Cuenta Anil Seth, neurocientífico cognitivo de la Universidad de Sussex, que la conciencia es una alucinación controlada, algo que, al contrario de lo que podríamos imaginar, se crea de dentro hacia afuera y no al revés. Una lógica que funciona igual con el yo, lo que para el experto no es más que otra forma de percepción. Una teoría que echa por tierra todo lo que podríamos dar por sentado sobre la mente, la memoria, la conciencia y el libre albedrío y que desarrolla ampliamente en su libro La creación del yo. Una nueva ciencia de la conciencia (Sexto Piso).
¿Qué es la conciencia y cómo se forma?
Intuitivamente todos sabemos lo que es. Es lo que desaparece mientras dormimos sin sueños o en la anestesia, y es lo que vuelve cuando nos despertamos o empezamos a soñar, o volvemos en sí en la sala de recuperación. La conciencia es cualquier tipo de experiencia: el rojo del rojo, el dolor del dolor, la sed de la sed. Es lo que nos convierte en algo más que meros objetos biológicos que vagan en la oscuridad subjetiva. Y esto, por supuesto, es por lo que importa. Sin conciencia no habría mundo, ni yo, ni emoción, ni agencia; no habría nada en absoluto. La conciencia es lo que hace que merezca la pena vivir. En cuanto a cómo se forma, ¡esa es la gran pregunta! Sigue siendo un misterio, aunque ya no tanto como antes.
Esta conciencia es la que hace que experimentemos la realidad.
Parece intuitivo pensar que experimentamos el mundo de fuera hacia dentro, como si el mundo se vertiera en nuestras mentes a través de las ventanas transparentes de nuestros sentidos. De los ojos y los oídos, por ejemplo. Pero lo que realmente pasa es muy distinto. En mi opinión, que tiene una larga historia tanto en la ciencia como en la filosofía, el cerebro está constantemente haciendo predicciones sobre lo que hay en el mundo (o aquí en el cuerpo) y utiliza señales sensoriales para actualizar esas predicciones, para mantenerlas vinculadas al mundo (y al cuerpo) de forma que nos sean útiles. Desde este punto de vista, lo que experimentamos procede en gran medida de dentro hacia fuera, no de fuera hacia dentro.
Es lo que defines como una alucinación controlada.
Es una alucinación, porque toda nuestra experiencia viene de dentro hacia fuera, y controlada, porque las predicciones del cerebro se mantienen bajo control gracias a las señales sensoriales procedentes del mundo y del cuerpo. Si esto va por buen camino, y hay muchas pruebas que lo corroboran, cada uno de nosotros experimenta un mundo único. Y, cuando estamos de acuerdo sobre lo que experimentamos, que es la mayoría de las veces, ¡pues eso es lo que llamamos la realidad!
¿En qué punto queda la realidad entonces?
La realidad objetiva existe, pero la forma en que la experimentamos es siempre un acto cerebral de interpretación creativa, una alucinación controlada. Como dijo la escritora Anaïs Nin basándose en el Talmud: nunca experimentamos las cosas tal y como son, las experimentamos tal y como somos.
«La realidad objetiva existe, pero la forma en que la experimentamos es siempre un acto cerebral de interpretación creativa, una alucinación controlada»
¿Es el yo entonces otro tipo de percepción?
Sí. Esta es una de las implicaciones más fascinantes de la «máquina de predicción» que es el cerebro, y es de lo que trata en gran parte mi libro Being You. En la vida normal, podríamos pensar que el yo es lo que percibe. Pero las cosas no son como parecen. En mi opinión, que se remonta a filósofos como David Hume, el yo es en sí mismo una forma de percepción. No existe una única esencia del tú. Cada uno de nosotros consiste en una colección de alucinaciones controladas, algunas estrechamente relacionadas con el cuerpo y otras no tanto. Creo que incluso aspectos del yo como el libre albedrío se entienden mejor como formas de percepción. Lo que llamamos yo es, en mi opinión, un conjunto de percepciones ancladas en la necesidad básica de mantener el cuerpo vivo.
Explicas incluso que hay varios dentro de nosotros.
Varios aspectos del yo, que juntos constituyen la experiencia unificada de ser un yo humano con la que estamos familiarizados. Pero a veces esta unidad puede romperse, como ocurre, por ejemplo, en las enfermedades psiquiátricas y neurológicas. Hay aspectos del yo que están estrechamente ligados al cuerpo: la experiencia de estar asociado a un objeto concreto del mundo que llamamos «cuerpo», así como cosas como la emoción y el estado de ánimo. Luego están las experiencias como tener una perspectiva en primera persona, de organismo y «libre albedrío», y por último están los elementos del yo que tienen que ver con la identidad personal.
A pesar de que cada uno crea su propio mundo, ¿cómo es posible que podamos compartir experiencias y sentimientos comunes con el resto?
La evolución ha hecho que nuestras experiencias perceptivas, aunque únicas para cada uno de nosotros, estén estrechamente vinculadas a lo que realmente hay en el mundo y aquí dentro en el cuerpo. Si a esto añadimos el poder del lenguaje para salvar sutiles diferencias, no es de extrañar que podamos compartir experiencias y sentimientos comunes. Sin embargo, poco se sabe sobre las diferencias que existen entre las personas a la hora de experimentar un mundo común. Uno de mis proyectos de investigación actuales, The Perception Census, trata de resolver este problema cartografiando el paisaje oculto de la diversidad perceptiva. Se trata de un ambicioso proyecto de ciencia ciudadana en el que cualquiera puede colaborar y en el que ya han participado casi 30.000 personas.
Unas percepciones que son creadas con un único fin: el de seguir vivos.
Yo creo que sí. Por supuesto, el vínculo puede ser muy indirecto. Los pensamientos y sentimientos que tengo sobre un partido de cricket pueden parecer muy poco relacionados con las perspectivas de supervivencia –y puede que lo estén–, pero la maquinaria neuronal que subyace a todas nuestras experiencias, incluso las del cricket, fue diseñada por la evolución y funciona momento a momento a la luz de un imperativo biológico fundamental para seguir vivos. Este punto se encuentra en el corazón de mi teoría de la «máquina bestia» de la conciencia, que vincula las experiencias conscientes muy estrechamente a nuestra naturaleza como criaturas vivas de carne y hueso.
«La conciencia es lo último que creemos que nos diferencia como especie. A medida que sepamos más sobre ella como fenómeno biológico, esto cambiará»
Y los animales, ¿tienen ellos conciencia?
Yo creo que sí. Las preguntas son, en primer lugar, qué tipo de conciencia y, en segundo lugar, hasta qué punto se extiende el círculo encantado de la conciencia. Para mí, hay buenas pruebas de que todos los mamíferos son conscientes. Las cosas se complican en el caso de criaturas como los pulpos y otros cefalópodos, y las aves, pero creo que el equilibrio de probabilidades nos dice que es probable que estos animales también sean conscientes. Cuando llegamos a los insectos, es muy difícil de afirmar.
¿Por qué dices en el libro que esta nueva visión puede significar un cambio mental como supuso la revolución copernicana o la teoría de la evolución de Charles Darwin?
Porque comprender la conciencia tiene un potencial similar para transformar la forma en que nos vemos a nosotros mismos como especie. Tanto Copérnico como Darwin lideraron revoluciones científicas en las que los humanos dejamos de ser el centro del universo y nos entretejimos más profundamente en su tejido. Podría decirse que la conciencia es lo último a lo que nos aferramos como especie y que creemos que nos diferencia y nos hace especiales. A medida que sepamos más sobre la conciencia como fenómeno biológico, esto cambiará. Y no es una pérdida. Hay maravilla y belleza en ello. El universo se hizo más bello tras las revelaciones de Copérnico y Darwin, y creo que ocurrirá lo mismo cuando por fin comprendamos la conciencia. Nos sentiremos más parte de la naturaleza y menos separados de ella.