Kafka, la lucidez a través de lo absurdo

El 3 de junio marca el centenario de la muerte de uno de los escritores más influyentes del siglo XX: Franz Kafka. Con singular perspectiva sobre la condición humana y el uso de escenas surrealistas, el autor consigue expresar, aún hoy, las situaciones absurdas, angustiosas y opresivas a las que nos enfrentamos día a día. 


«Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto».

El primer párrafo de La Metamorfosis, de Franz Kafka, es uno de los más emblemáticos de la historia de la literatura. Una metamorfosis surrealista que sirve como metáfora para contar la alienación y la incomunicación con el resto del mundo que siente Gregor, el protagonista, en su vida cotidiana. A medida que su familia y sus colegas lo rechazan debido a su nueva forma, Gregor se enfrenta a la realidad implacable de su propia insignificancia.

Hace 100 años que dejó el mundo uno de los escritores más influyentes del siglo XX. Franz Kafka, con ese estilo único y esa perspectiva tan singular de lo que significa ser humano, se convirtió en uno de los máximos exponentes del surrealismo, un movimiento artístico y literario que surgió en la primera mitad del siglo XX y que se caracteriza por representar situaciones que desafían la lógica y la razón.

No es casualidad que, ahora, la palabra kafkiano se haya convertido en el emblema para describir situaciones absurdas, angustiosas u opresivas a las que nos enfrentamos día a día. A menudo lo relacionamos con burocracias deshumanizantes y laberínticas, pero también lo utilizamos en momentos donde experimentamos una importante falta de organización o ante procedimientos que nos hacen sentir insignificantes. Incluso cuando nos enfrentamos a los laberintos de nuestra propia existencia, con sus correspondientes angustias. 

Así, lo kafkiano evoca esa atmósfera de desorientación, de impotencia, de sinsentido ante la rigidez de las estructuras sociales y administrativas. Es la misma sensación de absurdo que afrontaban los personajes del autor checo, atrapados en laberintos invisibles donde las reglas son oscuras e incomprensibles. Y donde la justicia es ilusoria.

Lo real, lo absurdo

«La cabeza de insecto, que había asomado precipitadamente de la almohada, se ocultó enseguida debajo del edredón, pero no sin dejar de levantar antes un poco la ropa de la cama para ver si, quizás, le resultaba más fácil echar una ojeada alrededor en libertad».

En La Metamorfosis, esa atmósfera surrealista tan propia de Kafka se refleja también en la forma que recurre al lenguaje para generar la sensación de absurdidad. Sus descripciones, extremadamente detalladas y evocadoras, contribuyen a crear una sensación de extrañeza y alienación. Lo mezcla además con una narrativa fragmentada que, junto a un tono desapegado, añade la capa final de irrealidad que consigue desorientar al lector.

Las obras del escritor checo siguen generando curiosidad. Para algunos, Kafka se sienta «en el soplo de lo irreal, de lo imposible». Así lo describen los filósofos franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari en su obra Kafka. Por una literatura menor: «No es un surrealista en el sentido corriente de la palabra. Su obra no es un sueño o un delirio, no está habitada por imágenes inconscientes. Se tiene la impresión de que se ha abierto una puerta sobre el azar puro, sobre el caos puro, sobre la pura locura. Se tiene la impresión de que todas las formas, todos los acontecimientos, todos los personajes, todos los pensamientos son atravesados por esa luz inexplicable y negra, esa luz imposible».

Esto se manifiesta de manera especialmente impactante en El Proceso. En esta novela, el protagonista, Josef K., se encuentra atrapado en un laberinto de burocracia y poderes invisibles que lo acusan de un crimen del que desconoce los detalles. A lo largo de la historia brotan las imágenes surrealistas, como la escena en la que el protagonista es sometido a un extraño interrogatorio en una habitación oscura y abarrotada de personas, lo que representa la paranoia y alienación que experimenta:

«Lo empujaron a la fuerza hacia la habitación, donde reinaba una densa oscuridad. Apenas si podía distinguir algunas figuras, las cuales, sin embargo, parecían multiplicarse cada vez que alzaba la vista hacia ellas. Un murmullo incesante llenaba la estancia, como si todas las conversaciones del mundo resonaran en aquel lugar. Josef K. se sintió abrumado por la multitud que lo rodeaba, por las miradas furtivas que lo escrutaban desde las sombras. Y en medio de aquel caos de voces y sombras, surgió la figura del inspector, su rostro apenas visible bajo la débil luz que se filtraba por la ventana. Así comenzó el interrogatorio, en un escenario tan absurdo como inquietante, donde la sensación de ser observado y juzgado se mezclaba con la confusión de lo desconocido».

«La multitud de abogados, con sus togas y papeles, parecían una colmena de abejas zumbando en torno a un panal vacío», describe Kafka, generando en el lector la misma sensación de impotencia y desesperación que experimenta Josef K. ante un sistema que parece estar en su contra, una visión compartida con otras personas que sienten lo mismo en la sociedad moderna.

Primero un hombre, y después Kafka

A través de su exploración, Kafka nos invita a cuestionar las estructuras de poder y las normas sociales que rigen nuestras vidas. Sus obras nos recuerdan la fragilidad de la existencia humana y la dificultad de encontrar significado en un mundo que a menudo parece irracional e incomprensible.

Como indican en el estudio Kafka, las escenas de lo humano los expertos Diego Lizarazo Arias y José Alberto Sánchez Martínez de la Universidad Autónoma de México, «la realidad en Kafka se deja ver como el triunfo de la moral utilitaria que acorrala al sujeto, lanzándolo a una soledad y a un mecanismo de producción mecánico de donde ya no puede salir ni rebelarse».

Así, la escritura del autor checo trasciende lo artístico, convirtiéndose en un intento de explorar y comprender su propia existencia y, por extensión, la existencia humana. Jorge Luis Borges, un grandísimo admirador de su obra, dijo de él que «Kafka es, antes que nada, un hombre con una singularidad abrumadora y un escritor solo después. Nunca podremos saber si sus páginas son el reflejo o la distorsión de su biografía. La ambición de Kafka era doble: su primera ambición era ser un hombre y su segunda era ser Kafka».

En el centenario de su muerte, el legado de Franz Kafka sigue siendo relevante y poderoso. Seguramente quien mejor lo definió fue su gran amigo Max Brod, su heredero universal, quien decidió ignorar la última voluntad del autor de eliminar parte de su obra tras su muerte y la protegió, permitiendo que llegara a las manos de las generaciones futuras: «Kafka ha sido, de todos los creyentes, el menos iluso; y de entre todos aquellos que ven el mundo sin ilusiones, el creyente más inquebrantable».

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