Hacer ejercicio diariamente tiene efectos inmediatos y a largo plazo en la salud, pero lo más importante es que mejora la calidad de vida a nivel individual y colectivo. No se trata de correr maratones cada semana, sino de conocer la química de nuestro cerebro: cuando estamos en movimiento ayudamos a nuestro cuerpo y nuestra mente a sentirse mejor.
Hace miles de años, nuestros ancestros pasaban la mayor parte del día moviéndose a pie o de manera natural cazando, buscando agua, cuidando la tierra, pastoreando. Las labores de aquel entonces requerían de forma indispensable de más trabajo físico para suplir la falta de herramientas o de una rudimentaria tecnología que facilitase la tarea. Hoy, esta ha avanzado tanto que muchas de ellas pueden suplirse con un clic y un leve movimiento del dedo. Entre las consecuencias negativas de la omnimpresencia tecnológica está la peligrosa bajada de la actividad física que ha alcanzado niveles preocupantes. Según The Lancet, esa falta de movimiento es la cuarta causa de muerte en todo el mundo.
A pesar de la evidencia científica que existe sobre los beneficios de moverse para la salud física y mental, parece que todavía no lo hemos priorizado o más bien, tomado como estilo de vida a incorporar dentro de nuestra rutina. Según los últimos datos de la OMS, los niveles de actividad física recomendada, que varían según edad y otros factores relacionados, no han mejorado en los últimos años. Más de un cuarto de la población mundial adulta –es decir, 1,4 billones de personas– no se considera lo suficientemente activa. Los datos muestran que desde el año 2001 no se ha producido una mejora y que, a nivel mundial, 1 de cada 3 mujeres y 1 de cada 4 hombres no se mueven lo suficiente como para mantenerse saludables.
El uso masivo de los automóviles hasta para los desplazamientos cortas, la tecnología y un estilo de vida rápido y absorbente ha hecho que no consideremos el movimiento como una prioridad importante en la lista, sobre todo en los países occidentales. La OMS sostiene que los niveles de inactividad son el doble de altos en países con más ingresos en comparación a los países más pobres. Entre 2001 y 2016, por ejemplo, el nivel de inactividad se ha visto incrementado un 5% en los países desarrollados. Esto puede responder a la conocida paradoja de Easterlin, que señala que un mayor nivel de ingresos no necesariamente significa un mayor nivel de felicidad. La Harvard Business Review apunta a que, entre otras cosas, esta viene dada porque un crecimiento económico se relaciona con un aumento de la desigualdad y una peor salud, al descuidarse cada vez más y ser cada día más sedentarios.
Hacia una calidad de vida individual y colectiva
El ejercicio es un factor importante para el bienestar del planeta –dejando, por ejemplo, el coche en el garaje cuando sea posible– y, sobre todo, para el nuestro. Mantenerse activo, además de acarrearnos beneficios individuales para la salud a corto y largo plazo, también los trae para la productividad y la calidad de vida en general.
Eso afecta, también, a nuestra forma de trabajar. Muchas empresas ya son conscientes y animan a sus empleados a moverse. Por ejemplo, Ryan Holmes, CEO de Hootsuite aseguró que gran parte del éxito de su empresa se debe al haber incorporado ejercicio como rutina para los empleados. En el gimnasio corporativo se ofrecen incluso clases durante el horario laboral para quien quiera asistir. «Hacer que el ejercicio físico fuera parte del negocio unió más a la empresa, mejoró la productividad y tuvo un efecto tangible en la moral de todos los empleados», señalaba Holmes en una entrevista. E insiste en que, más que restar tiempo de trabajo, esa medida ha sumado beneficios: «Desde una perspectiva de contratación, nos hace más atractivos para los grandes talentos, a nivel individual la gente mejora su salud y a nivel empresa, se ve más espíritu, energía y se hace más en menos tiempo» .
Diversos estudios corroboran la tesis de Holmes y apuntan a que las personas que hacen ejercicio como parte esencial de su rutina o simplemente se mueven más, son más felices y eficientes que otros: tener una mente fresca antes de cualquier trabajo o estudio es clave para ganar en salud, eficiencia y productividad.
Tal y como señala el doctor Zach Bush en su entrevista junto al médico inglés Rangan Chatterjee, todo está interconectado. El ser humano es un sistema complejo que se comunica con el entorno y por ello, no se debe tratar como un sistema aislado: la salud no es solo lo que comemos, sino también es el tratamiento del sistema alimentario. Nuestras decisiones individuales influyen en el conjunto, y viceversa, porque si somos capaces de sentirnos mejor, influimos positivamente en el entorno en que vivimos. Y el ejercicio físico juega un papel crucial en el bienestar y la calidad de vida individual y colectiva.
Hacer ejercicio no es solamente ir al gimnasio con frecuencia o correr una maratón, sino hacer nuestra rutina diaria menos sedentaria y más dinámica, con el ejercicio adaptado a cada uno. Por ejemplo, usar la bicicleta en lugar del coche o la moto, incorporar una rutina de 20 minutos de ejercicio en algún punto de nuestra jornada, usar un escritorio regulable para trabajar de pie y alternar con el estar sentado… Las posibilidades son infinitas y sus beneficios para la salud también lo son.
«Todas aquellas partes del cuerpo que tienen una función, si se usan con moderación y se ejercitan en el trabajo para el que están hechas, se conservan sanas, bien desarrolladas y envejecen lentamente, pero si no se usan y se dejan holgazanear, se vuelven enfermizas, defectuosas en su crecimiento y envejecen antes de tiempo». No es una frase de un moderno coach físico de Instagram, sino una de las máximas que el antiguo médico Hipócrates ya mantenía en el siglo V a. C. Sin embargo, paradójicamente, ahora mientras vemos miles de publicaciones acerca del autocuidado y de lo fitness, la falta de ejercicio ahora presenta un gran problema de salud pública.
Una ayuda química para estimular el bienestar
Reducir el sedentarismo es un factor clave para estar más sanos, pero también para sentirnos mejor. Las investigaciones recientes demuestran que el ejercicio puede ser el estimulante más fiable de la felicidad, más que otras actividades. Según un estudio liderado por el Departamento de Ciencia del Movimiento y el Bienestar de la Universidad de Nápoles, el ejercicio físico afecta a la plasticidad de nuestro cerebro, influye en la función cognitiva y, en definitiva, en el bienestar que experimentamos. Dicho de otro modo, el movimiento produce cambios funcionales en el cerebro y da lugar a innumerables beneficios a nivel biológico y psicológico.
Entender la parte científica nos hace ser conscientes del poder que tiene el movimiento como catalizador de ese bienestar. Las sustancias químicas más importantes que se liberan en el cerebro al hacer ejercicio son la serotonina –que contribuye a estabilizar nuestro estado de ánimo–, la dopamina –influye en nuestro comportamiento y en la motivación, ayudándonos a ver las recompensas de la actividad–, el BDNF –repara las neuronas de la memoria, despejando nuestros pensamientos y reiniciando nuestros patrones de pensamiento al hacer ejercicio– o las endorfinas, los antidepresivos naturales del cuerpo, que alivian el dolor mental y físico y contribuyen a la sensación de euforia y felicidad tras hacer ejercicio.
Es una cuestión química: estar en movimiento nos hace sentir en control de nuestro cuerpo, nos distrae de los pensamientos negativos reduciendo el estrés y la ansiedad, aumenta nuestra fuerza y resistencia e impulsa nuestra confianza en el logro de objetivos que se extiende a otras áreas de nuestra vida. Lo decía Nelson Mandela: «El deporte tiene el poder para inspirar, para unir a la gente de la manera en que pocas cosas lo hacen. Puede crear esperanza donde antes solo había desesperación. Es más poderoso que el gobierno para romper las barreras raciales».