Una mudanza a las afueras de Madrid fue el detonante para que el periodista científico Antonio Martínez Ron (Madrid, 1976) se diera cuenta de que encima de su cabeza había mucho más que una nube de contaminación. Empezó a fijarse en todo lo que habitaba el cielo y quedó fascinado ante ese nuevo espacio despejado y abierto, lo que le llevó a pasar largo tiempo observándolo e investigando sobre él. Un conocimiento que ha trasladado a Algo nuevo en los cielos (Crítica), un ensayo que es también un libro de aventuras en el que a lo largo de unas 700 páginas detalla (casi) todo lo que tiene que ver con el cielo. De esta forma, el libro, además de dar respuesta aquellas preguntas que todos nos hemos hecho alguna vez –como por qué llueve o dónde comienza el espacio–, se convierte en un recorrido por la historia del conocimiento de la bóveda celeste contada desde el punto de vista de quienes fueron descubriéndolo.
¿Podrías definir qué es el cielo?
Decía la poeta Wislawa Szymborska que «el cielo está en todas partes, incluso en la oscuridad bajo la piel». Me gusta esta comparativa porque es el océano en el que vivimos. No está en las alturas ni por donde vuelan los aviones, sino por todas partes. Vivimos rodeados de cielo.
Aunque sea algo de lo que estamos rodeados, el cielo no suele despertar gran interés en nosotros. Lo sentimos como algo alejado. ¿Por qué?
Vivimos en una sociedad en la que la tecnología nos ha ahorrado muchas costumbres que teníamos antes, como mirar al cielo para ver el clima. De allí era de donde venían las tormentas o cataclismos, por lo que había que estar atento aunque fuera solo para esto. Con el tiempo, en estas vidas tan ajetreadas, el cielo se ha convertido en algo inerte. Sin embargo es una constante en nuestras vidas, incluso un motor de conocimiento. Mucha de la tecnología actual nace de responder a preguntas como por qué se forman las nubes, por ejemplo.
Como dices, el cielo ha sido un motor de conocimiento que se ha ido descubriendo poco a poco.
Me gusta pensar que ha habido una carrera de abajo hacia arriba que empezó en las montañas, luego en los globos, en los aviones y terminó en los cohetes. Lo que pasó en cierta manera es que la llegada de la era espacial, con el aterrizaje en la luna, nos hizo olvidar todos los pasos anteriores. El hecho de responder a la pregunta que nos planteaba el cielo nos permitió el desarrollo de la meteorología moderna, pero otras muchas cosas más. Además, en este viaje hacia arriba, y de pasada, hicimos otro gran descubrimiento: el de ver que somos unas criaturas insignificantes que vistas desde arriba no pintamos nada. Creo que esto es una de las cosas más interesantes que defiendo en el libro.
«Somos una civilización que echó a volar en 1783 y desde entonces no ha dejado de hacerlo»
Además de esta carrera científica, también hablas de cómo funcionan las nubes o la atmósfera.
Me interesaba entenderlo yo mismo. Hablé con muchos meteorólogos y climatólogos e intenté trasladarlo al libro para que lo pudiera comprender cualquiera. La idea era crear una imagen general de cómo está todo interrelacionado. Por ejemplo, la forma en la que se fueron descubriendo las tormentas, que dio lugar a entender mejor la existencia de borrascas y anticiclones y cómo se relacionaban entre ellas y, más tarde, la escala vertical de todo ese fenómeno y cómo todo esto influye en el sistema global. Es una aventura alucinante, porque cada descubrimiento parece sacado de un libro de Julio Verne.
Abordas de qué está compuesto el cielo, con datos como que hay cientos de miles de insectos sobrevolando nuestras cabezas en una nube invisible.
El propio título del libro, que está tomado de una de las entradas del diario de Henry David Thoreau, decía que si mirabas al cielo fijamente descubrías que de repente había un par de rapaces o polvo. Él escribió que cualquier buen observador puede descubrir algo nuevo en los cielos. Ese vacío aparente en realidad está lleno de seres vivos, de partículas que van de un lado a otro de la atmósfera o de trillones de esporas de hongos que colonizan cualquier rincón de la tierra cuando tienen la oportunidad. Esa es un poco la súper historia que intento contar del cielo y de cómo entenderlo. Una narración que es también la historia de nuestra cultura.
También ofreces datos curiosos. Como que cuando miramos al cielo de día solo vemos una pequeña parcela de este, que además es una especie de pirámide invertida.
La primera pregunta que yo me hice cuando empecé a mirar el cielo era cuánto de amplio era. Me refiero al cielo de día, porque por la noche las estrellas están tan lejos que las de Madrid, las de A Coruña o las Valencia son las mismas. Pero no las nubes del día. Yo quería saber cómo de grande era ese trocito de cielo que tenía encima. Medí por ejemplo cuánto tardaba un avión en cruzar de un lado a otro y averigüé que son unos 130 ó 150 kilómetros. Intentaba descubrir la inmensidad en la que vivimos.
Respecto a los aviones, en el cielo hay una especie de sociedad suspendida en el aire.
Somos una civilización que echó a volar en 1783 y desde entonces no ha dejado de hacerlo. Si echas cuentas en aplicaciones como Flightradar24, te das cuenta de que hay una media de entre un millón o dos millones suspendidas en el cielo.
Volviendo a las nubes, ¿cómo es ese observatorio de Suiza en el que recogen pedacitos de ellas?
Esa fue una de las historias que me condujo a escribir el libro. A mí me chivaron que esto existía en el Observatorio de la Esfinge de Suiza, donde intentan averiguar cómo se produce la nucleación que da lugar a las nubes. Su misión es conseguir una reconstrucción inversa de esto: recogen nieve virgen, la funden e intentan descubrir cuáles han sido las partículas que lo han permitido. Yo lo llamo hacer una autopsia a la nube. Una pregunta que empezaron a hacerse algunos científicos en el S. XVIII, quienes intentaban responder también al por qué de cuanto más se sube, más azul es el cielo.
«Quería saber cómo de grande era el trozo de cielo que tenía encima: las estrellas de Madrid, A Coruña o Valencia son las mismas; las nubes, no»
¿Por qué sucede esto?
Hoy sabemos que es fruto de la manera que se dispersa la luz del sol a la hora de entrar en la atmósfera. Tiene que ver con fenómenos ópticos. Por eso cuanto más subimos, más oscuro es.
Antes decías que queda mucho por averiguar sobre el cielo. ¿Cuál es la principal investigación a día de hoy?
Ahora mismo casi todos los esfuerzos se están intentando enfocar hacia cómo estamos alterando el cielo. Cómo estamos cambiando el ciclo del agua por culpa de la emisión de gases. Es decir, cómo estamos modificando el número y el tipo de nubes, y por lo tanto la forma de llover.
Has nombrado a escritores famosos como Thoreau o a Szymborska, lo que demuestra que hay mucha poesía alrededor del cielo. ¿Por qué, si nos fijamos lo suficiente en él, acaba fascinándonos?
El cielo nos fascina porque es un gran escaparate alrededor del que suceden infinidad de cosas. A poca sensibilidad que tengas llama la atención y es fácil crear metáforas con él. Sin lugar a dudas, tenemos que fijarnos más en él.