Lo canta Jorge Drexler: cae la noche y nos seguimos juntando a bailar en la cueva. Eso sí, la naturaleza no es la misma que la que disfrutaban nuestros ancestros. El Bionic Festival aúna danza, música y árboles móviles para intentar recuperar la conexión con la tierra que nos acoge.
La danza es tan antigua como el ser humano. Llevamos danzando desde el principio de los tiempos, como lo demuestran multitud de escenas descritas en las pinturas rupestres. Los estudiosos del tema afirman que bailar en la prehistoria servía para cohesionar a la tribu gracias a ceremonias dedicadas a la fecundidad, la caza, la guerra o la muerte. La naturaleza era un elemento esencial en estas primigenias manifestaciones culturales, que se celebraban al abrigo de las cuevas, las montañas o los bosques sagrados.
En estos tiempos de la tecnosfera, el ciberespacio y el metaverso, nos cuesta mucho más comprender la importancia de esta ancestral conexión con nuestro entorno natural. Y bien caro lo estamos pagando nosotros y nuestra casa común: crisis climática, incendios, sequías, contaminación, pérdida de biodiversidad… Por eso, recuperar los vínculos con la tierra que nos cobija para poder seguir bailando es una de las motivaciones del Bionic Festival, evento internacional de cultura sostenible que aúna danza, música y árboles móviles.
El pasado domingo concluyó la sexta edición del certamen, que se celebra en los Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid. Allí se pudo disfrutar de las actuaciones de los ocho grupos finalistas, que se unieron al resto de actuaciones fuera de competición. Ocho propuestas escénicas en las que las y los bailarines y performers compartieron protagonismo con la música y, principalmente, con una veintena de plantas y árboles móviles instalados en grandes macetas dotadas de ruedas que permiten su manejo y movimiento.
«Gracias a las macetas móviles se pueden crear coreografías bastante sofisticadas y generar un nuevo discurso en el ámbito de la danza, donde se comparte escenario con plantas y árboles», explica Miguel Valdian, conocido artísticamente como Honevo, director del festival y presidente de Biomima, la entidad organizadora.
Hay que dejar claro que los elementos vegetales no se limitan a cumplir un papel meramente decorativo. Todo lo contrario: como asegura Honevo, la naturaleza es protagonista escénico y marca el ritmo y la coreografía de los artistas. Al tratarse de un festival de carácter experimental y artístico, bailarines y performers disfrutan de mucha libertad creativa a la hora de diseñar sus actuaciones y de elegir si prefieren bailar con una o con diferentes plantas o árboles. Pero la idea es que la naturaleza sea tan importante como el artista en todo momento.
Huella de carbono negativa
Tras cada una de las ediciones, los árboles y plantas del Bionic Festival se donan a huertos urbanos y comunidades de vecinos, donde siguen dando fruto y sombra y, por supuesto, continúan capturando dióxido de carbono y produciendo oxígeno. Según estimaciones de Biomima, los árboles y plantas del evento han absorbido más de 450 toneladas de dióxido de carbono desde su primera edición en 2016.
De hecho, el Bionic Festival en uno los pocos eventos internacionales que no solo no emiten gases de efecto invernadero, sino que además arrojan, según sus responsables, un saldo de carbono negativo o, dicho de otra forma, que capturan más dióxido de carbono del que producen. «Gracias a ello hemos conseguido el apoyo de un proyecto de la UNESCO como es UNESCO Green Citizens», destaca Honevo. Se trata de una plataforma colaborativa que permite apoyar proyectos locales e innovadores de cualquier parte del mundo, además de poner de relieve, según la propia web de la UNESCO, «proyectos inspiradores y de gran impacto para la biodiversidad, el océano, la hidrología, la educación para el desarrollo sostenible y los conocimientos autóctonos y locales».
A pesar de este reconocimiento internacional, Honevo lamenta que la prensa no se suela tomar demasiado en serio la apuesta del Bionic Festival por consolidar esta huella de carbono negativa. Su cálculo no es sencillo, porque se miden las emisiones provocadas por los diferentes impactos del certamen, incluyendo traslados de artistas, de árboles y de plantas, cuestiones de logística o consumos energéticos.
Además, también se tiene en cuenta la capacidad para absorber carbono de las diferentes plantas empleadas en las coreografías, que se evalúa teniendo en cuenta los estudios más recientes de captura de carbono según cada especie de árbol. «Como mucha gente esto no lo conoce, no lo entiende o le parece que es muy arrogante lo de la huella de carbono negativa, directamente anulan esta parte del proyecto, que es la verdaderamente disruptiva», insiste Honevo.
En todo caso, lo que resulta indudable es que los bosques son, junto a los mares y océanos, nuestros grandes aliados naturales en la lucha contra la crisis climática por su papel como grandes sumideros de carbono. «Se estima que la deforestación es la principal fuente de gases de efecto invernadero en muchos países tropicales», afirman diferentes investigadores en un artículo publicado en National Geographic.
Aproximadamente un tercio de las emisiones de origen humano de CO₂ son absorbidas por los ecosistemas terrestres, en su mayoría, por los bosques. Estos entornos naturales cumplen una función vital para nuestro futuro que, sin embargo, no somos capaces de proteger de forma decidida. Por ejemplo, como señalan en el estudio Estado de los árboles en el mundo, elaborado por la organización Botanic Gardens Conservation International (BGCI), entre un tercio y la mitad de las especies de árboles en todo el planeta podría desaparecer.
Una tecnología natural
«Nuestro objetivo es romper con la tecnosfera. Pensamos que las plantas son una tecnología superior. Por ejemplo, las plantas también sirven como dispositivos que filtran mejor el aire que cualquier robot», asegura Honevo.
Y no es esta su única capacidad tecnológica. Al contrario, los efectos positivos sobre la salud física y psicológica de plantas y árboles son tantos, según aseguran diferentes estudios, que sería muy difícil, y sobre todo muy costoso, fabricar un artefacto capaz de hacer tantas cosas a la vez.
Hagamos un pequeño ejercicio de imaginación: ¿cuánto valdría un dispositivo que al mismo tiempo absorbe gases de efecto invernadero, produce oxígeno, elimina olores, reduce la temperatura, limpia el aire de sustancias contaminantes, ayuda a prevenir la erosión del terreno, protege de los rayos ultravioletas y además da alimento, entre otras muchas posibilidades?
Seguramente, la gente del Paleolítico vería estas múltiples propiedades de nuestros árboles y plantas no como una tecnología natural, sino como algo directamente mágico. Pero, hoy en día, en estos tiempos de las redes sociales y las fake news, ya sabemos que no es posible invocar a la lluvia o atraer a los bisontes danzando alrededor del fuego.
En cambio, hoy los artistas de todo tipo siguen mirando, como ayer, como hace 10.000 años, a la luna, a las estrellas, al bosque, a los ríos… a la naturaleza, en definitiva, que sigue siendo la mejor fuente de inspiración posible. Será por esa pulsión ancestral, tan nuestra, tan humana, de buscarnos a través de la belleza.