hiperpaternidad

Deja un poquito en paz a tus hijxs

Cuando tienes un bebé, tu día se basa en recibir consejos –a veces, contradictorios– sobre crianza y procesar miles de estímulos, de comparaciones, de objetos imprescindibles, de tendencias en educación. Tu presión sube, tu agenda se llena… y la de los peques también. Sin embargo, nunca parece suficiente. Desterrar la culpa pasa por asumir nuestras imperfecciones: no es necesario ser los mejores padres y madres del mundo, pero sí podemos intentar criar a unas mejores personas para el mundo.


Si en los años setenta en los hogares españoles había, de media, casi tres niños, hoy apenas hay uno: el índice de fecundidad –número de hijos por mujer– en España alcanzó en 2021 el 1,19%, el segundo más bajo de Europa. Algo que, dejando a un lado las más que estudiadas implicaciones demográficas, también ha cambiado radicalmente la relación entre padres e hijos. «Son niños que llegan cuando ya tenemos nuestro bagaje vital. Aunque ha habido padres y madres toda la historia de la humanidad, hoy es algo que los políticos ponen en su descripción de Twitter, como si fuera algo destacado. La crianza se ha convertido en LA experiencia: es algo buscadísimo y costoso en tiempo y en dinero», explica Eva Millet, periodista especializada en educación y autora de libros como Hiperpaternidad e Hiperhijos: ¿hijos perfectos o hipohijos? (Plataforma Editorial).

El hecho de que exista una planificación familiar y que el tener –o no– descendencia sea, cada vez más a menudo, fruto de una elección reflexionada, es clave a la hora de entender las nuevas formas de vivir la crianza y lo que traen aparejadas. «De repente los hijos no son una herramienta de reproducción social, ni una carga que tienes que llevar por obligación, son algo buscado, hiperdeseado e hiperplanificado durante mucho tiempo. El sentimiento de culpa es radicalmente diferente: imagina haber pasado por varios procesos de reproducción asistida, en los que se sufre muchísimo, y sentir que luego, cuando tienes al bebé en casa, la situación te desborda», apunta Vega Pérez-Chirinos, psicóloga perinatal en Vuestra Crianza.

Este cambio de paradigma se produce en un contexto en el que, en los últimos años, se ha centrado en la atención en las emociones, en el papel que juegan en la educación y en su importancia en los primeros meses de vida. «Igual que nuestros padres querían darnos todo el bienestar material que ellos no habían tenido, nosotros estamos intentando compensar esa falta de atención emocional que percibimos en nuestra infancia. Asumimos hasta qué punto esto importa llegando incluso a introducir esa inteligencia emocional en las escuelas infantiles para que las criaturas adquieran habilidades para autorregularse», subraya la experta.

Sin embargo, para ella el gran fallo se encuentra en centrar el tiro en las familias y en sus decisiones. «Antes por defecto y ahora por exceso, pero la culpa siempre es tuya. No se habla nunca del factor estructural: la idea de practicar una crianza atenta, presente y centrada en las necesidades de las criaturas pasa por negar que la gente está trabajando a unos niveles incompatibles ya no solo con el cuidado de los demás, sino con el propio. Es imposible atender bien las necesidades de un bebé en sus primeros años de vida porque no se puede encajar una crianza normal en ese ritmo, y ya no digamos una intensiva», explica Pérez-Chirinos.

Poco tiempo, mucha culpa

La hiperpaternidad, también conocida como crianza intensiva o helicóptero, es un modelo cada vez más extendido que parte de un instinto humano tan básico como es el deseo de querer cuidar y proteger a los hijos. Pero, en un mundo complejo, rápido y extraordinariamente competitivo, eso se complica y se traduce en una presión constante a los niños y a los padres, sobre quienes recae la tarea de atender, supervisar, controlar y planificar hasta el mínimo detalle del día a día.

«Es un modelo importado directamente de Estados Unidos y propio de sociedades ricas, muy competitivas y desiguales, que se basa en la angustia de los padres para que sus descendientes lleguen a algo, para que sean lo que quieran dentro de un mercado brutal. El resultado son crianzas estresantes, frenéticas y muy poco sostenibles emocionalmente», subraya Millet. «Hay una ansiedad generalizada en los progenitores que se traslada, por supuesto, a los niños, que detectan que hay muchas expectativas puestas en ellos».

La mochila va especialmente cargada para las madres, en quienes sigue recayendo el peso del cuidado, ya que sienten que nunca dan a sus hijos los estímulos suficientes. «No disfrutan cuando están con ellos porque están demasiado estresadas pensando qué más pueden hacer, si se estarán equivocando o quedando atrás», explica la experta, que incide en que estos modelos de crianza tienen un marcado sesgo de género. «El parto sin medicalización, la lactancia prolongada y exclusiva, el colecho, el porteo… Son modelos de crianza muy intensiva que ponen el foco y la responsabilidad en que la madre sea la cuidadora y esté presente».

«Hay una sanción social de la que no puedes escapar, pero es un grave error pensar que hay un único modelo válido de crianza»

Vega Pérez-Chirinos

Millet y Pérez-Chirinos coinciden en que la destrucción de los vínculos sociales y las redes de cuidado han tenido mucho que ver en la proliferación de ciertas conductas o mitos en la crianza: antes eran madres, tías o abuelas quienes enseñaban a cuidar; ahora, se ha restado valor al conocimiento informal adquirido durante generaciones para poner en el centro una crianza «científica» basada en la opinión de expertos que unifican técnicas en algo que, per se, nunca puede ser estándar, porque cada bebé y cada familia tienen sus propias particularidades.

«Tomes la decisión que tomes y elijas el modelo que elijas siempre vas a sentirte culpable. Si te quedas en casa, mal, porque te relegas a una posición de sumisión frente a tu pareja, pero si decides volver al trabajo, también mal, porque estás dejando a tu hijo muchas horas; si decides dar el pecho, mal, porque no duermes y eso te hace irritable, pero si das el biberón, mal, porque la leche materna es lo mejor… Hay una sanción social de la que no puedes escapar, pero es un grave error pensar que hay un único modelo válido de crianza y que si lo cumplimos todo va a salir bien», insiste Pérez-Chirinos.

Dejar que se magullen las rodillas

Además del estrés que supone para los progenitores, Millet lleva años estudiando las consecuencias que la hiperpaternidad tiene en los hijos. Especialmente incide en la presión que se ejerce sobre ellos y que a menudo va acompañada de una sobreprotección en todos los aspectos de la vida. Pone como ejemplo la costumbre de hacer siempre los deberes con ellos o, directamente, resolvérselos. «Al final le estás transmitiendo que no puede hacerlo sin ti, cuando esas tareas escolares son una de sus primeras responsabilidades en la vida. Eso luego se extrapola a niños incapaces de atarse los cordones solos con diez años pero que esquían y saben tres idiomas; y también a padres que van al despacho del profesor de la Universidad para pedirle explicaciones sobre la nota de sus hijos».

La experta también insiste en los riesgos de convertir la familia en una institución democrática o asamblearia. «Cuando crecen hay que consultar cada vez más cosas, por supuesto, pero no se le puede preguntar a niños de tres años qué quieren cenar o si quieren tomar un Dalsy. Nos corresponde a nosotros tomar esas decisiones, no a ellos», afirma. En esa línea, también apunta a que poner límites es clave para evitar conductas problemáticas en fases especialmente conflictivas, como la adolescencia.

«Hay que asumir que criar también es dejar ir: tenemos que dar a nuestros hijos herramientas para que puedan ser autónomos»

Eva Millet

Para ella, la clave está en enseñarles a tolerar la frustración y, también, en experimentarla por parte de los padres. «Hay que asumir que criar también es dejar ir y dar herramientas a nuestros hijos para que puedan ser autónomos, porque no vas a estar siempre ahí para sacarles las castañas del fuego. Cuesta mucho ver que tu hijo se cae y dejar que se levante solo en lugar de ir inmediatamente a por él, pero si no experimentan cierto riesgo, por ejemplo, en el juego libre con los demás, nunca van a poder regular sus percepciones del control o del riesgo. Con amor, con afecto, con paciencia, pero hay que frustrarles un poquito para que aprendan a lidiar con las grandes frustraciones del mundo», concluye.

Además de eso, escuchar las necesidades de los niños y rebajar nuestras expectativas asumiendo nuestra propia imperfección es otra de las maneras de lidiar con las exigencias hiperparentales. «Tenemos que entender que lo mejor es enemigo de lo bueno: querer hacerlo todo bien conduce a una sobrecarga en la que te quemas y empiezas a hacer las cosas mal», recomienda Pérez-Chirinos. Y concluye: «Los niños son personas reales, no son las familias que te encuentras en Instagram, ni la opinión del gurú de turno, ni las expectativas que tú tenías con respecto al padre o madre que ibas a ser. Qué es el tiempo de calidad lo eligen tus hijos, no tú. Nos empeñamos en construir planes maravillosos y estupendos cuando a lo mejor lo que le apetece es estar contigo dando balonazos en el parque. Por eso es tan importante dedicarse tiempo, con serenidad y paciencia: lo que más necesita el niño es que quienes le cuidan estén bien».

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