Foto: Vincent Lou from Shanghai, China | Vía Wikimedia Commons

Las pirámides de Yonaguni, misterio y naturaleza bajo el mar

En las profundidades del archipiélago japonés de Ryūkyū, donde el mar guarda secretos más antiguos que la propia memoria de la humanidad, yacen unas formaciones rocosas que desafían la imaginación: las pirámides de Yonaguni. ¿Son los restos de una civilización olvidada o el capricho milenario de la naturaleza? Mientras los científicos aún buscan la respuesta, miles de buceadores se deleitan cada año con uno de los monumentos geológicos más fascinantes del planeta.


El mar es un lugar lleno de vida, pero también de misterio. Además de ser el hogar de millones de especies de animales y plantas, es el epicentro de historias que mezclan naturaleza y misterio y desafían las fronteras de lo humano y lo natural. Las conocidas como pirámides de Yonaguni son un ejemplo perfecto de ello: un enigma que aún hoy intentan descifrar científicos, historiadores y aventureros de todo el mundo.

Estas formaciones submarinas fueron descubiertas a mediados de los años ochenta en el archipiélago de Ryūkyū, al sur de Japón. Su hallazgo fue, como otros tantos en la historia, fruto de la casualidad: Kihachiro Aratake, un buceador nipón que exploraba la zona en busca de nuevos sitios para practicar submarinismo recreativo, se topó con unas rocas que no se parecían a nada de lo que hubiera visto antes: ángulos rectos, plataformas, terrazas y formas que se asemejaban a escaleras que se extendían a lo largo de unos 50 metros de ancho y casi 20 metros de altura. A primera vista, podía recordar a las pirámides escalonadas propias de antiguas civilizaciones como la egipcia, la mesopotámica o las que habitaban América Central.

La estructura más conocida, también llamada monumento Yonaguni, es una plataforma masiva con varias capas que parecen formar escalones y con otras que parecen ser canales, fosas, caminos o pasillos, incluso una roca con forma de tortuga en la que algunos han querido ver una escultura.

La pregunta estaba clara: ¿cómo o quién las había puesto ahí? A partir del descubrimiento de Atarake, tanto geólogos como arqueólogos han trabajado para esclarecer el origen de estas formaciones y, aunque las teorías se suceden, aún no hay una conclusión clara.

¿Restos de una civilización antigua?

Determinar si las formaciones de Yonaguni son obra de la naturaleza o del ser humano ha sido objeto de un intenso debate en la comunidad científica. Entre quienes sostienen que es fruto del ser humano, destaca la corriente liderada por el profesor Masaaki Kimura, geólogo marino japonés que atribuye las formaciones a los restos de una civilización antigua de la que no se conserva registro histórico y que se hundió hace unos 10.000 años tras la subida del nivel del mar al final del último periodo glacial, la etapa final del Pleistoceno conocido como Dryas Reciente. En ese momento, se produjo un enfriamiento abrupto al que sucedió un aumento rápido de temperaturas, con un derretimiento masivo de glaciares que elevó rápidamente los niveles del mar y alteró las corrientes oceánicas, provocando grandes diluvios que marcaron el inicio del Holoceno.

Según Kimura, en Yonaguni hay elementos de repetición geométrica y formas arquitectónicas complejas que podrían ser indicios de la intervención humana: escaleras, calles o supuestas tallas en las rocas con formas que necesariamente habrían sido esculpidas por el ser humano con un propósito ceremonial. Esto indicaría que existió una civilización avanzada que vivió antes de la historia escrita en Japón.

Foto: Vincent Lou from Shanghai, China | Vía Wikimedia Commons

Sin embargo, estas teorías a menudo han sido calificadas como pseudoarqueología, ya que han dado pie a relacionarlas con civilizaciones perdidas como la Atlántida o la Mu, leyendas extendidas entre la población y los programas de misterio pero sin evidencias científicas que la sostengan con solidez. De hecho, alrededor de la época en la que Kimura sitúa la creación de Yonaguni también hay teorías bastante controvertidas como la Hipótesis del Impacto del Dryas Reciente, que sugiere que un meteorito impactó contra la Tierra liberando energía suficiente como para causar incendios masivos y cambios en la atmósfera que provocaron el colapso de civilizaciones avanzadas y cuyo relato quedó recogido en mitos y leyendas aztecas o incas o en la cultura cristiana con el relato del gran diluvio universal. Aunque esta idea es controvertida y no cuenta con consenso científico, alimenta la narrativa de Yonaguni como una Atlántida asiática.

¿Una formación de la naturaleza?

Muchos colegas de Kimura se han mostrado ampliamente escépticos con esa visión y argumentan que las formaciones son fruto de los procesos naturales: la erosión provocada por las corrientes marinas, sumada a los frecuentes terremotos de la región –Japón es una de las zonas con mayor actividad sísmica del mundo– habrían moldeado las rocas que forman la estructura, fundamentalmente arenisca y lutita. Así, se habrían formado patrones geométricos que, aunque a primera vista podrían parecer artificiales, no lo son.

Uno de los geólogos que lideran esta corriente es Robert Schoch, de la Universidad de Boston, que defiende el origen natural de las formaciones alegando que se pueden encontrar patrones similares de erosión en otras partes del mundo y que, a menudo, los terremotos provocan en las rocas fracturas regulares.

Desde mediados de los años noventa, Schoch ha intentado desmontar las teorías de Kimura. «Cuanto más comparaba las características de desgaste y erosión natural, pero altamente regulares, observadas en la costa moderna de la isla con las características estructurales del Monumento Yonaguni, más me convencía de que este último es principalmente el resultado de la acción de procesos geológicos y geomorfológicos naturales. En la superficie también encontré depresiones y cavidades que se forman de manera natural y que se ven exactamente como los supuestos agujeros de postes que algunos investigadores han señalado», escribía Schoch tras sendas incursiones en las aguas de las islas.

Foto: Vincent Lou from Shanghai, China | Vía Wikimedia Commons

La total ausencia de evidencia arqueológica, artefactos, herramientas o restos orgánicos que indiquen actividad humana complican la verificación de las teorías que atribuyen el origen de Yonaguni al ser humano. Eso sí, Schoch concede a Kimura que, probablemente, algunas de las estructuras hayan sido parcialmente modificadas por el ser humano en diferentes momentos de la historia. «Su génesis puede no ser una cuestión de todo o nada. Deberíamos considerar la posibilidad de que sea fundamentalmente una estructura natural que fue utilizada, mejorada y modificada por humanos en tiempos antiguos. Podría incluso haber sido una cantera de la que se extrajeron bloques, aprovechando los planos de estratificación, juntas y fracturas naturales de la roca, y luego retirados con el propósito de construir otras estructuras que hace mucho tiempo desaparecieron», plantea.

Sea como fuere, desde su descubrimiento de estas formaciones rocosas ha dejado una profunda huella cultural y económica en el archipiélago de Ryūkyū en general y en la pequeña isla de Yonaguni en particular. Con poco más de 2.000 habitantes, han visto un incremento significativo en el turismo, sobre todo de geólogos y aficionados que acuden cada año para explorar el lugar. Buceadores de todo el mundo contribuyen al desarrollo económico de la zona y mantienen vivo un misterio que, de momento, sigue lejos de resolverse: sigue llenando páginas y minutos de televisión y protagonizando documentales que engrandecen la historia mitológica de Japón. Incluso ha dado nombre a una canción de Bad Bunny.

En un mundo en el que parece que todo ya ha sido descubierto, las pirámides de Yonaguni nos invitan a cuestionar nuestras certezas: son un recordatorio de que a la infinita curiosidad humana aún quedan enigmas por resolver. Ya sea fruto de una civilización misteriosa o el producto de la erosión milenaria, estas formaciones continúan erigiéndose como una ventana al pasado que nos desafía a explorar más allá de la superficie.

Foto: Vincent Lou from Shanghai, China | Vía Wikimedia Commons

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