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Canciones sin huella de carbono

La música ha acompañado al ser humano durante miles de años, desde los primeros golpeteos de unos cuantos palos y piedras. Hoy, la industria trabaja para adaptarse al ritmo climático de estos tiempos. Afortunadamente, cada vez hay más opciones que hacen realidad la máxima de que, si no se puede bailar, no es nuestra revolución. Y la de los festivales ya está en marcha.


Durante décadas, la pervivencia de la música ha estado sostenida en plástico y decibelios. Cuando la fabricación de casetes, discos de vinilos y CD se contaba por decenas de millones anuales, a pocas almas les importaba el impacto del uso de los materiales empleados en su facturación.

En los días más boyantes de la industria del vinilo se utilizaban 58.000 toneladas de plástico al año, todo cortado y prensado en finas láminas negras y circulares de alrededor de 180 g/cm2. Ahora, esa cantidad se reduce a cerca de 10.000 toneladas.

Queremos pensar que se desechaban pocos y que siguen sobreviviendo en los estantes por los siglos de los siglos, aunque nuestros impulsos verdes nos hagan ser de esos activistas que piden darle una nueva vida a todo. Con esa: si te encuentras un cargamento de discos junto a un contenedor de basura, terminas la noche llorando de felicidad por el hallazgo, pero aceptemos que siempre ha existido un buen volumen de material que no se reciclaba ni en tu colección ni en las plantas de tratamiento de residuos. Con la irrupción de internet, los polímeros se convirtieron en ceros y unos empaquetados en etéreos formatos digitales. Dejamos de sentirnos culpables por un uso masivo del plástico para experimentar un alivio ecologista. O no, porque comenzamos a preguntarnos por el impacto de los servidores que cimientan los servicios de streaming musical.

Kyle Devine, profesor de la Universidad de Oslo, y Matt Brennan, de la Universidad de Glasgow, lanzaron un estudio en 2019 en el que la cifra de gases de efecto invernadero necesarios para emitir música en streaming oscilaba entre las 200.000 y las 350.000 toneladas anuales.

La manera de evitar que seas acusado de terrorismo ecológico por escuchar 4.500 veces el último de Bad Bunny pasa, entre otras cosas, por alimentar los centros de datos con energías de origen renovable. Por ejemplo, Spotify se mudó a servidores de Google Cloud que, según alega la propia Google, son 100% neutros en emisiones de carbono.

El diseño de servidores más eficientes, su ubicación bajo tierra para mantener su temperatura más baja y constante o la descarga de las canciones que más escuchas ayudan a completar la misión.

Hacia un nuevo festivaleo

Una de las escenas más emblemáticas de la temporada festivalera primavera-verano es la del albor dominguero. Un catálogo de personajes como recién salidos de la tercera temporada de The Walking Dead camina sobre un océano de vasos de plástico, merchandising olvidado y pulseras que perdieron su muñeca. El ecoapocalipsis indie.

De un tiempo a esta parte, un buen puñado de festivales apostaron por un formato más cercano al del evento boutique que evitase escenas dantescas como la anterior, crearon experiencias en las que fuera más sencillo mantener bajo control las condiciones de convivencia del festival con su entorno.

El SON Estrella Galicia Posidonia es un festival con cartel secreto concebido para 300 asistentes en conciertos de pequeño formato. Con una aproximación que va más allá de la música, el festival se celebra en Formentera y establece cada año, por ejemplo, un puente entre la gastronomía local y la de Galicia, invitando a chefs gallegos con Estrella Michelin, como Pepe Solla, Iván Domínguez, Javi Olleros o Pepe Vieira.

SON Estrella Galicia Posidonia en Formentera.

La otra clave del evento es el extremo cuidado del entorno antes, durante y después del festival. No es algo que hayan integrado en las últimas ediciones, sino que, desde su nacimiento, la concienciación relativa al entorno natural ha sido su piedra angular. «La generación de impacto positivo ha sido un pilar fundamental. Por nuestro propio espíritu inconformista, intentamos ir cada año un paso más allá: desde el punto de vista del cuidado del planeta, además de una importante aportación al proyecto Save Posidonia, trabajamos para seguir mejorando en aspectos como la circularidad de los envases que utilizamos, la reducción de nuestra huella de carbono y la integración con los espacios para que sea cada vez más respetuosa», explica Víctor Mantiñán, responsable de patrocinios de SON Estrella Galicia.

La concienciación relativa al entorno es un leitmotiv percibido por los asistentes de forma constante incluso en los momentos no estrictamente musicales. «En cada edición, desde su inicio en 2017, realizamos rutas por la isla con expertos locales que destacan las particularidades de un entorno tan maravilloso como Formentera y la necesidad de cuidarlo y regenerarlo», subraya.

María Arnal i Marcel Bagés en la última edición del SON Estrella Galicia Posidonia.

Algunos de los festivales de vocación más masiva han enfocado el asunto de diferente manera, aunque con el mismo objetivo. Mallorca Live basa sus esfuerzos en economía circular y en ampliar la idea de sostenibilidad a territorios colindantes al medioambiental.

Sebastián Vera, director de Mallorca Live, destaca que no les cuesta aceptar los requerimientos normativos. «En los años que llevamos se ha ido mejorando la calidad de vida, de trabajo, y con respecto al medioambiente. Creemos que lo óptimo es trabajar mano a mano con las instituciones para dejar un mundo más limpio, más amable con los ciudadanos, que proporcione empleo local. Hay un avance cada año».

Además, intentan ampliar la influencia durante todo el año y no solo en las fechas de los distintos eventos musicales. A través de la creación de una fundación, se están integrando en la vida pública de Calviá, la ciudad donde tienen su sede, y están entrando en contacto con el tejido asociativo de todas las islas Baleares para trabajar codo con codo con las asociaciones ya establecidas.

De vuelta a la península, nos encontramos con el Monkey Week Festival en Sevilla, que contempla una programación dedicada a profesionales de la industria musical y está en permanente contacto con el pulso de los promotores de conciertos y festivales de Europa y América Latina. Tali Carreto, uno de sus fundadores, señala como habituales algunas preocupaciones comunes, sobre todo relativas a la contaminación acústica y la incidencia en el entorno que rodea a la actividad. «No ya por la propia contaminación acústica, sino también por las tensiones que se puedan generar con el resto de la sociedad ajena al evento en sí», explica.

Monkey Week.

Carreto cree muy necesario que, además de conciencia, haya implicación y acuerdo entre todas las partes que participan en estos acontecimientos culturales. «Creo que lo más urgente  es crear un manual de buenos usos y costumbres para este tipo de eventos, consensuado por las partes implicadas, las instituciones, asesores externos e incluso el mismo público. Una hoja de ruta, con objetivos realistas a cumplir, y generada también por un diálogo lógico, sin menosprecio para ninguna de las partes».

El propio Monkey Week optó hace tiempo por la recogida selectiva de residuos o el uso de vasos biodegradables, como ya se hace en otros festivales. Además, también han afrontado la convivencia con el entorno desde un punto de vista social, apostando por la reducción de horarios para solaz vecinal y por la evangelización directa a los asistentes para que ayuden a conseguir el objetivo común. «Creo que también es muy importante llevar a cabo siempre una campaña de información y concienciación al usuario final, al público. Si la gente no conoce lo que puede o no puede hacer o cómo ayudar a conseguir realmente un evento sostenible, la batalla está perdida de antemano», concluye.

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