Foto: Jacobo Medrano

Nico Romero: «Tenemos la oportunidad de cuidarnos»

De Sorogoyen a Amenábar, de Netflix a HBO. Como actor, Nico Romero (Cáceres, 1983) parece estar en todos sitios. También en los teatros. Pero, además de eso, es activista, con una cultivada conciencia social. Ahora se estrena detrás de las cámaras con su primer cortometraje, codirigido junto a Álvaro Monje y rodado en la Extremadura rural con un guion que bebe de su pasado como enfermero. También prepara un documental sobre la caza furtiva en países africanos. En definitiva, alguien que aplica en su trabajo un axioma de vida: «Todos los días tenemos la oportunidad de construir o destruir». Fotos: Jacobo Medrano.


Das tu primer paso en la escritura y la dirección con Happy Hour, un cortometraje donde transitas una noche en la vida de un sanitario rural. ¿Cuánto hay de autobiográfico? 

Es una mezcla de experiencias. Parte de algo que viví y que me impactó cuando trabajaba como enfermero en Italia y que quería llevar a otro universo, el del mundo sanitario rural, que fue uno de mis primeros trabajos en la provincia de Cáceres. Tenía que ir con el coche por diferentes pueblos en los consultorios de allí, haciendo visitas también a gente que por edad no podían desplazarse. Trabajando en Urgencias es inevitable ver cosas desagradables, muy extremas. Tenía una pulsión, una necesidad de contar las circunstancias que rodeaban aquello. No hubo un pensamiento lógico. Simplemente, cuando me puse delante del papel, se unieron.

El conflicto principal está atravesado por la violencia de género. ¿Por qué, de entre todas esas experiencias, elegiste un episodio así? 

Hay algo del maltrato, del vínculo familiar de una persona que maltrata a su pareja, que con el tiempo me pregunté por qué me impactó tanto. Creo que tiene que ver con la injusticia del acto. Un accidente de coche es un accidente, no es ni justo ni injusto, es una fatalidad. Podemos debatir las circunstancias o causas, pero no hay una voluntariedad como tal. Aquí sí. Es una situación terrorífica que tiende a repetirse para los sanitarios una y otra vez. Que dibuja un universo surrealista, extremo, en el que se vive un caldo de cultivo donde, si no te proteges bien, puedes armarte una coraza de frialdad que no te permite sentir y que te hace daño, que puede empujarte a una depresión que te cercene emocionalmente. Me parecía interesante contarlo en un ambiente rural porque le daba otra dimensión al personaje de la víctima, que interpreta Carolina Yuste. En un hospital de ciudad, tu infierno íntimo puede permanecer en secreto. Pero, en un pueblo de 500 habitantes, te expones a desvelarle al pueblo tu miseria, con todo lo que conlleva.

Habéis rodado en Brozas (Cáceres), el pueblo de tus abuelos.

No ha habido una estrategia sino, como digo, algo más relativo a una pulsión de no contar desde los lugares de siempre. Creo que, además, es una historia que se ha contado muy poco. A nivel de producción hemos tenido muchísima suerte, pero también intuía que la gente de allí se iba a volcar, que nos iban a ayudar mucho. Además, es un universo muy poco habitado: el ambulatorio, el consultorio… Son lugares anclados en el tiempo, burbujas donde la atemporalidad se apodera de ti. Lugares donde, muchas veces, hay incluso una incoherencia estética: están llenos de elementos que no encajan, que sobran de otros sitios, de otros hospitales. Son las necesidades del día a día las que lo van llenando. Un lugar tan inhóspito, que no es acogedor, afila aún más la sensación de ansiedad, de soledad y permite comprender lo que le pasa al protagonista. Esa ensalada de cosas se fue afinando según escribía. Luego había algo de Extremadura que yo quería contar. Se ha convertido en un escenario de lujo de otras historias y creo que empieza a ser hora de que Extremadura cuente sus propias historias. Me apetecía contar una historia de allí y que sucediese allí.

Camiseta: Thinking Mu | Vaqueros: Adolfo Domínguez

En los últimos años has trabajado con algunos de los mejores directores del país, como Álex de la Iglesia, Amenábar o Sorogoyen. ¿Cuánto de lo aprendido con ellos influye en tu mirada a la hora de narrar? 

Cuando lo escribí no pensaba en dirigirlo, pensaba en escribirlo y luego actuarlo. Pasado el tiempo, compartí este guion con Rodrigo Sorogoyen. Lanzó una serie de ideas que creo que ayudaron mucho a afinar la propuesta y me quitó la idea de que otro director más experimentado lo dirigiese, porque perdía la esencia de lo que debe ser un cortometraje: no interesa tanto que esté técnicamente perfecto, como qué piensas tú, qué vienes a aportar.

Un día, estaba con Álvaro Monje, con quien codirijo el corto, preparando para entonces un documental, y sentí de manera natural que quería estar acompañado por él en esto. Como actores, los dos hemos compartido horas de charlas y hemos aprendido mucho de lo que no queremos y de lo que sí. Verme en el papel de director me ha ayudado a ser mejor actor. Muchos aspectos que no me gustaban no eran aleatorios, sino inevitables y ahí uno creo que aprende a ser más generoso. Rodrigo Sorogoyen me parece un ejemplo a seguir en cuanto al valor de dar a cada uno su espacio y su cometido. En cuanto a nosotros, como noveles, la inseguridad suele traducirse en rigidez y hemos intentado identificarla para actuar y dar elasticidad al proceso. 

«Verme en el papel de director me ha ayudado a ser mejor actor»

Como actor, muchos de tus papeles de los últimos años estaban enmarcados en series con cierto acento reivindicativo. ¿Se están imponiendo unas narrativas más valientes en el cine español? 

No, creo que no. Hablamos del riesgo, y me voy a arriesgar yo… Tengo una sensación –no es algo firme, mañana puede cambiar– de que, en pos de un éxito, se elimina ese riesgo. Podríamos debatir qué es el éxito, pero empiezo a descubrir que me interesa poco. Hay una frase que me hizo pensar, no sé si era de Heiner Müller o si era exactamente así, pero decía: «Para estimular algo tienes que abandonar la idea de éxito». Luego puede suceder o no. Pero si no eliges ir hacia algo que remueve… Somos muy esclavos de la idea de éxito. Ocurre en nuestra profesión y también a pequeña escala, en la gente. Manejamos un concepto muy peligroso que es la expectativa e, inevitablemente, la posible frustración. Esto nos encorseta un poco. Hay productos pensados para masas y, en el camino, se van quedando cosas. Tú, ahí, vas viendo cómo, capa a capa, desde que se empieza a concebir hasta que estás rodando y montas, lo sacas y estás en la promoción, muchas veces has abandonado determinadas zonas y acabas en algo cómodo, impersonal. 

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Aún así, está claro que hay excepciones, algunas en los que tú mismo has participado, como Antidisturbios, que ahonda justo en esa incomodidad

Es un ejemplo claro, para mí. Lo más importante es que Antidisturbios, además de ser un producto de entretenimiento, es un ejercicio artístico. Hay un punto de vista. El director ha tenido la capacidad, la valentía y el arrojo, y le han llevado a que respeten su punto de vista. Otros productos, como parecen de mucha gente, no son de nadie y quedan engullidos por una especie de vorágine. No digo que todo tenga que tener un punto de vista social o político, pero lo que es cultural es inevitable que lo tenga. Puedes ser más consciente o menos pero, cuando algo es personal, lo es para todo. Para lo bueno o para lo malo. 

En el contexto de crisis climática, social y política en el que vivimos, ¿el sector se moja lo suficiente?

A título individual todo el mundo tiene derecho a hacer lo que le dé la real gana. Yo reconozco que a mí, de manera personal, me interesa más la gente que tiene un punto de vista que la que no. Pero no creo en la obligación de dar una opinión constante, mostrarla y hacer pancarta de ello. 

«No sé si el arte tiene la capacidad de cambiar las cosas, pero tiene el derecho a intentarlo»

Volviendo al tema del riesgo, la última obra de teatro en la que has participado (Los gatos mueren como las personas, en el Centro Dramático Nacional) es una obra atípica para lo que estamos acostumbrados. ¿El cine o el teatro se han vuelto más comprometidos o más frívolos? 

Son dos fuerzas que siempre están en un constante tira y afloja. Pero, mirando hacia el futuro, sí que tengo un pensamiento positivo. Hay ciertos comportamientos de respeto tanto a los demás como al entorno que no hace tanto, ni siquiera estaban contemplados como negativos. Ha habido un tiempo de reticiencia a castigarlo o ponerlo en evidencia. Ahora ya no. Bien sea en el feminismo o en la ecología, yo creo que es fácil ver que vamos a hacia una sociedad más respetuosa. ¿Que estamos vislumbrando solo el inicio? Muy probablemente. ¿Que somos una generación con un poco de caos mental por lo que nos ha tocado vivir? Pues no sé si esa sensación es propia o en realidad le ha pasado a todas las generaciones

A pesar de ello, nos encontramos en un contexto en el que las obras más comprometidas o polémicas corren el riesgo de ser censuradas.

Aquí está la paradoja: igual que creo que avanzamos hacia un lugar de apertura y de respeto, tengo una sensación de censura mayor de la que he tenido nunca. Con todo, pienso que ese movimiento contraevolutivo siempre pierde. Si le echamos un vistazo a la historia, el mundo avanza: hoy somos más ecologistas, feministas y respetuosos con nuestro entorno que hace veinte años. Creo que esos arreones de censura son precisamente reacción al avance hacia una sociedad más justa y respetuosa. Quiero pensar que entorpecen, pero no pueden evitar el progreso.

Camiseta: Thinking Mu

 A nivel personal, ¿tienes miedo a la censura?

Sí, claro. En cierto modo, todo el mundo tiene miedo. No me gusta la censura porque elimina la parte más personal de la gente. Intento tener sentido común y llevarlo a lo pequeño: si yo me siento a charlar con alguien de cualquier cosa, lo que quiero es que me cuente lo que piensa de verdad. Yo, humildemente, tendré que recibirlo y gestionarlo. Tener un punto de vista sobre algo, inevitablemente, lleva a división. Pero si yo me siento en un lugar donde tengo que actuar de una determinada manera para no ser juzgado, me parece un campo de juego poco interesante. A veces es inevitable, no rehúyo de ellos. 

En ese campo de juego, las redes sociales tienen un papel fundamental. En las tuyas hablas de lucha climática, de feminismo… Te mojas. 

Mis publicaciones en redes sociales relacionadas con la conservación y el medio ambiente no tienen estrategia ni son un plan para destacar en redes sociales o hacerme autopromoción. Sencillamente son temas que me importan e interesan mucho. Eso hace que en mi vida personal haya ido desarrollando una red de contactos en el mundo de la ciencia y la conservación que se autonutre y se va ampliando, del que aprendo cada día. Con las redes lo único que intento es compartir todo lo aprendido con la gente, porque quiero pensar que si me siguen es porque también les interesa. Intento humildemente compartir, intercambiar, aprender, cambiar evolucionar… y así combatir contra la desinformación que nos amenaza a todos. Si esto le molesta a alguien, es algo a investigar.

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Como dices, por culpa de la desinformación, al mismo tiempo, esas redes son también un arma de doble filo. ¿ Pueden usarse para bien y promover la conciencia social y el activismo? 

La desinformación es el arma más poderosa que tiene toda esta gente. Es contra lo que la ciencia se tiene que enfrentar. Hablando con esa red de contactos de la esfera científica, percibo muchas de esas personas sienten que han fracasado a la hora de divulgar, de llegar. Todo al final parece una amalgama de datos. Asustan. Y el susto te paraliza. De ahí que piense que la ciencia y el arte unidos funcionan tan bien. De ahí viene un documental que ahora estoy rodando en Zimbabwe. Por el ámbito en el que trabajo, tengo una serie de habilidades que pueden llegar más en lo emocional. Si tú le pones cara, nombre, hechos, a una historia, hace que el otro lo entienda. No desde el intelecto, sino desde la emoción. A mí es lo que me ha pasado.

En muchas ocasiones has dejado ver tu compromiso con la naturaleza y su biodiversidad en África. ¿Cómo fue ese proceso en el que cambiaste tu forma de entender esos lugares?

Fue cuando empecé a hacer «safaris», por llamarlo de alguna forma. No eran específicamente «safaris», porque sabía que el impacto que dejaba era positivo y que todo lo que ingresan por esos viajes se reinvierte en la zona. Sin embargo, cuando haces unos cuantos, te das cuenta de que debajo de toda esa belleza, algo está sucediendo. Escuchas: «En Uganda ya no hay guepardos», «Los leones están difíciles de ver», «Encontrarte un rinoceronte es como encontrarte un hada madrina». Yo sentí el impulso de involucrarme, no de hacer fotos y ya está. Fui a una charla con Álvaro Monje a escuchar a un hombre que trabajaba sobre el terreno y que nos destrozó. Nos enseñó unas imágenes muy desagradables, pero reales, que él mismo había grabado sobre la caza furtiva. No puso una pátina para dulcificarlo o protegernos. Fue una hostia enorme. Pensamos que teníamos que hacer algo y que la mejor manera era ayudarle a contar su historia. Intentar ver a cuánta gente podemos movilizar como él nos movilizó a nosotros. No con un producto que mueva desde la pena. La pena no es generosa, no cambia el mundo. Pretendemos que llegue desde un cierto tipo de entretenimiento, no desde el adoctrinamiento, ni desde la cifra. 

«Vamos hacia una sociedad más respetuosa: si echamos un vistazo a la historia, el mundo avanza»

Has colaborado con Extinction Rebellion y, entre tus publicaciones fijadas de Instagram, está un encuentro con una referente ecologista como Jane Goodall. ¿Cómo te han atravesado esas experiencias? 

Son colaboraciones que vienen de esa necesidad de aprender, de evolucionar. Soy una persona apasionada y no sé hacerlo de otro modo. Con Extinction Rebellion rompía un estereotipo, siempre han sido muy acogedores conmigo y pude conocer cómo son. Científicos de un nivel de excelencia que, en vez de mirar a otro lado, llegan a jugarse sus carreras, se involucran y actúan. En cuanto a cómo tuve la suerte de conocer a Jane Goodall, fue gracias a Sara Pinto, una bióloga con la que colaboro actualmente y tengo proyectos en común. Fue ella quien me dio la oportunidad de conocer a las chicas del Instituto Jane Goodall. Ahí se generó el enlace que me dio la posibilidad de conocer a la propia Jane un año más tarde en una reunión a la que tuvieron la generosidad de invitarme. Es una inspiración. Un símbolo, a su pesar. Todos los días tenemos la oportunidad de construir o de destruir. Y a mí me dio la sensación de estar ante una persona dedicada a construir.  

Camiseta: Ecoalf | Bermudas: Thinking Mu

En otras ocasiones has dicho que elegiste la carrera de Enfermería porque en el instituto apenas tenían peso las Humanidades y el Arte. ¿Nos lastra como sociedad ese papel secundario de la cultura, aunque luego la consideremos o se la etiquete como algo necesario?

«La cultura es necesaria» últimamente parece una frase hecha y vacía de acción. No es que sea necesaria, es que es parte de nuestra esencia diferencial como especie animal. Creo que la cultura y las artes nos entrenan en el pensamiento elástico y quizás deberían tener más importancia en la educación básica. La expresión artística es algo ancestral, inherente al ser humano, que nos acompaña desde el inicio de nuestros tiempos. No es algo material que decido usar o no. Es inevitable. Cometemos el mismo error que con la naturaleza, separándola de nosotros. No es un elemento externo que debemos cuidar o no, pertenecemos a ella, somos naturaleza, no somos seres artificiales. Pues lo mismo.

«La cultura es parte de nosotros. De nuestra esencia. No es algo que decido usar o no»

Como enfermero y cuidador, ¿piensas que también la cultura una forma de cuidar?

Sí, yo mismo, de pequeño era, quizás, más introvertido, y el cine era un refugio. Sé que es algo muy manido y no por ello deja de ser cierto. Las pelis que yo quería ver a mí me ayudaban a divertirme, a simple y llanamente pasármelo bien. Alimentaba mi curiosidad, mi ansia por conocer, por visitar lugares donde luego he podido estar. No hace falta que sea de una altura… Joder, a mí y a otros amigos nos encantaban los dinosaurios y se reían de nosotros porque no era un tema muy popular y, de repente, vino Steven Spielberg a salvarnos con Jurassic Park. Claro que te salva. Me ha salvado muchas veces y lo sigue haciendo. 

¿Puede el arte y los artistas, el cine y los intérpretes, ser la punta de lanza de un mundo de mayor bienestar para todos? 

No sé si debe tener la responsabilidad de ser la punta de lanza, pero es un arma para conseguirlo. Está en su naturaleza. Cuestionar las cosas, ver la cara B, dar luz en la oscuridad. No sé si tiene la capacidad de cambiar las cosas, pero lo que es seguro que tiene es el derecho a intentarlo. 

Camiseta: Thinking Mu | Vaqueros: Adolfo Domínguez | Zapatillas: Veja

Fotografía: Jacobo Medrano. (@jacmedrano)

Estilismo: Lara Ontiveros. (@lara_ontiveros_)

Maquillaje y peluquería: María Tattaglia (@maria_tattaglia)

Oficina de representación: Mesala Films (@mesalafilms)

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