Picasso África
Ilustración: Carlota Bravo

La África desconocida en la mirada de Picasso

Las casualidades a veces cambian el curso de la historia. Una compra casual de Henri Matisse hizo que Picasso descubriera las máscaras africanas y las incorporase a los lienzos que abrieron paso al cubismo y la abstracción. Para quien sepa verla, África está muy presente en la obra del genio malagueño: aunque el «periodo negro» de Picasso durase apenas un par de años, es clave para entender su obra y su pasión por el coleccionismo de arte africano. Cincuenta años después de su muerte, podemos seguir descubriendo el continente negro en su pintura.


Un mes de abril como este, pero de hace medio siglo, se iba Pablo Picasso, uno de los artistas más importantes del siglo XX y de la Historia. Hoy nadie duda de que su obra es imprescindible para entender el arte contemporáneo, en gran parte, por su papel en el nacimiento de un estilo artístico que marcó un antes y un después: el cubismo. Junto a su amigo pintor y escultor Georges Braque, a comienzos del siglo XX en París, el genio malagueño sentó las bases de un rompedor movimiento que empleaba las formas geométricas para dibujar tanto rasgos humanos como objetos. Con él, elevaba la imaginación del espectador más allá del arte figurativo, pero sin abandonarlo, un primer paso a la abstracción y la subjetividad que han marcado el arte tal y como lo conocemos ahora.

Hasta aquí el lado más conocido de la historia y el aprobado raspado de cualquier examen de historia contemporánea. Sin embargo, como toda historia, tiene un backstage más desconocido que mezcla los ingredientes del cubismo de Picasso con las influencias negras en un cóctel que poco tiene que ver con hielos tintineantes, ginebra y tónica. Y África es uno de los ingredientes secretos.

Todo despegó en el año 1907, una fecha importanteen la historia que nos ocupa y que, para Picasso, supone su ruptura definitiva con la pintura tradicional, una exploración artística que lo cambió todo en diez años. En el contexto encontramos una década marcada por intensas políticas imperialistas en África y una incipiente I Guerra Mundial que acabaría con la expansión del cubismo en apenas una década. Las relaciones cada vez más estrechas de Europa con las colonias africanas fueron despertando un tímido interés por las expresiones culturales de aquellos pueblos negros, así como una curiosidad ante nuevos hallazgos arqueológicos. En el caso de Picasso, el descubrimiento del arte africano ese mismo año dejó huella en muchas de sus obras.

Como cuenta el periodista sudafricano Andrew Meldrum, en primavera de ese año, Picasso fue a visitar a Gertrude Stein, escritora norteamericana y gran amiga del artista, al apartamento que la poeta tenía en París. Al encuentro también acudió el pintor Henri Matisse, otro de los grandes artistas de la época, que llevó consigo un objeto poco usual y exótico que acababa de comprar en una tienda de antigüedades por la que había pasado de camino. Se trataba de una pequeña figura Vili, originaria de un pueblo bantú de África Central, establecido en el suroeste de lo que hoy sería Gabón, la República del Congo, Angola y la República Democrática del Congo. Según relataba el propio Matisse, los dos artistas quedaron cautivados por la forma de la figura humana en esa escultura.

Fue tal la fascinación de Picasso por ese objeto que, pocos meses después de la reunión en casa de su amiga, realizó distintas visitas a las colecciones africanas del Museo de Etnología de Trocadero –ahora conocido como el Musée de l’Homme–, acompañado de su amigo fauvista André Derain. Quizá sin saberlo, aquellas exposiciones fueron cruciales para su formación como artista y comprender lo que realmente significaba la pintura.

El cubismo negro y el punto de partida de su rebeldía artística

Ante los ojos del transgresor y único Picasso, se abrió un frente de posibilidades al examinar máscaras y objetos con detenimiento para admirar su lado sagrado y mágico que iba más allá del proceso estético. Aquello era símbolo de unión entre los pueblos negros y el universo hostil para afrontar los miedos: lo que más le atraía no era del orden de lo sensorial, de lo visible, sino del poder de transformación que ejercían sobre los demás.

«Le había ayudado a comprender que su propósito como pintor no consistía en entretener con imágenes decorativas, sino en mediar entre la realidad percibida y la creatividad de la mente humana, para liberarla del miedo a lo desconocido dándole forma», cuenta en primera persona la propia Gertrude Stein en la Autobiografía de Alice B. Toklas, donde recoge el asombro del genio por este arte exótico y recoge sus primeras sensaciones el día que entendió el arte africano y este se cruzó en su camino. 

Junto a otros como Braque o Matisse, Picasso se convirtió en un gran coleccionista de arte africano que acaparó su estudio, de ello dan fe varias fotografías de su taller parisino de Bateau-Lavoir en el barrio de Montmartre, lleno de máscaras y figuras africanas. En su refugio artístico se encontraban varios bocetos con las estatuas como modelo, dibujos de cabeza de mujer con un ojo, una nariz alargada unida a la boca y un rizo de cabello en el hombro, asemejándose a lo que sería meses después Las señoritas de Aviñón, el cuadro que lo cambiaría todo.

Apenas habían pasado unos meses después de la visita de Matisse cuando, en verano, comienza la conocida como «época negra» de Picasso (1907-1909). Entonces tenía tan solo 26 años, pero fue capaz de crear, con todas estas influencias, uno de sus lienzos más sublimes y trascendentes: Las señortias de Aviñón. Es una de las primeras obras que muestran su relación con África y el comienzo del arte moderno, con el que rompe con el concepto de verosimilitud y da un paso que le lleva a ser incomprendido hasta por su círculo más cercano y conservador.

Con ella marca el punto de inflexión en su trabajo y da pistoletazo de salida al cubismo al yuxtaponer diferentes planos en uno solo. La síntesis es total: al tiempo que simplifica las figuras a su mínima expresión geométrica, une también en un solo plano los diferentes puntos de vista del objeto. Si uno observa el cuadro con perspectiva, se aprecia la deformación de las caras que asumen una forma angular y geométrica, muy similar a algunas máscaras africanas procedentes de diversas comunidades étnicas de Camerún, Costa de Marfil, Nigeria y Guinea-Bissau.

¿Fue el hallazgo casual de Matisse la serendipia que cambió por completo la historia del arte? Es posible. De hecho, el genio abandonó esta obra al poco de empezar y la retomó más tarde para convertirlo en lo que hoy es. En la biblioteca de la UNESCO, está documentado que los primeros bocetos datan de abril de ese mismo año. Entre esas fechas y la conclusión, Picasso tuvo esa revelación y visitó Trocadero retomó el trabajo y añadió máscaras africanas en dos de las caras retratadas.

«En el cuadro destruye los ideales occidentales de belleza y descarta el concepto de perspectiva del Renacimiento. Las mujeres del cuadro avanzan contra el lienzo. Se desfilan y miran directamente al espectador», explica Nadeen Pennisi, del Palm Beach State College de Florida, que considera este cuadro como la encarnación de la rebeldía de Picasso.

Sin embargo, aunque es el más conocido, no es el único que refleja la relación de Picasso con África. También puede verse claramente en el Busto de una mujer (1907, Galería Nacional de Praga); Madre e hijo (verano de 1907, Museo Picasso de París); Desnudo con los brazos levantados (1907, Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid); y Tres mujeres (1908, Museo del Hermitage de San Petersburgo).

Madre e Hijo (1907), Museo Picasso de París.

«Lo que está más claramente marcado por el arte africano en Picasso es la estilización de los rasgos, los rostros o el lado casi escultórico de estas figuras que, de hecho, remite a aquellos intentos de talla directa en madera o su mirada sobre las esculturas africanas», opina Cécile Débray, directora del Museo Nacional Picasso de París.

Picasso vuelve a África medio siglo tras su muerte

Este mes de abril se cumplen cincuenta años de la muerte de Pablo Picasso y, si en Igluu hemos decidido darle espacio a estas influencias más desconocidas de su obra, en África llevan ya tiempo reivindicándolo. Uno de los puntos clave es Dakar, una de las capitales más dinámicas y artísticas del continente, que acogió por primera vez una exposición de Picasso en 1972.

Foto: Brezo Sintes, Museo de las Civilizaciones Negras en Dakar, agosto 2022)

Más de medio siglo después de esa exposición, una de las últimas con Picasso aún con vida que fue todo un éxito y recibió más de 13.000 visitantes, la obra del pintor español volvió a esa ciudad en 2022, en vísperas del aniversario que se conmemora estos días. Concretamente lo hizo al Museo de Civilizaciones Negras en una muestra de gran significado histórico y simbólico donde dialogan su obra y el arte africano a través de piezas de una calidad muy alta prestadas del Museo Nacional Picasso de París.

Además de las dos organizadas en Senegal en 1972 y 2022, la obra del creador malagueño solamente se ha expuesto en Sudáfrica en 2006. Este tipo de exposiciones son una oportunidad para descubrir parte de la vida de semejante artista que poco se cuenta: la inspiración que le había aportado el arte negro en su trabajo.

«Picasso estaba buscándose a sí mismo, quería renovarse y el arte africano le abrió una vía, una posibilidad de hacerlo. Descubre un arte que no es una representación de la realidad ni una descripción de esta, sino que va completamente más allá. Y para él, abre un espacio de liberta», explicaban Guillaume De Sardes y Helene Joubert, dos de los comisarios de la exposición en Dakar, en una entrevista para la agencia EFE. Su concepción de la libertad y su mirada a África siguen vivas y vigentes para aquellos que quieran verla.

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