Durante el confinamiento, además de hacer deportes, bizcochos y directos de Instagram, surgió una nueva tribu urbana que tenía otros intereses: los apasionados de las plantas. No es casualidad pues, encerrados en casa, nos dimos cuenta de cuánta falta nos hace el contacto con la naturaleza que a veces menospreciamos. Su ausencia podría afectar incluso a nuestra salud: un estudio publicado hace apenas tres años concluye que, por ejemplo, que la salud mental de los niños que han estado expuestos a elementos verdes es mejor con el paso de los años que la de aquellos que no lo han estado.
Aunque a nivel usuario muchos nos dimos cuenta durante el confinamiento, en arquitectura la tradición verde viene de mucho antes. Los orígenes del diseño biofílico se remontan, de hecho, a los años 80, cuando el trabajo del biólogo Edward O. Wilson empezó a estudiar cómo afectaba la ausencia de plantas en las oficinas y otros espacios laborales, pues se asocia la presencia de plantas a una mayor capacidad de concentración, pero también a una reducción del estrés.
En los últimos años se ha producido una gran explosión de este tipo de diseños: ya no solo las oficinas, sino los restaurantes, tiendas y cualquier rincón exterior e interior de los edificios se ha llenado de verde, y redes como Pinterest o Instagram dan buena cuenta de ello.
Sin embargo, el diseño biofílico es mucho más que llenar el espacio de plantas, e implica abrir los espacios a la luz natural, visibilizar el exterior o hacer, por supuesto, que se establezca una relación más profunda con la naturaleza. «Es una vuelta a reconectarnos con lo natural», explica María Inés Pernas, arquitecta y autora de la guía Lugares públicos de estancia con carácter biofílico.
¿Quieres saber más? Puedes leer aquí el reportaje de Raquel C. Pico en Yorokobu.