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Ecoansiedad: cómo aliviar (juntos) el temor a que el mundo se acabe

¿Tienes miedo de sufrir una catástrofe ambiental? ¿Te angustia pensar en cómo la emergencia climática afectará al futuro de tus hijos? No eres un agorero: lo que sientes se llama ecoansiedad y es algo tan común hoy que, aunque no fue la elegida, la Fundéu la recogió entre sus candidatas a palabra del 2021. Los expertos coinciden en que, para proteger la salud mental y el planeta, sentir que formamos parte de la comunidad es clave.


Priscila vive en una ciudad costera y no puede ir a la playa. «No puedo estar tumbada y ver cómo tenemos los mares», dice. La última vez que lo intentó, se fue del Postiguet (Alicante) con unas cien mascarillas y tres bolsas llenas de basura. Durante años, se ha sentido tan incomprendida que apenas hablaba de cómo se sentía. Salvo para avisar a sus profesores: si se hablaba del cambio climático en clase, era probable que le sobreviniera una crisis y tuviera que dejar el aula. «Me genera tal malestar interno que a veces no me deja dormir. Pero si se lo digo a un psicólogo, me manda a hacer deporte. Es como que no existe», lamenta. Ni ella misma se creía lo que le estaba pasando. Hoy, a los 22 años, sabe que lo que le ocurre tiene nombre: ecoansiedad o ansiedad climática.

La Asociación Americana de Psicología define la ecoansiedad como «el temor crónico a sufrir un cataclismo ambiental que se produce al observar el impacto aparentemente irrevocable del cambio climático y la preocupación asociada por el futuro de uno mismo y de las próximas generaciones». Este temor, según una publicación reciente de The Lancet sobre salud mental y cambio climático, llega a causar incluso «pérdida de apetito, insomnio y ataques de pánico».

Pero la ecoansiedad no ha llegado sola. En paralelo, han surgido nuevos términos que reflejan nuestra actitud ante la crisis climática. Uno de ellos es la solastalgia, un término acuñado por el filósofo Glenn Albrecht para nombrar las secuelas que dejan las catástrofes naturales en quienes las han vivido, y que se traducen en síntomas depresivos y estrés postraumático asociados a la pérdida del territorio de la infancia. Si la ecoansiedad mira hacia el futuro, la solastalgia mira hacia el pasado, pero ambas reflejan lo mismo: la toma de conciencia de que vivimos al borde del colapso está afectando a la salud mental. De que consigamos pararlo depende nuestra supervivencia como especie, pero también el futuro de nuestro bienestar.

Alberto Rico es psicólogo educativo, activista de Extinction Rebellion y se está formando en psicología ambiental. Según nos explica, «el patrón suele ser gente que tiene un mínimo de conciencia, que entiende que es más grave de lo que son capaces de gestionar y ven que no se están tomando las medidas necesarias».

La ecoansiedad o la solastalgia indican que ya somos conscientes del impacto de la emergencia climática en la salud mental

Porque la ecoansiedad no consiste solo en el miedo al colapso, sino también en la rabia por la inacción de los Gobiernos que cada vez conduce a más jóvenes a la sensación de haber sido traicionados por quienes aún estaban a tiempo de hacer algo por ellos. Esa sensación de desamparo ha sido, de hecho, uno de los puntos fuertes del discurso de Greta Thunberg y de los movimientos estudiantiles por el clima que llenaron las calles de forma histórica a finales del 2019. Sus reivindicaciones fueron entonces un terremoto que, hoy, sigue teniendo réplicas en la conciencia global.

El peso de nuestra huella en el futuro

«Sabemos que el nivel de agua se va a elevar, pero eso a mí me lo pones en clase y me tengo que ir. Cuanto más sabemos de la ansiedad climática, más nos afecta», reconoce Priscila. Para Alberto Rico, esa reacción es simplemente «la respuesta coherente de un organismo que busca la supervivencia».

El de Priscila no es un caso aislado. Según un estudio de The Lancet Planetary Health, para el que fueron encuestados 10.000 jóvenes de entre 16 y 25 años en diez países, el 60% aseguró estar muy o extremadamente preocupado por el futuro del planeta. La mayoría de ellos, además, acusaba a sus respectivos Gobiernos de inacción ante la crisis climática, e incluso de traición hacia las generaciones jóvenes y futuras. «Lo que más ansiedad me genera es saber que la culpa no la tenemos los ciudadanos, sino los Estados, que no actúan», lamenta Priscila.

Algunas de las personas que sufren ecoansiedad caen en una desesperanza tan abrumadora que renuncian a tener hijos por miedo al colapso inminente. «En mi día a día me encuentro con personas que están preocupadas, que no se plantean tener hijos por miedo a una catástrofe natural o a que sus hijos no puedan sobrevivir en este planeta», dice Marta García, psicóloga especializada en ecopsicología. En Reino Unido incluso han articulado un movimiento: birth strike.

Precisamente son los niños y jóvenes los que centran las investigaciones, aún escasas y recientes, sobre la ecoansiedad. Por eso, Silvia Collado, doctora en Psicología Ambiental de la Universidad de Zaragoza, en la actualidad estudia cómo afecta a los niños porque considera que, aunque hoy apenas se aborda, en ellos esta dolencia «podría llegar a ser patológica».

A los niños, según ha detectado, lo que más les preocupa es la pérdida de biodiversidad. «Los más pequeños tienden a ver o leer libros y dibujos donde se humaniza a los animales. Somos socializados para que nos atraigan unos más que otros. En general, a algunos animales los ven más amigables y eso hace que quieran cuidarlos más en comparación con otros, estén o no en peligro de extinción», cuenta Collado.

Según esta psicóloga, es necesario «reconectar a los niños con el entorno natural y combatir el trastorno de déficit por naturaleza». Esta reconexión es igual de útil para los adultos: según explica Marta García, desde la ecopsicología se promueve ese regreso al origen del que «nos hemos desarraigado de manera abrupta» con la finalidad de que tenga un efecto sanador en nuestro cuerpo y mente.

Consciencia y comunidad, una receta de esperanza

Existen pocos modos de lidiar con la ecoansiedad, más allá de optar por un estilo de vida más sostenible en los casos en los que el sentimiento de culpa entra en juego. Al mismo tiempo, exigir justicia climática para todos es una palanca para abogar por la acción colectiva que permita preservar el bienestar común.

Para evitar el posible efecto paralizante de esa culpa, Sergio Aires, activista de Fridays For Future, considera que es imprescindible asumir que, como usuarios y consumidores, tenemos una parte de responsabilidad, pero no toda. «Con una vida más sostenible contribuimos a cambiar el mundo, pero en este sistema se nos imponen una serie de pautas de consumo a las que no podemos escapar, sobre todo sin cierto nivel adquisitivo que permita consumir productos más éticos», opina.

Así como la cohesión social parece ser el antídoto, para Alberto Rico es fundamental incidir en la interconexión e interdependencia de todas las crisis que nos sobrevuelan, tanto la ecológica como la social, cada vez que se cuenta una catástrofe. En su opinión, la clave para generar conciencia está en que no se narre como un hecho aislado, sino como parte de un todo. Esa interconexión es, resumida en una imagen, un hombre que trabaja en plena campaña navideña en una fábrica azotada por un tornado y que, poco antes de morir, escribe un mensaje en el que dice: «No nos dejan irnos».

Ante esa amenaza de colapso, el miedo es un sentimiento humano. Sin embargo, sentirlo también puede ser una palanca imprescindible para concienciar a la población de que podemos frenarlo juntos. «Puedes verlo, aislarte en un mundo que se nutre de aislarnos y no hacer nada; o salir y actuar: eso es comunidad», afirma Richard Barreno, presidente de Sea Sephard España, que modera debates ecosóficos.

«Hablar de lo positivo nos ayuda a cultivar la alegría y la esperanza, emociones que nos impulsan a la cooperación»

Marta García, psicóloga

Por eso, los psicólogos que la han estudiado coinciden en que el único modo de prevenir y revertir la ansiedad climática pasa por la cohesión social y la acción colectiva. «Mi respuesta a esto es hacer comunidad y apagar la televisión, pero no negando lo que ocurre. Si no hay un colapso, estaremos más cohesionados. Si lo hay, estaremos preparados», añade Barreno. Para Marta García es tan importante que volvamos a reconectar con la naturaleza como buscar la forma de ayudar a nivel local, donde sí tenemos cierto control y capacidad de actuar.

En cambio, la experta considera que tratar de paliar catástrofes naturales lejanas conduce a mayor frustración, ansiedad e indefensión aprendida al ver que la solución no está a nuestro alcance. Por eso, insiste en la importancia de que los medios informen sobre lo que sí se está consiguiendo y que los lectores busquen noticias alentadoras que hablen, por ejemplo, de cómo se están recuperando especies en peligro de extinción. «Hablar de lo positivo nos ayuda a cultivar la alegría y la esperanza, emociones que nos impulsan a la cooperación», subraya García.

La única opción al alcance de las personas, en definitiva, queda resumida en el mensaje que envía la viticultora de La Palma que tanto impacto ha tenido a través de un anuncio navideño: solo la cohesión social podrá amortiguar el golpe.

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