Del FOMO al JOMO: cuando perderse un plan es el mejor plan

Tus amigos pueden estar pasándoselo bien sin ti y no pasa nada. Es lo que defiende el JOMO (joy of missing out, en inglés), la nueva filosofía que surge como contraposición al conocido FOMO (fear of missing out) y que quiere acabar con la ansiedad que nos generan las redes sociales de estar perdiéndonos, siempre, algo mejor. 


Cuando el reloj de Molly Mallone marcó el final de su vida, su pareja, Mary Oliver, se planteó comprarse una cabaña y huir al bosque, encerrándose con sus libros. Acababa de perder al que había sido el amor de su vida durante cuarenta años y el cuerpo, pero sobre todo la mente, le pedían hacer aquello que siempre había disfrutado: parar, observar, centrarse en la sencillez del presente que le proporcionaba la naturaleza. 

Esa pasión por disfrutar sin pensar en todo lo que podía estar pasando de largo quedó congelada en uno de sus poemas más conocidos: The Summer Day (El día de verano).

«¿Quién hizo el mundo?
¿Quién hizo el cisne y el oso negro?
¿Quién hizo el saltamontes?
Este saltamontes, quiero decir –
el que se ha lanzado fuera del pasto,
el que está comiendo azúcar de mi mano,
que mueve sus mandíbulas de lado a lado en lugar de arriba y abajo –
que está mirando a su alrededor con sus enormes y complicados ojos.
Ahora levanta sus pálidas patas delanteras y se lava la cara meticulosamente.
Ahora abre sus alas de un chasquido y se aleja flotando.
No sé exactamente qué es una oración.
Sí sé cómo prestar atención, cómo caer
en la hierba, cómo arrodillarme en la hierba,
cómo estar ociosa y bendecida, cómo pasear por los campos,
que es lo que he estado haciendo todo el día.
Dime, ¿qué más debería haber hecho?
¿Acaso no todo muere al final, y demasiado pronto?
Dime, ¿qué es lo que planeas hacer
con tu única, salvaje y preciosa vida?»

Con su obra, Mary Oliver se convirtió en una aclamada poeta reconocida por su increíble capacidad para quedarse ensimismada con su entorno y transformarlo en palabras que permitían evocar esa intimidad con los detalles. «No creo que estuviese mal vivir en el mundo en el que yo vivía, fue mi salvación, mi forma de afrontar mi propia oscuridad. No las he abandonado nunca, esas señales terrenales que me conducían a las epifanías», escribió en Our world, el libro que salió a la luz tras la muerte de Molly y que relataba la intensa historia de amor.

Virtud para unos, obstáculo para otros, esa actitud ante la vida es hoy una de las máximas representaciones de la nueva tendencia que ha nacido como contraposición al FOMO (siglas en inglés de fear of missing out): el JOMO (joy of missing out). En otras palabras, frente al miedo a perderse algo gana, para muchos, la alegría de estar perdiéndoselo. Es el placer de disfrutar de lo que estamos viviendo, ya sea estar tranquilamente en casa un viernes por la noche mientras nuestros amigos están por ahí o ir al restaurante que nos apetece en lugar del sitio de moda que un influencer califica como «imprescindible».

Una caída, una oportunidad

El 4 de octubre de 2021, Facebook, Whatsapp e Instagram sufrieron un apagón simultáneo en 45 países durante seis horas, obligando a millones de personas a levantar su mirada más allá de las pantallas. Durante los días siguientes, varios investigadores encuestaron a más de 500 usuarios afectados sobre qué habían sentido en ese tiempo. Descubrieron que había tres factores que influyeron en su bienestar. ¿El más destacado? La intensidad de uso de las redes sociales. 

Así, muchos usuarios confesaron haberse sentido muy ansiosos y dependientes durante esas horas, mientras que otros reconocieron que disfrutaron de cierta calma al saber que había sido un problema a nivel global. Sin embargo, buscaron alternativas para seguir conectados. Sorprendentemente, un 25% optó por dejarse llevar y no comunicarse hasta que las apps volvieran a la vida. Era el mismo grupo de personas que dijo haberse sentido indiferente ante la caída global de la conexión o haber sentido únicamente emociones positivas. Habían dado el salto al JOMO sin saberlo.

«La caída global nos dio una oportunidad para entender cómo varía el nivel de estrés y comparación con otros según el uso que hagamos de las redes sociales», explican los investigadores en el estudio. «Mientras que el uso sin sentido de las redes sociales se asocia a una mayor comparación social, uno más consciente y controlado reduce los niveles de envidia y aumenta el bienestar».

¿Te apetece? Entonces es un planazo

La necesidad de estar al tanto de lo que hacen los demás y querer formar parte de ello es innato al ser humano. Somos seres sociales y tememos la exclusión. Sabíamos controlar ese temor en mayor o menor medida pero, con la llegada de las redes sociales, el malestar se ha intensificado: aunque está claro que siempre nos hemos perdido cosas, las redes nos dejan ver todo lo que no estamos haciendo de un solo vistazo con el añadido de ese filtro de falsa perfección con el que solo mostramos las cosas buenas que nos pasan.

Así, con casi el 60% de la población mundial conectada (4,7 millones de personas) una pequeña parcela de su vida, siempre vamos a tener la impresión de que no estamos en el mejor lugar ni en el mejor plan, y scrollearemos infinitamente para saber qué hace el resto, entrando en un bucle que nos hace perdernos nuestra propia experiencia. Hasta que nos bajemos de esa rueda. 

Cultivar la moderación y dejar de lado la pantalla es un paso necesario para poder disfrutar de lo que hacemos sin saturarnos con pensamientos de por qué no estamos haciendo otra cosa. Porque cuantas más alternativas veamos en las redes sociales, más irreal será la comparación. Es la conocida paradoja de la elección: nos vemos paralizados ante tantas opciones hasta el punto de que, cuando conseguimos elegir, no nos sentimos satisfechos. 

La clave, dicen quienes ya han puesto límites al uso frenético de las redes sociales, es decidir de forma deliberada y consciente los planes que verdaderamente queremos hacer teniendo en cuenta que no podemos viajar a todos los países, ni ver todas las películas, ni leer todos los libros o comprar toda esa ropa «que no puedes perderte» para estar alineado con las últimas tendencias. O al revés: no tenemos por qué quedarnos en casa si lo que nos apetece es salir. A fin de cuentas, el JOMO se trata de decir «sí» a lo que queremos sin preocuparnos por lo que piensen los demás. 

«Esos ratos de intimidad consiguen tomar distancia de ese estado de alerta continua que nos provocan las redes y permitir que la cabeza y el cuerpo descansen», explica la neuropsicóloga Chiara Fabián. «Otra cuestión interesante que persigue el JOMO es la gratitud: los seguidores de esta filosofía se han dado cuenta que hoy en día al buscar siempre lo último y lo mejor, no apreciamos lo que tenemos enfrente. Al desaparecer de las redes sociales, podemos empezar a trabajar el agradecimiento por lo que ya tenemos».

Según otro estudio, el 16% de los usuarios de internet sufren un nivel de FOMO alto, especialmente los adolescentes y jóvenes adultos –una de cada cinco personas de entre 15 y 30 años sufre una ansiedad intensa por estar perdiéndose planes–. Afortunadamente, ya existen, especialmente en TikTok, cientos de vídeos que les invitan a desconectar y entender que no pasa nada por hacer ese plan que a otros les parece aburrido. Basta con escribir #jomo para encontrar consejos sobre cómo aplicar esta filosofía dependiendo de cómo somos y lo que necesitemos.

Eso sí, como todo lo que entra en las redes sociales, también está empezando a adquirir un tinte de moda que puede tener el efecto contrario: no es necesario tener la mejor cafetera del mercado, ni salir obligatoriamente a la calle durante dos horas todos los días o ser capaz de estar leyendo un día entero sin moverse del sofá para practicar el JOMO. Mejor tomemos el ejemplo de Mary Oliver: perseguir lo que de verdad nos hace sentir bien y recrearnos en ello.

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