El móvil no funciona y la entrevistada ofrece el suyo. Además del buen gesto con quien va a hacer las preguntas, esa grabación es una bala en la recámara para quien las responde en caso de que en estas líneas encuentre algo que no se ajuste a la verdad. Y de eso ella sabe mucho. Clara Jiménez Cruz (Madrid, 1989) es la cofundadora y CEO de Maldita.es, la poderosa arma de ‘fact-checking’ que desmonta bulos de todos los temas y colores. Hablamos de periodismo, bueno y malo, en la Cafebrería Ad Hoc, un lugar ideal para charlar y leer con pausa en medio de la vorágine de la ciudad.
Decía George Orwell eso de que, en los tiempos del engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario. Y eso que, cuando el escritor ya apuntaba eso, no teníamos en la mano un cacharrito que facilitaba que estuviéramos todo el día informados… y engañados. Según un estudio realizado por la Universitat Ramón Llull durante el mes de abril de 2020, más del 70% de los españoles recibió bulos acerca de la pandemia a través de WhatsApp. El último Eurobarómetro recoge que siete de cada diez españoles consideran la desinformación como un problema de país: más del 80% declaran encontrar a menudo noticias que, en su opinión, distorsionan la realidad o que son directamente falsas.
«El problema no es que carezcamos de información, sino que estamos totalmente sumidos en un marasmo de ella en el que nos cuesta decidir a qué le prestamos atención y a qué no», explica Clara Jiménez Cruz, cofundadora y CEO de Maldita.es. Con esta fundación y medio de comunicación sin ánimo de lucro, luchan contra la desinformación y promueven la transparencia valiéndose del fact-checking y el periodismo de datos.
La periodista pone un ejemplo muy ilustrativo: antes, nos acercábamos a la información sabiendo que esta venía jerarquizada en los telediarios o los boletines. «Teníamos una idea de cómo había que consumir información y qué era más o menos importante, cuáles eran las fuentes fiables, cuándo estábamos viendo información y cuándo un magacín de tarde. Ahora te llegan alertas que no tienen por qué ser las noticias más importantes, sino las que más clics van a tener, haces scroll tres veces en Twitter, un amigo te manda noticias a WhatsApp… Y con todo eso vas nutriendo tu dieta informativa, que no está jerarquizada con criterios periodísticos», subraya.
Para intentar hacerlo, en Maldita se dividen en secciones-nicho dirigidas a audiencias específicas, pero también a distintos campos que producen un volumen de fake news lo suficientemente grande como para precisar de verificación. Desde la Maldita Hemeroteca –que comprueba las verdades y las mentiras de los discursos políticos– al reciente Maldito Clima, desmontan bulos relacionados con la ciencia, la alimentación o las migraciones. «Nuestra misión es dotar a la ciudadanía de herramientas para que puedan tomar decisiones con toda la información en la mano. Estas a veces tienen que ver con el voto, otras con el consumo y otras con el comportamiento en general, pero siempre necesitas datos para poder tomarlas», indica.
Accesibilidad, rentabilidad y otros dilemas
Además de los titulares cazabulos –extraordinariamente sorprendentes en muchas ocasiones–, dos aspectos fundamentales llaman la atención a quien se adentre en la web de Maldita: no hay publicidad y tampoco salta un aviso de que existe un muro de pago que, dentro del mundo periodístico, son dos condiciones que no abundan y que, en realidad, están bastante relacionadas entre sí. También tienen que ver con el contexto actual de desinformación.
«Hace unos años estábamos en el Salvaje Oeste porque la manera de sobrevivir y hacer dinero de los medios tenía que ver con la velocidad en publicar, con aparecer rápido en los buscadores, algo que nos ha llevado a las malas praxis que todos conocemos. La mayoría de los medios, diezmados de periodistas tras la crisis, vivían de la publicidad y vieron cómo la ‘tarta’ en digital era mucho más pequeña, empezaron a hacer más clicbait, a publicar cosas rápido y sin contrastar…», recuerda Jiménez, mientras apunta que eso está empezando a cambiar porque, para empezar, el negocio no funcionaba.
Ahora toca comprobar si los muros, flexibles o no, lo hacen. «Personalmente, los muros de pago me generan dudas. Entiendo que la decisión no es fácil, pero me preocupa que los grandes medios nacionales viren a ese modelo. Aunque también es justo decir que algunos de ellos han dejado la información pública en abierto, y eso es importante cuando pensamos que en realidad lo que más suscriptores trae son las columnas», opina.
Aunque sobre el papel todo el mundo afirme estar ávido de historias, la realidad es que no hay mucha gente dispuesta a pagar por leerlas. «Nosotros decimos que hay dos maneras de entender la información: una es la de arriba, en la que están los periodistas, los ciudadanos ultrainformados, los políticos y Twitter; y otra es la real, la de abajo, donde está la gente que trabaja catorce horas y no va a leerse un periódico entero», señala. Y añade: «Cuando hablamos con gente que está fuera de Madrid y del círculo mediático, la mayoría critican los muros de pago porque no pueden o no quieren pagarlos, así que siguen consumiendo la información en abierto, la que esté disponible».
Herramientas para navegar entre la ola informativa
Dentro, pero sobre todo fuera de la capital, en España nos encontramos con una realidad demográfica diversa, con población generalmente envejecida que, a menudo, no dispone de las herramientas tecnológicas necesarias ni los conocimientos no ya para acceder a una información fiable, sino para las gestiones del día a día. A través de su proyecto educativo de alfabetización mediática, Maldita Educa, desde la plataforma imparten talleres, cursos y charlas tanto en centros educativos como en organizaciones de la sociedad civil, instituciones y empresas.
«Oímos hablar de manera recurrente sobre la necesidad de alfabetizar mediáticamente a los adolescentes, el Gobierno lleva años prometiendo que se va a incluir dentro de los planes y sigue sin pasar… Pero nadie le está prestando atención a los mayores, y son quienes declaran sentirse más afectados por la desinformación. Son, por ejemplo, los que tienen más complicado detectar los fraudes y estafas online», advierte. «Incluso aunque tuvieran la capacidad de hacerlo, aún hay mucha gente que no sabe buscar en Google aunque tengan un móvil moderno y sepan utilizar WhatsApp. La brecha digital empieza bastante antes de los 65».
Para intentar reducir esa brecha, utilizar las herramientas que ellos sí manejan es fundamental, y por eso desde Maldita desarrollan buscadores de bulos, sistemas de alerta o chatbots de WhatsApp que ayudan a los ciudadanos a identificar la desinformación. Aunque no lo hacen solos: cuentan con más de 50.000 malditos y malditas que les ayudan a detectar los bulos que se están volviendo virales por los servicios de mensajería. «Ellos son la única mirilla que tenemos para saber qué está circulando por los grupos. Esta comunidad consciente de que existe un problema de desinformación nos ayuda a detectarla y nos ayudan a compartir los desmentidos, o sea, la verdad. Uno de los grandes problemas es que la desinformación es muy viral, y las personas que colaboran con nosotros nos llevan a esos grupos de familia, de amigos o del trabajo a los que no llegaríamos de otra manera», agradece.
Desmentir el futuro
La implicación de la ciudadanía es, si no la última, sí una gran parte de la solución para luchar contra la desinformación y, sobre todo, para que todos tomemos decisiones conscientes. Aunque en un entorno que no favorece al entendimiento –según el CIS, el 90% de los españoles declaraba sentirse «harto» de la crispación política–, las recetas para recuperar la confianza no son sencillas.
El último de los retoños de Maldita se ocupa precisamente de una de esas ramas que, aunque gozan de amplio consenso científico, aún tiene enfrente a gente que hace mucho ruido: el clima.
«En otros casos hablamos simplemente de peleas por el lenguaje, desinformación pura y dura de argumentos enfrentados, pero aquí es algo mucho más sutil. Cuando hablas con los expertos que analizan los bulos existentes alrededor del cambio climático te confirman que ya no hablamos de los negacionistas de hace quince años que decían que los polos no estaban deshelándose. Ahora, hablamos de una desinformación más técnica, sutil y profunda mucho más complicada de explicar a los ciudadanos», subraya.
Además, por si eso no fuera suficiente, batallar contra las mentiras climáticas tiene un plus de dificultad: no se trata de comprobar lo que ya ha pasado, sino alertar contra lo que puede pasar. «Hablamos de datos futuribles, que son mucho más complicados tanto de asimilar como de desmentir. Entonces, a veces lo único que podemos hacer es aportar contexto e intentar que la gente entienda la complejidad de los hechos. No es tan fácil como decir que algo es mentira y ya está».
Una tarea pendiente
Los medios de comunicación juegan un papel imprescindible para movilizar a la opinión pública, pero también tienen que analizar sus propios comportamientos. Aquí la periodista insiste en una tarea pendiente en las redacciones: la diversidad, entendida como el conformar equipos donde se tengan en cuentas todas las miradas, donde los compañeros se avisen entre sí antes de caer en posibles sesgos.
«Somos un país muy diverso, pero las redacciones de los medios no lo son. Nosotros hemos hecho un esfuerzo consciente por cambiar eso, y no sin críticas: el 60% son mujeres, el 20% han nacido fuera de España y, si haces un análisis de los timelines de la gente que trabaja con nosotros, ves que hay gente de colegio público, de colegio privado, de diferentes ideologías… Evidentemente, no preguntamos a nadie a quién vota, pero somos conscientes de que necesitamos una redacción que se enriquezca de todos los perfiles». Eso sí, puntualiza: «La diversidad no es tener un perfil de cada tipo, porque eso es poner una presión extra a quienes le adjudicas una etiqueta o una cuota. A mí me costó muchas conversaciones darme cuenta de ello, pero es muy importante tenerlo en cuenta a la hora de formar equipos: por ejemplo, que tengas contigo a una persona trans no significa que tenga que hacer todos los temas de esa comunidad, porque no es justo adjudicarle esa responsabilidad en exclusiva, esa voz única».
Reconstruir la confianza entre los ciudadanos y los medios es una carrera de fondo en un entorno que cambia a toda velocidad. No hemos contado cuántas notificaciones han llegado a nuestro teléfono, cuántas alertas informativas, en este rato de charla entre libros en el que los hemos condenado al modo avión. Eso sí, aún en medio de la vorágine cotidiana y mediática, tenemos la certeza de que existe tiempo para la pausa y el placer. «Sigo disfrutando sobre todo con cuatro cosas: viajando, cuidando mis plantas, comiendo y leyendo», se despide. Y se va, con un libro bajo el brazo… y la grabación en el bolsillo.