Calendario sekki: instrucciones para escuchar la poesía de la naturaleza

Mientras nuestros ojos se mueven por múltiples pantallas y nuestros oídos se centran en el ruido del día a día, los cambios estacionales nos esperan para contarnos todo lo que pasa desapercibido del campo. El milenario calendario sekki, un almanaque tradicional japonés, puede servirnos de guía para pararnos a sentir.


En Cómo no hacer nada: resistirse a la economía de la atención (Ariel), Jenny Odell, autora y profesora en la Universidad de Standford, recupera un poema de Emily Dickinson para defender la importancia de mantenernos conectados con lo que nos rodea y percibir todos los detalles del mundo, dejándonos abrazar por la calma que se esconde en observar:

Ha descendido un pájaro al camino
No sabía que yo lo contemplaba
Ha partido una lombriz en dos
y así se la ha comido.
Después se ha bebido
la gota de rocío
de una brizna de hierba
que le ha salido al paso
y luego, dando un salto, de lado,
se ha encaramado a un muro
para dejar pasar a un escarabajo.

Lo que relata la conocida poeta estadounidense es un reflejo, con todo lujo de detalles, de esa experiencia que vivimos cuando levantamos un poco la vista, nos paramos y miramos a la naturaleza directamente a los ojos. Algo que, como describe Odell, es todo un lujo en un sistema donde nuestro valor está determinado por la productividad. «Por eso, ser contemplativos es un modo de protesta», defiende.

Dejar que pasen cosas y observarlas es, en el imperio de la prisa, revolucionario. Esta es la reflexión que también compartía hace unos meses el escritor Jesús Terrés en su newsletter semanal Nada Importa, donde narraba el momento en el que se dio cuenta de que prestar atención de forma consciente al entorno nos convierte en sujetos activos, nos permite tomar tierra, a diferencia de cuando dejamos que ese árbol que se mece frente a nuestra ventana o el sonido de los pájaros urbanos pasen desapercibidos ante nuestras preocupaciones.

«Por la tarde, tras un Negroni, continúo sin prisa con la carta que se publicará el sábado. En el calendario sekki (ya no puedo vivir sin él) leo que El rocío brilla en la hierba. Amo el devenir de las estaciones, pero pretendo lo imposible: que no llegue la tormenta, que nada cambie. Creo que mañana replantearé mis propósitos. Por ahora solo tengo uno: dejar que pasen cosas para que entre la luz», escribe el autor.

La tierra despierta, vive y se vuelve a dormir

En los últimos años, la investigación alrededor de los beneficios de poner los cinco sentidos en lo que nos cuenta la naturaleza tienen un verdadero impacto en el cuerpo. Por ejemplo, un estudio pionero realizado por Forest Therapy Hub en el que han participado 35 países, identificó por primera vez en nuestra historia qué elementos de la naturaleza influyen en el bienestar y qué sentimientos nos generan. El canto de los pájaros, el rumor de la brisa sobre las ramas de los árboles o el murmullo de los ríos, como conclusión, son considerados los sonidos más satisfactorios para el oído humano.

Pero la investigación lanza más datos: el paisaje, los matices de la naturaleza y el olor de las flores generan en nosotros emociones como la felicidad, sensación de calma y, también, cierta importancia y autoconciencia, porque pasamos a sentirnos parte de algo. Por eso, la mención que Terrés hace al calendario sekki no puede obviarse: este almanaque tradicional de la cultura japonesa invita precisamente a observar, contándonos cómo los objetos animados e inanimados que nos rodean, desde las golondrinas hasta las primeras lluvias de la primavera, son nuestros aliados para descubrir los cambios de la naturaleza en los distintos momentos del año.

En otras palabras, el calendario divide el paso de las cuatro estaciones –otoño, primavera, invierno y verano– en 24 periodos (o sekki) y 72 kō, microestaciones que duran alrededor de cinco días cada una. En cada una de ellas ocurre un cambio casi imperceptible pero definitivo para mantener el orden natural de la Tierra, y este registro nos lo cuenta.Según la cultura popular japonesa, las 24 divisiones del año solar (nijūshisekki en japonés) se remontan a hace más de 2.500 años y proceden de la cuenca del Río Amarillo (China).

En Japón, sin embargo, se empezaron a utilizar en el siglo VI, aunque poco a poco se fueron adaptando para hacerlas coincidir con las estaciones japonesas y convertir a las kō en el relato poético de la naturaleza que ha servido de guía para la agricultura, dando una orientación muy específica sobre el estado de la tierra, los mejores momentos para la cosecha y la llegada de la tan esperada lluvia.

¿Dónde nos encontramos ahora mismo? Acabamos de dejar el Kinseka saku, momento en el que florecen los narcisos. Los arcoíris ya se han ocultado y el viento del norte está empezando a arrancar las hojas de los árboles. A finales de diciembre, cuando el frío se haya asentado, el ciervo perderá sus astas justo antes de que demos el paso a 2024, en cuyos primeros días, a pesar del frío, el trigo brotará bajo la nieve. Cuando termine enero, las gallinas comenzarán a poner huevos y el periodo del Gran Frío (Daikan) dará paso a la llegada de la primavera (Risshun). Poco a poco, dice el calendario, los ruiseñores comenzarán a cantar mientras los peces emergerán del hielo.

Cuando lleguen los meses más cálidos, la tierra rebosará vida y energía: a principios de junio las luciérnagas surgirán de la hierba ya marchita (Kusaretaru kusa hotaru to naru) y, en cadena, florecerán los lirios, brotará la pinelia, las ciruelas se volverán amarillas y los lotos echarán sus primeras flores. A la vez, los halcones aprenderán a volar antes de que el verano se vaya y, solo entonces, las cigarras pasen a cantar al atardecer.

Pero, más allá de la belleza del relato, ¿es el calendario sekki una guía fiable para utilizar los cambios de la naturaleza como nuestro reloj? Como cabe esperar, en primer lugar, la climatología de Japón no tiene una conexión directa con española. Además, al calendario japonés hay que sumarle la variación en las temperaturas provocada por el cambio climático que, quizá, nos obligue a cambiar el orden del relato.

Sin embargo, hay algo de él que sí perdura en el tiempo y que todos compartimos: la forma en la que la naturaleza habita en nuestros mejores y peores momentos, como un marco que recoge todas nuestras vivencias, como escribe Terrés: «De vez en cuando vuelvo al calendario nipón porque cada kō es un pequeño haiku que cobija dentro toda la sabiduría del tiempo. Apuro el café, escribo a mi madre, ya está aquí febrero, indiferente a nuestro desconsuelo porque sencillamente es. La naturaleza siempre es certeza».

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