Ilustración: María Corte

Hermosa vida, hermosa muerte

Nacemos, crecemos y morimos. Desde que somos pequeños, tenemos claro cuál es el ciclo de la vida. Pero saberlo no disminuye la angustia que nos produce la idea de que nuestro tiempo en la Tierra se termine. La poeta Idea Vilariño lo expresaba así: «Todo es muy simple, mucho / más simple y sin embargo / aún así hay momentos / en que es demasiado para mí/en que no entiendo/y no sé si reírme a carcajadas / o si llorar de miedo / o estarme aquí sin llanto / sin risas / en silencio / asumiendo mi vida / mi tránsito / mi tiempo». Asumir que el telón se bajará también es un argumento de peso para disfrutar más y mejor de nuestros días.


Es una clara tendencia del ser humano: esconder o ignorar aquello que no quiere asumir, bien sea porque es incómodo, doloroso o nos hace pensar más de la cuenta. La sociedad de los últimos años ha comenzado a hablar más sobre temas que antes, simplemente, se escondían en el cajón. Los altavoces que se han generado con las redes sociales han propiciado este desvelamiento, consiguiendo ampliar el imaginario colectivo sobre ciertas cuestiones y realidades diferentes a las típicas, pero aun así existen innumerables temas que seguimos ignorando.

Entre esas cuestiones sesudas que se nos atoran en la garganta cuando tenemos que hablar sobre ellas se encuentra la muerte. Desde luego, no es fácil asumir que algún día dejaremos este mundo: sentimos un precipicio bajo nuestros pies y nos tiemblan hasta las pestañas. Tanto el tabú que la rodea como la reflexión que la acompaña traen cola desde el comienzo de la humanidad y las primeras teorías filosóficas. Pero, al igual que cuando barremos no metemos la porquería debajo del sofá, tampoco deberíamos esconder la ansiedad y el miedo que nos produce la idea de morir. ¿Acaso tiene alguna ventaja ocultar algo tan evidente?

De entre todas las criaturas que pueblan la Tierra, nosotros somos los únicos seres capaces de reflexionar sobre nuestra propia existencia. El filósofo Heidegger –uno de los pioneros en abordar los problemas ambientales desde la consciencia ecológica– define este hecho como ese modo de estar-en-el-mundo, algo específico del ser humano somos conscientes de que existir implica en algún momento dejar de hacerlo y, cuando nos percatamos de esta finitud, sentimos un gran desconsuelo.

Pero, afortunadamente, no está todo perdido. Según sus teorías, podemos escoger cómo vivir nuestra existencia: podemos elegir vivir de una manera inauténtica, dejándonos llevar por la cotidianidad, rehuyendo la idea de que algún día moriremos, llenando ese vacío con aspectos banales y poco profundos; o bien, podemos elegir tener una vida auténtica. Eso significa asumir que llegará el momento en que la luz se apagará –o, para algunos, se encenderá otra– y que, por lo tanto, disponemos de un tiempo finito que necesitamos exprimir plenamente, de forma consciente y genuina.

Hacemos lo que nos gusta porque nos vamos a morir

Así, en línea del pensamiento de Heidegger, muchos filósofos –y también escritores, pensadores y hasta influencers– abogan por repensar la muerte, dándole un significado múltiple y dimensional: no es solo un acontecimiento doloroso, también nos puede servir como una guía para apreciar lo efímero y lo importante de la vida.

«La muerte es fuente de esperanza y sabiduría para quien acepta su presencia», sostiene Ana Bundgaard en su ensayo titulado Maria Zambrano: la muerte viviente. Una manera de dar peso filosófico a esas frases que todos hemos oído o pronunciado –«la vida son tres días y vamos por el segundo», «hay que disfrutar, que no sabemos cuándo va a terminar»– que quizá se hayan convertido en lugares comunes, pero que siguen teniendo un trasfondo de absoluta verdad.

«La muerte es fuente de esperanza y sabiduría para quien acepta su presencia»

Ana Bundgaard

El problema reside en que ese momento de lucidez sobre la finitud de nuestra existencia terrenal suele venir a colación de alguna desgracia que nos sucede o que nos rodea. En Gracias, vida, la escritora e influencer Lucía Benavente (@mrsluciabe) hace un compendio de ilustraciones y reflexiones acerca de la muerte de un ser amado, el duelo, el arte y la belleza. En sus páginas comparte, de forma tremendamente generosa, una nota que escribió su marido y padre de sus cuatro hijos, el poeta Miki Naranja, fallecido a causa del cáncer cuando apenas tenía 41 años: «Ahora que veo la vida en su conjunto, un poco como si estuviera contemplándola por encima del planeta, quiero pediros que la apreciéis en lo que vale, con toda la fuerza de vuestro corazón. Porque es un don precioso, inconmensurable y maravilloso. Por favor, no perdáis un segundo en nimiedades, enfados o afanes materiales que para nada merecen la pena».

Con el paso de las semanas, ese acontecimiento horrendo y abrupto que nos hace ser conscientes de lo que es verdaderamente importante, empieza a camuflarse entre los vaivenes del día a día. Poco a poco, volvemos a sumergirnos de lleno en los orgullos desmedidos, las palabras no dichas y las preocupaciones sin fundamento. «Solo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo; la Tierra detiene su rotación y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina», nos dice Rosa Montero en la primera página de su obra La ridícula idea de no volver a verte, en la que también aborda el duelo.

Ahora bien, ¿qué podemos hacer para superar una pérdida, para seguir adelante sin olvidar las lecciones que nos deja? Algo simple y difícil: mantener esta clarividencia que nos produce la muerte, valorando lo increíble que es estar vivo y relativizando los pormenores con los que nos vamos topando. En definitiva, disfrutar del camino: sabemos que en la vida no todo es blanco o negro, pero hacer el ejercicio de tener en mente aquello que es realmente importante no tiene marcha atrás y puede suponer un halo de luz y esperanza cuando parece que todo está oscuro.

Un todo indistinguible

Otra reflexión no tan común sobre la muerte es la de encontrar la misma belleza de la vida en el hecho de que esta sea finita, al menos, en el plano físico. Los japoneses definen este sorprenderse por la belleza de lo efímero como mono no aware: es ese sobrecogimiento del alma cuando sabemos que estamos ante algo que difícilmente podrá repetirse.

«Cuando nosotros estamos en vida, la muerte no está; cuando ella está, no estamos nosotros»

Epicuro

Epicuro, filósofo de la Antigua Grecia cuyo pensamiento se basa en buscar la felicidad y practicar las actividades que nos generan este sentimiento, encuentra ridículo el miedo hacia la muerte. En su escrito, Carta sobre la felicidad, lo argumenta de la siguiente manera: «Cuando nosotros estamos en vida, la muerte no está; cuando ella está, no estamos nosotros». Dejar que su simple idea nos perturbe es para él un sinsentido, ya que únicamente podemos percibir el placer o el sufrimiento sintiendo… y la muerte no es otra cosa que la ausencia total del sentir.

Si pensamos la finitud de nuestra existencia sobre la Tierra de esta forma, tal vez podamos alcanzar lo que para Epicuro es la verdadera sabiduría: buscar la felicidad, encontrar placentera la vida y asumir la muerte como una parte intrínseca de esta. Muchas veces la ansiedad que experimentamos no viene de la idea de la muerte en sí, sino de ese anhelo de trascender. Por eso el sabio valora la calidad y no la cantidad: no codicia un tiempo infinito, sino que quiere disfrutar y regocijarse en la hermosura y consciencia de saber que su existencia, algún día, terminará: «Porque una hermosa vida es una hermosa muerte, son un todo indistinguible».

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