El tabú que ha rodeado siempre al suicidio es una gran parte del problema. Los especialistas en salud mental insisten en que escuchar y aprender a identificar las señales puede cambiar el final de la historia: la guía Nadie quiere morir, ni siquiera las personas que se suicidan del ilustrador Matu Santamaría o el programa de prevención del suicidio implantado en Alcalá la Real (Jaén) son dos iniciativas para concienciar de una lacra que acaba con la vida de más de 4.000 personas cada año en España.
Cada número tiene detrás la historia de una persona y, en este caso, las cifras además esconden dolor y silencio. El suicidio continúa siendo la primera causa de muerte externa en España: según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística, un total de 4.003 personas se quitaron la vida en 2021, un 1,6% más que el año anterior. «Está siendo una forma de manifestación de malestar muy extendida entre la población, sobre todo cuando hablamos de los intentos de suicidio: por ejemplo, sabemos que a raíz de la pandemia estos se han duplicado entre los jóvenes, lo que nos dice mucho de cómo una generación entera está expresando que necesita ayuda», puntualizaba la psiquiatra Marta Carmona, coautora de Malestamos, en una entrevista a Igluu hace unos meses.
Algunas señales de alerta nos llegan a diario. Hablamos de ansiedad y depresión en las redes sociales, en la mesa que compartimos con nuestra familia y en el rato que pasamos con los amigos; a veces también incluso hablamos del suicidio, pero lo hacemos de puntillas. Aunque el tabú no es el mismo hoy que hace veinte años, hay algo que evitamos decir en voz alta, porque el estigma y la incomprensión siguen rodeándolo. Sin embargo, a menudo, ese silencio es la peor de las soluciones: los expertos insisten en que situar esta lacra en el centro de la conversación salva vidas.
Esa es la decisión que ha tomado recientemente Marino Aguilera, alcalde de Alcalá la Real (Jaén) que, con escasos 21.000 vecinos, registra una de las tasas de suicidio más altas del país, de 21 por cada 100.000 habitantes. Con una incidencia que casi triplica la media nacional (8,45) y la fijada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), de nueve, este ha sido el primer municipio de España en adherirse a la Alianza Europea contra la Depresión, un proyecto lanzado hace más de una década en Núremberg (Alemania) para promover la prevención del suicidio a través de la información.
«El suicidio es algo muy doloroso que los vecinos llevan todavía con vergüenza. Si una tragedia se normaliza a base de silencio, al final el problema se enquista aún más», asegura Aguilera en un reportaje publicado en El País. Habla desde la propia experiencia, ya que él, como otros tantos vecinos, ha sufrido esta lacra silenciosa dentro de su hogar. Quien no lo ha vivido en sus carnes, lo ha sentido en alguien cercano: según las estadísticas, 300 personas se han quitado la vida en Alcalá la Real tan solo en los últimos 30 años.
Despoblación, antidepresivos y suicidio en la España vaciada
El aterrizaje de este programa pionero ha supuesto un rayo de luz en la localidad. A través de él, un equipo pluridisciplinar se encargará de intervenir en cuatro niveles diferentes –la Atención Primaria, la población general, los centros sociales y los pacientes en alto riesgo de suicidio o con antecedentes–, formando a médicos y profesionales que, por su labor, tengan contacto con personas con depresión o conductas suicidas. En la lista de actividades también se ofrecen charlas abiertas y campañas informativas con mensajes que animan en las calles a cuidar la salud mental y, sobre todo, a permanecer atentos a posibles señales de alarma.
La Atención Primaria juega un papel decisivo a la hora de reducir la tasa de muertes provocadas: en 2020, la mitad de las víctimas habían expresado su ideación un mes antes de quitarse la vida y el 25% había acudido a consulta la semana previa. Pero el contexto necesita ser el adecuado, con planes de prevención de suicidio específicos –en la actualidad, solo ocho comunidades autónomas cuentan con ellos–, tiempo suficiente en consulta para poder trabajar con el paciente y un ratio de psicólogos y psiquiatras públicos que pueda cubrir la demanda. Eso tampoco se cumple: la proporción de psiquiatras en este país es un 40% inferior a la de la media europea.
El caso de Alcalá la Real es el ejemplo de un problema enquistado que se acentúa en el entorno rural, donde las plazas médicas son cada vez más escasas y un tercio de los profesionales sanitarios se jubilará en cinco años. Advierte de ello el Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (UCM) en su reciente estudio Evolución del suicidio en España en este milenio (2000-2021), subrayando que un cuarto de los fallecidos se han dado en zonas rurales. Además, en la España vaciada el consumo de antidepresivos, ansiolíticos y sedantes es mayor que en el resto del país.
De forma más detallada, esta tasa es más acuciante en aquellas provincias donde la pérdida de población ha sido grave: por ejemplo, en Zamora, que perdió un 11,2% de habitantes entre 2010 y 2019 o en Jaén, donde ha desaparecido un 5,5% de los habitantes, la tasa ha superado las 10 muertes por cada 100.000 habitantes. Entre los motivos, la dispersión de población, el aislamiento, el envejecimiento y el escaso acceso a los servicios de salud.
Una guía ilustrada para acabar con el estigma
Como inciden los especialistas en salud mental, entender el suicidio, ponerle nombre y tratar el tema sin miedo es el primer paso para ayudar a alguien que está pensando en quitarse la vida. Antes de acudir al médico, las personas con tendencias suicidas suelen manifestar sus intenciones entre las personas cercanas. Construir un espacio seguro puede contribuir a evitar el desenlace, pero para eso se necesitan herramientas para construirlo y actuar.
Sentir que hay alguien escuchando marca la diferencia. «Llegó un punto en mi vida en el que necesité herramientas que me ayudaran a encontrar una salida a un tiempo bastante oscuro. Todo me resultaba distante, ajeno y, sobre todo, muy caro», recuerda el ilustrador Matu Santamaría, quien ha trasladado su experiencia tras vivir en sus carnes la depresión e intentar suicidarse para crear Nadie quiere morir, ni siquiera las personas que se suicidan, una guía gráfica accesible de forma gratuita destinada a personas con conducta suicida sin acceso cercano a información sobre salud mental.
«Yo tuve finalmente la suerte y los medios para contar con ayuda profesional, pero tiempo después me di cuenta de que era un privilegiado y que no todas las personas tienen esa posibilidad», asegura. «No pretendo sustituir el trabajo de los profesionales, sino animar a la gente a pedir ayuda». Por eso, su trabajo ha sido supervisado por numerosos profesionales, como el equipo de ayuda DESANSIEDAD o el presidente honorario de la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio en España, Javier Jiménez.
A través de diversas ilustraciones acompañadas de reflexiones sin filtros y en un lenguaje cercano en primera persona, el autor propone varios ejercicios de autoconocimiento para invitar a hablar y contactar con un profesional psicológico. Por ejemplo, elaborar un contrato con uno mismo a modo de «plan de seguridad» donde registrar las principales señales de alerta, los apoyos a los que contactar y los recursos de ayuda que pueden servirle; un cable a tierra para cuando alguien sienta que no quiere vivir más. También ahonda en los pensamientos intrusivos y cómo abordarlos, además de proponer recordar algunos eventos cotidianos del pasado ya superados para poner en perspectiva lo transitorias que son algunas preocupaciones que parecían no tener solución.
También sirve para ayudar a las personas preocupadas por alguien cercano. Por ejemplo, una señal clave para identificar que alguien puede tener ideaciones suicidas es detectar un cambio brusco en el estado de ánimo respecto al comportamiento habitual: es común que una persona que esté pensando en quitarse la vida muestre una mejoría muy notable los días previos. Si lleva varias semanas triste, diciendo frases como «me siento una carga» o «estaríais mejor sin mí», y de repente muestra una alegría exacerbada, podemos interpretarlo como una señal de alarma. También es importante prestar atención a las llamadas «conductas de cierre»: redactar el testamento, escribir cartas de despedida o regalar repentinamente objetos de alto valor sentimental. En cuanto a los principales factores de riesgo, sufrir depresión y estar aislado socialmente o no contar con redes de apoyo familiar son los más relevantes.
«Los grandes cambios llevan tiempo, pero al trabajar estos pensamientos suicidas en psicoterapia, las recaídas serán cada vez menos frecuentes e intensas: mantén los pies en la tierra, aunque requiera un tiempo, todo va a mejorar», reza el final de esta guía, que acumula más de medio millón de descargas. También se distribuye en institutos, universidades y hospitales, convirtiéndose en todo lo que el Matu Santamaría quería: un pequeño flotador que acerque a la orilla y, a la vez, un faro que arroje su luz sobre las principales señales de alerta, potenciando el cuidado y el apoyo.
¿Sientes que necesitas ayuda? Quizás aquí puedas encontrarla:
- Línea de atención a la conducta suicida: 024. Gratuita, confidencial y disponible las 24 horas del día, los 365 días del año.
- Teléfono de la Esperanza: 914 590 055. Gratuito, confidencial y disponible las 24 horas del día, los 365 días del año.
- Teléfono de Ayuda a Niños y Adolescentes de ANAR: 900 20 20 10. Gratuito, confidencial y disponible las 24 horas del día, los 365 días del año.