Cuando se abre el telón una figura desciende por los aires, descolgada desde lo alto del escenario en la oscuridad del teatro. Así da comienzo Paraíso perdido, la interpretación de Andrés Lima y Helena Tornero sobre la emblemática obra de John Milton, una obra impactante en el que el protagonista es quien se sienta en las butacas y reflexiona sobre sus propios afectos bajo la batuta de Dios, Satanás, Adán y Eva. A esta última la encarna Lucía Juárez (Madrid, 1994), que se mete en su piel y su alma en un viaje al corazón de la feminidad.
Paraíso perdido es una obra profunda y trascendente que cuestiona las creencias y el destino. ¿Cómo ha sido el proceso de preparación?
Tengo que reconocer que tenía un poco de miedo al tratarse de un texto tan extenso del siglo XVII. Leí los 10.000 versos de la versión original de Paraíso perdido en una edición bilingüe y me habría resultado complicadísimo si no hubiera podido contar con la traducción al castellano. Lo disfruté mucho. ¡Cuando se dice que es un poema épico es porque es épico de verdad! Mientras preparaba la obra leí la versión de Helena y Andrés y conecté con ella, me pareció muy estimulante. La preparación de mi personaje, de Eva, fue casi natural. A veces mi preparación no era más que abrir un periódico. Es lo que decía la actriz italiana Eleonora Duse, que lo describe como el eco del dolor del mundo. Para mí Eva es eso: encarna todas las violencias vertidas sobre las mujeres durante siglos y siglos.
Se trata de un homenaje a un poema épico publicado por John Milton el año 1667, una obra de referencia en el mundo contemporáneo para todo tipo de arte, desde las canciones de Nick Cave o David Gilmour a numerosas referencias en novelas, arte… ¿Hay presión al interpretar un clásico como este?
No es tanto el peso de interpretar un clásico sino como que ese clásico sigue teniendo efecto a día de hoy en nuestros comportamientos y en la manera de relacionarnos. Es muy contemporáneo, porque los temas universales nunca pasan de moda. De hecho, si lees o ves la obra, te das cuenta de que hay cosas que nos siguen pasando y te sientes identificado.
¿Qué nueva visión aporta la versión de Helena Tornero y Andrés Lima?
Algo que introducen en la dramaturgia es la consciencia de Eva. La mirada de Milton la hace inferior: Dios le asigna una inteligencia menor a la de Adán, y por eso el demonio la tienta. En nuestro Paraíso Perdido sí es consciente de sus actos. Helena y Andrés acercan al espectador a los pensamientos de Eva.
«Eva encarna todas las violencias vertidas sobre las mujeres durante siglos y siglos»
La interpretas precisamente a ella, a Eva, que ha pasado durante milenios como imagen de una mujer pecadora, casi maldita. ¿Cuáles han sido los mayores desafíos que supone ponerse en la piel de este personaje?
Siempre está el vértigo de actuar, pero me ha resultado bastante orgánico interpretar a Eva y meterme en la historia de Paraíso Perdido. No deja de ser la historia diaria de la cultura. Y no es tan distante de lo que vivimos ahora. El personaje de Eva me ha influido mucho. Hay personajes que te muestran partes de ti, aristas de tu persona que no te habías imaginado que tenías: a veces, tú te traes al personaje; otras, este te modifica a ti. He aprendido mucho de ella.
La obra te remueve por dentro como espectador… Imagino que aún más como intérprete.
Sí. Para interpretar este texto te tienes que hacer cargo de que lo que estás diciendo. Lo que traes al escenario es real, es una experiencia que trasladas al público. Una parte de mí tiene que poner el cuerpo al servicio de que esas violencias que representa la obra se vean expuestas en escena.
Es muy dura.
Igual que es dura la realidad que vivimos, tan dura que a veces nos lleva a plantearnos nuestra fe en el ser humano. Perder la fe tiene que ver con lo tremendo que es mundo. En algún punto eso no es tan negativo, porque podemos reflexionar juntos sobre esto, podemos hacer teatro para esto. Es una representación que, como conjunto y como sociedad, nos hace preguntarnos cosas.
Está dirigida por Andrés Lima, con el que trabajaste en Prostitución. En ambas obras tiene un papel determinante la mujer: la primera mujer desterrada y pecadora; las mujeres que venden su cuerpo y son por ello estigmatizadas. ¿Crees que el feminismo ha ayudado a cambiar la imagen en el mujer en el teatro?
Sí he visto un cambio real en los compañeros que montamos la función. También he visto un cambio en mí. Pero hay días que, cuando la función se vuelve feminista en algún punto, hay gente que se levanta y se va. Para mí el balance siempre es positivo. Que se estén programando obras así ya es una victoria: es espacio público que se está utilizando para atraer narrativas que no son las habituales.Sin embargo, en la opinión pública y los medios de comunicación la imagen y construcción de la mujer sigue siendo alarmante. Ana Bernal Triviño publicó hace poco un artículo que decía que estamos hablando mucho de ETA cuando ya ha dejado de matar y, sin embargo, los crímenes machistas no se llevan al ámbito político tanto como otros temas igual de importantes. Porque las víctimas son importantes todas, pero parece que hay unas de primera y unas víctimas de segunda.
¿Cómo te ha cambiado a ti en lo personal?
A raíz de hacer Paraíso perdido hay cosas que ya no tolero. Lo que lees, lo que consumes, y las cosas que eliges defender te constituyen. Interpretar a Eva me ha permitido darme cuenta de todas las violencias que vivimos las mujeres.
Además de actriz, también eres estudiante de Filosofía y Letras. ¿Confluyen ambos campos? ¿Ayuda conocer el pensamiento a la hora de trasladarlo al escenario?
Si te soy sincera me es muy difícil compaginarlos o, al menos, ejercerlos al mismo tiempo. Actuar tiene que ver con habitar el cuerpo, y la filosofía con estar en la cabeza. Es verdad que se llega a muchas reflexiones a través del teatro, escribiendo y dirigiendo. Pero es muy diferente escribir y dirigir teatro que actuar. Me tengo que organizar bien para que cuando estudio filosofía no esté actuando porque me perjudica. No porque me haga mal pensar, sino porque el lugar en el que se coloca el cuerpo, que es profundamente mental, es muy peligroso para actuar. Para actuar hay que dejarse llevar.
«La expresión artística tiene que ver con lo verdadero de cada uno, nos hace salir del ‘estás conmigo o contra mí’»
Una situación compleja.
Es un dilema en mi vida que no tengo resuelto, y la manera de afrontarlo es que cuando hago una, no puedo hacer la otra. Como artes son compatibles, pero para ejercerlas a la vez son fuerzas opuestas. Sin filosofía no habría Paraíso perdido, pero para interpretar a Eva no puedo acercarme mucho a la filosofía porque Eva no sabe, se va dando cuenta de las cosas. Si quieres ponerte en su piel tienes que colocarte en un papel de inocencia pura.
También has fundado la revista Luciérnagas, que trata temas filosóficos. ¿Hacia dónde te gustaría dirigirlo?
Es un proyecto que surgió en pandemia, en esa ansia de actuar y no poder. Como actuar es comprender la mirada de los otros, nos inventamos Luciérnagas. Con la revista queríamos salir del binomio de amigo o enemigo, buscar otras cosas. Y creo que ahí entra el arte: la expresión artística tiene que ver con lo verdadero de cada uno, nos hace salir del «estás conmigo o contra mí». Hablamos de temas que nos interesan: las herencias, los rituales, la belleza de lo cotidiano… Ahora todo el tiempo miramos de una forma prejuiciosa, con una crítica muy fuerte sobre todo lo que se hace. Por un lado, me parece algo sano, pero no hay que descuidar la mirada amorosa sobre las cosas. No hace falta decir todo el tiempo lo que está mal.
El otro día se lo preguntábamos a la dramaturga Lucía Carballal y hoy te lo preguntamos a ti: ¿Cómo puede el teatro, el contar historias, contribuir a hacer del mundo un lugar mejor?
Si la literatura ha podido construir una sociedad, el teatro también puede ser transgresor y transformador. Las cosas que terminan calando de verdad tienen que ver con la expresión sincera. Y el teatro es eso: es un lugar de verdad. El teatro es un lugar en el que no te puedes esconder, al que vas a descubrir la humanidad. Para mí el teatro es insaciable, es inagotable.