Hay gente que da la vuelta al mundo buscando su sitio en él. Otros tienen más suerte y no tienen que irse tan lejos. Natalia Ferviú (Tenerife, 1982) lo ha encontrado en su cocina o, mejor dicho, en el niño rubio de tres años que corretea por ella mientras graba Que si quiero o que si tengo, el podcast en el que aborda todas las aristas de la maternidad y que, confiesa, le ha cambiado la vida. Un proyecto en el que hace de mujer orquesta y que le permite conciliar el sueño… y el tiempo. Fotos: Arancha Brandón.
Si echaras la vista atrás, ¿qué le dirías a la Natalia de 2018?
Lo primero, la abrazaría e intentaría decirle que fuese fuerte, que todo va a estar bien. Que ese ejercicio de honestidad ha servido para algo. Para poder dormir tranquila. Me hubiese gustado ahorrarle ciertas cosas que vinieron por el camino, como el acoso de un tipo de prensa que iba buscando el salseo. Le advertiría de que tendrá que hacer un enorme ejercicio de contención, pero que a largo plazo estará bien.
La manera de entender el entretenimiento televisivo impacta en quienes lo vemos, pero también en quienes estáis ahí.
Entré en un programa para hacer cambios de look que empoderasen a personas que venían completamente destrozadas, y esa fue una parte preciosa. Viniendo del mundo de la moda –que, según cómo lo mires, puede ser un tanto banal–, con el programa pude saciar un lado más social y tener una nueva perspectiva de lo que podía ser mi trabajo, usarlo para poder ayudar a la gente. Es cierto que venía acompañado de una exposición que al principio era algo fantástico: entiendo que haya gente a la que no le guste que le paren por la calle, pero a mí personalmente me encanta. El problema fue cuando, de repente, se empezaron a generar unas dinámicas muy feas. Al final, la tele son números y, si hay peleas, la audiencia sube. Eso se empezó a forzar. Nosotros éramos unas marionetas. De repente, me vi envuelta en algo que no iba para nada conmigo. No creo que haya una tele buena y una mala, y respeto a quienes les guste entrar en estas cosas, pero a mí no me hace bien. Sufro mucho. Y llegó un momento en el que peté.
En cierto modo, te adelantaste al debate abierto en torno a la salud mental.
Nunca lo había pensado… pero sí. [Risas].
¿Cambiarías algo de ese momento?
No lo sé. Quizá hubiese estado mejor reaccionar de forma más elegante, pero fue un impulso. Mi cuerpo habló por mí. Hoy me parece fantástico haberme plantado ante ciertos abusos y haber podido mandar todo a la mierda al menos una vez en la vida. Hubo varios intentos de que volviera, pero yo lo tenía muy claro. Creo que fue una buena elección priorizarme.
Hay que tener valentía para decidir salir así del foco mediático en un momento en el que el sistema nos fuerza a lo contrario, a estar siempre presentes.
Cuando renuncias a salir en la tele, renuncias a muchas cosas. Hay mucho miedo a desaparecer, a cobrar menos… Cada uno tiene sus prioridades, y para mí era más importante dormir a pierna suelta que ser más rica o salir en más revistas. Tuve que trabajarme un perfil bajo para escapar de esa sobreexposición que me estaba haciendo daño. Había programas que llamaban a mis amigos y a mis familiares que viven en Canarias para sacar información de mi vida… Situaciones muy feas.
¿Sufriste mucho hate?
En ese momento concreto, sucedió lo contrario. La gente me paraba por la calle para felicitarme y para decirme que no estaba loca, que en casa veían lo mismo que yo. Cuando estás con ansiedad y con problemas de salud mental, calma mucho ver que desde fuera confirman que existen los fantasmas que tú ves. Que mi fandom, los ferviuers, que nacieron con el boom de ese programa, entendieran mis tiempos… Fue la hostia. El hate solo vino por parte de cierto tipo de prensa y de algunas personas que seguían dentro y que me hacían mucho daño desde la distancia.
Lo que pasa en la tele no siempre se queda en la tele.
Lo hablaba hace poco con una de las invitadas al pódcast, Juliana Gata, una cantante argentina que también ha participado en programas de televisión: el trato que dan los fans a músicos, a actores o artistas es muy distinto del que se le da a la gente que sale en la televisión. De un artista valoras su obra; de una persona que sale en la tele valoras su fama o su popularidad. Con ellos desarrollamos una confianza que con otros artistas no tenemos. Yo creo que me mostraba como era, pero las personas tenemos muchas aristas y no podemos reducirlas a lo que vemos en pantalla. En mi caso, quiero pensar que había una parte de admiración a mi trabajo como estilista, pero que iba unida a la fama por estar en la tele y eso, digamos, levanta pasiones.
¿Cómo ha cambiado en este tiempo tu relación con la moda?
Creo que es algo que va de la mano con mi propia evolución vital. Mi rol dentro del mundo de la moda siempre ha sido un tanto peculiar. Cuando empecé había cánones mucho más marcados, se usaba Photoshop a saco, todo se llevaba hacia lo sexy… No tengo nada en contra, pero para mí la moda está muy ligada a la música y mis referentes eran otros. Me interesaba mucho más ver a una tía con un look tomboy que lo demás. Éramos una minoría las que nos salíamos del tiesto y la diversidad apenas existía: era imposible ver cosas fuera del canon no ya en cuanto al peso, que también, sino que apenas se veían chicas con una nariz grande, con cicatrices… Ahora, afortunadamente, eso ha cambiado y la diversidad es casi algo mainstream. Es cierto que a veces se nota que se hace por una cuestión de marketing y es triste, pero creo que, aunque sea por eso, siempre es mejor que se haga a que no.
En Cámbiame ya transmitías esa idea de la ropa como algo más.
Allí me di cuenta de que la moda podía tener además un uso más profundo. Yo venía de hacerle estilismos a actrices y modelos, a gente que, en cierta forma, te necesita lo justo. Una persona de la calle y un futbolista pueden tener los mismos complejos, pero uno tiene acceso más fácil a la moda. Trabajar con marcas está bien, me interesa su evolución y su historia… pero era algo que no me llenaba. Siempre tuve mucha inquietud social.
«De un artista valoras su obra; de una persona que sale en la tele valoras su fama o su popularidad»
Y, desde entonces, sigues en ese camino.
Es que, con todo, en el programa descubrí algo que le daba sentido a lo que hacía. De hecho, al salir de la tele, me centré en eso. Fui a Alcalá Meco a dar una charla a las presas sobre empoderamiento femenino a través de la ropa, he estado de profesora, que me flipa… Veo la moda desde un punto de vista sociológico, porque es una disciplina que habla de quiénes somos y quiénes queremos ser.
¿Han cambiado también tus decisiones de compra?
En este tiempo he ido tomando conciencia de cómo está el mundo. Siempre he sido fan de la ropa de segunda mano, pero he ido reduciendo bastante el consumo. Ahora me fijo mucho más en los materiales y, sobre todo, no tengo problema en repetir, tanto en la tele como en las alfombras rojas. Hay todavía cierto pudor en ello, pero hay que normalizarlo porque lanza un mensaje muy potente. Tenemos que reivindicar el volver a los armarios de nuestras madres y nuestras abuelas, que eran eternos. No tenemos que ser víctimas de la moda, sino utilizarla a nuestro favor para ser felices. Es una herramienta con un gran poder transformador. Tiene que ser algo divertido, que te permita soñar, no algo que nos haga la vida peor o nos cause sufrimiento a la hora de ir de compras. Para eso, habría que cambiar muchas cosas, empezando por las marcas.
Con colecciones y tendencias nuevas cada dos semanas, ¿cómo darle la vuelta?
Compramos sin preguntarnos dónde acaba esa ropa. Está claro que los productores, en general, no están haciendo las cosas bien, pero nosotros como consumidores tampoco. Y no creo que la solución sea regañar, sino convencer, intentar mejorar todos sin lanzarnos las culpas. Te estaría mintiendo si te dijera que nunca compro en Zara o que no entiendo que haya chicas que pidan ropa en Shein porque es donde venden ropa que les sirve, o que una familia vaya a Primark porque es lo que pueden permitirse. Quizá deberíamos hacer un análisis más profundo de qué sucede, por qué hay una precariedad o una falta de tallas que obligan a ello. Si los consumidores nos plantamos y empezamos a exigir ciertas cosas a las marcas en materia de sostenibilidad no les va a quedar otra opción, igual que tampoco les ha quedado otra que subirse al carro del feminismo. Puede que lo hagan solo por marketing, pero que lo hagan. Y sin engañar a la gente.
Como madre de un niño de tres años, ¿es posible inculcar esa filosofía? ¿Crees que las nuevas generaciones lo tienen ya presente?
Que crezcan tan rápido te obliga a comprar con frecuencia. Pero sí noto un cambio: cuando éramos pequeñas, no teníamos problema en heredar cosas de hermanos mayores, pero en los años de crecimiento desenfrenado eso estaba mal visto, y ahora creo que estamos volviendo a ello, al menos en mi entorno. Yo a mi hijo le he puesto ropa de los hijos de mis amigas e incluso mía. Aunque hoy eso es más difícil por un motivo: antes las prendas duraban, ahora no. En la maternidad en general –y en esto en particular– hay que hacer malabares sin buscar la perfección. Siempre hay opciones: donar, prestar a tus amigas, comprar menos pero mejor…
«No tenemos que ser víctimas de la moda, sino utilizarla a nuestro favor»
¿También notas esa evolución en cuanto a género?
La camiseta favorita de Marcelo es de niña. Y la única razón para que esa camiseta estuviera en la sección de niña es que tenía flores. Como es rubio y tiene el pelo rizado, muchas veces cuando la lleva puesta me preguntan si es una niña porque parece un criterio extendido que un crío no puede llevar flores. [Risas]. Hay mucho que hacer con eso, mucha masculinidad tóxica y mensajes patriarcales. Y a la inversa: a la hija de una amiga le flipan los superhéroes y tiene que ir a la sección de niño. Sería más fácil si se separasen por prendas o por temáticas y no por género. Pero que las camisetas de las chicas digan princess y las de los chicos champion… es fuerte.
Hace un par de años salió un estudio analizando precisamente eso y concluyó que las camisetas de los niños tenían más texto y mensajes más motivadores, mientras que las de las niñas reforzaban el ser amable, el ayudar a los demás…
Es increíble. Y no solo eso. Yo estaba como loca por comprarle a mi hijo un pantalón de campana y, evidentemente, en la sección de niños era imposible, pero es que en la de niña todos eran apretadísimos. Y toda la ropa así. Ellos pueden ir cómodos, pero nosotras tenemos que ir bien ceñidas, sexualizadas desde pequeñas. Hay que superar esto ya. Lo del rosa y el azul fue una decisión de marketing que no va a ningún sitio. Me espanta que, después de años intentando darle la vuelta, ahora se haya recuperado con los gender reveals. Refuerzan unos estereotipos terribles. A Marcelo le encanta el rojo, el azul, los coches… y las flores. No veo nada de malo en dejar que se ponga lo que le apetezca.
¿Qué te ha cambiado ser madre?
Mi lugar en el mundo. Es un viajazo.
Has contado muchas veces que lo deseabas desde niña.
Tengo una hermana nueve años más pequeña que yo y mi padre tiene problemas de salud mental –es bipolar– y me crié con los cuidados muy presentes. Siempre he tenido instinto maternal y tenía claro que quería ser madre por encima de todo, aunque fuese sola. A lo largo de mi vida he tenido varias parejas con las que veía que eso no era viable por la relación en sí, por el ambiente en el que se iba a criar, por las circunstancias. Pero luego llega un momento en el que maduras y aparece alguien que, además de ser una buena pareja, sientes que va a ser un buen padre. En mi caso, me sucedió con Carlos (el cantante Carlangas). Y tengo claro que ser madre es lo más bonito que me ha pasado en la vida. Entiendo que cada maternidad es única y que va ligada a las circunstancias, pero a mí me llegó en un momento en el que lo deseaba muchísimo. Había salido del túnel tras todo lo que pasó con Cámbiame y sentía mucha paz.
¿Tuviste miedo?
Al contrario. Siempre he sido muy miedosa, pero la maternidad me ha empoderado. Hay gente a la que le invade la angustia, pero a mí el hecho de gestar y parir me hizo sentir poderosa, como si pudiese saltar cualquier obstáculo. El único miedo que sentí al nacer Marcelo fue a morirme. Siempre he tenido la muerte muy normalizada, pero en ese momento algo cambió. Lo traté mucho en terapia y, al final, asumí que sería una putada, pero que tampoco pasaría nada. No soy imprescindible, puede sobrevivir sin mí.
¿Qué te estás llevando del camino?
Siento que me ha hecho más fuerte. Con estos ritmos vitales, ser madre es un aprendizaje brutal sobre el presente, sobre el estar aquí y ahora. No vivir pendiente del teléfono porque tienes un niño que demanda tu atención, todo el tiempo de lactancia que, en mi caso, he disfrutado muchísimo… Me considero una mujer paciente, pero he descubierto además que la maternidad tiene un punto contemplativo maravilloso, es observación y deleite. A mí es algo que me tiene flipando para bien. Mi hijo es mi maestro.
«Ser madre es un aprendizaje brutal sobre el presente, sobre estar aquí y ahora. Mi hijo es mi maestro»
Es algo que transforma tu relación contigo misma, pero también con los demás.
Hay gente que siente cierta pérdida de identidad o que se nota descolgada porque, evidentemente, los planes cambian. Yo tengo mucha suerte porque en mi entorno nos hemos acoplado bastante bien. La mayoría de las mujeres de mis amigas no son madres, pero son muy sororas y siempre están dispuestas a echarme un cable y a adaptarse a mis ritmos. También yo hago por estar presente e intento ser flexible, sobre todo con los horarios, porque creo que es bueno para mí, pero también para Marcelo. ¿Que nos vamos a un museo y se nos hace un poco tarde? No pasa nada. Vamos fluyendo. Soy Acuario, qué quieres que te diga. [Risas].
¿Ha cambiado tu perspectiva sobre las redes de amistad que se crean entre mujeres, sobre todo entre madres?
Es cierto que, cuando tienes un hijo, empiezas a rodearte de otras madres porque es lo natural por los propios entornos. Es algo muy guay, porque son mujeres que están pasando por lo mismo que tú y, aunque cada una crie a su manera, puedes compartir más cosas. No es lo mismo decirles a ellas que no has podido pegar ojo que decírselo a tu amiga que no ha dormido por estar de fiesta. Empatizas de otra forma. Antes de ser madre pensaba que era una locura todo eso de la tribu, pero la realidad es que hoy es algo fundamental. Antes criar era otra cosa, normalmente tenías a la familia cerca… Y ahora no. Yo soy de Canarias y Carlos es de Galicia, así que rodearte de padres y madres que te echan un cable si lo necesitas es la hostia.
De ese viaje maternal nació tu podcast, Que si quiero o que si tengo.
La maternidad es un proceso con muchísimas luces, pero también con muchas sombras. A veces llegas a ella sin esperarla o con una idea romantizada, y quise compartir los testimonios de personas que a mí me habían ayudado. Por ejemplo, Marta Ortiz, mi compañera en el podcast, que es profesora en la escuela de mi hijo y es no madre por elección; Naza Olivera, matrona y divulgadora en redes… Es necesario saber cosas, pero también es necesario empoderarte, echarte unas risas o acompañar. Como madre primeriza, a veces eché todo eso en falta.
Abordáis cuestiones que van más allá de la crianza.
Es algo que nos incumbe a todos: no todas somos madres, pero todos somos hijos de alguien. Entender eso puede ayudarte a comprender mejor tu familia, a sostener a una amiga, a decidir si quieres ser madre o no, a ayudarte en el proceso si lo estás intentando… Quisimos apostar por esa visión porque ningún otro podcast lo estaba haciendo y estamos muy contentas con el resultado. No hay nada más bonito que alguien te escriba un privado para darte las gracias por haberla acompañado durante un tratamiento de fertilidad o por hacerle sentir comprendida en un momento de desconexión con su pareja. Es increíble notar que no estás sola en momentos así.
Se te nota muy plena con el proyecto.
Es que me fascina rodearme de gente que sabe y conocer historias personales. Me parece tan valioso poder hacer algo que ayude a que la gente empatice, se sienta acompañada, se haga preguntas… Siento que de verdad he encontrado mi sitio. El podcast nació de la necesidad de recuperar mi identidad. Cuando eres madre, no eres la misma de antes… o eres tú, pero de otra manera. Yo estaba entregadísima con la crianza y, al mismo tiempo, tenía miedo a difuminarme, a convertirme solo en la madre de Marcelo. Y no quería eso. Ahora estoy en Zapeando, me gusta la tele pero no me apetecía volver a ciertas dinámicas o formatos. Para mí lo más importante era hacer algo que ayudase a la gente y que me permitiera conciliar: mi hijo solo va tres horas a la escuela, el resto del tiempo está con Carlos y conmigo. Un día, tras una charla que Marta daba para padres y madres, sentí que todo el mundo debería escucharlo. Y ahí empezamos a pensar cómo y decidimos grabarlo en mi casa para poder estar con el niño.
Viniendo de grandes producciones de Mediaset, de Netflix… ¿Cómo es autoproducirse?
Complicado [Risas]. Presento, dirijo, hago los guiones, selecciono contenido para montaje, hago reels para redes, busco posibles patrocinadores, monto las reuniones, gestiono la producción… Pero estoy muy contenta. Estamos ya en fase de preproducción de la siguiente temporada. Cuando empezamos, decidimos hacerlo en abierto porque, aunque había interés de plataformas, nos parecía importante que todo el mundo pudiese escucharlo. Fue una decisión arriesgada porque no sabíamos cómo iba a acogerlo la gente. A los pocos episodios, Create decidió apostar por nosotros y fue clave para poder seguir. Estoy muy agradecida porque no solo ha hecho que el proyecto sea económicamente viable, accesible y en abierto, sino que me ha permitido conciliar.
«El sistema le da la espalda a la maternidad cuando la necesita para ser sostenible»
Es una suerte poder emplear tu tiempo en acompañar a otras madres mientras puedes estar criando a tu hijo.
Me siento una privilegiada. La conciliación, hoy por hoy, es una utopía. No puede ser que la OMS recomiende dar el pecho seis meses como mínimo y a los cuatro tengamos que volver a trabajar. Las bajas de maternidad deberían ampliarse hasta entonces no ya por nosotras, sino por ellos que son los importantes. No estamos cubriendo sus necesidades. El sistema le da la espalda a la maternidad cuando además la necesita para ser sostenible. Hay mucha preocupación por la bajada de la natalidad, pero no se hace nada para fomentarla. No se va a la raíz del problema: la precariedad, el estar todo el día en una rueda de hámster produciendo sin parar, que son cosas incompatibles con criar. Mi lucha es que todas tengamos opción de poder elegir, que quien quiera quedarse en casa con su hijo pueda hacerlo. Forzar el trabajar sin descanso es una imposición del sistema en el que todos perdemos.
En Igluu nos gusta decir que somos –o queremos ser– un refugio para esa gente que sabe que no puede hacerlo perfecto, pero quiere hacerlo mejor. ¿Qué significa eso para ti?
De hecho, creo que esa es una de las grandes lecciones de la maternidad: el destierro de la perfección. Es imposible ser perfecto y tenemos que aprender a reconocer nuestras incoherencias, pero, a la vez, no podemos quedarnos ahí, tenemos que tratar de cambiar. Yo lo intento. La vida va de eso, de aprender, de equivocarse. En cada error o cada mala decisión siempre hay un aprendizaje que puedes tomar o no. Es importante que existan altavoces como el vuestro que hablen de que hay otras vías, pero sin señalar, eligiendo bien el tono. La clave está en intentar ser mejores para dejar a nuestros hijos un sitio mejor para vivir. Para empezar, un planeta que no pete y que les podamos legar. A todos nos gusta ir a una playa limpia, pasear por calles que no estén llenas de mierda… y, para eso, hay que luchar contra la inercia y la falta de información. No es fácil, pero merece la pena.