libros estacionales

Libros de temporada o por qué nos apetece leer cosas distintas en cada época del año

Si la sandía es para el verano y la sopa caliente siempre apetece más en invierno, a veces nos pasa lo mismo con los libros que leemos. Ahora que ha empezado el tiempo de té, manta y contemplar la lluvia, algunos lectores empedernidos nos dejan aquí sus recomendaciones. ¿Cuáles son las tuyas?


El mundo del libro también ha sucumbido a la velocidad. La oferta es tan inmensa que, dentro y fuera del canon literario, hay tanta diversidad que se hace complicado –o imposible– saber qué leer. A veces, tras el aturullamiento inicial, cuando nos decidimos, no encontramos lo que buscábamos… y qué desánimo causa abrir un libro tras otro sin poder encontrar una palabra, una frase o una expresión que le atrape a uno entre sus páginas.

Esa sensación puede estar íntimamente ligada a la situación vital o el ánimo que nos ocupa en ese momento, pero también al clima que reina fuera: hay libros que soldamos estrechamente a la playa, y otros que imaginamos para disfrutar sin prisa en el sofá. No en vano, cuando se piensa en libros o lecturas estacionales, se tiende a asociar tochos de muchas páginas con el invierno y aquellas obras más cortas con el verano. También se da el caso de lectores empedernidos que identifican a un autor con una época concreta del año.

Aunque eso, conscientemente o no, lo hacemos todos, en realidad en estas líneas queremos hacer de abogados del diablo. Pese a lo que decimos en el titular, hay libros que no tienen –o no siempre– por qué estar vinculados a una estación concreta. Hay algunos que verdaderamente andan huérfanos de climatología y apetecen en cualquier época del año.

Pero… ¡Ay del resto!  Hablamos de esos otros que evocan, que recuerdan, refuerzan e invitan a ser leídos en o momentos concretos. No es que uno no pueda aproximarse a ellos en otras épocas –en términos de subjetividad lectora cada maestrillo tiene su librillo–, pero sí que es posible que calen más si uno se aproxima a ellos cuando fuera de la ventana hay lluvia o flores llenándolo todo de colores.

A cada libro, su estación: ejemplos para jugar

La respuesta corta es que no hay forma humana de saberlo. Muchos podrían seguir un criterio sencillo por el que todo depende de en qué momento del año nos sitúe en la historia el autor. Spoiler: no tiene por qué ser así, porque esa estacionalidad evocada está más relacionada con la trama, con la profundidad de la historia, pero especialmente, con una sensación que deja o que creemos que va a dejarnos la lectura. Partiendo de la base de que cuando uno coge un libro es porque, normalmente, no lo ha leído, podemos llamarlo intuición: una creencia de que en un momento concreto queremos leer un título y no otro, pese a que opciones no nos falten.

Aquí sí se cumple una regla que viene dada también por las circunstancias: los libros densos suelen ser más fáciles de leer en invierno, cuando en España normalmente la propia meteorología invita a quedarse en casa. La rutina del frío hace que se rentabilice más el tiempo y, por tanto, que se tenga más para leer. No se sale igual que en otras épocas y el plan de sofá con manta y café es más apetecible, algo ideal para novelas largas que invitan a sumergirse en ellas durante horas enteras. Un ejemplo: Rayuela de Cortázar es un libro que pide invierno y tardes en blanco para perderse en la tormentosa historia de Horacio y la Maga y maravillarse con el glíglico capaz de crear palabras tan inexistentes como bellas.

En sentido contrario, las historias ligeras se van directamente al verano, cuando queremos descansar y desconectar con entretenimiento y libros finos que no ocupen demasiado en la maleta. En esta estación, la rutina suele romperse incluso aunque uno siga trabajando la mayor parte del tiempo, a lo que se suman las noches que se alargan, la piscina, las vacaciones y el ocio que a veces se interpone –felizmente– en el hábito lector. Una buena opción para intentar mantenerlo sin esfuerzo pueden ser las novelas cortas, que se leen en un suspiro pero que son capaces de dejar huella o conmover. Un ejemplo de ello puede ser Buenos días, tristeza de Françoise Sagan. La obra, bastante breve, sitúa al lector en la veraniega Costa Azul y de la mano de una adolescente, le lleva por las tribulaciones, trágicas cuanto menos, de una juventud mimada, que no había conocido la tristeza profunda hasta entonces.

Pero hay dos épocas complicadas por estar a caballo entre el nórdico y el bañador: la primavera y el otoño. ¿Cómo asociar volúmenes a esos meses de rutina, pero de tiempo cambiante? ¿La melancolía para el otoño y la efervescencia para la primavera? Historias como La señora Dalloway de Virginia Woolf o Retahílas de Carmen Martín Gaite, primavera y otoño respectivamente, podrían enmarcarse a la perfección en los bordes de los equinoccios y solsticios. La primera por esas flores que representan a Clarissa Dalloway y que van dejando su aroma en cada página; la segunda, por la conversación incansable entre Eulalia y Germán, tía y sobrino, que tras su reencuentro no pueden parar de contarse para entenderse.

La selección de cuatro bibliófilos

Tras esos ejemplos que hemos consensuado en Igluu que esperamos sirvan para aclarar el juego, hemos querido consultar con dos lectores muy experimentados –y reconocidos por ello– para saber qué les viene a ellos a la cabeza cuando hablamos de libros estacionales.  

José Carlos Rodrigo es doctor en estudios literarios, colabora con Jan Arimany de Trotalibros en el podcast El café de Mendel y desde su cuenta de Instagram, @literatura_instantanea, aconseja libros e imparte talleres sobre ciertas novelas clave de la literatura universal.

Él lo tiene claro: la primavera es de Proust, y para ella recomienda empezar con Por el camino de Swann, el primer volumen de esa titánica obra que es En busca del tiempo perdido. Durante el verano, no sale de Francia, pero se pasa a Flaubert y a Madame Bovary. Cuando empiece a refrescar, será el momento de Austerlitz de W.G. Sebald; y cuando el frío sea total en invierno, habrá que ponerse con El palacio de los sueños, del albanés Ismaíl Kadarè.

Paula Puigmartí es escritora –su primer libro, ¿Qué piensa mi padre?, apareció como un rayo de luz escurridizo este verano– y también librera tras los mandos de la Librería Inusual de Granada.

Para ella, Kew garden y otros cuentos de Virginia Woolf y Jardines de Umberto Pasti son claramente lecturas de primavera. Con respecto al verano, se inclina por Canto yo y la montaña baila de Irene Solà y Pedro Páramo de Juan Rulfo, donde esa Comala que arde como caldero en el infierno nos deja secos. En el otoño nos recomienda Anhelo de raíces de May Sarton y Tentación de fracaso de Julio Ramón Ribeyro. Y para la época más fría del año se reserva una de las obras más conocidas de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero.

Otra lectora reconocida y empedernida es Beatriz Lara. Es coautora del libro Aparadoras y trabaja haciendo comunidad en Maldita.es, además de escribir junto a Julio de Manuel la newsletter FAQAdulting –en una entrega reciente hablaron sobre comprar y comprar libros, de hecho–.

Para ella, Canto yo y la montaña baila es un libro claramente de primavera (lo que demuestra la subjetividad de este juego). En verano apuesta por la ligereza, por esas novelas que hacen reír y desconectar, como Llamadas de mamá de Carola Fives. La policía de la memoria de Yoko Ogawa es su elección para el otoño ya que ella identifica esta época con el sentimiento de pérdida, así como los árboles se desprenden de sus hojas. En invierno, no obstante, se deja llevar por el duelo, pero con una historia «para descongelarse» como es Las palabras que confiamos al viento de Laura Imai Messina.

Por último, María Aguilera es historiadora y crítica literaria en YouTube a través de su canal Cumbres Clásicas. Como declaración de intenciones, lo primero que afirma es no ser una lectora estacional. Sin embargo, confiesa que asocia los libros de Charles Dickens y de los grandes autores rusos con el invierno: para ella, es más fácil concentrarse en lecturas densas o en poetas trágicos –al estilo de Percy Shelley– cuando el frío nos obliga a no salir de casa.

Ahora te toca jugar a ti: ¿cuáles son los tuyos? Si quieres contárnoslo, te escuchamos en nuestras redes o en hola@igluu.es

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