Fotografía: Eloy Muñoz

Margot Rot: «Razonar es cuestionarse lo que uno siente»

En casi todas las entrevistas la describen como la escritora y filósofa «que vive en internet», como si el resto no lo hiciéramos. Sin embargo, no cabe duda de que su manera de habitarlo es diferente a la de la mayoría. Margot Rot (Gijón, 1996) no es un ser diminuto atrapada tras el cristal del iPhone, sino una joven pensadora con una extraordinaria consciencia de que nuestra vida también se escribe en clave de unos algoritmos que nos generan emociones de todo menos virtuales. Lo analiza en su primer ensayo, Infoxicación: identidad, afectos y memoria; sobre la mutación tecnocultural (Paidós) en el que explora cómo la vida que vivimos en la red también configura nuestra forma de ser y estar en el mundo, nuestra forma de sentir y los afectos que creamos. Cómo, en medio del hate generalizado, también puede haber cuidados y ayuda mutua. Hablamos con ella dentro de la programación del MAF 2024, una celebración de la cultura con decenas de actividades complementarias al Festival de Málaga. 


Cuentas en las páginas iniciales que Infoxicación toma su nombre de un concepto planteado por Alvin Toffler en 1970 en El shock del futuro.

Me impactó muchísimo que desde la antropología ya entonces se estuviera tratando esto. Su tesis era abordar las dificultades que íbamos a tener para adaptarnos al futuro que venía desde distintos puntos de vista, fijándose en elementos culturales como la televisión, la radio o la publicidad. Ponía un ejemplo que a mí me fascinó, y que creo que es el que me hizo decidirme a abordar esta cuestión concreta: el de los soldados que, cuando regresan de una guerra, viven un estado de shock producido por el trauma, con imágenes del horror que vuelven permanentemente a su cabeza.

¿Por qué decidiste recuperarlo?

Creo que los filósofos o los escritores tenemos que ser conscientes de cómo es el mundo editorial. Esto es quizá una estrategia un poco marketiniana, pero me resultaba muy fácil pensar en un término como infoxicación para un ensayo tremendista, que tiene una visión negativa de las redes sociales que ahora está tan de actualidad, aunque en este caso no sea así. A menudo me parece que tenemos la necesidad de que alguien nos diga que todo va fatal o que las cosas cada vez están peor. Por eso decidí escoger una palabra que creo que podía funcionar bien para recoger una disparidad de fenómenos que advierto que suceden en la cultura. Quizá esto suene raro que lo diga yo, pero a mí el término, personalmente, no es que me interese demasiado (risas). Sí me interesan los fenómenos que pueden explicar la saturación actual, no sé si la infoxicación como tal.

Aunque el término tiene evidentes connotaciones negativas, es casi un caballo de Troya: intentas darle la vuelta.

Soy una ardua defensora de la virtualidad, porque me parece un espacio maravilloso en el que he aprendido un montón de cosas y he conocido a gente estupenda. Cada día leo cosas que me apasionan y cosas que me horrorizan, por supuesto, pero también aprendo de ellas. Me fascina el móvil. Fue un ejercicio complejo abandonar este enamoramiento del teléfono y la defensa ardua de las bondades y posibilidades de la virtualidad y de las cosas increíbles que hemos podido hacer gracias a internet. Para mí era una cuestión de responsabilidad no abandonar la perspectiva positiva, pero ser crítica con el lugar en el que pasamos tantas horas al día y que ya dispone como quiere de nuestras vidas y nuestros cuerpos. Como todo el mundo, yo llego a mi casa todos los días, me tiro tres horas viendo reels y me siento fatal, así que decidí usar eso para hacerme preguntas.

«No me interesa tanto cuántas horas nos pasamos con el móvil sino qué hacemos en él»

De hecho, si fuéramos completamente sinceros, a muchos nos daría reparo enseñar el tiempo de uso de nuestro teléfono o la cantidad de horas que pasamos en redes sociales. Si no hacemos el ejercicio de mirar la estadística, ¿crees que somos conscientes de ello?

Creo que sí somos conscientes del tiempo que hemos pasado en internet, pero a la vez no. Cuando tenía doce años me pasaba cuatro horas jugando a los Sims y no se me olvida, sé que no estaba haciendo otras cosas. Siempre que hablamos de las horas que echamos en internet me gusta matizar que quizá no sea tan tremendo que te hayas pasado la adolescencia con el ordenador –hay una serie de circunstancias mentales que llegan también por otras causas–, aunque sin duda haya que tener en cuenta esas horas de ordenador en la adolescencia.

¿Y del efecto que causa en nosotros? Hablas de que es una especie de compulsión.

De hecho, creo que esa es la cuestión: no es tanto el tiempo como el modo de consumo. No me interesa tanto cuántas horas nos pasamos con el móvil sino qué hacemos, pero no porque haya unas cosas peores o mejores: la misma cosa te puede generar, digamos, una experiencia positiva o negativa. Simplemente creo que es interesante tomar consciencia de qué estamos viendo o haciendo, preguntas que pasan por quién está en mi timeline de Twitter, si me caen bien, si me gustan o no lo que dicen… Cada uno luego usa las redes a su manera, pero yo veo vivir a mucha gente a través de la pantalla, y creo que es importante pensar en todas esas cosas que haces cada día para saber quién eres tú, qué estás viviendo y con quién te estás relacionando, aunque no haya una reciprocidad constante.

Aunque, como dices, llevamos muchos años viendo a gente crecer y cambiar en las redes, hay quien aún sigue haciendo distinciones entre los amigos reales y la gente de internet. Pero, sea o no una relación virtual, las emociones que nos generan son reales.

Creo que, hoy por hoy, esa distinción es un poco pobre y anacrónica. No me preocupa tanto que la virtualidad no se considere real como que se considere ficción en el peor de los sentidos, en el de no hacerte responsable de cómo eres en la red. Obviamente hay una parte ficcional en tanto que la virtualidad te provee de unos espacios y herramientas a través de los que confeccionas una identidad. Por ejemplo, allí tengo la oportunidad de tener más pausa de la que puedo en esta conversación, porque hay palabras o reacciones de mi cuerpo que no puedo meditar. Entender la virtualidad como una ficción de la que no eres responsable sí que me parece preocupante, el pensar que no son ellos ni eres tú.

¿Tendemos a hacer autoficción en las redes? ¿Nos distorsiona la imagen que tenemos de nosotros mismos?

Puede ser, pero no creo que eso sea necesariamente malo. Quizá me equivoque, pero no me parece muy distinto del outfit que eliges para salir a la calle o de la carrera que escoges, la literatura que lees o el cine que te gusta. Siempre hay una performatividad consciente de la identidad, y precisamente ese es el punto que más me interesa de la virtualidad, porque te da unas herramientas y unos espacios nuevos para una performatividad que siempre está y de la que siempre somos conscientes. Queremos modelarnos en función de aquello que nos gusta, nos dirigimos hacia una disposición estética, ética y moral que deseamos. Es una de las grandes preguntas del ensayo: en la virtualidad todo eso pasa, vamos a ver qué enseñamos de nosotros mismos, vamos a ser conscientes de a dónde nos está llevando esto como personas. ¿Qué dice de ti la estética que has decidido para tu feed de Instagram?

«¿Qué dice de ti la estética que has decidido para tu feed de Instagram?»

Incluso la estética de los lugares físicos está empezando a ser influida por la virtualidad para generar espacios de consumo: restaurantes que se construyen pensando en el selfie, colas en puntos turísticos para hacer la foto que has visto en Instagram.

Cada vez se produce una mayor interrelación entre ambas esferas y la manera de consumir. Esa es una condición casi inherente a cómo opera el sistema, en cómo prima la experiencia, que es una palabra tremenda. Está en todas las formas que tenemos de cotidianidad, de intimidad, de habitar el mundo. Y eso se trasluce en la virtualidad, por supuesto. También sucede a la inversa.

La infoxicación también produce un cambio en la percepción de la realidad que puede estar también relacionado también con la desconexión de los medios y desafección social. En 2022, un informe publicado por el Reuters Institute junto a Universidad de Oxford revelaba que España es el país donde más ha caído el interés por las noticias: hace menos de diez años, el 85% de los ciudadanos encuestados se definían como personas muy interesadas en la actualidad, porcentaje que ahora ha caído más de treinta puntos. Un 36% cree que leer las noticias afecta negativamente en su estado de ánimo. ¿El preferir no saber nos hace más vulnerables?

Sin duda. Somos susceptibles de caer en fantasmagorías nostálgicas sobre pasados que nunca se dieron tal y como algunos lo reclaman. La vulnerabilidad de la ignorancia elegida es muy curiosa porque nos hace tercos en ideas y fijos en formas de mirar. A veces elegir no saber nos ancla, nos atrapa en el tiempo. 

Fotografía: Eloy Muñoz.

Ahora mismo la infoxicación queda patente con el genocidio en Gaza o la guerra de Ucrania: imágenes terribles se cuelan en nuestro timeline, las vemos y pasamos a otra cosa.

Me interesa muchísimo esa cuestión y ya flotaba en el aire cuando estaba escribiendo. Mi propio ensayo a veces me recuerda a mi madre diciendo que prefiere no ver el telediario. Yo, que me dedico académicamente a la epistemología de la ciencia –disciplina que se pregunta por el conocimiento, por cuál es su alcance o sus límites–, quería aplicar la pregunta de qué podemos conocer al propio individuo con una disposición espaciotemporal tan plural y dinámica como es la virtualidad que llevamos en el bolsillo. No sé responder a esa cuestión, pero sí creo que es importante abordarla: cómo nos relacionamos con todo lo que conocemos, porque lo estamos viendo, pero que parece que es un conocimiento que no nos interpela. El ejemplo de Gaza es una cuestión que atañe a la política privada de cada uno, pero es que vemos imágenes de horror cada día y otras muchas más cosas. La pregunta que me hago no es solo si este horror con el que convivimos nos importa, sino si este horror con el que convivimos puede importarnos, si el estar en permanente contacto con imágenes de horror puede de alguna manera hacer que desarrollemos una especie de indiferencia como resultado de un proceso inconsciente. No todo es poner la culpa al sujeto y decir que no le presta la suficiente atención al horror del mundo. Mi punto es: si le prestara atención de verdad, ¿podría continuar con mi vida? Si todos nos hacemos esa pregunta quizá tengamos una explicación de por qué todas estas cuestiones políticas que nos rodean no nos interpelan. Y pasa que nuestros trabajos son agotadores, que nuestros sueldos son bajos, que queremos tener nuestras propias vidas y vivir cómodas en ellas… es una esfera complicada.

Es un terreno donde quizá se entremezcle el cansancio provocado por el sistema con la saturación y la insensibilidad, ¿no? Pensaba en la película de La zona de interés: el horror ocurre al otro lado de nuestra vida cotidiana.

Totalmente. Por eso en esta parte insisto mucho en mencionar el tema de los afectos. Cuando uno lo piensa racionalmente, entendiendo que la razón no tiene nada que ver con nuestras emociones, llega a la conclusión de que, por supuesto, las cosas que pasan en el mundo le importan porque fríamente entiende que le tienen que importar. Al hablar de esta sobrecarga de información, el punto está en que esa razón a la que siempre apelamos no es ajena a los afectos. Es casi al revés: razonar es cuestionarse lo que uno siente. Cuando hablo de si las cosas pueden importarnos verdaderamente, apelo a esa afectividad.

«Si le prestáramos atención de verdad al horror del mundo que vemos en las redes, ¿podríamos continuar con nuestra vida?»

¿Cómo desarrollar la afectividad en la sociedad del cansancio? En un contexto de precariedad generalizada, nos refugiamos en la virtualidad como vía de evasión para dejar de pensar, aunque terminemos hiperestimulados.

Es que es un gesto muy pequeño, pero dicho así quizá suene catastrófico: llego a casa, saco el móvil, me siento un momento y ese momento se convierte en horas. Apelamos mucho a que lo hacemos para evadirnos, pero si me pasase tres horas mirando a los pájaros por la ventana también lo haría con esa pretensión. Lo que me preocupa del asunto es la cantidad de asociaciones que se pierden por el camino por la pura saturación de la virtualidad, porque voy de una cosa a la otra sin darme cuenta. Hay una especie de, no sé si lentitud, pero sí de menos volumen de cosas que pasan en el cielo con los pájaros que con la virtualidad. Ambas esferas pueden servirte para evadirte, y en ambas puedes encontrar estímulos muy interesantes y cosas que consideres una pérdida total de tiempo. Intento no hacer valoraciones duras, porque para cada persona la experiencia de la evasión supondrá cosas distintas, y ninguna de las dos cosas tiene por qué tener algo malo.

La evasión ayuda a la imaginación, pero el contexto saturado y tendente a la catástrofe hace que, a veces, nos sea imposible siquiera pensar en otros horizontes posibles. La frase de Fisher que recoges y analizas: «es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo».

Los filósofos estamos agotados de ella, pero a mí me parece que es una frase importantísima porque sienta un horizonte. Lo condensa todo. Casi todos los ensayos de filosofía contemporánea terminan con un capítulo final sobre imaginar el futuro… y es precisamente lo que no podemos hacer. Sienta un precedente y marca un límite que es desde donde hay que empezar a pensar.

En ese futuro, otra cuestión que se entremezcla es la crisis climática, ya que influye en nuestra percepción de la gravedad real del problema. En nuestro último estudio de Marcas con Valores la abordamos desde la perspectiva de la procrastinación climática, una tendencia a la parálisis a la hora de actuar que es palpable tanto en ciudadanos como empresas. Sucede por frustración, por desánimo… pero también por la polarización azuzada en las redes y la infoxicación en torno a términos como sostenibilidad.

Yo no utilizaría términos como el de procrastinación climática porque ponen la responsabilidad de la inacción directamente en el sujeto. Me parece que hay que entender nuestro inmovilismo de forma ambiental. La infoxicación se quiere referir precisamente a eso, hay una anestesia moral en nosotros que es fruto de unas condiciones sistémicas. Me gustaría que entendiéramos la indiferencia epistémica como una circunstancia que surge del mismo modo que surge la pobreza en países con una serie de condiciones materiales específicas. Es un ejemplo un poco conflictivo, pero uno entiende el poco sentido que tiene el cuestionamiento directo al sujeto cuando ve el problema –en este caso la inacción-– como el resultado de una circunstancia ambiental. Creo que mirar la indiferencia epistémica así es el primer paso para intervenir este problema de exceso informacional que frustra y paraliza. 

Ya allá por 2007 se publicaban datos de cómo la tecnología impactaba en la generación de recuerdos. Hoy, además sabemos que la ansiedad, ese mal endémico contemporáneo, también contribuye a la pérdida de memoria o la incapacidad para recordar.   

Una de las cuestiones que más me preocupa, y que he intentado reflejar, es esa: llego a casa, paso tres horas en internet, y no soy capaz de recordar lo que he visto. Es una pregunta que me hago, pero de la que no tengo la respuesta. Personalmente opino que, aunque no seas consciente o no puedas recordarlo, las cosas que ves se quedan en ti de alguna manera. Al mismo tiempo, me parece muy interesante el papel que juegan las redes a la hora de poder manipular nuestro recuerdo. Muchas veces las utilizamos como archivo: si quiero buscar la discusión que tuve con alguien en 2013, voy a mi correo y veo lo que nos enviábamos. Eso yo lo uso como bibliografía, pero también se puede aplicar si tenías ya Twitter en aquella época, o con tu feed de Instagram. Me interesa mucho la construcción biográfica de tu intimidad que haces de ti mismo para el otro. Creo que es algo que opera y operaba antes de que internet existiese, porque las modulaciones de la identidad han sucedido siempre, pero la virtualidad da posibilidad de tener un archivo biográfico en internet. ¿Quién soy? ¿Quién he sido? ¿Qué estoy enseñando que he sido? ¿Cómo esto me afecta y me constituye?

«La vulnerabilidad de la ignorancia elegida es muy curiosa: nos hace tercos en ideas y fijos en formas de mirar»

También da la posibilidad, en cierta manera, de trampear tus recuerdos: obviamente, vives lo que vives, pero tienes la posibilidad de obviar ciertas partes, al menos de cara hacia fuera.

Pero eso ha sucedido siempre, no es algo achacable a internet… o solo a internet. Cuando nos pasan cosas que no nos gustan, nos montamos el relato que podemos.

¿Esas modulaciones a la hora de mirar al pasado, al nuestro o al colectivo, tiene que ver con la explosión nostálgica a la que te referías antes, sobre todo en la cultura?

Puede ser. Últimamente la nostalgia se está revelando como la vuelta a un tiempo que nunca fue. De repente, te encuentras reclamos maravillosos de mundos que jamás existieron, ni siquiera para aquellos que lo reclaman. No sé si la virtualidad ha influido en ello de alguna manera o tiene que ver con este rollo enfático del retorno… Creo que, más que internet, lo que nos lleva a desearlo es el propio mundo en el que vivimos.

Dado que ahora nos encontramos en un momento en el que agarrarnos al pasado es mucho más seguro que pensar en un futuro que no podemos imaginar, ¿cómo podemos utilizar todo el lado bueno de la tecnología para proyectarnos en un mañana que sea lo más esperanzador posible?

Es algo que hacemos cada día. Puedes aprender muchísimo de todo lo que lees en la red, de las personas con las que conectas. Basta con ser un poco curioso, en el menos negativo de los sentidos. Quizá esté condicionada por mi propia experiencia, pero creo que es algo que ya hacemos: yo aprendo y me politizo todos los días, y si no fuera por todas esas personas que me quieren explicar temas que para ellas son importantes, hay muchas cosas que jamás habría descubierto, libros que jamás habría leído. Precisamente es por eso por lo que soy una grandísima defensora de internet, porque te puede llevar a sitios geniales y conectarte con gente increíble. Solamente necesitamos no desaprovecharlo.

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