moda flamenca
Ilustración: Carlota Bravo

Las mil y una vidas del traje de flamenca

Si al pensar en tradición, el prejuicio nos hace irnos a algo que permanece inmóvil durante los siglos, el traje de faralaes es el ejemplo perfecto para desmontarlo: una vestimenta tradicional que bebe de las tendencias y reivindica su carácter propio huyendo de la fast fashion.  


Allá por abril, una vez que el telón se abre y las luces del alumbrado de los recintos feriales comienzan a iluminarse en el sur, las calles de estas ciudades efímeras y nuestras miradas –en mayor o menor medida– se habitúan a una vestimenta peculiar que constituye un potente símbolo de nuestra cultura: el traje de flamenca.

No se conoce exactamente dónde ni cuándo tiene su origen, pero sí que está en permanente actualización y adaptación a los cánones estéticos del momento, llevando por bandera su carácter fluido y versátil. Remontándonos a la historia del arte, y a los testimonios de viajeros románticos y escritores costumbristas, las primeras referencias a este tipo de atuendo se encuentran allá por el siglo XIX, cuando en Andalucía se cruzaba la cultura popular con lo gitano.

Entonces, en toda España, predominaban tres estilos de traje femenino –labradora, petimetra y maja–, que han pasado a formar parte de la historia de la moda. En este último es en el que encontramos elementos que ya nos recuerdan a los actuales vestidos de flamenca: volantes de encaje sobre falda de seda de diferente color, talle ajustado y mantilla.

Los historiadores coinciden en que su nacimiento está íntimamente ligado a las clases humildes de Andalucía, un importante punto de encuentro y partida eran las ferias ganaderas de entonces. Hasta allí acudían campesinas acompañando a sus maridos comerciantes, ataviadas con unas batas de volantes que, como eran ligeras y frescas, usaban para sus quehaceres diarios, casi siempre decoradas y bordadas por ellas mismas. Estas vestimentas llamaron la atención de las señoras de clases más pudientes, que fueron añadiéndolas a sus armarios paulatinamente, perfeccionándolas con elementos y textiles más exclusivos.

Desde comienzos del siglo XX –con la celebración de la Exposición Universal de Sevilla en 1929, cuando obtuvo protagonismo internacional como vestimenta oficial de la Feria– su uso se disparó y se extendió a otras partes de Andalucía para celebraciones de distinta índole, desde ferias a romerías, pasando por las populares Cruces de mayo. Hoy, cuando las redes se llenan de trajes de flamenca en ferias de toda España, su presencia es sinónimo de estilo.

Lola Flores, vista por Carlos Saura.

Es un traje tradicional que tiene nombres mil –de flamenca, de gitana o de faralaes, galicismo que alude a sus volantes, farfalá o falbalá– y que se ha convertido en uno de los más populares dentro y fuera de nuestras fronteras. Así, una vestimenta regional ha mutado en un símbolo de lo español entre el público extranjero –incluidas las estrellas de cine–, pero también en un objeto de culto de la cultura pop: quién no recuerda las fotos de Lola Flores y el resto de grandes folclóricas, aquellas flamencas kitsch que posaban impasibles sobre el televisor o los delantales de lunares de las tiendas de souvenirs.

Una moda de naturaleza cambiante (y slow)

Además de todo esto, el traje de flamenca es también un buque insignia de la moda nacional. Como puede verse en su entorno habitual, el albero y las pasarelas, este traje rehúye de estereotipos caducos y se afana en reinventarse para navegar con los nuevos tiempos no solo en lo relativo al estilo, sino también a las demandas de su público, de la industria textil y, por supuesto, a las necesidades del planeta.

La moda flamenca promueve un modelo de producción sostenible, alejado de los ritmos del fast fashion. La mayoría de trajes se realizan en talleres artesanos, de producción local y cada pieza, cada vestido, está pensado para reutilizarse durante años prestándose a la transformación, el cambio de complementos o, como se diría ahora, el upcycling.

«Apenas existe el desperdicio en los tejidos de la moda flamenca. Entre volante y volante, al final no te sobra casi nada de tela, te quedan pequeñas tiras que incluso te puedes guardar en el taller para el año que viene, por si le tienes que meter algo», explica la diseñadora novel Alba Amigo. Navarra de nacimiento, Amigo se ha estrenado este año en el albero de la feria de Sevilla de la mano de uno de los diseños más rompedores de la escena actual: sus pantalones de flamenca.

moda flamenca
Diseños de Alba Amigo (Instagram)

«Cuando entré en la moda flamenca pensé que no encontraría un sitio, que la gente iba a decir que qué hace aquí esta chica de Navarra, haciendo pantalones y creyéndose innovadora», reconoce. Sin embargo, su creación ha tenido una gran acogida en las redes sociales y en las pasarelas de moda flamenca más destacadas de la región, como el desfile de Huelva Flamenca.

Para ella, la clave para que la industria de la moda flamenca sea y se proyecte como sostenible pasa ineludiblemente por la actitud. «Hace falta que los diseñadores estén un poco más concienciados en sostenibilidad y, sobre todo, que pongan en valor lo que hacen», insiste. La base está ahí: excepto un porcentaje marginal de moda flamenca lowcost, su confección prescinde de grandes compañías manufactureras, pues los trajes están rematados a mano e incluso la logística es punto cero. «La clienta viene a tu casa a recoger el traje y se lo lleva a la suya, no depende de empresas de distribución», explica Amigo.

Además de estas dinámicas de creación, el empeño –y desempeño– de diseñadores y compañías para promover la moda flamenca como territorio eco-friendly es cada vez más una tendencia. Un ejemplo perfecto de ello es la iniciativa promovida por IKEA en colaboración con la escuela Sevilla de Moda: un concurso de moda flamenca en el que los participantes presentaron una propuesta de traje de flamenca elaborado a partir de textiles sostenibles de la marca sueca, como fundas nórdicas, sábanas o cojines.

Flamencas del certamen de Ikea.

Una vestimenta con personalidad que no es patrimonio exclusivo de folclóricas, sino que ha conseguido conquistar a duquesas, princesas, reinas y estrellas de cine como Ava Gadner o Grace Kelly, y que sigue haciéndolo en la actualidad: es el traje insignia de la reciente versión de Carmen, la ópera de Georges Bizet, dirigida por Pedro Almodóvar y protagonizada por Penélope Cruz para la sesión de fotos del Director’s Issue de W Magazine.

Penélope Cruz y Pedro Almodóvar en una de las fotos de la sesión de W Magazine.

Ya sea de falda o pantalón, el traje de flamenca cruza fronteras espaciotemporales, reinventa la tradición para perpetuar su existencia y, sobre todo, para representar el espíritu y el carácter de quien lo viste, realzando –como un guante– nuestra belleza.

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