Cuidados, crianza, hijidad… el léxico de la maternidad moderna lleva tiempo abriéndose paso en la conversación social. Los medios tienen mucho que ver en ello, y también en las nuevas formas de afrontarla. Victoria Gabaldón es fundadora de MaMagazine, una revista trimestral que atraviesa la experiencia de ser madre, una realidad con claroscuros tan humana como idealizada. Hablamos con ella de cómo situar la maternidad en la agenda política y cultural para romper los mitos que la rodean.
Gestionar una revista, maternar, ser buena amiga… Cargar con todos los aspectos de la vida, ¿te permite estar presente?
Diría que el 90% de ser madre o padre es eso: estar presente. Es cierto que luego depende de la edad. Mi hija tiene 13 años, ya no pasa tanto tiempo pegada a mí. Está descubriéndose a sí misma, porque el instituto es el momento en el que las amigas se convierten en lo más importante de la vida. Esta semana, por ejemplo, estuvo malita y pudimos estar juntas, charlando, cocinando, leyendo, compartiendo un espacio de trabajo con el ordenador… son otro tipo de momentos muy dulces.
¿En qué piensas cuando estás con tus hijos en el parque?
El colegio de mi hijo pequeño, que tiene 8 años, está situado en una plaza en el centro de Madrid. Yo lo llamo «la aldea de los galos», un reducto raro ya en las grandes ciudades que es lo más parecido a la plaza de un pueblo. Al final la mayoría de gente con la que me relaciono en el día a día son padres y madres, que son mis amigos y amigas, con las que comparto la experiencia de la crianza. Ese momento parque acaba por ser parte de mi identidad, de mi cotidianidad y de mi trabajo.
¿Cómo concilias tu trabajo con la crianza?
MaMagazine es un proyecto tan personal que hace que no conciba mi vida sin esa parte y mis hijos son muy conscientes. No sería posible hacer lo que hago y también me acompañan y participan de alguna manera, no existiría sin ellos. Siempre digo que mi hijo es mi director comercial, porque le encanta vender revistas en las presentaciones; y recuerdo ir con mi hija a la manifestación en protesta por el caso de La Manada y que ella estuviera conmigo mientras hacía preguntas a las manifestantes para otra compañera periodista. Ambos están muy cerca de mi trabajo y eso me permite tener esos momentos con ellos que hacen que todo se trence de manera muy satisfactoria para todas las partes.
¿Cuál es la clave de ese equilibrio? ¿Cómo se superan esas primeras etapas de maduración en la maternidad hasta que todo queda, finalmente, integrado?
He tenido etapas de mi vida en las que estaba ganando mucho dinero y, a la vez, tomaba pastillas para la ansiedad. La pregunta es: ¿Merece la pena? Para mí, no. Ese proceso de entendimiento es muy personal. Yo ahora mismo no tengo un sueldo fijo, a veces me agobio –cómo no me voy a agobiar–, pero me permite tener una vida. Eso es lo que me importa: estar presente con mis hijos y ver que sí se puede. La sensación de que todo acaba por estar bien engrasado.
¿Por qué crees que las mujeres nos sentimos tan solas los primeros meses después de ser madres?
Creo que la maternidad, como tema de conversación o incluso como tema literario y social, es algo nada interesante para la gente que no es madre o padre. Es algo que no existe. Y es una cosa muy loca, porque todos somos hijos de alguien. No es algo que no nos atraviese: no venimos de un huevo Kinder, no tiene sentido que no nos interese cómo vinimos al mundo, cómo fue el parto de nuestra madre, cómo se sintió ella… mi madre desde muy chiquita me contó que, antes de que yo naciese, tuvo un aborto en un estado de gestación muy avanzado y cómo se sintió. También tengo muy claro el relato de cómo fue mi parto, es algo que he escuchado en numerosas ocasiones. Entiendo que muchas veces se considera la maternidad una actividad poco productiva y que te saca del mercado para muchas cosas. Esto hace que, cuando llega el momento de ser madre, estés falta de relatos, pero si empiezas a buscar, ahí están un montón de madres, un montón de mujeres deseando hablar sobre sus experiencias y deseando escuchar otras.
Si tuviéramos un mayor acceso a esos relatos no nos sentiríamos tan solas y estaríamos menos frustradas porque sabríamos de qué va el tema. Lo que nos encontramos, por el contrario, es una versión edulcorada de la realidad, como la que vemos en las películas donde los partos duran cuatro minutos y con dos gritos ya está. No hay un acompañamiento: das a luz y, una vez ha sido satisfactorio y tuviste un niño sano, tú dejas de importar.
«No tiene sentido que la maternidad no interese: todos somos hijos de alguien, no venimos de un huevo Kinder»
¿Cómo crees que la cultura puede romper con esos estereotipos?
No solo se trata de la cultura, sino también del testimonio de las madres o las abuelas, o que vayas a ver una obra de teatro y que en el escenario se cuente un testimonio de maternidad, por poner un caso. La película Cinco lobitos es otro buen ejemplo y de los más cercanos que tenemos. Libros hay a patadas: de ficción, de no ficción, de ensayo… Insisto en el testimonio porque hay una línea de libros que crean aún más frustración, como los manuales de crianza, los que te dicen cómo dormir a tu hijo o que analizan los zapatos que tiene que llevar. Pienso que hay que dejar que la intuición aflore: menos manuales y más experiencias.
Si todos venimos de ella, ¿por qué está costando tanto dar espacio a la maternidad?
Estoy convencida de que todo está fuertemente vinculado a pensar en la maternidad como una actividad poco productiva. Yo creo que no hay nada más productivo que crear y criar a un ser humano en herramientas de inteligencia emocional y social para tener una sociedad mucho más sana. Otra razón para esa dificultad es que no damos ningún valor al trabajo del cuidado, sobre todo porque ya están las madres para llevarla a cabo de manera gratuita o, en cualquier caso, otras mujeres, siempre de manera muy precaria. Parece que a algunos les conviene que esto siga siendo así.
En medios no tradicionales, sin embargo, las plataformas de contenido cada vez van cediendo más en este aspecto. También están apareciendo nuevas directoras y gestoras de proyectos culturales. ¿Es una moda?
Es una suerte que cada vez haya relatos más ricos. Un ejemplo son las experiencias que ponen sobre la mesa que la violencia obstétrica es una realidad y no solamente un término. Un libro que me ha sorprendido, por la frescura de su planteamiento y lo bien escrito que está, es el libro Las hijas horribles de Blanca Lacasa: No solo se trata de hablar de experiencias sobre maternidad, sino también de hijidad. La sociedad avanza hacia un contexto en que las mujeres crean sus propios relatos. Muchas veces estos los había escrito un señor, como pasa en Madame Bovary: nosotras tenemos que ser dueñas de nuestro relato. Existe, eso sí, el peligro de la sublimación: que se vuelva a crear la imagen de la madre perfecta, que tiene que poder con todo, que llegar a todo… No podemos acabar ensalzando la maternidad o la familia como institución y dejar que el Estado se descargue de las responsabilidades que tiene con ellas. Me fastidia esta idea de la crianza nuclear, del «todo queda en la familia» cuando se trata de algo colectivo, y así que señalarlo y exigir también a los estamentos políticos.
«Hay que dejar que la intuición aflore: menos manuales y más experiencias»
Un día escuché a Manuela Carmena, exalcaldesa de Madrid, decir en una entrevista que debíamos reivindicar lo doméstico, no ocultarlo.
Esto es algo ya imparable y quien no esté preparado, que se prepare. Yo no quiero ser una madre perfecta, y es una decisión tan personal como política. Es muy fácil estar siempre detrás de tus criaturas y atender todas sus peticiones para que lo tengan todo. La cuestión es si eso lo mejor que podemos hacer por ellos y por nosotras. Yo hago el esfuerzo de perdonarme todos los días, pero he decidido que no voy a ser esa madre porque no es un buen ejemplo para mis hijos.
Reivindicas que la maternidad es un campo inagotable. ¿Qué historia te queda por contar?
Es una pregunta complicada, pero me encantaría, como un tema tanto vital como periodístico, explorar el deseo desde un enfoque dual: por un lado, el deseo de ser madre o no; por otro, el deseo sexual, más aún, teniendo en cuenta que hemos crecido con los arquetipos de la virgen y la puta. Nuestro deseo no tiene nada que ver con el deseo femenino que ha sido contado por el hombre.