Dieta mediática para una vida digital (y emocional) sana

Vivimos permanentemente conectados: sin unos hábitos informativos saludables, la omnipresencia de noticias negativas puede llegar a generar problemas psicológicos como ansiedad, estrés o depresión. Generar una relación sana con la tecnología, sobre todo a edades tempranas, es imprescindible para reconectar con el mundo que nos rodea.


En las redes sociales publicamos todo tipo de contenidos alegres, tristes o reflexivos. Sin embargo, lo que más solemos compartir son aquellas publicaciones que dan la mejor imagen de nosotros mismos. Ya sea con una foto de postureo, un artículo sobre el último conflicto bélico o un vídeo de gatitos, siempre vamos a intentar que nuestras publicaciones generen la mayor cantidad de likes y comentarios.

Esta dinámica es consecuencia de un proceso neurológico que se remonta a la edad de las cavernas: el sentimiento de pertenencia. Muchos estudios ya han demostrado que la interacción del ser humano con las redes sociales y el reconocimiento que se obtiene dentro de ellas activan las mismas partes del cerebro que cuando damos un beso, practicamos sexo o recibimos una buena noticia. Los tanques de dopamina se disparan y nuestro cuerpo entra en un estado de euforia y bienestar. De ahí que las redes sean tan adictivas.

La imagen que se proyecta del mundo en los espacios de los telediarios, las portadas de los periódicos o los feeds de las redes sociales responde a decisiones editoriales tomadas por personas que se guían por una serie de instintos, sentimientos y preocupaciones. Sin embargo, al igual que pasaba con el mito de la caverna de Platón, esta percepción de la realidad no tiene por qué ser la auténtica. Así lo cree Magda Barceló, comunicadora y autora de Da vida a tus sueños. 12 caminos para crecer y despertar. «Si creemos que todo el contenido de las redes sociales es real y no nos damos cuenta de que las personas tan solo compartimos aquello que nos gusta y proporciona reconocimiento, podemos pensar que nuestra vida no está a la altura de la de los demás», sostiene.

La experta alerta del efecto que esa percepción tiene en nuestro propio bienestar. «A esta dinámica se la conoce como espejismo social y puede resultar muy peligrosa, ya que propicia emociones como envidia, sufrimiento, frustración, tristeza, rabia, angustia… Emociones que, sentidas de manera continuada, excesiva y sin mente crítica son propensas a desembocar en estados alterados de conciencia o problemas de salud mental como ansiedad, estrés o depresión».

Por unas redes en positivo

Diversos estudios neurocientíficos han demostrado que nuestro cerebro está cableado para detectar las cosas que no funcionan, ya que como especie intentamos sobrevivir y evitar aquello que nos pone en peligro o nos hace mal. Sin embargo, o quizá por eso, mismo, los medios de comunicación, y por extensión las redes sociales, suelen generar más interacción con las noticias negativas que a las positivas en sus parrillas: las personas tenemos intrínseco un mayor interés a la hora de consumir contenidos negativos, que despierten morbo en nosotros. Es una cuestión irracional.

Como coach, una de las tareas de Magda Barceló esayudar a las personas a centrarse en las cosas positivas a través de la gratitud e ir apartando las negativas. «En mi consulta recomiendo a los pacientes que busquen contenidos o noticias que vayan más allá de lo típico que nos muestran los medios o plataformas generalistas. Es importante estar informado de los problemas que hay en el mundo, pero también suceden a nuestro alrededor muchísimas cosas buenas», explica la experta.

El tiempo que pasamos consumiendo contenidos en los medios o las redes sociales nos lo resta de otras actividades. Hablamos de hobbies como pueden ser la lectura, una pachanga con los amigos, tocar un instrumento o pintar un cuadro. «Un gran porcentaje de las personas que acuden a mis dinámicas deciden cerrarse las redes sociales durante un tiempo sin que yo les diga nada. Creo que esto lo hacen porque después de unas cuantas sesiones reconocen que la sobreexposición a cierto tipo de contenidos les perjudica en su crecimiento personal», cuenta Barceló.

Para evitar la infoxicación y proteger nuestra salud mental de las emociones que nos despiertan las pantallas, la experta recomienda modificar la exposición a los medios y observar cómo afecta a nuestro estado de ánimo. También es importante prepararnos ante esta exposición digital, proteger nuestro descanso incorporando rutinas de desconexión y cambiar de tema cuando lo que se aborde nos genere ansiedad, cansancio o malestar.

Protección de los menores y dieta mediática

No se trata solo de la naturaleza de los contenidos, sino de qué, cómo y cuándo los incorporamos en nuestras vidas. Así como una dieta desequilibrada puede afectar negativamente a nuestra salud física, el consumo excesivo o indiscriminado de contenidos audiovisuales puede impactar en nuestra salud mental, sobre todo a edades tempranas.

Michel Desmurguet, doctor en neurociencia y director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia, en su obra La fábrica de cretinos digitales, expone las consecuencias y peligros de la exposición de pantallas en la infancia. En España, Francisco Villar, psicólogo clínico y autor de Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos, coincide con su colega francés en señalar a las plataformas digitales como un peligro para el correcto desarrollo de los más pequeños.Ambos están de acuerdo en retrasar lo máximo posible la incorporación de los niños y niñas al mundo digital para que puedan desarrollar de forma correcta sus capacidades sociales y racionales. Asimismo, la educación emocional desempeña un papel crucial al capacitar a las personas, especialmente a los jóvenes, para que generen una autoconciencia sobre cómo las redes sociales y los medios de comunicación afectan a su bienestar emocional.

«En lugar de imponer límites estrictos de horario, abogaría primero por fomentar la reflexión y la autorregulación, permitiendo a cada menor encontrar un equilibrio saludable en su interacción con la tecnología», sostiene Paula Bañuelos, educadora emocional y directora general de Brave Up, plataforma dedicada a la educación emocional de menores. «La educación emocional es esencial, pero también reconozco la pertinencia de establecer límites de edad en estos momentos, como una medida adicional preventiva», matiza.

La mayoría de los expertos en la materia coinciden en que la limitación de edad puede ser una herramienta para proteger a los más jóvenes de contenidos inapropiados y permitir que su desarrollo emocional y cognitivo progrese de manera más segura. Sin embargo, no podemos olvidar que para que estas restricciones sean eficaces deben de ir acompañadas de una educación continua sobre el uso responsable de la tecnología. «La relación entre los contenidos audiovisuales y nuestra salud mental es como encontrar el equilibrio en nuestra dieta diaria. Al igual que disfrutar de una variedad de alimentos es esencial para que tengamos una salud adecuada y podamos encontrar nuestro bienestar, la diversidad de contenidos audiovisuales puede ser beneficiosa cuando se consume de manera equilibrada y responsable», comenta Bañuelos.

Evitar que los contenidos audiovisuales sean perjudiciales para nuestras emociones radica en unir esfuerzos como sociedad, promoviendo una cultura digital ética donde el bienestar de las personas esté en el centro. «La clave reside en ser consciente de nuestra dieta mediática y cultivar hábitos digitales saludables, seleccionando cuidadosamente los contenidos consumidos y manteniendo un equilibrio adecuado en nuestra exposición a los mismos. Los adultos, como primeros responsables, debemos involucrarnos activamente en la formación de los menores, sirviendo como ejemplos y guías en el uso responsable de la tecnología, al igual que lo hacemos en otras áreas», concluye la experta.

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