Estrena comedia romántica rural, En otro lugar, que le une de nuevo a Pablo Puyol, su compañero de reparto en la mítica serie Un paso adelante, y con Jesús del Cerro, director de algunos capítulos. Han pasado 20 años de aquello. Sin embargo, Miguel Ángel Muñoz (Madrid, 1983) ha trascendido a MAM y se encuentra en un momento igual de dulce que entonces. Puede que no sea el ídolo de jovencitas que fue, pero podría decirse que eso es algo bueno. Su paso por Masterchef Celebrity le ha granjeado una popularidad imbatible. Su primera película como director, 100 días con la tata, le ha dado premios y reconocimiento, pero, sobre todo, la satisfacción de ver a la mujer que le cuidó convertida en protagonista de un documental tremendamente personal. La idea era reflejar la especial relación que le une a ella, pero, por el camino, retrató también el confinamiento, las relaciones intergeneracionales y el síndrome del cuidador. Hoy dice encontrarse en uno de los mejores momentos de su vida y sentirse libre del juicio ajeno. Hablamos con él de la vida en el pueblo, el amor en los tiempos de Tinder y el miedo a hacerse mayor.
¿Qué tal estás?
Muy bien, muy contento y agradecido porque tengo trabajo y tengo salud. Salir de la pandemia tan bien, en lo personal y en lo profesional, ha sido un regalo. Todos en mi entorno hemos salido indemnes de esto, por un lado; por otro, he podido grabar 100 días con la tata, un proyecto que llevaba queriendo hacer doce años, y que haya tenido tanto reconocimiento y poder vivir todo esto con ella es maravilloso. Además, tengo muchos proyectos. También estoy agradecido por la peli que estoy presentando ahora, En otro lugar; por la película americana que tengo a punto de estrenar, por la serie para Netflix, por la serie de Bosé… No me gusta decir que estoy en el mejor momento de mi vida, pero siento un poco que es así. Hace unos años me sentía parecido y pensé que me gustaría hacer algo para poder devolver en tiempo lo que la vida me estaba regalando.
Fue entonces cuando viajaste a Somalilandia con Oxfam.
Exacto. Fueron dos semanas muy duras y al mismo tiempo tremendas. Las familias que visité son nómadas que se enfrentan a la sequía y van construyendo sus cabañas con paja; que llevan sus camellos y cambian de sitio buscando agua. Su vida consiste en esconderse del sol —allí se pueden llegar a los 40 o 50 grados—, utilizar el agua para lo básico, comer todos los días arroz y, de vez en cuando, matar un animal. Esa es la vida, no hay un balón de fútbol para los niños. Ver aquello te cambia mucho vienes muy tocado, pero pasan los meses y te olvidas. Te acostumbras a lo bueno y a lo malo, supongo.
Estrenas comedia romántica, En otro lugar. ¿Qué ha sido para ti?
Es una comedia romántica clásica amable, de esas que ya no se estila ver en la vida real. Ahora vamos muy rápido y las historias de amor ya no suceden así. Antes pasan el filtro de la foto, de la conversación online. Es difícil vivir una historia como la que vive mi personaje, de ir a otra ciudad, conocer a alguien, poder dedicarle tiempo y enamorarse poco a poco. Igual ayuda el entorno. Las comedias románticas suelen ser urbanas. ¿Cómo cambia la historia de chico conoce chica en un pueblo? La historia habría sido distinta de hacerlo en la ciudad, con las prisas, los atascos, la policía… Es muy interesante que la acción se desarrolle en el pueblo, donde los elementos son otros y los ritmos más pausados, también a la hora de rodar. Fue el primer proyecto que hicimos nada más salir del confinamiento. Comíamos separados, con mascarillas, con protocolos covid… Fue muy complejo, pero, a la vez, un rodaje maravilloso. Conecté superbién con mi compañera Esmeralda Pimentel, y además volví a coincidir con dos grandes amigos, Pablo Puyol y Jesús del Cerro.
¿Cómo ha sido volver a trabajar con ellos? ¿Qué ha cambiado desde Un paso adelante?
Con Jesús llevo trabajando toda la vida, desde los dieciséis años. Antes de Un paso adelante ya me dirigió en Compañeros, y encontrarnos de nuevo los tres haciendo una comedia fue un regalo. Los años han pasado, pero lo importante es que seguimos aquí, que seguimos trabajando en esto. Luego, los momentos profesionales van variando. Ahora me encuentro en un momento buenísimo, pero he aprendido a no darle tanto valor. Lo importante es seguir en la lucha, y los tres seguimos ahí.
En 100 días con la tata reivindicabas una relación intergeneracional como la que te une con la mujer que te cuidó cuando eras pequeño.
Yo no siento haber reivindicado nada, porque no he puesto el foco en esos temas de forma consciente. La realidad de esta película es que yo quería retratar nuestra relación para tenerla registrada para la posteridad. Es en la sala de montaje cuando me doy cuenta de que hay ahí unos valores que merecen la pena ser transmitidos. Pero no quería reivindicar nada ni dar lecciones de nada. Nuestra historia habla de la relación de dos personas que se aman y se llevan sesenta años. Habla de la soledad de las personas mayores, porque una persona con 97 años, como tiene mi tata, cuando todo su entorno ha muerto, está sola en la vida. Y habla de la vejez y de cómo envejecer, del síndrome del cuidador. Como mi relación con ella es la que es, no me había dado cuenta de que soy un hombre cuidando de una mujer mayor, algo que habitualmente asumimos que hacen otras mujeres. Y es raro que se vea esto, por eso creo que también es importante. Por otro lado, está muy bien que se haga una película sobre un colectivo que normalmente está invisibilizado. Y me hizo mucha ilusión verla en un cartel gigante en el Capitol.
Imagino que a ella también…
También, pero menos. Si algo he aprendido de mi tata es a relativizar todo. Cuando le di el Premio Forqué al Mejor Documental, lo único que me dijo fue: «¡Anda, cómo pesa esto!». Lo vive todo de otra manera y eso es lo que hace que tenga los pies en la tierra. Pero vaya, que una persona que nace en 1924, que ha sido limpiadora toda su vida, y que esté en la Gran Vía en un cartel, con 1.200 personas disfrutando de su trabajo… imagínate. Fue muy especial.
«Los papeles más interesantes llegan a partir de los 40 años»
Y a ti, ¿te da miedo hacerte mayor? No sé si, siendo actor, viviendo de tu imagen, las primeras arrugas molestan más.
¡Qué va! Todo lo contrario. Estas arrugas de la frente las tengo desde hace mil años. Me empiezan a salir las primeras canas en la barba, y me podría afeitar, pero no. Tengo el número que tengo en mi DNI, tengo 38 años. Yo creo que los papeles más interesantes llegan a partir de los 40 y, como la referencia que tengo para envejecer es mi tata, no me siento mayor, lo vivo con alegría. Hago deporte porque me gusta y luego, por una hernia discal, estoy yendo a natación seis días a la semana. Por eso, dentro de lo malo, he sacado algo bueno y estoy en forma.
Ya que no te da miedo envejecer, ¿dónde te ves dentro de unos 20 años?
Me gustaría vivir en un lugar cálido. He vivido en EEUU, en México, en París y en Madrid, que es mi casa. Pero aspiro a vivir en el Caribe o pasar los inviernos fríos fuera de casa. Y sobre todo, me veo dirigiendo. Es muy pretencioso, pero querría ser como Woody Allen y hacer una película al año.
¿Es en lo que te sientes más cómodo? Porque has probado de todo. Cantas, bailas, actúas, diriges, presentas, cocinas…
Me siento cómodo ahora con la manera en la que tomo las decisiones. Durante muchos años me ofrecieron proyectos que rechacé no por lo que me apetecía hacer a mí, sino por cómo me iban a ver los demás. Masterchef fue un punto de inflexión en mi vida. Fue una decisión poco meditada, porque me avisaron con poco tiempo, pero salió tan bien que me hizo replantearme las cosas. Tampoco te digo que sea todo libre albedrío, pero estoy más tranquilo. Por ejemplo, cuando estaba rodando En otro lugar, estaba a la vez presentando un programa de gastronomía, que me encanta. Y he estado de coach en The dancer admirando el talento de bailarines excepcionales. Y luego me he puesto a bailar con ellos.
¿Qué has aprendido de todo ello?
Que la gente te mira con subjetividad. Para algunos voy a ser siempre el Tito Rober de Un paso adelante; para otros, el de Masterchef; para otros, el director de 100 días con la tata o el actor de El crack cero. Lo acepto. No puedo hacer nada por cambiar cómo me ve la gente, pero soy feliz con las decisiones que tomo. Ya no las tomo pensando en qué dirán los demás.