y tamaños. Sobre todo son abejas pero también hay mariposas, pájaros, polillas, y escarabajos e incluso, algunos mamíferos, como murciélagos, lémures… y hasta reptiles, como es el caso del gecko. Aunque no cabe duda de que las abejas son las mejores embajadoras para concienciarnos acerca de la importancia de los polinizadores. Básicamente porque, además de ser uno de los más eficaces, están en peligro de extinción. No son las únicas: el 35% de los polinizadores invertebrados y el 17% de los vertebrados, según la FAO, también corren el riesgo de desaparecer. Por eso, nada mejor que recurrir a esos simpáticos –y emblemáticos– insectos para dar la voz de alarma.

Ecocolmena trabaja por convertir precisamente el cuidado de las abejas –y de los polinizadores en general– en objeto de interés para cada vez más sectores de la sociedad. Cuando iniciaron su actividad, hace ahora diez años, fueron pioneros en insistir en la necesidad de protegerlos y extender el mensaje a todas las capas de la sociedad. «En el año 2013 empezamos con iniciativas como ‘Apadrina una colmena’ y ‘Apicultor por un día’. Con ello inspiramos a miles de apicultores en todo el mundo», destaca Jesús Manzano, fundador de Ecocolmena. Cada año, reciben de media unos 2.000 apadrinamientos, apoyando la labor de los apicultores ecológicos. A cambio, dependiendo del tipo de donación, se reciben diferentes recompensas como miel ecológica u otros productos elaborados por las abejas de la colmena a la que se ha prestado el apoyo. También es posible visitar la colmena y convertirse en apicultor por un día.

Otra parte muy interesante de su labor se encuentra en la ciudad, porque también desarrollan iniciativas de apicultura urbana, principalmente a través de la instalación de colmenas de observación en los edificios de las empresas interesadas en apoyar la protección de estos insectos. Hablamos de colmenas de observación porque, de momento, en este país, a diferencia de lo que sucede en buena parte de Europa, la apicultura está considerada como una actividad ganadera para fines alimenticios –es decir, al mismo nivel de un rebaño de ovejas o de la cría de terneros, por ejemplo–, así que deben situarse fuera del entorno urbano. Sin embargo, sí que es legal la presencia en las ciudades de colmenas que no den miel ni ningún otro producto alimenticio y que simplemente puedan ser observadas. Con distintas tipologías, ya existen colmenas instaladas en centro comerciales, hoteles y edificios.

Porque, aunque no estén en estas colmenas urbanas, en la ciudad hay miles de abejas revoloteando libremente en nuestros pueblos y ciudades. «En la ciudad de Madrid existen unos 8.000 enjambres según mis cálculos. Esto significa que las abejas viven entre nosotros, en lugares como cornisas o aleros o, por ejemplo, en un árbol», afirma Manzano.

Opinión que comparte Eva Miquel, miembro de la Junta Directiva de APISCAM (Asociación de Apicultores de la Comunidad de Madrid): «Las abejas siempre están conviviendo con el ser humano, también en las ciudades. Debido a la deforestación, a menudo se queden sin lugares donde refugiarse y las oquedades en las que gustan de asentarse se encuentran, muy a menudo, en zonas urbanas». Porque lejos de lo que pueda parecer, estas zonas son un entorno especialmente seguro para los polinizadores: los químicos de los monocultivos intensivos del campo hacen que los insectos estén más expuestos a pesticidas y agroquímicos, cosa que no sucede en las ciudades.

Desde APISCAM, ofrecen a sus socios distintos servicios, por ejemplo, formación a los nuevos apicultores para garantizar la supervivencia de sus abejas. También pueden visitar los colmenares que posee la asociación en diferentes localidades madrileñas, e incluso instalar sus propias colmenas en alguno de estos asentamientos –en este caso sí que hablamos de colmenas de miel, ubicadas en pleno campo–. De hecho, la asociación también pone a disposición de los asociados que ya se atreven a producir miel sus equipamientos e instalaciones para la manipulación, extracción y envasado de este nutritivo alimento.

Igualmente, trabajan con centros formativos para la divulgación de la importancia de proteger a estos insectos y con los empresarios del sector, a los que apoya para lograr una mayor visibilidad en ferias y eventos de promoción de la miel en la Comunidad de Madrid, al mismo tiempo que se estimula la compra, otra manera de ayudar a los apicultores y a las abejas.

Lecciones de las abejas

Para el fundador de Ecocolmena, la principal lección que nos da la apicultura tiene más que ver con nuestro papel que con el de las abejas, que ya estaban en el planeta antes de que llegáramos nosotros. «Las abejas comen solas, se defienden solas y se curan solas. No necesitan al ser humano para nada», asegura Manzano. El experto matiza a Einstein, fiel admirador de estos insectos –como demostró en la carta a Karl von Frich– al que falsamente se le atribuye esa frase de que, si las abejas desaparecieran, al ser humano le quedarían cuatro años de vida. «Si desaparece la biodiversidad de plantas y todos los polinizadores, a este modelo de civilización humana le quedarían pocos años, podría haber dicho», explica.

Los apicultores juegan un papel fundamentar para proteger esa biodiversidad y velar para que esa polinización necesaria para la vida se produzca. «Para nosotros, la misión del apicultor es cuidar del entorno para que sea diverso. Para que haya plantas la mayor parte del año, y para que estén todos aquellos elementos que necesitan las abejas, no solo para alimentarse, también para su salud. Es decir, las abejas para lo que necesitan al ser humano es para regenerar su hábitat con el fin de que sea diverso. Y evitar que sólo haya campos y campos de cereal, de viñedos o de olivos. Los monocultivos las matan», explica. Además, subraya que la presencia de monocultivos suele estar ligado, como explicábamos antes, al empleo de todo tipo de pesticidas agrotóxicos que amenazan su supervivencia y la del resto de polinizadores, por supuesto.

Si recordamos lo que nos decía la canción de la abeja más célebre de la televisión, lo que quería nuestra amiga Maya era ser feliz en su país multicolor. Y sus compañeras pueden hacer que las ciudades lo sean… si les damos espacio (y plantas) para ello.

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Igluu, con su consentimiento, tratará sus datos para enviarle la newsletter. Para el envío se utiliza MailChimp, ubicado fuera de la UE pero acogido en US EU Privacy Shield. Puede ejercer sus derechos de acceso, rectificación o limitación, entre otros, según indicamos en nuestra Política de privacidad.