corres como una niña deporte femenino
Ilustración: Raúl Lázaro

Corres como una niña

¿Hasta cuándo se prohibió a las mujeres practicar deporte? ¿Por qué no hay categoría masculina en gimnasia rítmica? ¿Cuál es la situación de las jugadoras de fútbol? En Corres como una niña: El género y la diversidad LGTBI en el deporte (Editorial Dos Bigotes), el periodista David Guerrero desmonta los estereotipos de género fuertemente arraigados en el deporte femenino: un viaje repleto de datos, análisis y anécdotas sorprendentes, incomprensibles, injustas y, a veces, también divertidas. Aquí te dejamos un extracto del primer capítulo del libro.


El ser humano abusa constantemente de su propia necesidad de simplificar la realidad para poder entenderla, ordenarla y clasificarla. Hasta la persona más libre de prejuicios tenderá, de forma inevitable, a utilizar los estereotipos aprendidos a lo largo de su experiencia vital para etiquetar aquello que la rodea. Y eso hacemos con respecto a las diferentes dimensiones de la sexualidad humana.

Sumamos con ligereza sexo biológico, sexo asignado al nacer, identidad y expresión de género en dos únicos caminos paralelos y lineales. Una persona con un par de cromosomas XX y genitales externos en apariencia femeninos será clasificada automáticamente como hembra. Esa sexación desde el nacimiento la obligará a sentirse y comportarse tal y como marca el concepto de «mujer» construido por la sociedad. Antes de ni siquiera aprender a hablar, le exigirán que se convierta en una persona sensible, refinada y apocada, se la considerará débil y sumisa. Será percibida físicamente como inferior —hablaremos de cuerpos y géneros más adelante— y se le recordará una y otra vez que su cuerpo no puede malgastarse en algo tan masculino y bruto como el deporte. En esta concepción clásica del género, muy arraigada en la sociedad y causa clara de la opresión hacia las mujeres, ellas han nacido para ser salvadas y protegidas.

Por el contrario, las personas clasificadas como varones al nacer tendrán que ser dominantes, agresivas, fuertes o valientes. No podrán mostrar sus sentimientos ni su empatía y, por supuesto, están obligadas a ser muy buenas en el deporte. En esta construcción del género siempre me asombra la capacidad que se le otorga a la vulva o al pene en el desarrollo de nuestra personalidad.

Cuando las sociedades desarrolladas empezaron a asumir que existían orientaciones sexuales no normativas, el sistema fue muy eficaz en reclasificar: colocaron a las mujeres lesbianas en el estereotipo masculino y a los hombres gais en el estereotipo femenino. La sociedad me exige ser dominante y agresivo por mi género, pero asume que seré sensible y débil por mi orientación sexual.

Ahora me observo en mi adolescencia con ternura, cuando intentaba construir mi personalidad y amoldarla a unos esquemas claramente contradictorios, integrar lo que sentía y cómo me sentía en lo que se esperaba de mí, lo que me haría encajar y lo que debía ser. No fue tarea fácil. Supongo que la mayoría de las personas terminamos enfrentándonos a este puzle, en el que nos han repartido —o inculcado— piezas equivocadas.

Esta construcción social y cultural es aún más rígida y evidente en el mundo del deporte, puesto que clasifica a todas las personas en categoría masculina o categoría femenina. Las cualidades asignadas al género femenino suelen estar alejadas de lo que se espera de un buen deportista. Para la simpleza del imaginario colectivo tradicional, un hombre gay o una mujer heterosexual serán peores deportistas que una mujer lesbiana. Cuando enfrentamos los estereotipos de género con las habilidades específicas que se exigen en cada deporte, el sistema falla, pero de nuevo reacciona de una forma eficaz mediante la masculinización y la feminización de las diferentes disciplinas. En estos años recorriendo clubes y federaciones formando en Deporte y Diversidad, hemos descubierto que las mujeres lesbianas son más visibles en deportes habitualmente masculinizados mientras que los hombres gais son referentes en deportes tradicionalmente feminizados.

Un ejemplo de esta nueva discriminación cruzada con los estereotipos de género se observa en la Federación Madrileña de Patinaje, una de las primeras en incluir la formación en diversidad afectivo-sexual en sus cursos oficiales de arbitraje y de entrenadoras y entrenadores. Las mujeres lesbianas viven en libertad su orientación sexual en hockey patines, un deporte de contacto en el que no encontramos ni un solo referente gay masculino en España. Por el contrario, los hombres gais son muy visibles en patinaje artístico, donde entre las habilidades necesarias para triunfar se encuentran la capacidad de interpretar, la elegancia o la creatividad. El sistema se olvida de la importante exigencia física y técnica de esta y otras disciplinas deportivas consideradas femeninas.

[…] La mayoría de los deportes de equipo separan a niñas y niños a los 12 años. La justificación pública de esta segregación se basa en el desarrollo físico de las y los menores cuando alcanzan la adolescencia. Hay excepciones notables como el rugby, que permite los equipos mixtos hasta los 16. En el relato defensor de la segregación por género se habla de «proteger a las mujeres de la superioridad física masculina». Pero la realidad es que la mayoría de las mujeres alcanza su estatura adulta antes de los 16 años, dos antes que los hombres. ¿Tendrían ellas, por tanto, una ventaja física en la competición en esas edades? Es a partir de los 12 años cuando los senos de las chicas empiezan a ser visibles y a partir de los 13 cuando comienzan los primeros sueños húmedos de los varones. Segregar por sexos siempre ha sido la herramienta favorita de la decencia religiosa.

El caso más ridículo de segregación en el deporte se da en el ajedrez, que aún hoy sigue apostando por campeonatos exclusivamente femeninos. En la década de 1990, mujeres como las hermanas Polgar obligaron por derecho propio a transformar la categoría masculina en abierta o mixta. Eso sí, en estos campeonatos es habitual que se otorguen premios a la mejor jugadora, un techo de cristal que evita de forma velada que el propósito inicial y único de ellas no sea ganar también a todos los hombres.

La Federación Andaluza de Fútbol se convirtió en 2005 en la primera del mundo en permitir los equipos mixtos en todas sus categorías. No hay detrás de este hito un intento por eliminar la clasificación por género: en realidad, su objetivo era dar una salida a muchas mujeres que querían jugar al fútbol pero que residían en pueblos en los que no había ni equipos ni ligas femeninas.

Nuestro «deporte rey» tiene una normativa curiosa: sus dos categorías se definen como fútbol y fútbol femenino. Los «jefes» que redactaron los reglamentos se creen tan dueños del balón que obviaron incluir la palabra masculino en la primera categoría y, por tanto, excluir a las mujeres de sus equipos. Por eso, la FIFA no pudo hacer nada ante la decisión andaluza.

Los datos de la realidad del fútbol español lo sitúan como el deporte más practicado en nuestro país, con una abrumadora presencia de hombres. Según la memoria de la temporada 2018-2019 publicada por la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), la categoría masculina está a punto de alcanzar la astronómica cifra de 800.000 licencias, frente a las cerca de 48.000 en categoría femenina. Es curioso que la propia memoria no recoja cuántos de los casi 104.000 técnicos y entrenadores son mujeres. Ya os digo que el porcentaje será ínfimo.

[…] Solo dos mujeres, ambas jugadoras de tenis, aparecen en la lista de los cien famosos mejor pagados del mundoque publica anualmente la revista Forbes. Durante años solo conseguía colarse en este ranking Serena Williams —gracias, en gran parte, a los patrocinios publicitarios—. Ahora comparte reinado con la también tenista de origen nipón Naomi Osaka, nueva número uno de la WTA (2019).

Estos datos, alejados de la realidad del 99% de las y los deportistas en España, son una muestra más de la brecha, no solo salarial, sino también de reconocimiento público y social, entre las mujeres y los hombres en el deporte. Una equiparación que se ha ido corrigiendo principalmente en el deporte de élite internacional y en los Juegos Olímpicos. Las mujeres representaron cerca del 49,5% del total de participantes en la cita olímpica de Tokio 2020, cuatro puntos más que en Río 2016 y rozando la paridad por primera vez en la historia. También por primera vez, todos los comités olímpicos nacionales debían tener una mujer y un hombre en cada equipo, se desarrollaron nueve competiciones mixtas más —18 en total— y se animó a todos los países a que hubiera dos deportistas abanderados representando a las categorías femenina y masculina.

El maratón es la única prueba cuya entrega de medallas forma parte de la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos. Un importante reconocimiento reservado hasta ahora a los atletas varones. Tokio 2020 también rompió esta tradición mantenida a lo largo de la historia, incluyendo por primera vez la entrega de medallas en categoría femenina. En un estadio sin público, como todas las competiciones de estos juegos de la pandemia, millones de personas vieron por televisión cómo recibían sus medallas las keniatas Peres Jepchirchir y Brigid Kosgei junto a la estadounidense Molly Seidel.

Las federaciones y comités olímpicos nacionales tendrán que trabajar para reducir otra importante brecha que refleja la situación actual de las mujeres en la organización y el liderazgo del deporte profesional: la escasa presencia de entrenadoras. Solo el 10% del cuerpo técnico acreditado en Tokio 2020 eran mujeres.

Su incorporación a los cuerpos directivos que controlan y regulan el deporte está siendo mucho más lenta y sigue siendo muy pobre. Solo un 36% de los miembros del Comité Olímpico Internacional son mujeres; entre sus 47 Miembros Honorarios, solo hay una mujer.

En el Comité Olímpico Español la situación es aún peor: de las 23 personas que forman parte del Comité Ejecutivo, solo cuatro son mujeres. Este dato es consecuencia directa de que solo tres de las 58 federaciones deportivas españolas estén presididas en la actualidad por mujeres: las de Vela, Remo y Salvamento, y Socorrismo.


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