Late bloomers: el brillo de las flores tardías

Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Al monólogo inicial de Transpoitting quizá le faltó una acotación temporal: y hazlo antes de los dieciocho. Sin embargo, en una vida que se alarga, cada vez hay más gente que decide ignorar el reloj y escucharse hasta dar con su verdadera vocación. Un trabajo que tiene recompensa: encontrar tu propósito te hace vivir más y ser más feliz.


La primera Zona Azul que el astrofísico Michael Poulain y el gerontólogo Gianni Pes marcaron sobre el mapa en 2012 fue Barbaglia, una pequeña isla de Cerdeña. Le siguieron otras cuatro: Okinawa (Japón), la península de Nicoya (Costa Rica), Icaria (Grecia) y Loma Linda (California). Por sorprendente que pudiera parecer, en las cinco regiones una gran parte de la población superaba los cien años con una vida plena y saludable.

Los investigadores llegaron entonces a la conclusión de que una dieta equilibrada, el ejercicio frecuente, la buena calidad del aire y el apoyo comunitario eran factores influyentes en la esperanza de vida de estas personas. Sin embargo, había algo más, algo mucho más emocional y abstracto: el ikigai, el «propósito por hacer lo que te apasiona».  «Cuando fuimos a Okinawa descubrimos que un factor de la longevidad es no retirarse nunca de las cosas que te gustan», explica el escritor Francesc Miralles quien, junto a Héctor García, ha acercado la filosofía ikigai al contexto español. Como cuentan, todas esas personas seguían haciendo sus labores de siempre, como mantener su huerto. 

En otras palabras, se dedicaban a algo que verdaderamente les hacía felices y provocaban un retorno positivo en la sociedad. «Explorando otras culturas descubrimos algo parecido a lo que ocurría en las zonas azules: los late bloomers, personas que después de una vida dedicada a un trabajo se han encontrado con un océano de tiempo que les permite cultivar su pasión», añade Miralles. 

Es el caso del salmantino Juan Antonio (70 años), trabajó durante toda su vida en Correos. Tras jubilarse, empezó como alumno en la Universidad de la Experiencia de la Universidad de Salamanca, un programa dirigido a mayores de 55 años para que puedan cursar estudios en ramas como las Ciencias Sociales, el Patrimonio o las Ciencias de la Salud, la que estudian Juan Antonio y su mujer. «Siempre me ha apasionado aprender. Ya llevamos más de diez años estudiando y no nos cansamos: en estas edades, es importante socializar, saber un poquito de cada cosa y seguir descubriendo», asegura. Su curiosidad le ha llevado, además, a ser presidente de la Asociación de Alumnos de la Universidad de la Experiencia y community manager de la página de Facebook de la entidad. 

La hipervelocidad actual ha hecho que la acepción de late bloomers no solo se refiera a mayores como Juan Antonio, sino a jóvenes y personas de mediana edad que, por diferentes cuestiones, florecen más tarde de la media socialmente establecida. En muchos casos también entra en juego el factor evolutivo: como apunta Rich Kalgaard en su libro Late Bloomers: las fortalezas ocultas de tener éxito a tu propio ritmo, la función ejecutiva del cerebro no madura hasta los 25 años, y determinadas capacidades  alcanzan su punto máximo más tarde.

«El 61% de los profesionales españoles está desmotivado y busca activamente cambiar de empleo para «vivir a gusto» consigo mismo»

Esa certeza biológica va en contra del compás tradicional, que pasa por estudiar y decidir a qué vas a dedicarte el resto de tu vida al salir del instituto. Así, muchos jóvenes toman una decisión trascendental sin estar ni siquiera neurológicamente preparados: según un estudio de la Universidad Autónoma de Barcelona, más de la mitad de los adolescentes españoles no escoge su vocación de acuerdo a sus intereses. Paralelamente, como apunta la Guía del Mercado Laboral Hays, el 61% de los profesionales de España está desmotivado y busca activamente cambiar de empleo para «vivir a gusto» consigo mismos. Son muchos los que lo hacen.

Una cuestión de magia

Por consejo de su padre, Dania (35 años), estudió Relaciones Industriales. Tras el primer año, abandonó porque sentía que ese no era su lugar. Volvió a su ciudad, Punto Fijo (Venezuela), y poco más tarde se lanzó a hacer Turismo, aunque una vocecilla seguía diciendo que ahí no era. «Al menos, esa carrera me permitía ser un poco más yo, ya que conectaba más con mi pasión por entretener», relata. Poco después, creó con su amiga una empresa de espectáculos para cumpleaños y reuniones y, un día, se encontró con lo que su instinto le llevaba gritando todo el tiempo: la magia.

«Contratamos al único mago de Punto Fijo y, al verlo, reconecté inmediatamente con esa niña de diez años que podía estar horas y horas aprendiendo trucos», cuenta. Una década y dos universidades después, había encontrado su vocación. «La magia siempre había tenido un hueco en mí, pero a los 14 años pasó a un segundo plano cuando empecé a plantearme qué estudiar para poder vivir y ser maga no parecía una opción».

Entonces, lo dejó todo y empezó a viajar con aquel ilusionista, que se convirtió en su mentor, trabajando como auxiliar en sus espectáculos. «Si me hubiese llegado a decir que lo hiciera gratis no hubiera dudado, porque me fascinaba», bromea. Luego siguió el camino sola: tuvo que ser autodidacta y encerrarse, como cuando era pequeña, durante largas jornadas para aprender trucos en Internet, hacer magia en la calle y trabajar durante dos meses en un restaurante para sobrevivir. «Había encontrado lo que de verdad me removía y ya no podía parar», relata. Después, se animó a subir vídeos de sus trucos a las redes sociales y, poco a poco, se fue abriendo espacio en un sector tan masculinizado y competitivo como es el de la magia. Se mudó a España, ganó una de las ediciones del concurso Got Talent y su vida dio ese giro radical que necesitaba. Tenía 29 años. «Antes sobrevivía con la magia, ahora vivo de la magia», afirma mientras repasa todos sus compromisos en los próximos días: festivales, espectáculos, eventos en empresas. «Descubrir lo que verdaderamente te mueve es cuestión de hacerse las preguntas correctas, aunque sean incómodas».

Cuando la vocación está en casa

Silvia (33 años), descubrió su vocación por la carpintería después de estudiar una FP de informática, obtener el Grado Superior de Administración y trabajar en un almacén como administrativa. Estaba más que acostumbrada, desde pequeña, a moverse entre tablones y sierras en la empresa de su padre. «Un día me dijo un día “vente y pruebas esto”, y estoy aquí desde entonces». Lleva más de una década fabricando muebles y armarios empotrados a medida para reformas de particulares.

«Es verdad que mi madre quería que trabajara con ella en la tienda de muebles, pero estaba segura de que mi vocación era construir desde cero. Me encanta tener la oportunidad de crear, trabajar los materiales y obtener un resultado bonito. No dejaría de hacerlo, aunque dejara de cobrar», sostiene. 

Queda poco para que su padre se jubile y ella sabe que seguirá en el taller con ella porque también es su pasión, su ikigai. «Para poder darte cuenta de lo que de verdad te aporta se tiene que dar la ocasión, y eso es muy complicado: si no hubiese sido por la empresa de mis padres, no podría ni haber imaginado que lo mío era esto. Y aun teniéndolo en casa me saqué tres módulos y me pasé seis años estudiando para algo que no me gustaba», cuenta.

La vocación de ayudar a otros a encontrar la suya

En The Art of Blooming Late, el periodista Kevin Evers ahonda en la importancia de intentar descifrar lo que dice nuestro instinto para conocer qué es lo que define nuestra vocación. «Lo más importante es que nunca es tarde para crecer», escribe. Yolanda abandonó su carrera de periodista tras quince años cuando descubrió que su vocación era, precisamente, ayudar a otros a encontrarla. Ahora ha guiado a más de mil adolescentes y adultos para dar con aquello que verdaderamente les apasiona. 

«Siempre noté que el periodismo no era lo que mejor encajaba conmigo y hace seis años decidí cambiar de rumbo. Busqué muchos ejercicios de orientación y descubrí que lo mío era ayudar a otros. El objetivo es dar con una actividad alineada contigo, no entrar con calzador en una profesión que no es para ti», defiende. Para ella la vocación es ese lugar donde sientes que algo te aporta lo que necesitas y, a la vez, tienes el espacio para trabajar con todo tu talento y cualidades. 

A lo largo de estos años, ha identificado distintos patrones en quienes acuden en busca de orientación vocacional: suelen tener un componente creativo de gran peso y lo han apartado para dedicarse a algo que creían que tenía más salidas. «Influye mucho el contexto laboral y la situación económica: solo cuando tienes cubiertas las necesidades más básicas es cuando te puedes permitir reflexionar; si no, nunca te planteas buscar otras cosas», subraya.

¿Qué tareas haces con más facilidad? ¿En qué momentos sientes que fluyes? ¿Si todos los empleos tuvieran la misma remuneración, a qué te dedicarías? Estas son algunas de las cuestiones que la experta propone. «Aunque sigue habiendo mucha gente joven que se deja llevar por la sociedad sin pensar qué es lo que verdaderamente le apasiona, muchos ya tienen en mente dedicarse a una profesión que repercuta en su satisfacción personal», concluye.

Descubrirse como un alma de campo

A Miguel (31 años) le diagnosticaron una fuerte depresión en la veintena mientras trabajaba en una cadena de pizzerías en Madrid. Estuvo allí más de seis años, «echando más horas que un reloj y cobrando lo justo para el alquiler y la comida». Antes de ello, empezó dos carreras, pero no terminó ninguna. «Lo que me gustaba era el dinero, por eso entré a trabajar tan pronto. Ahora, todo lo que quiero es tener lo suficiente para estar tranquilo», cuenta desde las afueras de un pueblo cerca del Parque Nacional de Cabañeros, en Ciudad Real. Lleva desde los 24 viviendo allí, en una parcela de su familia a veinte kilómetros de la localidad, aislado y rodeado de sus animales y del huerto.

«Había sido siempre un chico de ciudad. Nunca he tenido mucha relación con la naturaleza. Pero cuando falleció mi abuelo, que vivía aquí, vine para ayudar a mis padres con las gestiones y para ver qué hacíamos con los animales… Y la cabeza me hizo clic», relata. «Él desde pequeño intentó que me gustara esa vida. No es para todo el mundo, yo tardé tiempo en verlo, pero ahora no lo cambiaría por nada».

Al inicio de su nueva vida, Miguel vendía huevos y hortalizas de su finca para subsistir. Poco después, su padre le enseñó a usar la maquinaria y ahora combina trabajos de desbroces y jardinería en parcelas aledañas con asesoramiento digital en SEO y redes sociales para empresas, escribe para varias páginas webs y ha lanzado una tienda online de piensos para un vecino. También relata su día a día en el campo en su cuenta de Twitter @stockstomatoes. «Mi consejo a los jóvenes es que, si tienen dudas, se las planteen cuanto antes: quizás hay mucha gente a la que le apasiona este tipo de vida», apunta.

Cambiar la agencia por el glamping

A un estilo de vida similar aspira Héctor (33 años). Vive en Madrid compaginando su trabajo en una agencia de medios, en la que lleva una década, con el lanzamiento de Costa Oxígeno, una pequeña empresa de turismo rural ubicada en el pueblo natal de su familia, Quintanar de la Sierra (Burgos). «Ya llevo un tiempo cansado de la publicidad. Después del verano me puse a pensar si puedo hacer algo mejor por los demás, y sobre todo, por mí mismo», confiesa. «Me gusta la idea de irme y abrir algo relacionado con el turismo rural, que aporte algo en una zona cada vez más despoblada. También quiero estar cerca de mi abuela, que lleva más de cuatro años viviendo sola».

Quiere construir siete tipos distintos de alojamientos singulares –desde una casa en un árbol hasta una tienda de glamping– y ser un punto de referencia para descubrir todas las actividades turísticas, culturales y gastronómicas que el pueblo puede ofrecer. «No quiero abandonar Madrid del todo, pero me mueve la tranquilidad y el impulso de cambiar», concluye. 

El pasado verano, el escritor Dan Buettner estrenó en Netflix su documental Vivir 100 años: los secretos de las zonas azules donde, como hicieron Poulain y Pes, recorre el mundo descubriendo esas cinco regiones donde la gente vive más y más feliz. Su conclusión es la misma: dedicarnos a lo que verdaderamente nos apasiona es una forma de cuidarnos. Y en una vida que se alarga, cada vez tenemos más tiempo para descubrir qué es.

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