Los incendios forestales son, desgraciadamente, una nota común cada verano en los bosques y montes españoles. Solo en 2021, casi 70.000 hectáreas resultaron calcinadas, cifra que, si miramos con perspectiva a las últimas décadas, se vuelve sencillamente estremecedora: en los últimos cincuenta años, casi ocho millones de hectáreas han desaparecido pasto de las llamas. En 2012, Alejandro de Antonio Fernández vio las consecuencias de uno de estos incendios ocurrido en Málaga y, paradójicamente, fue la chispa que le prendió para crear Ashes to life, una startup que crea cosmética de lujo a partir de las cenizas de los bosques incendiados.
Años después de ser testigo de esa devastación, él y un grupo de amantes de la naturaleza decidieron arrancar este proyecto para devolver la vida a los bosques, la razón de ser de Ashes to life. «Pensamos que, cuidando de la piel de las personas, podríamos a la vez cuidar de la piel del planeta», explica el cofundador del proyecto. De hecho, parte de los beneficios que obtienen con la venta de sus productos se destinan a la regeneración de los bosques de donde procede la ceniza.
Las civilizaciones más antiguas, como la babilónica o la egipcia, ya habían utilizado la ceniza vegetal para el cuidado de la piel, debido a sus ventajas a la hora de eliminar toxinas, mejorar la hidratación y flexibilidad cutánea. Aunque cayó en desuso, Ashes to life reivindica esa vuelta al origen, a lo ancestral. «El consumismo desmedido que nos lleva a buscar lo último, aunque no sea lo mejor», opina Alejandro.
Los jabones de la línea Origin fueron los primeros productos que lanzaron y, tras ello, comenzaron una colaboración con la consultora Healing Planet de la que nació Radiance, una colección de cosméticos proage. Hoy, trabajan en una serie de productos inspirados en los ecosistemas marinos. Además, colaboran junto a Exploramás, Seeds For Earth y las Administraciones locales en la creación y custodia de un bosque urbano en Málaga, en la zona que dio origen a la firma. ¿Quieres saber más sobre Ashes to life? Lo cuenta Ximena Arnau en este reportaje en Yorokobu.