Solo en algunas ocasiones las citas iniciales de los libros logran reflejar bien lo que puedes esperarte en las páginas siguientes. Marta Jiménez Serrano (Madrid, 1990) lo consiguió al escoger una de Roberto Bolaño: «el amor nunca trae nada bueno. El amor siempre trae algo mejor». Con esas palabras comienza No todo el mundo (Sexto piso), una colección de relatos que disecciona las relaciones de pareja en una sociedad líquida y pasada de revoluciones en la que, aunque a veces seamos un poco cínicos, siempre nos pasa como al final de Casablanca: mientras el mundo se derrumba, nosotros nos enamoramos.
Después de milenios escribiendo sobre él, ¿por qué nunca nos cansamos de hablar de amor?
Es un tema que tiene muchas aristas. En un nivel más esencialista, es una de las grandes incógnitas del ser humano, pero que nos interpela a cada uno de forma diferente en nuestra vida cotidiana. Tiene algo muy particular: por un lado, hay algo del amor que no ha cambiado en muchísimos siglos –lees un poema de Safo o de Catulo y lo entiendes–; y, por otro, aunque el sentimiento sea el mismo, su realización cambia muchísimo en función de cómo está organizada la sociedad y de las expectativas que ponemos en él. El amor no ha sido lo mismo a lo largo de la historia.
¿Queremos de manera distinta a como lo hacían nuestros padres o nuestros abuelos?
Sin duda. En las últimas tres generaciones, en el mundo occidental ha habido muchas cosas que han cambiado y han afectado directamente a las relaciones de pareja, y más específicamente a las heterosexuales. Había unos roles hombre-mujer muy definidos que se rompieron: se democratizó el uso de anticonceptivos, la mujer se incorporó al mundo laboral y ya no tenemos la figura de un hombre que tiene que proveer de recursos y una mujer que tiene que cuidar a los hijos… Eso reconfigura todo. Antes, el matrimonio se producía para perpetuar una descendencia o para unir patrimonio, pero no tenía nada que ver con el sentimiento de amor, que podía existir si había suerte, pero no siempre era así. Ahora mismo, al preguntarnos por qué estamos con nuestra pareja privilegiamos muchísimo el querernos. Hay libros y discursos que anuncian el fin del amor, pero yo creo que sucede justamente lo contrario: es la primera vez en la historia que le damos al puro sentimiento la importancia de hacer y deshacer relaciones. Basta con decir que no queremos a alguien para romper una hipoteca y una vida con tres hijos en común porque lo consideramos un motivo suficiente para dejar a una pareja. Hasta hace nada eso habría sido un delirio absoluto.
La independencia económica de las mujeres es la gran responsable de ello.
Que una parte de la relación no dependa de la otra es algo que lo cambia todo. A la vez también al varón se le está exigiendo más en lo emocional, cuando antes era un campo del que solo se encargaba la mujer. Han cambiado todos los roles, pero sobre todo la clave es que ahora tampoco hay un modelo concreto de pareja: hace años todo el mundo tenía claro cómo tenía que ser, y ahora cada una tiene que pensar cómo se quiere organizar y cuáles van a ser sus acuerdos.
El hecho de que los hombres puedan reconocer, por ejemplo, que están mal después de una ruptura, esa conquista de la propia vulnerabilidad, también es un avance.
En cierto modo incluso se les exige. Las mujeres ya no queremos hacer toda la tarea emocional de la relación, así que si esta falla es un problema de ambos. Es algo tremendamente beneficioso que el hombre pueda mostrarse vulnerable y que no tenga que responder a un único modelo social. Había hombres que no estaban satisfechos con el modelo del macho alfa, pero que se tenían que adaptar forzosamente a él, como se ve por ejemplo en el relato de Horny asian teen del libro: hay chicos que hacen esfuerzos para adaptarse a lo que el grupo espera de ellos, pero que no les sale natural ser ese tipo de hombre. Cuantas más posibilidades legítimas haya de que puedas mostrarte como eres, mejor.
«Es la primera vez en la historia que le damos al amor la capacidad de hacer o deshacer relaciones: basta con decir que no queremos a alguien para romper con una vida con tres hijos en común, cuando hasta hace nada eso habría sido un delirio»
En una generación como la nuestra, atravesada por las sucesivas crisis y por una precariedad que ya consideramos casi endémica, ¿qué papel le dejamos al amor?
No sé si le damos una vuelta muy distinta. Siempre ha sido un tema central, porque el eros es lo que nos mantiene vivos y nos impulsa a hacer cosas, y la pareja lleva muchísimo tiempo siendo la base de la organización social. Pero sí creo que la precariedad ha afectado a nuestras relaciones en la medida en que ha sido difícil hacer proyectos de vida conjuntos a corto, medio y largo plazo por no tener las condiciones materiales para ello.
Ese condicionante económico que también lo abordas en el relato de La Virgen de la Macarena: es recurrente el debate de si es posible enamorarte de una persona de ideología política distinta, pero no tanto el de la viabilidad de una pareja con dos miembros de clases socioeconómicas radicalmente distintas.
De hecho, normalmente ambos aspectos suelen ir ligados, quizá no tanto en el sentido de votar a diferentes partidos, que da igual, sino de algo más allá, porque la ideología es algo más transversal y complejo. En ese relato se aborda de forma explícita porque hay una diferencia de clase muy grande que se carga el mito de que el amor puede con todo, porque hay obstáculos que son lo suficientemente complicados como para que el amor pueda salvarlos. El dinero es una parte importantísima en las relaciones de pareja. Todas hablamos de ello incluso cuando la situación es holgada, porque hay que decidir qué priorizas, en qué te lo gastas…
¿Y por qué normalmente en las historias de este tipo queda fuera de foco, o como algo casi secundario?
Creo que pasa como con el sexo. En la ficción siempre se nos ha contado como una excepción, como la escena y el momento mágico, cuando en la realidad de una pareja es algo de lo más normal y cotidiano. Ambos temas han sido un tabú y por eso no se han tratado con naturalidad, pero es imposible obviarlos si quieres hablar de una relación. Normalmente no tienes datos específicos de cuánto gana la gente, pero con la pareja sí accedes a esa información, así que tienes que abordarla. Entrar en la intimidad del otro es entrar también en su economía, aunque cada uno tenga sus cuentas y no haya problemas económicos: siempre va a haber comentarios de lo que te ha costado un bolso, o de lo que os habéis dejado en un viaje.
Hablando de sexo. En el primer relato, ella aún no se ha acostado con otra persona, pero «lo haría con los ojos cerrados, y con eso basta». ¿Basta?
Creo que hay una diferencia entre el deseo de hacerlo y la voluntad de no hacerlo, pero en el momento en que reconoces que lo harías, sí que ya da igual. Hemos considerado siempre el sexo como la infidelidad máxima, o incluso la única que había: para mucha gente, que su pareja sea infiel es que se acueste con otra persona, nada más, pero hay cosas peores que el sexo y hay mil maneras más de tratar mal a tu pareja. Si estás hablando todo el día por WhatsApp con otra persona, le has contado ya tu infancia, tienes ciertos sentimientos… ¿Cómo puedes decir que no ha pasado nada? Está claro que algo pasa, aunque no sea físico.
Como decía la famosa columna de Manuel Jabois: hay más cuernos en un ‘buenas noches’.
Ha sido muy cómodo darle todo el peso de la deslealtad a lo físico. Si no pasabas ese límite, podías hacer muchas cosas que claramente le faltaban al respeto a tu pareja, pero como no te habías acostado con otra todavía tenían hasta que darte las gracias.
Al leer No todo el mundo es fácil pensar en series tipo Modern love o en la adaptación de Gente normal de Sally Rooney. ¿Ha construido la ficción la imagen que tenemos del amor romántico?
La ficción potencia valores que ya están en la sociedad, así que es injusto echarle toda la culpa. Hay una frase de Tamara Tenembaum en El fin del amor en la que dice que a los chicos los educan para hablar de cosas, pero a las chicas nos educan para hablar de chicos, y estoy de acuerdo. Creo que la sociedad, la Iglesia y el heteropatriarcado –y, por tanto, la ficción–, han mandado el mensaje de que el principal cometido en la vida de la mujer era encontrar a un hombre, de que el día de tu boda iba a ser el más feliz de tu vida… Ahora que eso está cambiando, empezamos a ver historias diferentes que cuentan que el amor no te va a salvar de nada, que enamorarte no es el principal objetivo de tu vida y que no tienes que dejar todo por ir detrás de ese chico con el que te chocaste casualmente en una cafetería.
«Siempre hemos considerado el sexo como la infidelidad máxima en una relación, pero hay cosas peores»
Señalamos a las películas cuando hace unas semanas teníamos en la portada del Hola la boda de Tamara Falcó con un titular categórico tras una infidelidad pública: «el triunfo del amor».
Hay una serie de poderes fácticos que han vendido esta idea de la pareja perfecta por muy diversas razones. Qué decir de los medios de comunicación y del papel cuché en la historia reciente, por ejemplo, respecto a la aristocracia: cuando hablamos de príncipes o de princesas nos vamos siempre a Disney, pero habría que analizar cómo se han contado y vendido las historias reales de carne y hueso. El amor nos interesa porque estamos en un momento de cambio social, pero es un tema muy complejo, y para muestra lo que pasó con la propia Tamara, que se convirtió en ídolo feminista cuando dejó al novio que la engañó y ahora está en una portada de lo más rancia, en el sentido pleno de la palabra.
Es curioso que en ninguno de los relatos coloques como elemento central uno de los temas de moda al hablar de amor contemporáneo: las aplicaciones para ligar.
He intentado reflejar las cosas que me parece que son cambios profundos que nos afectan a todos. No digo que los conflictos de los relatos tengan que ser universales, pero las dinámicas que muestran sí están más o menos generalizadas. Puedo equivocarme en esto, pero creo que, aunque las aplicaciones y las redes cambian el modo de comunicarnos, no son en sí el origen de un cambio en las relaciones afectivas. Nos mandamos mensajes todo el tiempo, que podemos hablar en simultáneo con el otro y eso tiene implicaciones, pero no transforma la concepción de la pareja.
Aún hay gente que se inventa historias paralelas para evitar decir que se conocieron por Tinder. ¿Sigue pesando el prejuicio?
En algunos ambientes probablemente sí, pero en ese aspecto se ha cambiado muchísimo. Recuerdo que cuando yo tenía veinte años había parejas que se conocían por internet –ni siquiera por aplicaciones de ligar, sino por chats o por redes sociales– y nunca lo reconocían, pero hoy ya he visto bodas que han nacido de Tinder y se cuenta sin pudor. Puede que haya gente que siga viéndolo raro, pero creo que el estigma venía principalmente porque las aplicaciones se asociaban a la promiscuidad o a la incapacidad de ligar. Lo primero hoy ya no nos parece tan problemático; y, respecto a lo segundo, sabemos que quien acude a ellos no es necesariamente una persona fea que tiene que ponerse una foto que no es la suya. Hemos asumido que el espacio virtual es simplemente un lugar más en el que relacionarnos.
Tampoco te centras en otro tema de actualidad en la agenda amatoria y los artículos de prensa, como el poliamor.
Es que me pasa lo mismo. Es algo que está ahí y que hay gente practicándolo, quizá de manera también más desestigmatizada, pero no creo que sea un cambio transversal: ha existido siempre, simplemente hoy es más fácil de llevar o de contarlo. No es tan universal como el tener que lidiar con varias exparejas, tener que hablar sobre la exclusividad sexual porque ya no se da por hecho… Eso sí se ha instalado como un cambio significativo, y no creo que el poliamor esté en ese punto. Se trata mucho en los periódicos porque cada vez que lo usamos o hablamos de sexo hay mucho clic, pero no sé si es algo tan presente.
Sí que tus relatos beben de un cambio sustancial que es el fin del estigma de la soltería.
Como tantas otras cosas, nos pasaba sobre todo a las mujeres. Si eras un hombre, se asumía que eras un donjuán, pero si eras una mujer eras una despechada o una pringada. Afortunadamente, hemos comprendido que una mujer puede estar soltera porque quiere y puede disfrutar de múltiples relaciones sexuales, no necesariamente tiene que estar en casa aburrida, engordando y comiendo helado en el sofá esperando a que alguien la quiera.
«Una mujer puede estar soltera porque quiere, no necesariamente tiene por qué quedarse comiendo helado en el sofá esperando a que alguien la quiera»
Es curioso cómo en pocos años se ha pasado del prototipo de mujer soltera fracasada tipo Bridget Jones al de mujer soltera con gato y satisfyer. Un cliché, por cierto, igual de ridiculizado por los sectores más misóginos que lo asocian con el fin de la familia tradicional.
Siempre va a haber una parte de la población que cuestione y se oponga al disfrute de la mujer, aunque reconozco que la sustitución del helado por el satisfyer me parece un avance: por lo menos ya se entiende que nos masturbamos igual que los hombres y que no estamos llorando en casa [risas]. La independencia y el placer femenino no vinculado al varón sigue sentando mal y despertando suspicacias. Se ve muy claro con las escenas eróticas lésbicas: han sido siempre vapuleadas y condenadas excepto cuando son para excitar al varón; o, dicho de otra forma, el porno lésbico siempre ha sido un éxito entre los hombres, pero si dos mujeres se besan en una plaza está fatal y es una provocación. Es algo que se tienen que mirar ellos, no nosotras.
En Los nombres propios abordabas cómo llegamos a convertirnos en quiénes somos, cómo nos conocemos y nos acostumbramos a nosotros mismos. En No todo el mundo, la relación de pareja con otra persona. ¿Tenemos que mirarnos primero para poder construir mejores vínculos con el otro?
La autoestima y la consideración que tenemos de nosotros mismos es fundamental. Todos necesitamos de los demás, pero si tu validación no depende tanto del otro eres capaz de construir relaciones menos basadas en un concepto tóxico de necesidad y más en la compañía, en el disfrute, en la comprensión. Hay muchas cosas que pueden ensamblar una pareja, y unas son más bonitas que otras, y cuanto mejor está uno consigo mismo, más probable es que lo que nos une a los demás sea positivo.
Sin embargo, buscamos la mirada del resto: hace unos años, un estudio de una universidad americana concluía que cuando las personas se sentían más inseguras respecto a los sentimientos que su pareja tenía hacia ellos, más fotos subían a Facebook o a Instagram.
Vivimos en una época de exposición total y en redes creas un relato de tu relación, pero en el fondo es lo que pasaba en misa, en la plaza del pueblo o en el bar a la hora del aperitivo. La construcción de la pareja como un relato hacia fuera es más antiguo que nada: cuántas parejas se presentaban en sociedad como ideales y luego en casa no podían soportarse. Lo hemos hecho siempre, las redes lo único que han aumentado es la exposición.
«La construcción de la pareja como un relato hacia fuera es muy antiguo: cuántas parejas mostraban ideales y en casa no podían soportarse»
También han contribuido a que tengamos que gestionar digitalmente el rastro de exparejas que abordas en alguno de los relatos. Saber que si una relación termina quizá nos apetezca borrar las fotos de nuestro perfil –y que será algo evidente para quienes nos vieron desde la fase de enamoramiento–, ¿cambia nuestra forma de gestionar las rupturas?
En eso somos un poco novatos, porque mucha gente de la generación de nuestros padres ni siquiera sabe lo que es tener una expareja. Las rupturas son una cosa muy reciente y todavía estamos aprendiendo a hacerlo y, como no hay un modelo único, todo el mundo tiene que pensar qué es lo que necesita en ese momento. Ha habido un discurso social de la expareja ideal que se lleva genial y tampoco hace falta. Siempre desde el respeto y la educación, pero si algo ahí se ha roto quizá tampoco sea necesario ser amigos del alma.
En su acepción más amplia, ¿el amor puede ayudar a hacer del mundo un lugar mejor?
El amor, en sí mismo, no es nada. Lo que ayuda a que el mundo sea un lugar mejor es la empatía, el respeto y la escucha… y digamos que ojalá esas tres cosas estén en las relaciones de la gente. [Risas].
Ahora que ya estamos todos en la cuenta atrás para las vacaciones, nosotros recomendamos llevarse No todo el mundo en la maleta. ¿Qué libros recomiendas tú?
Me acabo de leer La mala costumbre, de Alana Portero, que es buenísimo. Material de construcción, de Eider Rodríguez, también salió este año y es fantástico… y un libro de Carmen Martín Gaite, que aunque no es una novedad literaria, siempre es maravillosa. Aunque mi recomendación es que se lleven lo que quieran. Es un rollo leer por obligación.