Justin Prentice como Bryce Walker, malo malísimo en ‘Por trece razones’. FilmAffinity

Los malos ya no son feos

La literatura encarna los antagonistas o fuerzas malévolas en personajes de carne y hueso (aunque ficticios), y eso dice mucho sobre la interpretación social y cultural que le damos al cuerpo. Si antes los malos de las historias eran poco agraciados en relación con el canon de belleza predominante, ahora sucede lo contrario.


Es frecuente crecer con la idea de que la fealdad equivale a la maldad, así como la belleza presupone bondad. Estas equivalencias se han venido transmitiendo y sedimentando, con pocas excepciones, en los productos culturales destinados a la infancia y juventud desde hace siglos. Pensemos, si no, en las representaciones visuales y literarias de ogros, brujas, demonios, bestias, monstruos y, más recientemente, zombis, orcos y personajes como Sauron, Voldemort o Darth Vader.

Pero ¿sigue siendo esto así actualmente? ¿Qué rasgos físicos asociamos a la maldad en las historias contemporáneas? Analizando las novelas infantiles y juveniles premiadas en España de los años 2015-2023 descubrimos tendencias sorprendentes.

La hora de los hombres guapos

Lo primero llamativo es que la inmensa mayoría de los antagonistas y villanos de estas novelas son de sexo masculino: solo en dos de las 23 novelas galardonadas con los principales premios entre 2018-2020 hay una antagonista femenina. La infrarrepresentación de las antagonistas femeninas en la narrativa para niños y jóvenes es, dicho sea de paso, un fenómeno que trasciende fronteras.

En cambio, la distribución de sexos para los protagonistas de estas mismas novelas es más equitativa. ¿Cuáles son entonces nuestras asunciones acerca de la masculinidad que se revelan en esta anómala proporción de antagonistas masculinos? ¿Es irremediable que el estereotipo de antagonista agresor posea más fuerza física y sea de gran tamaño o altura, características invariablemente asociadas al cuerpo masculino?

Fuerza y violencia parecen ir unidas en una parte del estereotipo cultural que se refleja en la narrativa infantil y juvenil. El cuerpo masculino se plantea así como amenaza potencial y, en varios casos de los que hemos podido analizar, para representar la realidad social de la violencia de género. A día de hoy, parece que resulta narrativamente más sencillo (¿o menos espinoso?) otorgar características negativas y malvadas a hombres que a mujeres.

En segundo lugar, hemos encontrado que, junto a aquel prototípico antagonista feo, monstruoso y malvado, es frecuente que hoy aparezcan antagonistas con un aspecto físico agradable. Estos personajes se describen como guapos, fuertes, y se asocian a la delgadez y a la altura. Además, en las novelas para jóvenes son también atractivos e incluso seductores. De ahí se deduce que el nuevo modelo cultural que transmiten las novelas acerca del cuerpo masculino no solo hace residir su poder en la fuerza física, como decíamos, sino también en la atracción (sexual, en ocasiones) que suscita.

Del mismo modo, desde el punto de vista de la narración, este antagonista atractivo da más juego a la trama. El lector parte normalmente de la expectativa tradicional de “antagonista desagradable”, tan extendido en todo tipo de productos culturales (el villano de los superhéroes, los ogros de los cuentos populares), asumiendo que en los cuerpos están incorporadas características psicológicas. Así, el “antagonista atractivo” le resulta inesperado, no lo ve venir, y eso posibilita prolongar la intriga.

Todo está en sus ojos (y su sonrisa)

¿Cómo saber entonces que un personaje es malvado? ¿Existe alguna pista en la misma literatura? Sí. Hemos descubierto que hay rasgos sutiles generales que caracterizan a los antagonistas en muchas de las descripciones que se hacen de ellos.

En primer lugar, encontramos una sonrisa ambigua. Normalmente es un gesto que se encuadra como un rasgo positivo, pero la manera en la que autores y autoras caracterizan las sonrisas de algunos de estos personajes ya da indicios de su rol antagonista. Así se ven descripciones como “su mejor arma: la sonrisa”, “sonrisa de tiburón”, “una sonrisa que le dio un interesante aspecto de chico malo”, “insultante sonrisa triunfal”, “sonrisa torcida”, “su sonrisa me exaspera”, “sonrisa altiva”, “sonrisa burlona”, “la nueva sonrisa de Eugenio […] de cinismo y desconsideración”, etc.

En segundo lugar, tienen como característica común una mirada intensa, penetrante, que igualmente hace sospechar del lado malvado del personaje. “Una de sus miradas intensas”, “ávidas pupilas”, “tenía algo en la mirada, algo inquietante”, “mirada filosa”, “ojos fieros”, “esa forma de mirarme como si quisiera abrirme para inspeccionarme por dentro”, “una mirada que se te clavaba como un cuchillo”, “ojillos negros que lo cuestionaban todo”, “esa mirada misteriosa” son algunas de las descripciones que podemos extraer.

Aviso de alerta

La literatura infantil y juvenil muestra implícitamente a los lectores cómo es aceptable socialmente pensar, creer, sentir o actuar.

De este modo, creemos que la respuesta a la pregunta de cómo la literatura encarna los antagonistas o fuerzas malévolas en personajes de carne y hueso (aunque ficticios) dice mucho sobre la interpretación social y cultural que le damos al cuerpo.

A fin de cuentas, que estos nuevos malos tengan un cuerpo atlético y atractivo podría estar diciéndoles a los lectores jóvenes que cualquiera puede ser una amenaza –no importa que no tenga un aspecto físico espantoso–, que sean cuidadosos y estén alerta. Especialmente con los hombres.


Ignacio Ceballos Viro, Profesor Doctor Acreditado de Lengua y Literatura. Facultad de Educación, Universidad Camilo José Cela. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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