Alberto Velasco
Foto: Aitana Valencia

«Hemos venido a la vida a aprender cómo estar en el mundo»

Todo el mundo busca algo. Lo dijo la famosa banda británica Eurythmics en los ochenta y lo mantiene ahora el actor, director y bailarín Alberto Velasco –Vis a vis, Amar es para siempre, Danzad malditos– en su nueva obra cuyo título homenajea a la mítica canción, Sweet Dreams, y que acaba de representarse en el Teatro Fernán Gómez (Madrid). Una propuesta de catarsis colectiva, un espejo, una conversación entre amigos. Entre el monólogo, la danza y la comedia, la producción promete reconocer de forma única a cada espectador porque lo que destaca, por encima de todo, es la familiaridad de lo que trata. Velasco lo tiene claro: «Quiero poder dejar las redes sociales en bucle y mantener la rutina más de una semana. Quiero poder ser otro y cambiar eso que condiciona mis decisiones. Quiero recuperar la ilusión».


En esta nueva obra abordas la apatía, la soledad y el anhelo. Esa extraña sensación de insatisfacción que nos invade a veces sin saber muy bien por qué y que nos fuerza a buscarnos de nuevo. Pero… ¿sabemos qué es eso que insistimos tanto en encontrar?

Creo que, en última instancia, lo que buscamos es el amor. No hablo del amor romántico, sino de algo más allá, de esa sensación de amor universal a la que llegas cuando sientes que todo está bien. Esa plenitud que te permite descansar y que es muy difícil de conseguir hoy en día.

¿Por qué no logramos conseguirla?

Si lo piensas, ¿hasta dónde puede llegar la voluntad de una persona cuando está condicionada por una sociedad que siempre le ha marcado el camino? Desde pequeños nos sientan en una silla a aprender términos, pero no tanto la capacidad crítica. Aprendemos a ocupar nuestra vida para ser más útiles sin saber estar con nosotros mismos ni como relacionarnos. Por eso, años después, puedes sentir que la infelicidad se ha adueñado de tu vida.

Y a veces, incluso, no nos damos cuenta de que es así.

Efectivamente. Vamos detrás de una zanahoria que nunca vamos a coger sin pensar en lo que esa carrera nos está provocando. Y eso desemboca en depresiones, ansiedad, estrés y nos lleva a relaciones que nos hacen daño, porque nos aferramos a lo primero que creemos que nos va a dar algo de lo que creemos que es la felicidad. Por eso, el trabajo de desaprendizaje es fundamental. Si logramos averiguar cómo abordar todo esto, si logramos de salir del meollo, entonces sabremos qué buscamos.

El amor juega un papel clave en nuestra vida. No tanto el amor romántico como el resto de amores que existen y a los que quizá no prestamos tanta atención: el amor hacia nuestra mascota, nuestros amigos… Y sobre todo, el amor propio. ¿Los cuidamos lo suficiente?

Tenemos tanto que aprender del amor. Siempre ponemos en el amor romántico toda nuestra validez en la sociedad y, si no encuentras pareja, entonces sientes que no mereces tu espacio cuando, en realidad, no hemos mirado a lo que realmente importa. Especialmente si hablamos del amor a uno mismo y el universo que este habita: tienes que estar bien y en paz para ser coherente con lo que quieres.

«Nuestra generación tiene la responsabilidad de empujar hacia delante desde la firmeza, la belleza y la dignidad»

De hecho, aunque nuestra tendencia sea superponer el amor romántico, tenemos mucho más asumido el duelo de la ruptura que en el caso de una amistad. La idealizamos tanto que nos cuesta mucho más poner un punto final a un amigo.

Hay que asumir que todo es elástico. Que los amigos y la familia también van y vienen. Las personas llegan a nuestra vida para compartir ciertos momentos. Algunas se quedan para siempre, pero muchas te acompañan en un proceso y, luego, se van porque la vida os lleva por otros caminos. En resumen, la amistad necesita honestidad: seguir con un amigo solo por ser leal a lo que compartisteis en el pasado corre el riesgo de convertirse en algo muy tóxico.

¿Es cuestión de entender que hay distintos niveles de amistades?

Y de leer qué tipo de relación generamos con cada uno, porque cada persona es un mundo, y así lo es cada relación. Hay gente que ves una vez al año y con la que tienes el mismo grado de amor.

¿Aprendemos algo de todo este camino?

Hemos venido a la vida a aprender para qué estamos aquí y qué cosas nos han hecho daño en el pasado para que no vuelvan a ocurrir en el futuro. Por ejemplo, las relaciones que quieres o lo que buscas evitar. A fin de cuentas, cómo estar en el mundo. Y para eso es fundamental pasar por esta gymkana vital que nos llevará a la madurez y la tranquilidad. La vida es prueba tras prueba, pero cuando vas soltando lastre, te vas quedando algo más liviano.

Volviendo a esa sensación de estar perdido en el mundo que ejerce de hilo conductor de tu obra. Es algo que compartimos, especialmente, las generaciones más jóvenes. Ese malestar de no acabar de estar del todo bien con quienes somos, a pesar de ser lo que somos porque así nos lo propusimos. ¿Podemos reinventarnos?  

Hay algo muy curioso que ocurre en la actualidad y es que, antes, esa pregunta llegaba en una edad mucho más tardía. En la mía, por ejemplo. Pero es que ahora ya se lo pregunta hasta la gente de tu edad: el ritmo va tan intenso entre los 25 y los 30 años que no tenemos ni idea de en qué queremos convertirnos, porque no podemos pararnos a pensar. Te ves y te preguntas: ¿cómo cambio yo mi rumbo? ¿Cómo elijo una profesión que no estudié? ¿Cómo decido lo que soy ahora? Desde mi punto de vista, creo que la capacidad de reinvención es un poder que deberíamos tener. Necesitamos reinventarnos. 

Foto: Aitana Valencia

Esa capacidad de reinventarse, ¿es generacional?

No sabría decírtelo a ciencia cierta, pero sí que percibo que crece con el paso del tiempo. Lo veo en la gente que supera los 50 años, por ejemplo. Pero ahí influye otro asunto y es que tienen una economía que les permite estar en una posición de parar y buscar qué quieren. Como si hubiese que alcanzar un status para reinventarse.

Que los millennials vivimos peor que generaciones anteriores es una certeza que ya todos conocemos. Y además, con base científica: un estudio realizado por el Population Reference Bureau lo demuestra basándose en 14 indicadores diferentes del progreso social, como la economía, la seguridad o la salud. Pero hay otro dato que pasa desapercibido: somos una generación que tiende al positivismo. Tú has dicho en múltiples ocasiones que esta generación es poderosa.

Es que lo es. A pesar de todo lo que hemos vivido, hemos seguido reponiéndonos y abriendo caminos nuevos. Pensemos, por ejemplo, en cómo hemos puesto la salud mental sobre la mesa o el desarme de la masculinidad. Hemos sido capaces de abrir rendijas en la sociedad. Tenemos una capacidad de tirar hacia delante con ruedas y molinos que es admirable. Yo nos miro y digo: «Sí señor. Estamos trabajando por las generaciones venideras». Y ahora, en estos tiempos algo más oscuros, creo que nuestra generación tiene la responsabilidad de empujar hacia delante desde la firmeza, la belleza y la dignidad, sabiendo que no podemos dar un paso atrás porque los derechos conseguidos son derechos para todos. Y tardan en conquistarse, pero se pierden muy rápido.

«El arte hace nuestra realidad más esponjosa hacia otras realidades»

Ante esto, ¿el arte también puede iluminarnos?

Sin duda. El arte hace comunidad y, además, funciona como espejo, lo que hace que, en lugar de sentirnos solos, saltemos a lo colectivo. No te hablo de lo público de ir a un teatro o a un concierto, sino de conectar con esa luz artística a través de un videoclip de tu cantante favorito o de esa serie que tanto te gusta. El arte es revolucionario y hace nuestra realidad más esponjosa hacia otras realidades, lo que es fundamental para la sociedad.

El periodista Luis Costa decía en Dance usted, de hecho, que el baile es una de las últimas formas de expresión de libertad. Tú eres bailarín y en Sweet Dreams el movimiento ocupa un lugar clave. ¿Qué revoluciones se juegan con el baile a día de hoy?

Personalmente, el baile me conecta con ese amor incondicional del que hablábamos antes. Aunque debo decir que últimamente siento que la danza ha sufrido un cierto proceso de desencanto. Si lo piensas, todos los pueblos y comunidades han bailado desde siempre, pero de un tiempo a ahora el baile ha quedado relativamente relegado a una élite, alejado del espectador por un escenario. Eso hay que romperlo. Bailar también es bailar en la discoteca o en las fiestas de nuestro pueblo y vivir ese subidón. Es una expresión de lo más primario, celebrarse con los seres queridos, así que tenemos que encontrar momentos en los que bailar. Esa euforia tan extrema que genera es algo que siempre me ha marcado y que seguirá haciéndolo.

¿Te ha permitido el baile conectar mejor con tu público en Sweet Dreams?

También ha influido mucho el tono humorístico que le he dado. Pero sí. Es que la danza es tan enigmática que permite crear un mapa enorme de conceptos donde te puedes ver reflejado de mil maneras. Y también, siendo honesto, no hay muchos cuerpos como el mío que bailen, lo que añade admiración y lleva al espectador a pensar: «Es que así también puede bailarse». Todo lo que hago cobra sentido cuando sé que alguien me vea bailar y siente en él la posibilidad de hacerlo.

La obra aborda temas que nos duelen a todos, lo expresemos más o menos. Pero lo hace siempre, como ya has dicho, desde el refugio del humor. ¿Qué tiene que nos ayuda a filtrar lo que sentimos?

Es un paraguas de seguridad. Sabes que puedes decir cosas debajo de él de forma mucho más precisa sin que te hagan daño. Y también hace comunidad, porque nos pone en bandeja la oportunidad de compartir nuestras verdades.

«Tienes que estar bien y en paz para ser coherente con lo que quieres»

De hecho, arrancas la función diciendo que has «venido a hablar aquí del miedo que tengo. De la parálisis física. De ser descubierto. De no responder. De no ser el chico amable. De no tener la sonrisa en la boca. Ni el talento en las manos». ¿Cuáles son tus miedos?

Mi mayor miedo es morir solo. Eso me atraviesa desde pequeño porque, por mi condición de género, nunca he tenido referentes de personas mayores que mueran acompañadas en plenitud. Ahora mismo estoy trabajando un montón para que eso nunca ocurra, porque mi otro miedo es que el mundo se olvide de mí.  

Centrándonos en ese «ser descubierto», curiosamente la escritora Rosa Montero, en su libro El peligro de estar cuerda, afirma que el síndrome del impostor suele darse en las profesiones artísticas. De hecho, menciona un estudio que demuestra que cuanta más inteligencia y preparación se tiene, más tendencia hay a sentirse inseguro. ¿Por qué nos saboteamos así?

Esa sensación de estar siempre al borde del abismo es tan injusta. Especialmente porque yo me miro en lo profundo de mí y en realidad no pienso que esté engañando a nadie. Sé que tengo talento y que vivo cosas maravillosas con el público. Hay que empujar a no boicotearse más.

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