Valeria (Netflix)

¿Hay vida en la ficción española más allá de la ciudad?

Valeria, Élite, XHOXB, Todo lo otro… Las series son las reinas del mundo audiovisual y, en ellas, la representación de los usos y costumbres de la gran urbe –sobre todo madrileña–, gana por goleada a otras realidades fuera del mundo de asfalto.


No todas las capitales de países están en el centro geográfico. En España Madrid divide en dos la meseta. La capital se ha convertido en una de las más importantes de Europa y el madridcentrismo geográfico ha empapado también la cultura patria. De un tiempo a esta parte, las series se han coronado como reinas indiscutibles del baile en el sector audiovisual. Al concentrarse los recursos económicos en el centro, los medios de comunicación y las productoras han ido a parar a Madrid estableciéndola como base de todo… También de las historias que se cuentan en la ficción.  

Es por ello por lo que no es raro ver una sobrerrepresentación en la cultura audiovisual de los usos y costumbres que imperan en la ciudad y que muy probablemente tienen poco que ver con la vida en otros puntos del amplio territorio nacional. Un gran ejemplo de esto puede ser la serie Valeria, cuya trama acontece completamente en Madrid. La protagonista visita los garitos de moda, se queja de que no tiene dinero para un taxi –aunque nunca se la verá coger el metro– y se apunta a los planes modernos que surgen entre Malasaña y Chueca.

Del mismo modo, en XHOXB de la cineasta Manuela Burló, el relato se centra totalmente en cómo es la vida en Madrid: en los pisos pequeños que cuestan un ojo de la cara, en los planes locos en los que drogarse es un complemento más o en el contraste entre la vida en el área metropolitana y en el centro.

XHOXB (HBO)

Aunque en estas dos series la ciudad es casi un personaje más de la trama, esta omnipresencia urbana también puede verse en Élite, que ha estrenado recientemente su tercera temporada. Las imágenes vibrantes de la capital y sus fiestas aparecen por doquier, al igual que las lujosas celebraciones, chalets y entornos que frecuentan los adolescentes ricos de Las Encinas.

elite
Élite (Netflix)

Cómo se cuentan las otras realidades no urbanas

Aunque definitivamente la capital acapara la ficción española y el resto no reciben tanta atención, existen productos audiovisuales localizados en otros lugares de la geografía española que se salen del centro. Aunque la acción tenga lugar en otra ciudad, en Las niñas de Pilar Palomero –que se llevó cuatro estatuillas en los Premios Goya– el espectador se traslada a la Zaragoza de los noventa, y puede ver cómo era la vida hace unos años en una ciudad que no es Madrid y que tiene sus propios cauces y vías de desarrollo particulares.

Las niñas

En ella la vida urbana no es algo crucial para el argumento, algo que cambia en Verano 1993 de Carla Simón. En ella, directora narra el éxodo de una niña que ha perdido a sus padres y que deja la ciudad, Barcelona, para instalarse en el campo con sus tíos. El viaje de esta pequeña es una catarsis que está enmarcada en el acogedor abrazo de la naturaleza que la espera en ese ambiente rural. La directora está a punto de estrenar Alcarràs, que arrasó en la Berlinale y en el festival de Málaga, y en la que la acción vuelve a centrarse en el mundo rural, en este caso, en la vida de la familia Solé en una pequeña localidad de Cataluña.

Alcarràs

Volviendo a las series, en clave de comedia –y, en cierto modo, de estereotipos–, la serie El pueblo, producida por Mediaset y distribuida en Amazon Prime, traslada su acción a una pequeña localidad soriana que se ve invadida por los exiliados de la gran ciudad. En el mundo rural  también se sitúa, por ejemplo, 30 monedas de Álex de la Iglesia. El vasco traslada la acción al entorno rural, aunque el pueblo acaba siendo instrumentalizado para contar una historia de miedo. Con ello, puede concluirse que en ella no hay una representación más o menos fidedigna o costumbrista de cómo es la vida lejos del centro urbano. Algo similar ocurre con la más actual, Feria, que también muda su trama al pueblo para contar al espectador un cuento de terror.

Feria (Netflix)

Por su parte, en Hierro, serie de Movistar+ protagonizada por Candela Peña, podría pensarse que como en las anteriores se instrumentalizan las islas en favor del argumento. En parte es así, pues el thriller se vuelve más intrincado gracias a los paisajes que ofrece la isla de El Hierro. No obstante, la propia isla, con sus mareas, sus rocas volcánicas y sus habitantes algo ermitaños, sí es un personaje de pleno derecho que viene a aupar y ayudar a que la narración se enriquezca con los paisajes y protagonistas autóctonos.

La literatura, lugar para la voz rural

El confinamiento de 2020 provocó cierto éxodo de la ciudad al pueblo. Fue algo más mediático que otra cosa, pues los datos no mienten, y la España vaciada se va quedando como un solar con una casa a medio hacer: el 78% de los municipios españoles tiene menos de 5.000 habitantes y en ellos vive apenas el 9,4% de la población.

En este contexto, aunque las producciones audiovisuales tengan tendencia a localizar sus historias en las grandes urbes, la literatura sí continúa siendo un refugio para obras que no instrumentalizan lo rural usándolo como simple atrezo para narrar una historia. En 2019, la escritora Irene Solà publicaba Canto yo y la montaña baila, una novela muy aplaudida en la que se rendía homenaje a la naturaleza que rodeó la vida de la autora. En las montañas de Cataluña donde se desarrolla la acció suceden cosas mágicas y los protagonistas no son solo los humanos: las flores, la lluvia, los corzos, los perros o las brujas hablan sobre el devenir de un bosque antiguo y de unas montañas que se balancean con el vaivén de los siglos.

De una forma original y casi mística, Solà dibuja cómo es la vida, más calmada y cómoda, en las localidades que más cerca están de la naturaleza. Este espacio no es solo un sitio al que volver de vacaciones, sino otra forma de vida más sencilla y compuesta de placeres menos artificiales que muchos que pueden encontrarse en la ciudad.

Esto, a su modo, también lo hizo Santiago Lorenzo con su novela Los asquerosos –llevada a los escenarios en una obra teatral protagonizada por Miguel Rellán y Secun de la Rosa– en la que habla de la huida accidental de la ciudad al pueblo y cómo el protagonista acaba enamorándose de ese imaginario Zarzahuriel y odiando a la mochufa, esos domingueros ineptos de ciudad, para hermanarse con una vida más sencilla y silenciosa.

Almudena Grandes eligió un pueblo, Fuensanta de Martos (Jaén), para contar uno de sus relatos de la posguerra. En El lector de Julio Verne, la autora habla de los años tras la Guerra Civil no desde la capital, como pasa en Las bicicletas son para el verano de Fernán Gómez –llevada al cine por Jaime Chávarri en 1984–, sino desde ese reducto en la montaña, en el que un niño comienza a descubrir de qué va la vida, arropado por su pueblo.

Aunque la cultura audiovisual más mainstream muestre insistentemente la realidad dentro de la M-30, haciendo que la vida fuera esté escasamente representada, la realidad es mucho más poliédrica. En las ciudades pequeñas y en los pueblos, al igual que en las urbes, hay amores y desamores, dramas familiares, problemas con el trabajo y, en definitiva, la vida que pasa y que toca a todos con su devenir incansable y los mismos problemas esenciales. Pese a la romantización urbanita, sin tanto asfalto existen lugares que acogen e invitan a volver a casa no solo para buscar sus raíces, sino para echarlas. ¿Cuántas historias se quedan en el bar del pueblo y cuántas tenemos que escuchar entre la música atronadora del último garito de moda?

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