Aunque en el mundo-jungla impere la competitividad, la cooperación es la que logra los grandes éxitos: sin ella, el ser humano nunca habría podido llegar hasta aquí. Esa es la filosofía de Consortium, un juego de mesa en el que nadie puede ganar si los demás pierden.
Hay una vieja creencia de que nuestro mundo es cada vez más competitivo y que la competitividad es la base para el buen funcionamiento del sistema. No vamos a negar aquí que, a menudo, hay que competir con otras personas por un empleo, por una vivienda o para ganar Roland Garros. No se puede hacer una enmienda total a la competitividad, pero sí al discurso totalizador que ha instaurado: es falso a nivel económico e, incluso, a nivel antropológico.
De hecho, según un estudio de un grupo de arqueólogos de las universidades de Montreal y de Génova, fue la cooperación en una situación de extrema dificultad –en concreto una erupción volcánica que alteró el clima hace 40.000 años en el sur de Italia–, lo que salvó a las poblaciones de homo sapiens que habitaban la zona.
La investigación señala que buena parte de las herramientas que usaban dichas poblaciones fue elaborada con pedernal que, al parecer, fue transportado desde cientos de kilómetros, señal de que ya existía una red social y comercial muy extensa. «Tenían un vínculo con las personas que viven lejos, de modo que si las cosas se descontrolaban en el territorio donde vivían, tenían la opción social de depender de las personas con las que habían establecido relaciones: cuanto más amplia era la red, más fácil era sobrevivir», explicó en un comunicado Julien Riel-Salvatore, profesor de arqueología en la Universidad de Montreal y coautor del estudio.
Es decir, la cooperación es una estrategia exitosa cuando se produce un cambio climático brusco. No es mala enseñanza para los tiempos actuales, y quizá por eso cada vez surgen más voces que reivindican los valores y prácticas comunales. Como Raúl Contreras, uno de los emprendedores sociales de nuestro país que cuenta con el apoyo de Ashoka, la organización de emprendimiento social más importante del mundo.
Desde su plataforma Nittúa, Raúl lleva muchos años trabajando en lo que llaman economía para la vida, que quiere poner en el centro no solo el valor financiero, sino también el social y medioambiental de la actividad económica. Este enfoque del triple valor se construye apoyado además en la filosofía colaborativa del procomún, desde la que plantea propuestas alternativas para la resolución de los problemas y necesidades de las personas y del planeta.
Hace no mucho tiempo, Raúl se preguntó cómo podría transmitir estos valores y prácticas de una manera efectiva. Entonces surgió la idea: ¿Por qué no un juego de mesa? ¿No es a través del juego como aprendemos, de pequeños y de mayores, a interiorizar determinados valores de manera sencilla y divertida? Así nació Consortium, «un juego colaborativo, donde nadie puede ganar si los demás pierden. Donde se exige llegar a acuerdos para cada uno de los movimientos», como explica el propio Contreras.
Acuerdos ‘micro’ para cambiar lo ‘macro’
A nivel técnico, las partidas requieren un mínimo de cuatro participantes y un máximo de nueve. Cada uno de los jugadores toma la identidad de un municipio de diferente tamaño y circunstancia. Puede ser una aldea, un pueblo o una ciudad, y deberá ponerse de acuerdo con el resto de municipios, vecinos del mismo territorio, para buscar el bien común. De hecho, solo se pude ganar si todos los municipios, independientemente de sus situaciones particulares, cuentan con al menos cinco puntos de bienestar. El problema es que se juega contra el tablero. Es decir, contra el sistema, que te va arrojando continuamente eventos ante los que hay que saber reaccionar para no perder bienestar.
«El sistema va dejando caer sus costes. Te van cayendo sin que tú tenga nada que ver y, sin embargo, las consecuencias las tenemos que resolver las personas», detalla Contreras. Lo ejemplifica así: «Si lo piensas un poco, es lo que pasa en la realidad. De repente, nos dicen, ‘oiga, apriétese el cinturón’. Quizá te preguntes qué has hecho para que pase eso y, en realidad, no has hecho nada, pero en ese mundo de la macroeconomía sí se han hecho cosas que no se deberían hacer y, de repente, lo pagan los ciudadanos».
En Consortium, los jugadores tienen que ponerse de acuerdo para gestionar de forma consensuada las diferentes dificultades que se presentan en este escenario cambiante. Lo cual supone elegir entre las diferentes posibilidades de acción que se les presenta en cada turno. El problema es que cada municipio tiene, en apariencia, un tamaño y unas necesidades diferentes y pueden surgir conflictos de intereses.
Por ejemplo, una de las cartas de acción, que son las que determinan qué podemos hacer, permite bajar los impuestos para ejercer un efecto llamada en las empresas de la zona. Si se opta por usar esta carta, –algo que, salvo en determinadas circunstancias, debe ser votado por todos los jugadores, independientemente de quién tenga el turno– el dueño de la carta gana cuatro puntos de bienestar, pero el resto de los jugadores pierden tres puntos por cabeza.
En un juego de los de toda la vida, en el que se trata de vencer a los demás a toda costa, emplear esta carta sería sin duda una buena idea. Pero, como este no es un juego de los de toda la vida, hay que recordar una cuestión fundamental: en Consortium no es posible que un jugador gane la partida al resto. Dicho de otro modo, aquí o todos ganan, o todos pierden.
Otra manera de organizar el territorio
Dado que en Consortium existen cartas de acción que otorgan puntos positivos de bienestar tanto al que usa dicha carta como al resto de los participantes –suelen estar ligadas a medidas sociales y ambientales –podríamos pensar que entonces bastaría con elegir siempre las cartas que más puntos reparten colectivamente para ganar. Pero aquí surge un problema: las cartas que sirven para dotar de infraestructuras a las poblaciones no dan puntos de bienestar a corto plazo, pero son esenciales en el largo plazo.
«Si no tienes una infraestructura de salud, no puedes defenderte de una pandemia, por ejemplo», avisa Contreras. Algo que puede suceder en cualquier momento de la partida. Por este motivo, como explica, es fundamental «invertir en el futuro, que es lo que te da ese abanico de infraestructuras».
Las cartas de infraestructuras están divididas en siete sectores: industria, ganadería, agricultura, ocio, salud, comercio y servicio público. Además, solo puede construirse una infraestructura por sector en cada municipio. Lo que se pretende con ello es que se entienda que no es necesario que cada municipio tenga su propio hospital, su propio polideportivo o su propio teatro.
Con eso se subraya que lo importante es que el territorio en su conjunto sea capaz de satisfacer las principales necesidades de todos los núcleos poblacionales que acoge a través de una administración cooperativa bajo criterios sociales y ambientales. Para este fin, los jugadores pueden hablar entre ellos, enseñarse las cartas, cambiárselas … siempre con el objetivo de generar estrategias colectivas para el bien común. Un ejemplo:
Esta forma de entender la administración territorial recuerda ciertamente a la biorregión. Esta figura, que se defiende desde determinados ámbitos académicos y activistas, vendría a ser un territorio cuyos límites no están definidos por fronteras políticas, sino por límites geográficos que tienen en cuenta tanto las comunidades humanas como los ecosistemas que lo conforman y que constituyen realidades interdependientes.
Puede que parezca algo bastante utópico pensar en un mundo que esté dividido no por países surgidos de las fronteras bélicas o las trazadas con escuadra y cartabón, sino por biorregiones gestionadas bajo criterios esosociales y el procomún. Pero, como bien nos enseñó Galeano, existen utopías útiles, que son las que nos ayudan a caminar hacia otros mundos posibles. Y si nuestros pequeños –porque ya se está pensando en una versión educativa para ellos– y mayores comienzan a experimentar esos nuevos mundos a través de iniciativas como Consortium, quizá sí podamos aspirar a una sociedad que haga realidad eso que decían en La bola de cristal: sola no puedes… pero, con amigos, quién sabe.