mar salud azul

La salud es azul (como el mar azul)

El entorno en el que nos vivimos y cómo nos relacionamos con él está relacionado estrechamente con nuestro bienestar. Estar en contacto con el mar o cualquier otra masa de agua como los ríos y los lagos reduce el estrés, favorece la actividad física y mejora nuestras relaciones sociales.


Los alimentos que comemos, el aire que respiramos, el agua que bebemos y el clima del lugar en el que vivimos, pero también las personas que nos acompañan, el contenido que consumimos y la calidad del medio ambiente que nos acoge. Todo aquello que nos rodea influye directamente en nuestra salud y en nuestro bienestar.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada cuatro enfermedades en el mundo está relacionada con factores ambientales, que son responsables directas de alrededor de 13 millones de muertes en el mundo al año. De ahí que, desde hace años, científicos y divulgadores insistan en que el cambio climático no es una cuestión que incumba solamente a la salud del planeta, sino que es algo que atraviesa directamente la nuestra e influye –mucho– en nuestra calidad de vida a nivel físico y mental.

Un estudio liderado por Mathew White, psicólogo medioambiental y profesor de la Universidad de Exeter, habla de la conexión con la naturaleza como indicador fundamental del bienestar humano y necesario para la transición hacia un futuro sostenible. Así, se refieren como extinción de la experiencia natural a la disminución del tiempo que pasamos en espacios naturales –y a la menor preocupación por el mismo–, que se debe, entre otras cosas, a la urbanización y la reducción en cantidad y calidad de estos espacios.

En las últimas décadas, un número creciente de estudios científicos han evaluado y demostrado que existe una salud verde: con ese término, se analiza cómo el acceso a los espacios naturales y salvajes puede tener un impacto positivo en nuestra salud. Más allá de esas investigaciones, los estudios han seguido avanzando con el objetivo de cubrir los impactos del tiempo que pasamos junto al mar, a lo que se han referido como salud azul. La conclusión es que es realmente donde estos dos ambientes se encuentran, es decir, en la costa o en las orillas de ríos y lagos, donde se producen los mayores beneficios.

La prescripción azul

El ritmo frenético del día a día y la sobreestimulación constante a la que estamos sometidos hace que la relajación sea, más a menudo de lo deseado, un lujo al alcance de muy pocos. Así, los expertos en salud azul coinciden en que el mar es una herramienta que nos permite descansar de esa sobreestimulación: ver y escuchar el sonido de las olas nos aleja de ese caos constante creando una burbuja en la que resguardarnos de nuestro alrededor.

El proyecto Blue Health 2020 es un programa de investigación financiado por la Unión Europea y precursor del término salud azul para comprender cómo los espacios acuáticos pueden afectar el bienestar de las personas. «A pesar de que la gente siente intuitivamente que el mar produce beneficios en la salud y el bienestar, es necesario cuantificarlos y valorarlos para que sean parte de las decisiones políticas, y mejorar el acceso y la protección de las zonas azules», comenta Mathew White, responsable del estudio, sobre la razón de ser del proyecto.

Estar en contacto con el mar o cualquier otra masa de agua como los ríos y los lagos en nuestro día a día reduce el estrés, favorece la actividad física y mejora nuestras relaciones sociales. Con más de 26.000 encuestados en Reino Unido, el estudio señala que no solo disminuye la ansiedad, sino que somos más propensos a hacer ejercicio físico en espacios azules ya que ofrecen mejores oportunidades. Además, como explican, son lugares seguros y más atractivos para socializar, fomentando así la interacción positiva.

Los beneficios también se producen cuando hablamos de la salud mental, como apuntan desde los estudios neurocientíficos. En el océano son comunes los iones negativos, que estimulan la serotonina haciéndonos sentir más relajados y llenos de energía, justamente lo opuesto a lo que producen los positivos, presentes por ejemplo en los aparatos electrónicos. Según Health & Place, un adulto que vive a menos de un kilómetro del océano tiene un 22% menos de probabilidades de mostrar signos de un trastorno de salud mental que un adulto que vive a cincuenta kilómetros de él.

Con estos datos sobre la mesa, algunos profesionales ya están planteando la llamada receta azul que sigue el modelo de Escocia, donde ya tienen en marcha la receta verde que prescribe a las personas el contacto con la naturaleza como medicina.

Los beneficios del agua del mar, los ríos y los lagos no son algo nuevo –sin ir más lejos, recordemos la cultura y el turismo de los balnearios tan practicado en el siglo XIX en todo el mundo, por ejemplo– pero la evidencia científica hace que las implicaciones demostradas sean cada vez mayores. Usamos los beneficios del mar en la talasoterapia, un término que ya se acuñó en 1760 y que se basa en utilizar, bajo prescripción médica, el agua del mar y sus elementos como agentes terapéuticos. Además, también se habla de un urbanismo azul que busca integrar espacios azules –naturales o artificiales– en las ciudades, poniendo énfasis en la extensión de lo natural y la ecologización de las ciudades. A fin de cuentas, vivimos en un planeta azul, pero también en un planeta urbano: nuestra salud está interrelacionada con la forma en la que vivimos y, por supuesto, con los edificios que construimos y habitamos.

En Europa tenemos más de 91.000 kilómetros de costa. Más de la mitad de la población del continente vive a menos de cincuenta kilómetros del mar, y a menos de dos kilómetros y medio de alguna masa de agua dulce. Contamos con enormes ventajas geográficas, pero no con demasiado tiempo para ser conscientes y aplicar sus beneficios a nuestro cuerpo. En un momento en el que las pastillas se acumulan con demasiada frecuencia en la mesilla, una dosis de naturaleza en pastillas azules y verdes puede mejorar nuestra calidad de vida.

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