En el tejido de la historia, la moda ha cosido un relato intrigante de continuidad y cambio. Las prendas que vestimos hoy, desde las camisas hasta los pantalones campana o las zapatillas deportivas, pueden rastrearse a través de siglos de transformación. ¿En qué momento la industria textil pasó a convertirse en uno de los sectores más contaminantes del planeta?
Cuando hablamos de tiempo y de moda, hablamos de una paradoja. Si pensamos en las prendas que llevamos actualmente, muchas son muy, pero que muy antiguas. Una camisa, sin ir más lejos, lleva siendo una camisa como poco desde el siglo III. La historia de la humanidad data de miles de años, sí, pero ya en los tiempos del Imperio persa se llevaban pantalones.
La ropa, en resumen, existe casi desde que la cultura es cultura. Y como todo hecho cultural, no se trata tanto del objeto, sino de su concepto y su uso. En la antigüedad, más allá de la connotación social, se daba por sentado que la vestimenta consistía en una decena de capas y que su ajuste era suelto. Desde aquella practicidad pretérita, se fue evolucionando hasta una suerte de distinción que, en nuestros días, cristaliza en un mejunje de pantalones pitillo, anchos o a medida, chaquetas con lentejuelas o de cuero, deportivas, abrigos de neopreno… Los oufits que inundan los armarios de cada ciudadano en todo el mundo son tan dispares como las personas que caminan por sus ciudades.
Para datar el momento en que aquella practicidad murió en pos de una cierta idea de identidad, habría que irse, con todo, siglos atrás. Ese es el único consenso entre los expertos. Por un lado, la mayoría de los historiadores del traje coinciden en que la ropa comenzó a desvirtuar su utilidad y a evolucionar al concepto actual a finales de la Edad Media. Otros, al hablar de «moda», consideran que este término tiene que ver con prendas más complejas y sitúan su nacimiento a mediados del renacimiento o en la Francia del siglo XVII.
En esencia, el debate está y seguirá abierto. Por su parte, Ana María Velasco Molpeceres, periodista, historiadora y autora de libros como Ropa Vieja o Historia de la moda en España, aparece con una voz disonante frente a posiciones estandarizadas. «Se que hay gente que no comparte mi opinión, pero para mí la moda existe desde el principio de la humanidad. Es decir, la forma de vestirse con prendas y adornos es innata a nuestra especie. Las tendencias y los estilos siempre han circulado de un sitio a otro, lo único que lo hacían de forma más lenta».
En este sentido, cuenta Velasco Molpeceres, la ropa, tanto como forma de protección del cuerpo o como adorno y distinción, es parte de la cultura humana desde sus inicios. Ya lo señalábamos al principio: la ropa es ropa desde que la cultura es cultura. Y aunque es difícil precisar en qué momento aparecen las primeras prendas de ropa, ya que los materiales orgánicos se degradan rápidamente, la existencia de agujas y ornamentos en el Paleolítico indican que existía vestimenta desde épocas prehistóricas antiguas. Más tarde, el desarrollo de la agricultura y la ganadería en el Neolítico produciría prendas de lino y lana. Y sería con la aparición de sociedades jerarquizadas y divididas en clases cuando la ropa adquiera distinción social para destacar a gobernantes y clases altas sobre el resto o para demostrar la pertenencia a un grupo concreto, oficio o tribu.
«La vestimenta en las antiguas Grecia y Roma era principalmente sencilla, mayormente realizada en lino y lana y con prendas características como la túnica o el manto. Fue la llegada de los pueblos germanos al Imperio romano la que cambió la forma de vestir, importando prendas de origen militar como la túnica corta para los hombres», explica Raquel Sánchez, técnica del Departamento de Colecciones del Museo del Traje. «Es a finales de la Edad Media y el Renacimiento cuando la vestimenta adquiere un cariz de lujo y sofisticación: las clases altas invierten grandes riquezas en prendas de seda con bordados de hilo de oro y plata, con el fin de distinguirse sobre el resto de la población».
La moda y el género
Aunque la moda siempre ha estado vinculada al mundo de las mujeres, tradicionalmente las grandes firmas son propiedad de los hombres. La dominación masculina es una tendencia que se repite en todo tipo sectores a lo largo de la historia y en el textil no iba a ser menos.
«Antes de las revoluciones liberales del s. XIX, la moda estaba vinculada al ejército y las personas con poder. Casi toda la ropa tiene un origen militar: tacones, corbata, americana, chaquetas, jugones…» aclara Ana María Velasco. «Además, los hombres participaban más en la vida pública que las mujeres. La mujer estaba siempre en casa y su salida al exterior era prácticamente nula. Tan solo podían presumir de sus vestidos cuando iban a los bailes. Por todo ello, el género masculino era el que tenía más peso en la moda y las tendencias. No estaba mal visto que un hombre vistiera de forma extravagante, al contrario, se veía positivo».
Los retratos de reyes y aristócratas nos muestran hombres vestidos con gran lujo y ornamentos, una silueta de hombros muy anchos en el siglo XVI, grandes lechuguillas, calzas y calzones cortos que enseñan las piernas como un signo de virilidad y orgullo o casacas ricamente decoradas con bordados florales en el siglo XVIII.
«La indumentaria masculina tiene durante todo este periodo tanta decoración y tanta variedad de color como la femenina, pero en el siglo XIX se produce un fenómeno conocido como la `Gran Renuncia Masculina», comenta la técnica del Museo del Traje. «Es a partir de entonces cuando los hombres van abandonando la ornamentación en la ropa y adoptan colores sobrios y oscuros, pantalón largo que ya no muestra las piernas y una total ausencia de adornos y decoración; salvo en elementos concretos como la corbata o el pañuelo. Este traje masculino se mantiene incluso en la actualidad».
Aunque la distinción de la moda haya ido ligada la figura masculina a lo largo de la historia, es ineludible que la moda ha ayudado a las mujeres en su emancipación. A finales del siglo XIX, los movimientos higienistas y sufragistas y su ambición por las libertades y derechos de la mujer defendieron, por ejemplo, la eliminación del corsé y estructuras interiores que perjudicaban su salud. Ya a comienzos del siglo XX se abandonaran por completo estos elementos constrictores en favor de una silueta femenina más natural y liberada. Paul Poiret, Fortuny o Coco Chanel son algunos de los precursores de esta liberación, de la búsqueda de la comodidad en la indumentaria femenina y de la libertad de movimiento también en la propia ropa. Una ropa, además, confeccionada por las propias mujeres.
«La costura fue una de las profesiones que impulsó la autonomía e independencia económica de la mujer. Primero fue en sus propias casas y más tarde en los talleres de costura. Un ejemplo claro lo tenemos con Coco Chanel», añade Velasco Molpeceres, profesora y también doctora en la UCM. «Las modistas que trabajaban en Chanel contaban con formación académica, modales e idiomas, ya que tenían que relacionarse con personas de clase alta. Más tarde con la llegada de los grandes almacenes y los centros de producción de ropa industrial, la mujer comenzó a coger el transporte público para llegar a su centro de trabajo y a relacionarse con el exterior, lo que aumentó su participación en la vida pública y favoreció su emparedamiento».
Democratización y desvirtualización de la ropa
Luis XIV, el rey de Versalles y de la Francia absolutista, decía que «la moda es el espejo de los tiempos». Tal y como venimos describiendo a lo largo de este artículo, la moda refleja muy bien la mentalidad de de cada sociedad y su tiempo. La visión que tenemos de los individuos en el entorno, los roles laborales o el estatus social y económico son, a fin de cuentas, indisociables de cómo van vestidos.
Hoy por hoy, a simple vista, al menos occidente, la ropa tiene una tendencia democratizadora. Podemos llevar el mismo pantalón vaquero que nuestro vecino o que un multimillonario como David Beckham. La diferencia entre una prenda u otra radica en un componente simbólico e inmaterial expresado a través de la marca. No es lo mismo un vaquero Zara que uno Gucci. Aunque la prenda en sí sea la misma, la concepción psicológica y simbólica que proporciona la marca hace que el mismo pantalón cuente más o menos dinero.
Años atrás, el acceso al tejido y los materiales era muy difícil, al igual que el acceso a las tendencias. La ropa no era una cosa que se pudiera comprar en una tienda, sin tener en cuenta un precio excesivo o la delimitación de un estatus social. En los siglos XV y XVI estar a la moda era copiar la vestimenta de la corte. Son las revoluciones liberales de la edad moderna las que cambian este marco donde el estatus social, político y económico deja de estar determinado por la indumentaria. «Es imposible concebir esa democratización de las prendas sin las ideas de la ilustración», explica Ana María Velasco.
La periodista e historiadora considera que el punto disruptivo de la moda comenzó con la eliminación de las prendas exteriores y el impulso de las interiores. «Se ha ido eliminando ropa. Por ejemplo, la camisa era una prenda interior que luego se hizo exterior». Otras prendas como los sombreros, la camiseta interior, el bodi, los gemelos sufren el mismo proceso. «La forma de vestir y de relacionarnos ha cambiado muchísimo. Hasta hace poco la ropa deportiva tan solo se utilizaba para hacer deporte y en muy pocos años el chándal y las zapatillas se han convertido en objetos de culto».
Vivimos en un mundo cada vez más libre e igualitario en el que la ropa deportiva es la más accesible y marca la tendencia mayoritaria. Es lógico que las grandes firmas de moda se unan con marcas deportivas, pues la ropa de lujo ha dejado de ser su principal modelo de negocio.
«Las grandes firmas como Gucci, Chanel, Balenciaga o Louis Vuitton ganan más dinero con perfumes, licencias de gafas o patrocinios que con la venta de ropa. La venta de prendas de lujo es un negocio minoritario», comenta Velasco. «Estas marcas utilizan las pasarelas para ganar reputación que después es vendida en forma de intangibles. Venden un concepto que se monetiza a través de licencias varias u otros productos que no son ropa».
Globalización y fast fashion
Solo con darnos un paseo por nuestro barrio podemos darnos cuenta de que la estandarización de la moda es un hecho. Los armarios de nuestros días se componen de vaqueros, camisas, camisetas, sudaderas, blusas, vestidos, zapatillas, chaquetas, abrigos y poco más. La ropa puede variar en color, tamaño o corte; pero el repertorio de prendas en sí es muy limitado. Sobre todo, si lo comparamos con el fondo de armario de hace dos siglos, cuando una persona podía llevar más de 15 prendas encima y se cambiaba de vestimenta 5 veces al día. En el siglo XXI puedes ir vestido igual a la oficina que a cenar o de fiesta. En ese sentido, paradójicamente, la globalización ha reducido mucho las modas regionales o nacionales, sepultadas por la industria de la moda rápida y del fast fashion.
«En 2024 parece que se lleva todo al mismo tiempo», explica Lara Ontiveros, estilista freelance. «Hace años, antes de las redes sociales, los retailers de moda ultra rápida como Shein, y que Inditex sacara novedades cada semana, las tendencias por razones logísticas duraban más tiempo. Ahora que constantemente se están lanzando nuevas colecciones a precios cada vez más bajos, es normal que exista confusión sobre cuál es la fuente de tendencias más fiable».
Si bien hace años eran únicamente los desfiles de las fashion weeks las que dictaban las tendencias, ahora parece que cualquier fuente es válida y que todo se lleva a la vez. De todas formas, y a pesar de la globalización, la moda francesa siempre ha sido el icono del buen gusto a nivel mundial. Por ejemplo, en España “ir a la francesa” significa que un objeto, prenda o comportamiento es retocado.
También es importante no caer en el egocentrismo y la supremacía tecnológica y creernos que nuestra época es totalmente distinta a otras. Han existido muchos imperios a lo largo de la historia de la humanidad, ya sean romano, egipcio, asirio o incluso el español; en todos ellos la civilización dominante ha sido la que ha impuesto el patrón de comportamiento cultural al resto de regiones. Lo mismo pasa hoy en día con el capitalismo. Occidente marca la agenda cultural y en ella se integra la forma de vestir.
«En un artículo que escribí hace tiempo para la revista Vanidad explico el origen de las tendencias, cómo funcionan sus ciclos, de manera muy resumida porque da para una tesis doctoral, así como su propagación», aporta Ontiveros. «Diría que si alguien quiere saber cuáles son las tendencias de moda actuales acuda a la web tag-walk, un directorio de colecciones de pasarela donde se pueden encontrar los últimos desfiles de las marcas más importantes en las que posteriormente se inspiran las marcas de fast fashion para sus propias colecciones».
¿Cómo solucionamos este problema?
La fast fashion como tal comenzó a desarrollarse con el inicio de la sociedad de consumo a principios del siglo XX; llegando a su explosión con la globalización y el cambio de milenio. El abaratamiento de los costes de producción, las innovaciones en el sector de los materiales y las posibilidades del plástico permitieron que la industria de la moda pasase de los talleres de costura a los grandes emporios empresariales tipo Inditex, empresa pionera en este nuevo modelo.
«Hasta hace 10 o 15 años las tendencias duraban más. Ahora podríamos decir que una tendencia dura como mucho 5 años», explica la estilista. «Como consumidores tenemos que hacer un ejercicio de definir nuestro propio estilo en lugar de llevar lo que los gigantes de la moda rápida quieren que llevemos y que probablemente en un año estemos renovando porque una nueva moda ha inundado las redes sociales. Además, es imprescindible cambiar nuestros hábitos de consumo».
En esto también coincide Ana María Velasco Molpeceres, quien considera que la única solución para acabar con la fast fashion es dar un giro de 180° a nuestros modelos de consumo actuales.
“Debemos pensar de forma colectiva y proteger los recursos de nuestro planeta, si no el sistema colapsará de una forma u otra», declara la profesora. «Ahora está muy en boga hablar de la sostenibilidad dentro del sector textil, sin embargo, creo que la sostenibilidad es incompatible con la moda tal y como la concebimos. No es posible tener una industria que te da novedades cada 3 meses o cada 6 meses y que, a la vez, es la más contaminante del mundo después de las refinerías de petróleo y de las industrias químicas».
«Que las marcas ofrezcan prendas hechas con algodón reciclado es un mero parche. Obviamente ayuda, pero no soluciona el problema de fondo. Es puro marketing. El problema es el actual modelo de consumo. Y mucho me temo que empresas como Inditex, Shein o Primark no van a cambiar su modelo de negocio», se lamenta Velasco. «Hay gente que está ganando muchísimo dinero con esto y, por otra parte, son una parte importante de la economía al crear puestos de trabajo. La moda solo podrá ser sostenible si se deja de fabricar ropa a este nivel».
En general, la opinión de los expertos es unánime. Es demasiado tarde para revertir la moda rápida, sobre todo por los intereses económicos incompatibles con una posible ralentización de la producción. Si bien, hay medidas que pueden mitigar o compensar mínimamente el impacto contaminante del fast fashion. Si la moda es cultural, también la forma en que la producimos forma parte de ese debate.
Ahora mismo están conviviendo dos tendencias opuestas: por un lado, la citado ultra fast fashion promovido por gigantes como Shein y, por otro lado, una tendencia que se inclina más hacia el consumo responsable y a tener menos ropa y de mejor calidad.
Tendencias como los armario cápsula, nos llevan a optar por estilos más atemporales. El mercado de segunda mano y de alquiler cobrarán fuerza en los próximos años. Expertas como Lara Ontiveros y Ana María Velasco creen que las microtendencias terminarán desapareciendo y con ello disminuirá la producción masiva de ropa. «Las personas optarán más por la calidad, que por la variedad», afirman ambas.