¿Y si una de Las tres Gracias de Rubens sufriera anorexia? El arte es una herramienta poderosa para abrir espacios de reflexión y dar visibilidad a la enfermedad, al tiempo que se descubre como un elixir para mejorar la salud emocional de las personas.
En pleno siglo XXI, con la presión de los estereotipos impuestos por el canon occidental de belleza femenina y por el entorno familiar y social, no resultaría sorprendente que una de Las tres Gracias de Rubens que habitan las paredes del Museo del Prado terminara sufriendo un trastorno de la conducta alimentaria (TCA). La imagen impacta. Es lo que tiene el arte, que remueve, o, como diría Pablo Picasso, que «quita del alma el polvo de la vida cotidiana».
La representación a través del arte de todo aquello que se salga de lo normativo o de los cánones de felicidad que se exigen socialmente ayuda a establecer otras miradas sobre lo cotidiano y a conectar con las personas que se sienten al margen. Es también parte de la responsabilidad de los museos, como espacios abiertos a la reflexión, elegir qué quieren mostrar –u omitir– en sus salas.
Desde la Fundación Cultura en Vena, que explora en sus proyectos las conexiones entre el ámbito del arte y la salud, invitan a esa reflexión a partir de la intervención digital en varias obras icónicas de la historia del arte, como Las tres Gracias de Rubens. Y el Museo Thyssen-Bornemisza recoge el guante un año más acogiendo del 6 al 22 de octubre de 2023 la segunda edición del proyecto Arte y Salud, en esta ocasión poniendo el foco en la salud mental. «Entendemos que el museo y su colección de pintura es un vehículo para sensibilizar, para llamar la atención sobre aquellos temas que interesan y preocupan a la población, especialmente en aspectos sanitarios», afirmaba en la edición anterior Evelio Acevedo, director gerente de la pinacoteca.
«A través de la intervención en estas obras hablamos sobre la depresión y los trastornos de conducta alimentaria, que han sido específicamente nombradas en el s. XX, no hace mucho. Pero también abordamos los trastornos de conducta más severos, y ahí conjugamos el enfoque más científico con otras lecturas más heterodoxas de la posmodernidad», explica Ana Folguera, historiadora del arte y responsable de los textos y la mediación cultural de la exposición. La transformación digital del Autorretrato con gorra y dos cadenas de Rembrandt Harmenszoon van Rijnnos habla de los trastornos de personalidad con el propósito de entender su naturaleza heterogénea. Por su parte, el Retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabuoni de Domenico Ghirlandaio profundiza en la depresión. «El propósito de estas reproducciones alteradas es trazar una aproximación abierta y sin prejuicios a los trastornos de salud mental, desde la empatía y la escucha», concluye la mediadora cultural.
Pincel, sonata, diazepam
Al igual que los museos son un espacio ideal para abrir las puertas al diálogo sobre temas de salud, el arte puede colarse en los hospitales y centros sanitarios como un tratamiento más, sin efectos secundarios. «La arteterapia constituye una herramienta potencialmente muy poderosa como coadyuvante al tratamiento convencional», sostiene Guillermo Lahera, psiquiatra del Hospital Universitario Príncipe de Asturias y profesor de la Universidad de Alcalá. De hecho, como defiende el director de Cultura en Vena, Juan Alberto García de Cubas: «Existe una gran evidencia científica, avalada por la OMS, sobre cómo las artes coadyuvan en la mejora de muchas patologías, también las relacionadas con la salud mental. La práctica artística, la mediación cultural, la asistencia a museos, teatros o auditorios favorece el vínculo entre personas y la creación de redes de apoyo que son uno de los remedios básicos para mejorar los problemas de salud mental».
«Es verdad que su naturaleza encaja mal en la prueba de oro (gold standard) de la evidencia de eficacia de las intervenciones en salud mental: el ensayo clínico aleatorizado», añade Lahera. «Por eso, en las guías de práctica clínica, no tiene el nivel de evidencia de otras técnicas y modelos. Pero a través de la recepción y la creación artística, el paciente puede explorar aspectos de su mundo interior que él o ella misma desconoce. El arte trasciende la razón y ofrece caminos imprevistos hacia la curación. Pero, en mi experiencia, debe ser un uso totalmente personalizado, a medida, de la obra artística. Antes de comentar alguna obra con un paciente, tengo que intuir que va a resonar en él, que encaja con su mundo imaginario, que le va a suscitar un genuino interés. Cuando esto se produce, la evolución de la psicoterapia vuela, todo corre más deprisa, porque el arte ha encendido la mecha», concluye el psiquiatra.
Cuando el arte hace su magia –¿y quién no lo ha experimentado en su propia vida?–, resulta innegable su capacidad para mejorar nuestra salud emocional.
Destapando la salud mental
«Arte y Salud mental» es el título de la jornada que transcurrirá en paralelo a la exposición el 10 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental. «Quien venga al Thyssen-Bornemisza ese día o siga la retransmisión vía streaming va a aprender de las experiencias de profesionales sanitarios de la salud mental, psiquiatras, psicólogos, pacientes, artistas y especialistas en arte, que dialogarán en diferentes mesas sobre la aplicación de las artes en el ámbito de la prevención y el tratamiento de la salud mental. Además, escucharemos los testimonios de artistas que son también expacientes y nos explicarán cómo su disciplina artística les ha ayudado a lidiar con su trastorno o patología», explica Marta Espinós, pianista y directora adjunta de Cultura en Vena.
Ya en 2022 fue todo un éxito la I edición de la jornada Arte y Salud, que exhibió, entre otras obras clásicas, la Maja desnuda de Goya con la cicatriz de una mastectomía para visibilizar el cáncer de mama. Ahora, lo que parece claro es que, como sucede con el verdadero arte, esta nueva edición de Arte y Salud (mental) no dejará a nadie indiferente.
Salomé Herce es responsable de comunicación de la Fundación Cultura en Vena