La maquinaria que siembra dudas en torno al cambio climático y lo que tenemos que hacer para frenarlo nunca se detiene. Ahora en la diana están las ciudades de los quince minutos, pero antes lo estuvieron la geoingeniería, el matrimonio Gates, George Soros y Greta Thunberg… El negacionismo lleva consigo teorías de la conspiración descabelladas para intentar buscar explicaciones estrambóticas a una realidad más que confirmada: el planeta se calienta y el ser humano tiene mucho que ver en el problema (y en las soluciones).
A inicios de los años 2000, comenzó a circular por los foros de una red aún en pañales la teoría de que los satélites y el gobierno espiaban a determinados ciudadanos, que se encontraban a merced de sus ondas electromagnéticas sus oscuras intenciones. Para algunas mentes preclaras, la solución estaba en un cajón de la cocina: con un gorrito de papel de aluminio, podían protegerse de esos sofisticados mecanismos de control mental. Desde entonces, ese atuendo se convirtió en el símbolo la paranoia y las teorías de la conspiración, y así se refleja en películas como Señales o Scary Movie 3 y en series como Futurama o Los Simpson, auténtico termómetro para medir la cultura popular, donde el aluminio protege a Bart de un satélite que te controlaba a través de tu agenda electrónica. Los tiempos cambian y ahora ya no hace falta un sombrero para distinguir a los conspiranoicos: basta con encender el ordenador y meterse en Twitter o Reddit.
Empezamos por el principio: las teorías de la conspiración son afirmaciones con poco o ningún fundamento armadas para explicar hechos o situaciones complejas mediante manipulación de información, narrativas exageradas y especulaciones. Las hay de todos los colores y situaciones, desde la que afirma que el hombre jamás pisó la Luna a la que asegura que Walt Disney permanece congelado, o la de que Paul McCartney murió y fue sustituido por otra persona que se le que se parecía. Siendo el cambio climático uno de los mayores desafíos que enfrentamos como humanidad, no iba a librarse de las teorías que buscan, de forma más o menos estrambótica, desacreditar las advertencias acumuladas por los científicos durante décadas. Las medidas de descarbonización y sostenibilidad, por supuesto, también están bajo la lupa. ¿La última ocurrencia? Que la ciudad de los quince minutos es una estrategia para encerrar en los ciudadanos escudándose en la necesidad de actuar contra el cambio climático.
Por dar contexto a la historia, la ciudad de los quince minutos es un término acuñado por el urbanista Carlos Moreno para referirse a un modelo de ciudad en el que las necesidades básicas de los ciudadanos están aproximadamente a un cuarto de hora a pie o en bicicleta. Dicho de otra forma, cada persona tendría cerca de su casa la mayor parte de los servicios –su trabajo, tiendas, ocio, hospitales y escuelas–, y no necesitaría utilizar tanto el coche o la moto, con lo que se contribuiría a mejorar la vida, el tráfico y el aire de las ciudades. Es un modelo que cuenta con amplio consenso entre los arquitectos urbanos y en el que se están fijando grandes ciudades como París, Buenos Aires, Milán o Barcelona, y no tan grandes, como Pontevedra.
¿Quién podría oponerse a querer vivir en unas ciudades más amables? Pues quienes piensan que todo es una estrategia de control ciudadano. Hace ya tiempo, en lugares como Estados Unidos, Canadá o Reino Unido, comenzó a circular el bulo de que esta planificación urbana era producto de una estrategia global que, bajo las buenas intenciones de reducir los índices de contaminación y mejorar la vida de la gente, lo que en realidad buscaba era restringir las libertades ciudadanas y que nadie pudiera salir de su barrio.
«Cuando en Reino Unido este concepto empieza a extenderse y a ser votado en Oxford, Oxfordshire, Sheffield, Mánchester, en el Parlamento escocés o en Edmonton de Canadá, unos grupos muy identificados, neonazis, patriotic alternatives de la derecha o la parte más dura de los tories de Nick Fletcher han hecho una amalgama en la que, como dice una pancarta de Oxford, “no queremos ciudades de 15 minutos, no queremos vacunas, no queremos 5G, no queremos cámaras”. Son el trumpismo mezclando la totalidad: Moreno quiere encerrarnos en un campo de concentración, tienes que pedir un permiso para salir, si lo haces te ponen una multa… En fin, se han inventado toda una historia», explicaba Carlos Moreno en una entrevista en El Confidencial.
Que la realidad no te estropee una buena conspiración
En España, la presencia de esta corriente era escasa hasta hace unas semanas. El programa El gato al agua fue uno de los primeros en importar el debate dejando caer que se trataba de una coacción en que los ciudadanos se verían obligados a permanecer «encerrados» en el radio de los quince minutos. La periodista Analía Plaza lo analizó en El Periódico de España y, de ahí, el debate saltó a Twitter… donde quedó patente que, quizá, el movimiento de conspiración urbanística en España tiene sus adeptos.
Como sucede casi siempre, el debate está vinculado a la política: se ha convertido en un arma arrojadiza contra Más Madrid, partido que ha hecho abiertamente campaña para convertir a la capital en una ciudad de los quince minutos con medidas semejantes a las adoptadas por Anne Hidalgo en París, llevándolo en su campaña electoral e incluso convirtiéndolo en un libro. «Mucho ojo con lo de las ciudades a 15 minutos que defiende la izquierda ahora. Es un intento de estabular a los ciudadanos y dividir las ciudades en ghettos identitarios, en focos de delincuencia y segregación, para facilitar el control social. Pura ingeniería social marxista», tuiteaba el periodista Cristian Campos, jefe de opinión de El Español.
Quizá una de las cuestiones más cómicas de esta polémica reside en que, digan lo que digan en Twitter, gran parte de nuestros núcleos urbanos ya encajan con los principios del modelo que propone Carlos Moreno: a diferencia de lo que sucede, por ejemplo, en Estados Unidos, la propia geografía urbana española –y europea– hace que, fuera de grandes urbes, en las ciudades de tamaño mediano y pequeño las distancias sean perfectamente asumibles a pie o en bici. Pontevedra, Logroño, Vitoria, Córdoba… Son ciudades prácticamente de 15 minutos. Eso sí, la estabulación y la segregación ni están ni se les espera.
¿Quién está detrás del cambio climático? Déjame ver…
Este caso es el último, pero no el único. Las teorías de la conspiración han fluido en diferentes direcciones en los últimos años, casi siempre vinculando la cuestión climática con grandes poderes ocultos que quieren ejercer una presión oscura sobre la ciudadanía escudados, dicen, en las buenas intenciones de la Agenda 2030. Ella es la última responsable de que vayamos a vivir encerrados en barrios, que nos obliguen a ir en bici, que no tengamos vacaciones o tengamos que comer insectos en un futuro cercano.
Aunque con un objetivo compartido –desacreditar a la ciencia que avala con toneladas de pruebas la existencia del cambio climático y la responsabilidad humana en ello–, hay conspiraciones para todos los gustos. Por ejemplo, hay teorías que afirman que el cambio climático es producto de la actividad solar y sus fluctuaciones en la órbita de la Tierra, y otras directamente acusan a los científicos arguyendo que sus investigaciones son falsas, que nos manipulan para obtener financiación y mantener su prestigio.
De hecho, las teorías más desarrolladas son las que arguyen que el calentamiento global es una conspiración a gran escala en la que están implicados los mencionados científicos, cómplices necesarios, y los gobiernos de todo el mundo en una estrategia cuyo fin es imponer restricciones, someter a la población a una hipervigilancia propia de las novelas de Orwell y justificar sus decisiones injustas por el «bien común».
En esta corriente de conspiraciones hay dos sospechosos habituales. El primero es George Soros, empresario, inversor y filántropo habitual en este tipo de teorías, acusado de financiar a grupos políticos y sociales que promueven agendas específicas, manipular la economía mundial y controlar gobiernos de países enteros. El segundo es el Nuevo Orden Mundial (NOM), un grupo de individuos o instituciones que trabajan, en secreto por supuesto, para establecer un gobierno mundial único y controlar todos los aspectos de la sociedad usando chantajes económicos, medios de comunicación y política. ¿Quién forma parte de él? Pues el selecto club de los de siempre: los Illuminati, los masones, Bill Gates –que entre reunión y reunión también está con lo del 5G y las vacunas– o el mencionado George Soros, que no se pierde una y del que han dicho que es quien financia a Greta Thunberg, que también está en el ajo. De hecho, algunos incluso sostenían que Soros en realidad era su abuelo.
Los pájaros y la nieve sí ‘esiten’; los chemtrails, no
Sin embargo, quizá, una de las corrientes que más ha calado de la conspiración climática es la que vincula el calentamiento global con grandes proyectos de geoingeniería y manipulación a gran escala. En estas teorías se enmarca un viejo conocido entre los foros negacionistas y las comunidades de personas despiertas, como ellos mismos se denominan, frente a quienes aún permanecen dormidos y ajenos a la verdad: los chemtrails.
Porque, donde tú ves estelas en el cielo, ellos ven un acuerdo de los gobiernos para fumigar a la población con productos químicos. Para ellos, esas líneas blancas y delgadas no son las que normalmente expulsan los aviones –contrails, rastros de condensación que se forman cucando el agua de los motores de los aviones se congela al contacto con la atmósfera– y que pueden permanecer horas en el cielo dependiendo de las condiciones. Se trataría de un plan maestro de los gobiernos para rociar sustancias químicas que estarían alterando el clima y, además, ejerciendo control mental sobre la población.
Bucear en foros de internet, en YouTube o en canales de Telegram da idea de hasta dónde ha llegado esta teoría, que han comprado grupos ecologistas e incluso partidos políticos: hace unos años, PP y PSOE se alinearon, a petición de IU, para protestar contra ellos en Castronuño (Valladolid), firmando una moción sin desperdicio que apunta directamente a una responsabilidad por parte de la OTAN. «Desde hace más de una década se están llevando a cabo fumigaciones clandestinas aéreas en nuestra provincia, por aviones fuera del control oficial de radar. Estas fumigaciones se ejecutan en el marco de programas de geoingeniería orientados a paliar el cambio climático… En realidad consisten en manipular el clima y las comunicaciones globales a través del control de la estratosfera y de la ionosfera para fines militares, prohibido por ley desde 1977», afirman en las primeras líneas del documento.
Aunque el de los chemtrails es quizá el bulo más extendido en cuanto a geoingeniería, no es el único. Sembrar nubes, inyectar aerosoles en la atmósfera… La variedad es inmensa. Hace poco más de un año, recordemos, se hizo viral un movimiento que decía que la nieve caída en Filomena no existía y era plástico producto de una manipulación a gran escala para volver a encerrarnos en casa valiéndose de las herramientas tecnológicas.
Negar que existen las nevadas es el más difícil todavía, pero utilizarlas para «desmontar» la existencia del cambio climático es un mecanismo habitual de quienes confunden tiempo y clima. Hay quienes tienen a los meteorólogos en la diana: existe hasta un movimiento generado en torno a su supuesto poder manipulador para sembrar la alarma entre la población, una teoría sobre el «cambio cromático», que acusa a los hombres y mujeres del tiempo de alterar las comparativas de temperaturas con el color rojo. Una campaña de desinformación que ya recogieron los compañeros de Maldita.es y que mezcla en una misma historia Georgia, el Facebook profundo y Roberto Brasero. Spoiler: su secreto está en los mapas.
Si en Estados Unidos ya hay negacionistas de pájaros –en Nueva York hasta se manifestaron para denunciar que las aves habían sido sustituidas por drones para vigilar a la población, no es broma–, es cuestión de tiempo que llegue a nuestro país, al igual que hemos importado la sospecha sobre las ciudades de los 15 minutos. Como siempre, la mayor arma para desmontarla está en el (parece que no tan) sentido común y, sobre todo, en la información. Esto no es como esa famosa pintada que decía eso de vanpiro esiten: la emergencia climática es real, pero las conspiraciones… No lo son.