Las ‘malas hierbas’ no son tan malas como nos han contado

Seguro que has escuchado más de una vez que hay que extirpar esas hierbas que crecen en las esquinas, en descampados o en las aceras. Que son perjudiciales. Pero, ¿y si fueran todo lo contrario? Si muchas fueran medicinales y algunas tan bonitas como las orquídeas, ¿cambiaría tu percepción sobre ellas? Aquí hemos venido a desmontar falsos mitos sobre las mal llamadas malas hierbas.


Nos cruzamos con ellas todos los días y no les prestamos ningún tipo de atención. Seguramente incluso las pisemos frecuentemente. Quizá, si crecen mucho, las arrancamos porque nos molestan y no nos preguntamos si realmente son perjudiciales. Las llamamos de muchas formas, todas ellas despectivas: hierbajos, maleza, rastrojos, malas hierbas… sin saber muy bien por qué.

Contra esos apelativos lleva mucho tiempo peleando el jardinero e investigador botánico en obras de arte Eduardo Barba. Unos adjetivos peyorativos que, según el experto, seguramente provengan de la agricultura. Y es que este tipo de hierbas muchas veces han supuesto una merma en la producción por su mera presencia. De  esa actividad rural, el concepto germinó en nuestra forma de verlas y de tratarlas.

«Al menos en este país, muchas de las personas que venían a las ciudades a cuidar los jardines en los años 40, 50 ó 60 provenían del campo. Cambiaron el trigo por el césped o las viñas por los rosales. Esa forma de cultivar la tierra, dejando solamente la especie predominante, se trasladó también a los jardines. Por ello, aunque las veamos en las urbes, las seguimos pensando como si fueran malas hierbas», explica a Igluu.

Una idea que para nada comparte él: prefiere llamarlas hierbas urbanas y desmontar estos adjetivos negativos explicando sus funciones y contando todos sus beneficios y cualidades. Como ya hizo en Una flor en el asfalto(Tres Hermanas), un libro hermoso en el que les pone voz para que se expliquen y consigamos cambiar la visión que tenemos sobre ellas.

Porque, aunque nos parezca inverosímil, muchas de ellas son beneficiosas para nuestra salud. Y, como apunta el propio Barba, «todavía nos quedan muchas cosas positivas por descubrir». Ahí está como ejemplo la arenaria roja, de la que se están investigando sus propiedades para luchar contra el alzhéimer. O la ortiga, cuyo extracto acuoso tiene una gran capacidad antibiótica. 

O la malva, de la que ya Plinio el Viejo decía que consumirla todos los días libraba de todos los males. «Como podemos ver, se trata de un conocimiento que muchas veces viene desde el mundo romano, de hace unos 2000 años. Unas hierbas modestas que son muy beneficiosas», explica.

Beneficiosas, pero también bellas

Aparte de tener sustancias beneficiosas para nuestra salud, al tacharlas directamente de malas hierbas, no nos preocupamos de apreciar su belleza. Las asociamos con la fealdad. Sin embargo muchas de ellas, por no decir la mayoría, son realmente bonitas. La cimbalaria es un buen ejemplo de esto.

«A cualquier persona que se la enseñes se queda fascinada por sus hojas y sus flores que parece que están pintadas a mano. Pero también el lamio, que a mí me gusta mucho. Cuando florece, parece una orquídea. O las malvas silvestres, que cuando se cultivan en masa, son bellísimas. Estos ejemplares nos enseñan que las plantas urbanas también tienen una gran belleza», sostiene el jardinero.

Por ello, Eduardo Barba anima incluso a cultivarlas en casa, como hace él con las cimbalarias. Y, si se da la circunstancia de que una de ellas brote en una jardinera, alienta a dejarla siempre y cuando no comprometan a nuestra planta. ¿Cómo podemos saber ese punto? Lo explica con el ejemplo de las pamplinas, unas hierbas que suelen germinar en las macetas que están en las terrazas cuando llega el otoño o el invierno.

«Durante unos meses están tapizando la base de la maceta con un verde precioso que deberemos arrancar cuando crezcan mucho. En ese tiempo, la planta habrá dejado semillas para el año siguiente. De esta manera, nuestra jardinera será un ciclo vivo que nos muestre la belleza de la naturaleza. Lo importante es no quitarlas por sistema», explica.

Tampoco podemos olvidar la función de las hierbas urbanas a la hora de renaturalizar los espacios áridos. Al final, estas plantas son colonizadoras –«una palabra que ya lo dice todo», explica–. «Cuando una zona se queda muy árida porque por ejemplo tiene suelos muy pobres, este tipo de plantas van a ser las primeras en llegar. Y hacen una labor muy importante, ya que fijan el terreno, aportan nutrientes y, gracias a estos pasos previos, facilitan que lleguen otras y por lo tanto aumente la biomasa del lugar. Es un ciclo bellísimo», comenta.

Los descampados, las mejores universidades

Desde pequeño, Eduardo Barba siempre ha tenido una gran afición por este tipo de plantas. Bajaba al descampado de enfrente de su casa y alucinaba con los ciclos de las malvas, de las ortigas y de los cardos. Sobre todo el de estos últimos, ya que son muy impresionantes.

«De unas pequeñas hojas, de repente nacía un tallo que era más alto que yo y con unas flores espectaculares. Después se llenaban de insectos. Son procesos muy potentes para cualquier niño que les tienda la mirada. No tuve más remedio que enamorarme de ellas», cuenta.

Para él ese descampado fue la mejor universidad. Y anima a acercarse y a dejarse impresionar por las hierbas urbanas como le pasó a él de niño. También a cuidarlas y a respetar sus ciclos como ya hacen muchos ayuntamientos como el de Rivas, el de Huesca o el de Barcelona, «casos un poco paradigmáticos a los que cada vez se van sumando más pueblos».

«En estos lugares dejan que esas plantas cumplan su función de mejora del suelo, de aumentar la permeabilidad con sus raíces, de enriquecimiento de la tierra… y llegado el momento, cuando han semillado, las cortan y las limpian. Pero dejando que ese proceso se cumpla por completo. Es muy importante que los alcorques y los descampados estén siempre vivos», explica.

Si tenemos la suerte de contar con un espacio naturalizado cerca, en esta época podremos encontrarnos con la ortiga, la pamplina –de las que no nos sorprenden ya sus características– y la hierba cana. «Esta última es una planta que tiene una propagación por semillas inmensa y una de sus curiosidades es que es capaz de, en sitios muy contaminados, echar raíces que se asocian a unas bacterias que limpian el entorno. Fijan los metales pesados que puede haber, por ejemplo, en las carreteras», finaliza.

Salgamos pues a buscarlas y a reenamorarnos de la naturaleza a través de ellas. Y, dentro de poco, cuando llegue la primavera y muchas florezcan, dejémonos sorprender de nuevo. La malva o el cardo están casi listos para florecer.

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