Se estima que en la órbita terrestre existen más de 8.000 toneladas de residuos metálicos dando vueltas alrededor del planeta. Por poner un ejemplo gráfico, si se fundiese toda esa cantidad de metal superaría en peso a la Torre Eiffel. Para acabar con el problema, las organizaciones públicas, privadas y el mundo académico ya trabajan juntos en proyectos de recogida y reciclaje de la basura espacial.
El amarillo para los envases y plásticos; el azul para el papel y cartón; el verde, para el vidrio; el marrón para los residuos orgánicos y el gris para el resto de desechos. Una gama cromática que le suena a todo buen ciudadano consciente y comprometido y que tiene aplicada en los cubos de basura de su cocina. Pero, ¿qué pasa si alejamos el zoom? Como en una película, si vamos subiendo el plano hacia arriba, hacia arriba del todo, tendríamos una estupenda vista de la Tierra. Allí, no habría cubos… pero seguiríamos teniendo basura a la vista.
Si en ese momento tuviéramos junto a nosotros a un simpático extraterrestre que viese el planeta por primera vez, la primera pista de que nuestro planeta alberga vida es la ingente cantidad de basura que rodea su órbita. Desde la primera salida al espacio con el Sputnik-1 ruso en 1957 ya se comenzaron a generar residuos espaciales que no se eliminan: se espera que caigan de nuevo al planeta, que se desintegren en su reentrada a la atmósfera o bien que se queden orbitando por el espacio con la esperanza de que no choque contra ningún otro objeto. En la mayoría de ocasiones ocurre lo primero.
Según los datos de la Agencia Espacial Europea (ESA), hoy existen aproximadamente 30.000 piezas de basura espacial rodeando la Tierra. En total, suman casi 9.000 toneladas de residuos, a lo que hay que sumar que conviven con más de un millón de objetos que superan un centímetro de diámetro y que son especialmente peligrosos. No se puede subestimar su tamaño: a esa altura, cualquier material puede alcanzar una velocidad de 30.000 kilómetros por hora o, lo que es lo mismo, 30.000 veces más rápido que una bala. De ahí que la basura espacial se haya convertido en un problema que trae de cabeza a todas las agencias espaciales.
Además, la basura espacial no solo está generando problemas para las misiones extraplanetarias, sino que también afecta a cosas a priori no tan evidentes aquí abajo. Por ejemplo, es una causa del aumento de la contaminación lumínica, lo que dificulta la observación de los fenómenos astronómicos y empeora la salud del cielo nocturno.
La hora de limpiar
Por mirar el lado bueno, no todo son malas noticias. Con el aumento del tráfico espacial en esta última década y la llegada de compañías privadas que ponen en órbita sus propios satélites, todo el sector aéreo-espacial se ha puesto manos a la obra para que los alrededores de la Tierra no se conviertan en un vertedero.
Ahora casi todas las misiones ya utilizan tecnologías para eliminar residuos de forma efectiva y sostenible, poniendo los desechos dentro de la órbita terrestre con el objetivo de que en un máximo de 25 años caigan de nuevo al planeta para ser recogidos o bien se desintegren. Lo hacen por conciencia, pero también por su propia necesidad: es tal la magnitud del problema que, desde hace décadas, las agencias espaciales de todo el globo cuentan con radares que tienen localizados los restos de gran tamaño para evitar colisiones.
Aun así, y a pesar de las mejoras, se requiere de un 90% de efectividad en las tareas de reciclaje para que la basura espacial no siga aumentando, porque la realidad es que sigue haciéndolo. Eso conlleva, claro, que muchos objetos grandes, como restos de cohetes o satélites en desuso, choquen entre sí o exploten fragmentándose en objetos más pequeños imposibles de detectar y que se convierten en todo un peligro para los futuros lanzamientos.
Proyectos que se están llevando a cabo
Si el ser humano quiere conquistar otros planetas tiene que empezar por arreglar el suyo, y eso pasa por cambiar la dinámica con la que gestiona sus residuos tanto dentro de la Tierra como fuera de ella. Sobre todo, si no queremos convertir el universo en nuestro vertedero.
Con esta premisa, distintas organizaciones privadas, públicas y universidades están colaborando entre sí para crear sistemas que permitan recoger la basura espacial ya generada y desarrollar nueva tecnología para que no aumente la misma.
Un ejemplo de ello en nuestro país es la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M) y SENER Aeroespacial que, junto a otras universidades del continente, están probando un sistema de amarra espacial electrodinámica. Esta tecnología consiste en una cinta de aluminio de medio kilómetro de longitud y pocos centímetros de ancho que, gracias a un efecto electrodinámico, consigue que circule una corriente eléctrica a lo largo de ella y así desorbitar el satélite.
Sin abandonar el Viejo Continente, la Agencia Espacial Europea (ESA) y la startup suiza ClearSpace han creado un prototipo de robot satelital que se pondrá en órbita en 2025 y que será capaz de atrapar otros satélites o restos espaciales con una especie de garras, para más tarde estrellarse contra la atmosfera terrestre desintegrándose junto con la carga. ClearSpace-1 será la primera misión del proyecto, pero no la última: ambas entidades tienen previsto seguir desarrollando dicho brazo robótico para explorar otras utilidades como reparación de otros satélites u operaciones de apoyo.
Otra tecnología que se está estudiando para eliminar la basura espacial y que nos suena más cercana son los rayos láser. En esta ocasión es la NASA quien está investigando la posibilidad de reducir a cenizas todos los residuos que se encuentran orbitando la Tierra, pero el proyecto se encuentra parado por su alto coste. No obstante, la ESA ha copiado la idea y estudia la posibilidad de establecer en el Teide un gran cañón láser que, en lugar de desintegrar los objetos por completo, los reduzca y arrastre a la atmósfera para que desintegren.
La compañía japonesa Astrocale también cuenta con su propio sistema de recogida. Ellos han optado por el proyecto ELSA-d, un satélite armado con potentes imanes que funciona con un mecanismo similar a una ventosa y que atrae cualquier objeto metálico para más tarde inmolarse en la atmósfera.
Por último, fieles a su filosofía de bajo coste y máximo rendimiento, los ingenieros chinos han ideado un sistema de velas de arrastre para reducir los desechos de sus misiones. En julio de este año, la Academia de Tecnología de Naves Espaciales de Shanghai (SAST) probó con éxito el mencionado sistema de velas, que actúa como una gran cometa de 25 metros cuadrados alojada en una cápsula útil de un cohete. Así, en el caso de que el lanzamiento falle, esta enorme tela compuesta por materiales extrafinos, sostenibles y resistentes, se extiende con la intención de reducir la velocidad del objeto mandado al espacio e impedir que abandone la órbita terrestre para pueda volver a la atmósfera en el plazo de dos años.
¿Lograremos que los extraterrestres vean una órbita tan limpia alrededor de nuestro planeta que tengan que bajar a saludarnos para comprobar que hay vida aquí abajo?