Muchos de los nombres más comunes en España tienen sus raíces en plantas. Nuestras vidas y cultura están llenas de referencias botánicas: además de reflejar la belleza de la naturaleza, estos nombres recuerdan mitos, tradiciones y homenajes a personas importantes.
¿Se ha planteado alguna vez qué tienen en común la activista Rosa Parks, el dramaturgo Jacinto Benavente, la escritora y filósofa Iris Murdoch o el empresario Florentino Pérez? ¿Y si le damos más nombres, como el de la artista chilena Violeta Parra, la actriz Adelfa Calvo, el diseñador estadounidense Narciso Rodríguez o el músico gallego Amaro Ferreiro? ¿Ve entonces el punto de unión?
Desde hace diez años, cada 18 de mayo se celebra el Día Mundial de la Fascinación por las Plantas, un evento promovido por la Organización Europea de Ciencias de las Plantas (EPSO), con la intención de que seamos más conscientes de cuánto les debemos. Bastaría que nos planteáramos alguna vez cómo serían nuestras vidas si no existiesen: no tendríamos alimento (ni nosotros ni los animales), ni gran parte del oxígeno que respiramos. Tampoco madera, papel, algodón, biocombustibles ni billetes para pagar nada.
No es de extrañar, por tanto, que desde tiempos antiguos hayamos acudido a ellas a la hora de ponernos nombres, por su belleza, los beneficios que aportan o el bienestar que evocan. Como en los casos, efectivamente, de Rosa, Iris, Florentino, Jacinto, Violeta, Adelfa, Narciso y Amaro.
Nombres de toda la vida
El Instituto Nacional de Estadística de España cuenta con un servicio que nos informa del número de personas en España que tienen un determinado nombre.
En mayo de 2024 existen en España 1.221.428 personas, más del 2 % de la población del país, con nombres provenientes de plantas: 1.132.056 mujeres, 89.372 hombres y otras 3.585 personas que llevan nombres que sirven tanto para mujeres como para hombres.
Un primer grupo lo forman nombres femeninos procedentes de flores. El más conocido es Rosa (305.658 españolas, teniendo en cuenta las combinaciones de Rosa María, María Rosa, Rosita, Rosy, Rosalina, Rosaura, Rosalba, Rosalinda, etc.). También son abundantes Jazmín (Yasmina, 19.804), Iris (13.872), Violeta (12.370) o simplemente Flor (6.395).
Hay otros nombres menos frecuentes, como Azahara, Antía, Jara. Y algunos son casi exóticos, por lo escasos, como Granada, Lila, Acacia, Crisanta, Viola, Adelfa, Orquídea.
En ocasiones es interesante ver cómo la misma flor se expresa en distintas lenguas. Así Susana, Azucena, Lis y Lirio aluden al lirio o azucena en hebreo, árabe, francés y español respectivamente.
Inspiración más allá de la naturaleza
Hay un segundo grupo de nombres que proceden de plantas, aunque inicialmente no lo parezcan, como Laura y su sinónimo griego Dafne, ‘laurel’. El bíblico Tamara significa ‘palmera’. Otros no son tan habituales, como Anahí (‘flor del ceibo’ en guaraní); Hadassa (‘flor de mirto’ en árabe); Leilani, ‘flor celestial’, de origen hawaiano; Zaira (en árabe ‘floreciente’); Cloe (del griego ‘verde’) o Talía (del griego ‘florecer’).
Por cierto, llama la atención Thaliana, que llevan 58 mujeres, con una edad media de 7 años. Es el nombre específico de la especie de planta más utilizada en investigación, Arabidopsis thaliana, lo que nos hace pensar que probablemente tengan padres biólogos.
Algunos como Jacinta y Narcisa son el femenino de un nombre previo masculino, Jacinto y Narciso (o Narcís), que tienen su origen en la mitología griega.
Jacinto era un joven de singular belleza, de quien se enamoraron Apolo y Céfiro. Un día en que Apolo lanzaba el disco, Céfiro sopló en dirección a Jacinto y el disco los mató. De la sangre caída en tierra brotó una flor, el jacinto, en cuyos pétalos blancos lleva inscrita una Y roja, inicial de Yakínthos. También Narciso era un joven de gran hermosura. Un día, mientras recorría un bosque le entró sed y quiso beber de un manantial. Al ver su imagen reflejada en el agua, le gustó tanto que se inclinó para besarse, se cayó y se ahogó. Entonces se transformó en la flor del narciso (que, de hecho, tiene la corola orientada hacia abajo).
El proceso de creación de estos nombres es, aparentemente: mito > flor > nombre de persona. Por ejemplo: Jacinto > jacinto > Jacinto.
Otros como Pino, Encina y Brezo surgen a partir de los santuarios marianos de la Virgen del Pino, Virgen de la Encina y Virgen del Brezo. Por ello son más abundantes en las islas Canarias, León y Palencia respectivamente. O los de Rosa, Margarita, Lorenzo y Floriano, propios del santoral, el cual servía y sirve de inspiración a la hora de poner el nombre de pila (bautismal).
En estos casos, primero es el nombre del santuario mariano o del santoral, y son estos nombres los que proceden de plantas: rosa > santa Rosa de Lima > Rosa.
Personas que dan nombre a otras personas
Un tercer grupo podría ser aquel en que el nombre de la flor proviene de una persona.
Ahí encontramos, por ejemplo, Hortensia, nombre de la dama a quien dedicó esta flor el naturalista francés Philibert Commerson. Dalia procede de Anders Dahl, botánico sueco a quien fue dedicada esta planta; Begonia se deriva de Michel Bégon –gobernador francés de Santo Domingo y promotor de la botánica–; Camelia, de Georg Joseph Kamel –botánico moravo–; Magnolia, del botánico francés Pierre Magnol y Gardenia, de Alexander Garden, médico y botánico escocés a quien fue dedicada esta planta.
En estos casos hay un doble proceso, el nombre de una persona deriva en nombre de flor y esta se usa luego para dar nombre a personas: Kamel > camelia > Camelia.
Un cuarto grupo lo constituyen nombres de mujeres cuya etimología a veces se atribuye a plantas, pero que proceden primariamente de otras realidades. Ahí encontramos a Margarita, ‘perla’; Verónica, ‘portadora de la victoria’, Cintia (relacionado con el monte Cinto); Melissa (del griego ‘abeja’) y Clementina (del latín ‘indulgente’).
Aunque ganan por goleada los nombres femeninos (1.132.056), también hay ejemplos de nombres masculinos (89.372). Aparte de los ya vistos Jacinto y Narciso, merece la pena consignar Rosendo (de Rosa lindo), Amaro (masculino de flor del amaranto), Crisanto (crisantemo, del griego ‘flor de oro’), Anís, Hortensio, Romero, Rosauro (de rosa de oro) o Tilo.
Otros, que recuerdan menos a las plantas son Lauro (que, con sus variantes Laurentino, Lorenzo y Laureano, suman 37.000 personas), que procede de laurel; Floro (con sus variantes Florencio, Florentino, Florián y Floriano), Avelino y Frutos (con su variante de Fructuoso) –traducción del griego Policarpo–.
Por último, cabe consignar aquellos nombres que son tanto masculinos como femeninos, Amara (que llevan 1.881 mujeres y 289 hombres), Flores (327 mujeres y 101 hombres), Loren (780 hombres y 63 mujeres), Lauren (198 mujeres y 100 hombres) y Ramos (72 hombres y 51 mujeres).
En resumen, muchos de nuestros nombres proceden directamente de plantas (Azucena, Violeta, Lis), lo cual refleja nuestra admiración por ellas, aunque estén arraigados en la mitología (Narciso, Jacinto), procedan de la tradición cristiana (Rosa, Lorenzo, Pino), deriven del de otra persona (Hortensia, Dalia) o de realidades diversas (Margarita, Clementina).
Esta diversidad de orígenes nos muestra que la relación de nuestros nombres con los de las plantas ha sido y sigue siendo fascinante.
José Luis Acebes Arranz, Catedrático de Fisiología Vegetal, Universidad de León; Carlos Frey, Investigador de Fisiología Vegetal, Universidad de León y Javier del Hoyo Calleja, Catedrático de Universidad (área de Filología Latina), Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.