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Oda a la oscuridad: noche polar y un minero

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El miedo a la oscuridad es uno de los terrores más humanos. No en vano, la especie siempre ha intentado huir de ella con diferentes artilugios para dar luz y ver incluso cuando no hay. Si vemos la Tierra desde un satélite… ¿Nos hemos pasado? En Oda a la oscuridad (Capitán Swing), Sigri Sandberg medita sobre el significado cultural, histórico y filosófico de la oscuridad, sobre por qué nos asusta pero nos fascina y sobre el papel que sigue jugando hoy que la luz artificial ha transformado nuestros hábitos e impacta directamente en nuestra salud. Y lo hace desde las noches polares de Noruega, donde el sol desaparece durante meses. Aquí te dejamos un fragmento.


¿Cuándo fue la última vez que viste un cielo estrellado? Mira una imagen por satélite de la Tierra. Lo que antes estaba oscuro como la noche ahora brilla como una bola de Navidad. Si haces zoom en la imagen de una ciudad, verás las luces fluorescentes y de neón, las luces de los coches y las farolas. Si aumentas aún más la imagen hasta tu propio dormitorio, tal vez encuentres lámparas y la pantalla de un televisor, una tableta o un móvil. Si vives en una ciudad y miras por la ventana, un velo amarillo grisáceo te separa de la Vía Láctea. Aunque sea de noche. Aunque sea invierno. Hasta en la mismísima Noruega, la tierra de la oscuridad invernal.

Personas de todas las épocas han luchado contra la oscuridad, pero ¿tendremos alguna vez suficiente luz? ¿En qué nos afecta toda esa luz a nosotros y al resto de los seres vivos?

Sé de médicos que usan gafas naranjas y se las ofrecen a sus pacientes para protegerse de la luz artificial. Otros luchan contra la contaminación lumínica global y opinan que disfrutar de un cielo estrellado es un derecho humano.

En la alta montaña de Finse aún hay oscuridad y estrellas. En esta época, la más oscura del año, está precioso. Quiero ir. Buscar la oscuridad natural, el conocimiento y el cielo nocturno (y ver cuánto tiempo me atrevo a quedarme). Porque la paradoja es que me asusta tanto que haya demasiada luz como que haya demasiada oscuridad. Y ese miedo a la oscuridad lo consume todo, al menos cuando estoy completamente sola. Ninguna carretera conduce hasta Finse. Me compraré un billete de tren.

[…] Cuando el sol no sale ni se pone, sino que hace todo su recorrido por debajo de la línea del horizonte del lugar en el que te encuentras, hablamos de noche polar. Cuando eso ocurre, significa que te encuentras más al norte del más septentrional de los círculos polares. O más al sur del más meridional. Los círculos polares son líneas imaginarias y no del todo estáticas que rodean el globo paralelas al ecuador.

Rjukan (Noruega).

La noche polar también se cuela de alguna manera más al sur de Noruega, debido a las altas montañas y los valles profundos. En Rjukan y Telemark, por ejemplo, el sol no se asoma en invierno. Cuando Rjukan era una ciudad industrial, construyeron un funicular que subía a la cima de la montaña para que los trabajadores pudieran subir a ver la luz y el cielo también en Navidad. Ahora tienen un montón de luz artificial y espejos que reflejan la luz del sol para iluminar el centro de la población. Sin embargo, en Sognefjorden, Lustrafjorden y Kroken se las tienen que arreglar sin ver el sol las cuatro semanas previas y las cuatro posteriores a la Navidad.

En Svalbard es noche cerrada en pleno invierno. Ni siquiera hay crepúsculo. Ni hora azul. Ni gris. Está igual de oscuro a plena noche que a pleno día. El sol se encuentra a más de seis grados bajo la línea del horizonte también de día. Esa es la noche polar. En Longyearbyen esa noche dura ocho semanas.

El primer invierno que pasé allí estaba fascinada. En la ciudad hay luz, claro, pero alrededor de ella todo está oscuro. Es evidente que en un lugar así, con tanta oscuridad, hace falta un poco de luz artificial. Tanto por bienestar y seguridad como para poder hacer cosas.

El primer invierno que pasé en el norte fue divertido. El segundo, también. El tercero me compré una lámpara de luz solar que me mantuviera despierta para poder trabajar un poco. Más adelante, el sexto, el séptimo y el octavo invierno ya no fueron tan divertidos. Me los pasé durmiendo.

Svein Jonny Albrigtsen es minero y una vez lo entrevisté en el norte durante el periodo de las noches polares. Vive en Svalbard desde 1974, desde antes de que yo naciera, y lleva más de treinta años trabajando en la mina. Los últimos años coge diariamente el autobús de las seis y cuarto que va de Longyearbyen a la Mina 7 que se encuentra en el interior de una montaña a poco menos de diez kilómetros de la ciudad. Trabaja en esa montaña oscura y vuelve a casa sobre las cuatro de la tarde. No ve ni un rayo de luz, ni siquiera cuando el sol empieza a asomarse en febrero. Me contó que está más cansado cuando oscurece, pero que la noche polar era más oscura antes, cuando no había tanta luz artificial ni tantas farolas. Cuando no había aviones. Entonces, el último barco zarpaba en octubre y se quedaban aislados todo el invierno. Por aquel entonces conocía a toda la ciudad, ahora ya no.

Svalbard (Noruega).

Pero no, nunca ha tenido miedo.

«Mientras la linterna me dé luz, todo va bien», me dijo.

Albrigtsen me contó que otros han tenido problemas. Que no pueden dormir cuando no hay diferencia entre el día y la noche.

Y hay muchas historias similares de gente que no aguanta la oscuridad eterna. Tenían que salir a trabajar a las ocho de la mañana, volvían a las dos de la tarde, al día siguiente a las cuatro, y no podían dormir hasta la mañana siguiente, de modo que todo se les ponía patas arriba. Quienes no soportaban la oscuridad volvían al sur enseguida.

Recuerdo que una vez llegaron unos turistas que, un poco por casualidad, se habían subido a un avión de Oslo a Svalbard en diciembre. Acabaron en el pub el viernes por la noche y comentaron lo que iban a hacer al día siguiente cuando hubiera luz. No nos creyeron cuando les aseguramos que no iba a haber luz al día siguiente. Se morían de risa.


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