Todos responden en su nombre en la mesa. Le quitan la palabra y la sustituyen por las suyas. Ella, vestida de blanco, como una pieza de hospital, solo tiene una petición: «dejadme respirar». En la obra teatral I’m Nowhere/ Desvanecimiento, de Norbert Rakowski, Victoria Lago (Madrid, 2000) da vida a tres personajes que flirtean con la muerte. ¿Quién decide por nosotros? ¿Quién es el ser humano? El espectador halla sus propias respuestas.
Aunque la muerte es un tema que desde la sociedad solemos esquivar, en I’m Nowhere/ Desvanecimiento la miráis de frente. ¿Cómo ha sido la experiencia?
Fue muy intenso. Pasábamos ocho horas al día hablando, debatiendo sobre la muerte, sobre cómo había afectado a cada uno. Yo iba un poco asustada porque, al ser la más joven, mi relación con ella no era tan profunda o extensa. Sin embargo, también hay muerte dentro de mi generación, sobre todo relacionado con el suicidio. La obra me ha llevado a reflexionar mucho sobre este tema. Durante la preparación, concluimos que los temas que tratamos tienen mucho que ver con la vida, que ha sido mi mayor descubrimiento: reflexionar sobre nuestra vida, sobre cómo la vivimos y cómo nos acompañamos unos a otros.
Interpretas a tres personajes que coquetean con el fin de la vida de formas diferentes en escena.
Ha sido una preparación complicada porque antes de salir me tenía que recordar las razones de mi personaje para morir. Cuesta muchísimo empatizar con alguien tan joven, que tiene aparentemente todo en la vida y que está viviendo esa situación: he estudiado muchas referencias y casos conocidos para poder hacerlo. Por ejemplo, uno de mis personajes es una joven muy afectada por una fama temprana, y leí mucho sobre lo sucedido con Britney Spears y Demi Lovato, mujeres que han sufrido los problemas de salud mental derivados de la fama.
Son temas muy duros que remueven la propia conciencia.
Para mí ha sido una oda a la vida. Semanas antes del estreno, una compañera comentaba que ella sentía que la obra realmente habla sobre el amor: por supuesto pone temas sobre la mesa como la eutanasia o el suicidio, pero es una invitación a hablar sobre nuestras propias vidas y sobre cómo vivimos.
A veces nos cuesta verlo, sobre todo en momentos complicados. ¿Dónde queda espacio para el amor?
La última escena cierra el círculo. Recoge toda la filosofía de la obra y la baja a tierra con el amor más directo e infinito: el de la madre por su hijo. Más allá de lo que ve el público, esta obra se ha construido con mucho amor.
«Cuesta empatizar con alguien tan joven, que tiene aparentemente todo en la vida y que se acerca a la muerte»
Habéis presentado la obra en Polonia. ¿Has notado diferencia en la recepción del público con respecto a España?
Antes de estrenar me parecía muy interesante el hecho de hacer la obra en los dos países, que son tan distintos respecto a un tema como la eutanasia. He sentido más acogida en Madrid que en Polonia: allí nos advertían de que hablar de ello era poner sobre la mesa un tema muy delicado.
Aún así, la manera de presentarlo invita más a la reflexión que a la polarización, aunque sea un tema con posturas muy opuestas.
Esa es una de las cosas que más me gustan de la obra, que es una invitación a debatir, a que podamos expresar cómo nos sentimos con temas tan importantes que siguen siendo tabú. La gente que ha venido a verla me dice que les ha hecho pensar y compartir cómo les hacía sentir.
Norbert Rakowski tiene una gran trayectoria en el mundo del teatro y el cine, que ha recorrido de la mano de directores de la talla de Roman Polanski. ¿Cómo ha sido trabajar con él?
Cuando empezamos a ensayar partimos desde un lugar muy personal. Todos, los actores y el director, vocalizamos muchas experiencias personales en relación con la obra para afrontarla. Él ha sido muy generoso compartiendo con nosotros ese espacio y esas vivencias. Es una persona muy inteligente que tiene un gusto muy personal. Tiene una mirada estética que admiro y que siento que está muy bien construida en la obra.
Más de la mitad del reparto es polaco. ¿Cómo ha sido esa inmersión?
En materia de teatro se habla mucho de países como Inglaterra, Francia… Pero Polonia para mí era totalmente desconocido. Descubrí que allí tienen una tradición teatral muy importante. Los actores polacos tienen una formación increíble, son muy libres a la hora de afrontar personajes o propuestas del director, son súper imaginativos y tratan de crear, de aportar cosas al personaje y a la obra.
«Hay que sorprenderse a una misma todo el rato, también como actriz»
¿Qué has aprendido de su forma de hacer teatro?
En el proceso he hablado mucho con mi compañera Marta Zięba. Pasamos mucho tiempo juntas y ha sido preciosa esa sinergia entre ella, una mujer polaca que lleva haciendo teatro durante treinta años, y yo. He aprendido de ella como actriz y también como mujer. En ella hay algo de resistencia artística, de luchar por las propuestas de una, de imaginar… Marta decía que hay que sorprenderse a una misma todo el rato, también como actriz.
Historias como esta nos ayudan a seguir haciéndonos preguntas. ¿Crees que el teatro puede contribuir a crear un mundo mejor?
Totalmente. No sé si la gente sale cambiada después de ver esta obra o las consecuencias que va a tener en su vida, pero creo que es una invitación a abrir puertas, a mirarnos, entendernos, y a conectar con lugares de uno mismo a los que quizás no llegaríamos de otra manera. No sé si el teatro puede cambiar el mundo, pero puede sacar a las personas del bucle rutinario y robótico en el que a veces caemos.