Marta G. Franco
Foto: Elvira Megías

Marta G. Franco: «Internet puede ser un espacio para la cooperación y el fomento del bien común»

Hace no tanto, internet fue nuestro. Hoy suena casi utópico y buenista, pero en la red hubo un tiempo en el que se creaban amistades y se compartía el conocimiento. No se regía por algoritmos, el odio no era el gran protagonista y un sinfín de puntos positivos más. Sin embargo, según sostiene Marta G. Franco en su ensayo Las redes son nuestras (Consonni), quienes hacen negocio con nuestros datos (y con el odio) nos fueron robando ese internet poco a poco. Por suerte para nosotros, entre sus recovecos aún podemos encontrar restos de esa antigua red que no ha desaparecido del todo. ¿Podemos recuperarla?


¿Por qué dices que hemos perdido internet?

Creo que es una experiencia compartida: internet era la promesa de mundos nuevos, la posibilidad de acceder a información infinita y conectar con personas de todo el mundo, y ahora nos parece sobre todo una fuente de estrés y de dinámicas tóxicas.

¿Cómo era cuando era vista como una herramienta para construir un mundo mejor? 

Era la internet construida por personas y entidades diversas con voluntad de compartir conocimiento, que surgió gracias a la colaboración de la comunidad científica y estaba llena de foros donde se dialogaba sin algoritmos. Esa internet ha quedado arrinconada por las grandes tecnológicas, pero no ha desparecido del todo: sigue en el software libre, en centros de investigación públicos, en señoras que consiguen arreglar su WiFi mirando videotutoriales, en las comunidades que están construyendo redes sociales alternativas como Mastodon, etc.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

La historia de internet está llena de lo que yo llamo robos: se van inventando distintos modelos de negocio para monetizar recursos que antes eran comunes. Empezamos por los propios cables, que fueron financiados con dinero público para conectar universidades y pasaron a ser explotados por empresas telefónicas; seguimos por lo que llamaron Web 2.0, que no era más que una forma de sacar dinero de lo que compartimos en redes sociales. Ahora estamos viendo un desarrollo de la inteligencia artificial que se basa en ingerir cantidades enormes de contenidos que publicamos en internet para regurgitarlos y vendérnoslos.

También nos han robado el discurso en torno a internet. Una de las cuestiones que explicas es que, por más que nos lo quieran vender de otra manera, mucha de la tecnología que usamos se ha desarrollado de manera pública o a través de personas comunes. Rompes un poco con la idea de emprendimiento neoliberal de Sillicon Valley. ¿Puedes poner algún ejemplo?

En un iPhone, la batería de litio, el microprocesador, el disco duro, la pantalla táctil y todo el sistema de conectividad a internet fueron inventados en centros de investigación de Estados Unidos y Europa. Esto lo explica muy bien Mariana Mazzucato en su libro El Estado emprendedor: las partes más arriesgadas de la innovación, las investigaciones que se hacen de manera exploratoria y a veces no llegan a nada, ocurren con financiación pública. Luego, cuando se descubre algo que funciona y es vendible, aparece el sector privado. Respecto a la gente común, pongo un ejemplo menos conocido: la versión inicial de Twitter se basa en un software libre que creó un activista de Nueva York para coordinar manifestaciones enviando avisos por móvil. Literalmente, Twitter nació privatizando código desarrollado por y para los movimientos sociales.

«Las plataformas están diseñadas cada vez más para amplificar los contenidos que producen miedo y sentimientos fuertes que nos enganchan a la pantalla»

También hemos perdido las redes y mucha de la protección como usuarios. Las llegas a tildar como plataformas de odio.

Creo que esto también es una experiencia compartida. Y tiene que ver con un modelo de negocio que consiste en capturar nuestra atención. Es por eso que las plataformas están diseñadas cada vez más para amplificar los contenidos que producen miedo, rabia y otros sentimientos fuerte que nos enganchan a la pantalla. Paralelamente, ciertos sectores están aprovechando esta característica de los algoritmos para impulsar sus agendas reaccionarias, en respuesta al feminismo, al antirracismo, a las luchas LGTBIQ+ y a otros movimientos sociales de cambio que crecieron en esas mismas redes anteriormente.

¿La privacidad la hemos perdido también?

Diría que más bien ha cambiado el concepto de privacidad: no nos preocupa que tengan acceso a nuestros datos porque no le vemos importancia a eso que ponemos en el móvil. Tenemos que comprender que nuestros datos aislados no valen nada, es la acumulación de datos de millones de personas lo que resulta rentable porque sirve para predecir patrones de consumo o para entrenar inteligencias artificiales. Así que no deberíamos preguntarnos tanto «¿me importa que sepan dónde estoy o qué música me gusta?» como «¿quiero contribuir a este modelo de negocio injusto y tóxico?».

¿Cómo podemos hacer para recuperarlas sin irnos? Muchas veces es un privilegio que no podemos permitirnos.

Sin duda, hay muchos casos en los que tenemos que usar las grandes plataformas para mantener nuestro trabajo o nuestras relaciones sociales, pero eso no quita que podamos cuestionarnos ciertas inercias. ¿Voy a perder clientes de mi negocio si dejo de publicar en Instagram a diario, o mis clientes me están viniendo más por otras vías? ¿Tengo que guardar todos estos gigas de fotos y vídeos solo porque la nube es muy barata, o puedo guardar solo una selección siendo consciente de la huella ecológica de los centros de datos? ¿Esa IA de verdad me está ayudando en mi trabajo, o me paso más tiempo corrigiendo sus respuestas mediocres? O, por llevarlo a un plano más político, porque obviamente no podemos cargarlo todo a la responsabilidad individual: ¿es la aplicación de IA en la sanidad pública la inversión más necesaria ahora, o mejoraría más la atención si se gastara ese dinero en otra cosa?

«No nos preocupa que tengan acceso a nuestros datos porque no le vemos importancia a eso que ponemos en el móvil»

Una de las soluciones que propones es la interoperatividad. ¿Qué es y cómo ayudaría?

La interoperabilidad es la capacidad de sistemas distintos para intercambiar datos entre ellos. Se entiende mejor con un ejemplo: los servidores de correo son interoperables porque si yo tengo una cuenta en Gmail puedo escribir a una amiga que tenga la suya en Hotmail, o a otra que use un correo de una empresa más ética. Hay grandes plataformas que acabaron con la interoperabilidad y por eso nos quedamos en ellas y aguantamos los abusos de sus dueños: no puedes irte porque es donde están tus amigas, o donde tienes toda tu música, o tu historial de ventas o mil cosas más que perderías. Si los sistemas que usamos fueran interoperables, tendríamos más libertad para elegir y además lo privado podría convivir con la gestión pública o comunitaria, regida por otros valores.

¿Y cómo tendría que ser internet para que fuera respetuoso con el medioambiente?

Tendría que dejar de crecer la explotación masiva de datos, porque los data centers consumen gran cantidad de energía y agua, además de los materiales necesarios para su construcción. También ayudaría dejar de diseñar portátiles y móviles para que queden obsoletos en poco tiempo.

Wikipedia es un buen ejemplo de todo esto, ¿por qué?

Todos los días hay cientos de miles de personas colaborando desinteresadamente en millones de artículos en cientos de lenguas. Por supuesto, Wikipedia tiene sus fallos, sesgos y omisiones, pero aun así es la fuente de información más universal, democrática y amplia jamás creada. Cuando digo que internet puede ser un espacio para la cooperación y el fomento del bien común puede sonar utópico, pero Wikipedia está ahí desde hace más de veinte años y sigue siendo una de las webs más visitadas del mundo.

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