Hablar de la vida rural es, de forma más común de lo que quisiéramos, hablar de éxodo, de despoblación y de escasez de recursos, es hablar de aquello designado como la España vaciada. En reacción a este suceso, cada vez son más las iniciativas que surgen para que ciertas zonas de la geografía nacional dejen de vaciarse. Una de ellas es Apadrina un olivo, una iniciativa emprendida en Oliete, un pueblo de Teruel, para recuperar un centenario olivar abandonado como consecuencia del éxodo rural de la zona.
Alberto y José Alfredo, cofundadores del proyecto, vieron en los viejos e improductivos olivos de Oliete, el motor de bienestar y desarrollo económico que el pueblo necesitaba para sobrevivir y, en marzo de 2014, decidieron poner en marcha el proyecto Apadrina un olivo. Con una aportación de 50 euros anuales, las madrinas y padrinos escogen y bautizan a uno de estos árboles y, tras ello, el efecto dominó hace de las suyas: 12.000 olivos recuperados, 22 puestos de trabajo y más de 3.000 visitas al pueblo. De manera indirecta, se ha mantenido abierto el colegio del pueblo, la poca gente joven que hay se ha quedado y se ha generado un flujo de nuevos pobladores.
«Recuperar un olivo va más allá de recuperar un árbol, se está recuperando una relación con unos antepasados, una dieta, unas tradiciones, unos pueblos», dice Lucía López Marco, madrina y embajadora de Apadrina un olivo.
Los olivos son la excusa -o el vehículo- para volver a generar en el pueblo una economía y una vida. Un proyecto social y comunitario que genera empleo, fomenta la actividad económica del entorno y fija población. Nos lo cuenta con detalle Galo Martín en su artículo en Yorokobu.