La llegada del coronavirus y los confinamientos enfriaron las movilizaciones en la calle pero, lejos de enfriarse, la preocupación por el clima se ha intensificado entre los más jóvenes: aunque entre ellos el pesimismo reina, también lo hace el deseo de implicarse para cambiar las cosas. El informe El Futuro Es Clima, realizado por Playground y Ashoka, hace una potente radiografía de cómo la juventud española afronta la crisis climática.
Una de las cosas que –prejuiciosamente– suelen asociarse a los jóvenes es su despreocupación o su pasotismo, ensimismados en el individualismo, la diversión y los problemas típicos de la juventud. Sin embargo, como muchos otros prejuicios, no soportan una confrontación con la realidad: de esos jóvenes aunque sobradamente preparados (o JASP) como se conocía a esa generación que terminó de estudiar la carrera a mediados o finales de los noventa, hoy podríamos hablar de jóvenes aunque sobradamente preocupados. Motivos no faltan: la precariedad, la desigualdad… y, sobre todo, el clima.
Desde el año 2013, la preocupación por el clima ha ido en aumento. Según un informe publicado por Greenpeace, el cambio climático ha escalado posiciones hasta convertirse en la mayor preocupación mundial. En España, según el informe La Sociedad Española frente al Cambio Climático elaborado por la consultora Ideara y la Fundación Biodiversidad, el 93, 5% de la población reconoce que es un problema real y el 76,4 % cree que se le está dando menos importancia de la que tiene. El Eurobarómetro, además, sitúa a los españoles como los más preocupados por el cambio climático.
Aunque las consecuencias de vivir una emergencia climática como la actual son una cuestión de presente que sentimos ya en nuestra propia piel –basta ver las temperaturas medias de este octubre o comprobar el estado de los embalses–, también son una preocupación de futuro compartida entre los más jóvenes. Se pudo comprobar en 2019 en las diferentes huelgas y marchas del clima organizadas por estudiantes que alcanzaron su máxima expresión en España con la manifestación que recorrió Madrid durante la celebración de la COP: cientos de miles de manifestantes acudieron a la llamada de Greta Thunberg y marcharon para exigir más y mejor acción a los gobiernos.
Aunque la llegada del coronavirus y los confinamientos enfriaron las movilizaciones en la calle, lejos de enfriarse, la lucha climática se ha intensificado en un momento en el que ha quedado al descubierto la relación de interdependencia entre la salud humana y ambiental. De hecho, ocho de cada diez españoles creen que deberíamos actuar con la misma urgencia en la lucha contra el cambio climático que como se está haciendo con el coronavirus, según revela un estudio impulsado por la Fundación BBVA.
En este contexto, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico puso en marcha la Asamblea Ciudadana para el Clima, con el objetivo de que fuera la ciudadanía quien abordase las cuestiones claves relacionadas con la forma de construir un país más seguro con menos emisiones de gases de efecto invernadero, menos vulnerable frente a los riesgos y los impactos del cambio climático y que requieren considerar la solidaridad y la justicia social. En su informe final, se recogen más de 170 recomendaciones para conseguirlo.
Juventud en un mundo en crisis climática
Los más jóvenes son una de las voces que más tienen que decir en la lucha climática, y también quienes ponen en práctica esa máxima de protesta con propuesta. En paralelo a la actividad de esa asamblea, Ashoka y Playground pusieron en marcha El Futuro Es Clima, una macroencuesta destinada precisamente a ellos: consultaron a más de 9.000 jóvenes entre 18 y 30 años con el objetivo de conocer sus propias alternativas para cambiar las forma en la que se están tomando decisiones para frenar el cambio climático. Paradójicamente, la mitad de los encuestados dijeron desconocer que existía la Asamblea Ciudadana para el Clima.
Una de las primeras conclusiones es que son una generación extremadamente concienciada en la materia. A más del 97% de participantes les preocupa y mucho el cambio climático, sin embargo la mayoría de ellos creen que la falta de concienciación y de acción contra él acarreará consecuencias ya irreversibles. Casi el 80% de ellos creen, de hecho, que el nivel de concienciación general de la población es insuficiente, y tres de cada cinco (64%) opinan que se le da poco espacio en los medios de comunicación.
En cuanto a su propio nivel de concienciación, aún queda mucho trabajo por hacer. Casi un tercio (30,2%) de la juventud encuestada, sobre todo entre las franjas de edades más superiores, cuentan haber leído de alguna de las informaciones ofrecidas por el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), que elabora algunos de los informes más relevantes en materia climática. ¿Lo malo? Casi la mitad de los jóvenes (48%) reconocen directamente desconocer a qué pertenecen esas siglas.
Ante la crisis climática, energética y social que ven ya en el horizonte, la mayor parte de los jóvenes –un 66%– afrontan el futuro de manera pesimista y más de ocho de cada diez creen que vivirán peor que sus padres debido al cambio climático. Piensan que la peor parte se la llevarán las personas más vulnerables, sobre todo aquellas con ingresos bajos y aquellas que vivan en las grandes ciudades, convencidos de que la inacción climática de hoy, en general, les hará vivir peor mañana y también hoy: el 82% de ellos reconoce padecer ecoansiedad de forma esporádica o frecuente.
Todo esto les hace plantearse, como individuos y como colectivo, el lugar que ocupan y que quieren ocupar en el mundo. Por ejemplo, cuatro de cada cinco personas encuestadas (82,1%) señalan que les gustaría desarrollar su trabajo en compañías o posiciones que generasen una posición con un impacto social o ambiental positivo. También, un 76% cree que su implicación política puede provocar cambios significativos en la acción climática.
Qué reclaman y qué harían ellos
¿Cómo materializar esa implicación política individual y colectiva? Aunque la solución al cambio climático pasa necesariamente por un cambio de modelo económico (30%), por un cambio de mentalidad de la gente (28%) o por el decrecimiento de la producción y consumo (27%), la mayor parte de ellos son conscientes del poder de las decisiones individuales para impulsar todos ellos.
Más de la mitad de los participantes sugiere transformar el modelo de consumo general a uno más consciente de los límites planetarios, con distintas acciones colectivas e individuales entre las que destacan el uso del transporte público, el abaratamiento del uso de energías renovables, el replanteamiento del sistema alimentario y la reducción del consumo de carne, llevar a cabo un reciclaje más estricto y la prohibición del uso de plásticos. Así, una abrumadora mayoría estaría dispuesta a cambiar cosas de su vida cotidiana para ello. Por ejemplo, casi el 94% aumentaría el tiempo de trayecto de sus viajes de ocio si implicase el uso de transportes menos contaminantes, y el 78% consumirían alimentos más bajos en emisiones si el Gobierno lo facilitase.
También señalan a las grandes empresas y a las instituciones como principales responsables de implicarse para solucionar las cosas mediante la apuesta por la soberanía energética y la transición verde: la gran mayoría de la juventud encuestada (96%) considera que las empresas más contaminantes deberían pagar más impuestos que aquellas que lo son menos.
Al mismo tiempo, un 56% de los encuestados apunta directamente a las instituciones y reclama leyes que impulsen reformas estructurales de carácter económico destinadas a dotar de efectividad la transición climática. Una serie de demandas que, sobre todo, reclaman la incentivación pública del uso de energías renovables, la creación e implantación de más impuestos, limitaciones y obligaciones para las grandes empresas más contaminantes, el autoconsumo y la soberanía energética como propuestas base a la transición verde. Por ejemplo, un 67% opina que la ley de Cambio Climático y Transición Energética es insuficiente, como también lo son las COP (45%).
En unas semanas en la que el activismo climático está más en el centro del debate que nunca tras la polémica protesta de dos jóvenes en la National Gallery, estudios como estos reenfocan el papel de las nuevas generaciones ante una crisis que les atraviesa hoy y que lo hará mucho más mañana. «Con los girasoles hay debate para rato, pero igual esta es una oportunidad para (re)pensar cómo queremos comunicar la emergencia climática. Y no vale el «así, no». Ok, vale, ¿cómo? Necesitamos ideas. ¿Qué haríais vosotras?», escribía la periodista Andrea Arnal a raíz de la propuesta. Los jóvenes ya están contestando.