objetotecas
Ilustración: Helena González.

Objetotecas: una ‘biblio’ para taladros, esquíes y máquinas de coser

Originarias de los países anglosajones, ya están llegando a España las conocidas como objetotecas, cosotecas o bibliotecas de cosas, iniciativas vecinales que buscan alargar la vida de las cosas y reducir el consumo alquilando todos esos utensilios que necesitamos de forma muy puntual y que luego quedan olvidados en el trastero.


Si hace unos años era ejemplo de orden y desapego a lo material, la maternidad ha hecho que Marie Kondo pierda la fe –o, al menos, abrace el mundo humano e imperfecto–: hace unos días, la gurú que tanto invitaba a despedirse de todo lo que no utilizábamos, ha reconocido incapaz de aplicarse su propio consejo tras la llegada de su tercer hijo. Bienvenida a la vida, Marie: el ser humano, caótico en sí mismo, no puede permitirse ser ordenado las 24 horas del día. De hecho, tampoco es recomendable: sumar tiempo en vigilar hasta el mínimo desorden resta minutos de calidad invertidos en nuestras aficiones o en los momentos con nuestros seres queridos. Pero sí que podemos aplicar un truco: si nuestras casas están menos llenas de cosas, más fácil será mantener, al menos, cierto orden

Para ello, un primer paso es proponernos comprar menos y reutilizar más: la mitad de la población española, según un estudio del portal Milanuncios, cree que gasta dinero en productos que no necesita. O que utiliza muy poco: un taladro para colgar ese cuadro solitario, una silla de bebé que pierde su utilidad en pocos meses o un vestido de boda que acaba lleno de recuerdos pero en un armario son objetos que podrían servir a otras personas en momentos puntuales de sus vidas como nos sirvieron a nosotros y que, sin embargo, se quedan atrapados en el tiempo (y en el cajón).

Esa motivación fue la que llevó a Eli Millares a abrir las puertas de la llamada Biblioteca de las Cosas en el barrio de San Martí (Barcelona), un lugar que alquila esos objetos que pasan de forma breve por nuestra vida. En su interior se reparten las estanterías repletas de cosas que esperan pacientemente a que alguien las requiera. Instrumentos de bricolaje, cunas de viaje, máquinas de coser, sillas de ruedas o aletas de submarinismo, entre otras. Por un módico precio, cualquier ciudadano puede tomar prestado durante unos días ese artículo que necesita puntualmente y que después devolverá a su sitio para que le sirva a otro. «A cualquier persona», recalca Millares en una entrevista a la Cadena Ser. «Porque la idea es garantizar la accesibilidad a quien sea, sin depender de su capacidad económica». 

Esa es la razón por la que no existe una cuota de entrada en la Biblioteca de Las Cosas: hay quien paga el alquiler de lo que necesita y hay quien adelanta algo de dinero por sus préstamos futuros con la cuota amiga (10 euros) o la super amiga (20 euros), que además permite el acceso gratuito a varios talleres, la otra gran pata con la que esta iniciativa busca, una vez al mes, concienciar sobre economía circular y la necesidad de reparar las cosas antes de desecharlas.

De hecho, el pasado mes de diciembre, con las Navidades a la vuelta de la esquina, los vecinos y vecinas de Sant Martí pudieron aprender de la mano de un técnico profesional a reparar juguetes y darles una segunda vida para evitar el desperdicio. Un poco antes, tras la llegada del otoño, esta particular objetoteca celebró una jornada comunitaria para organizar, catalogar y reparar el inventario y en septiembre, la Unión Excursionista Sant Martí Provençals hizo una parada en el local para enseñar a alargar la vida de las tiendas de campaña y otros materiales similares.

No lo compres, pídelo

El proyecto pionero de Barcelona bebe de otros países que ya llevan tiempo prestando todo tipo de objetos de forma mucho más amplia. En Londres, por ejemplo, las llamadas Libraries of Things –inspiradas a su vez en modelos de Berlín y Toronto– son habituales en bibliotecas públicas, centros comunitarios y algunas tiendas de reparaciones, ofreciendo hasta 50 utensilios domésticos. Por ejemplo, es fácil hacerse con una sierra por menos de 11 euros: basta con acercarse al casillero correspondiente, introducir los datos en la pantalla electrónica y esperar a que la pequeña puerta se abra. Más de 5.000 personas acuden cada día en busca de ese objeto prestado que no tendrían habitualmente en casa. 

Sin embargo, hay más antecedentes: durante la Gran Depresión del siglo XX, una profesora y madre llamada Jill Norris creó un espacio donde las familias pudieran intercambiar juguetes que resultaban demasiado caros para ser adquiridos por una sola familia. Y, hace más de un siglo, la primera objetoteca de herramientas nació en Grosse Pointe Farms (Michigan) para formar a las generaciones jóvenes en reparaciones y contribuir a la sociedad en un momento en el que este tipo de objetos escaseaban debido a la guerra.  Todavía sigue en pie y, ahora, su catálogo, que ofrece más de 150 objetos –desde hachas hasta pelotas de petanca o utensilios de jardinería–, se entremezcla con su extensa colección de libros que presta como biblioteca pública. 

Algunos, además, aprovechan las ventajas de la digitalización para conseguir matches entre personas que necesitan un objeto concreto y quienes pueden prestarlo. Es el caso de Streetbank, también disponible en España, que a través de su web conecta a más de 20.000 vecinos registrados con un total de 117.000 objetos que otros ponen a su disposición. En la misma línea, Chris Diplock, fundador de una herramientoteca en Vancouver (Canadá), gestiona Thingery, una objetoteca autoservicio construida dentro de un contenedor de transporte en la que los usuarios pueden alquilar diversos objetos donados por la comunidad, previa reserva online. Basta con entrar, escanear el código e irse. 

Volviendo a España, la idea de Eli Miralles y sus compañeros ya se ha exportado a otras zonas de Barcelona como Ciutat Vella o Ciutat Meridiana, así como otras localidades de la comarca del Alt Penedès. También, hace un año, les pidieron asesoramiento desde el ayuntamiento de Arroyo de la Luz, un pueblo cacereño de 5.000 habitantes. Según sus cálculos, desde enero de 2020 han realizado 384 préstamos de productos que han ahorrado al medio ambiente la emisión de casi 4.000 kilos de dióxido de carbono y 1.500 kilos de residuos

En nuestro país, algunos partidos lo han incorporado ya a su agenda: Más Madrid ya recogía, en sus programas electorales para los dos últimos comicios, dentro de las medidas concretas para contribuir al impulso de la economía circular. «Queremos alargar la vida de las cosas, asociando los puntos limpios a módulos de FP y convirtiéndolos en puntos de reparación, trueque y préstamo de objetos (cosotecas)», proponían en el punto 85 de su programa electoral de 2021.

Ahora que –afortunadamente– la conversación pública ha integrado conceptos como la sostenibilidad o la economía circular, la filosofía que dio pie al nacimiento de las bibliotecas de cosas cobra especial relevancia no solo por el respiro que da al planeta, sino por lo que promueve: lo prestado hace colectividad, y lo colectivo genera redes de apoyo y espacios más limpios y justos. Si disfrutamos prestando un libro porque sabemos que alguien más va a tener la suerte de vivir las mismas sensaciones que nosotros, ¿por qué no vamos a hacerlo con una tabla de snowboard?

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