París quiere convertir sus olimpiadas en las más sostenibles de la historia. Si hiciésemos una ruta anteriores ciudades olímpicas, nos encontraríamos con sentimientos encontrados entre sus habitantes: junto con el recuerdo de la emoción vivida, queda un rastro de infraestructuras olvidadas e inversiones cortoplacistas. El examen final de los parisinos comienza este verano de 2024.
El 23 de junio de 2015 París anunciaba su candidatura para albergar los Juegos Olímpicos de 2024. Hamburgo, Budapest y Roma se enfrentaban en la con tienda, pero fueron cayendo por el camino. La ciudad alemana incluso recibió el rechazo de sus ciudadanos en referéndum. Celebrar unas olimpiadas, ya por entonces, había dejado de ser tan seductor en términos sociales y políticos. La deuda creada por el macroevento o el abandono de infraestructuras construidas exprofeso para la ocasión siguen en el recuerdo de ciudades como Atenas (2004) o Río (2016). El objetivo de París, sin embargo, era y sigue siendo otro: celebrar los primeros Juegos Olímpicos sostenibles de la historia.
Para comprender el enfoque de la alcaldesa parisina Anne Hidalgo hay que irse a ese 2015. Apenas seis meses después de conseguir la candidatura se alcanzaba el Acuerdo de París, un pacto internacional histórico para combatir el calentamiento global. La propuesta olímpica era una oportunidad única para evidenciar un cambio de paradigma sobre lo que significa organizar este evento. Para transformarlo en una cita sostenible, planificada y beneficiosa en términos económicos, sociales y ambientales.
Ahora, a punto de que se encienda la llama, el despliegue organizativo en París ha tenido en cuenta errores pasados y futuros, así como posibles éxitos –todavía no constatados– que le acerquen a su sueño olímpico verde. Anticiparse, evitar, reducir, compensar y movilizar son las cinco claves del legado que quieren dejar para la historia.
De la periferia al mundo
«En general, los grandes eventos no son sinónimo de sostenibilidad. La planificación del territorio es un proceso a largo plazo en contraposición al cortoplacismo de estas citas», admite Carlos Moreno, ideólogo del conocido modelo urbano de la ciudad de los quince minutos. Tras casi una década trabajando mano a mano con Hidalgo, las políticas urbanísticas del consistorio parisino se han traducido en una reducción del 40% de las emisiones de CO2, importantes mejoras en la movilidad y un incremento de viviendas asequibles. Ambición que se extrapola a lo que la capital gala tiene previsto para agosto de 2024.
«París ha aprovechado la oportunidad para alinear el evento con los principios de ciudad sostenible, inclusiva y accesible. Para empezar, no ha tenido una estrategia basada en la construcción de nuevas instalaciones deportivas, sino en la renovación de las existentes. Los Juegos también son una oportunidad para transformar las ciudades a largo plazo. Se trata de un acontecimiento deportivo que puede crear un impacto positivo y favorable en toda una ciudad, región o país. El bienestar de las personas no es solo una cuestión de ordenación del territorio. La promoción del deporte y de sus beneficios tiene repercusiones positivas en su estilo de vida», explica Moreno.
La estrategia parisina parte de lo local. La Villa Olímpica está en el norte de la ciudad, Seine Saint-Denis, el departamento más pobre de toda Francia y que ha acumulado el 80% del presupuesto olímpico. Algunos expertos denominan el evento, directamente, como les Jeux de la banlieue, es decir, «los juegos de la periferia».
Allí se han construido el Pueblo de los Atletas, nombre oficial de la ciudad olímpica y paralímpica, el Estadio de Francia (sede de las competiciones de atletismo) y el Centro Acuático. También el Gran París Exprés, que conecta en transporte público las ciudades y barrios de la región.
Alrededor del 95% de todo ello son infraestructuras ya existentes o temporales. Las de nueva creación, como el Centro Acuático, están pensadas para mejorar y dinamizar la vida de los vecinos en el largo plazo. Además, las instalaciones que ahora acogerán a los atletas –«de una calidad superior a todo lo que se está construyendo en Francia en estos momentos», insiste Moreno–, pasarán a ser viviendas.
Una forma de pensar en el «día después» que busca que la cita olímpica sea una oportunidad para un barrio deprimido y discriminado, tachado de conflictivo. Un remiendo a errores cometidos, por ejemplo, en Río 2016, unas olimpiadas que se llevaron una inversión de 10.000 millones de euros y se celebraron de espaldas a las favelas.
Esa mirada al largo plazo también obedece al espíritu del Acuerdo de París y a la transformación acometida por la ciudad en los últimos años. La reducción de emisiones ha estado en el centro de cada decisión: si los anteriores Juegos emitieron una media de 3,5 millones de toneladas de CO2, el objetivo de París es no superar, en ningún caso, el millón y medio.
Para ello, además de reutilizar instalaciones, han desarrollado una herramienta pionera para medir su huella de carbono, contando también los desplazamientos. Algunos enclaves icónicos como la Place de la Concorde se han peatonalizado y apenas habrá variaciones una vez termine el evento.
También la infraestructura ciclista se ha reforzado para que la bicicleta sea una protagonista de la movilidad urbana. Con todo, no es un modelo perfecto. Y desde la propia organización lo saben. Desde el consistorio aseguran que las emisiones que no puedan evitarse serán compensadas mediante proyectos concebidos para aportar beneficios tanto medioambientales como sociales en los cinco continentes: Hidalgo quiere que París 2024 sea el primer acontecimiento deportivo internacional que absorba más emisiones de las que genera.
La «excepción» parisina
Las expectativas con París sobre el impacto olímpico son optimistas e incluso los más escépticos esperan para ver los resultados. Luis del Romeo, geógrafo, investigador y activista, doctor por la Universidad Autónoma de Barcelona, lleva años analizando el impacto de lo que él llama «urbanismo-espectáculo» y, aunque entiende el compromiso de París, se muestra bastante crítico respecto a lo que puede suceder con futuras sedes.
«Hay un conflicto entre dos visiones del territorio. Una, la de Francia y París de transitar hacia un modelo de ciudad y eventos de bajo impacto y sostenibles frente a los desafíos climáticos; otra, todavía muy extendida, que lo comprende solo como un reclamo para que durante un determinado tiempo los focos de todo el mundo se pongan sobre una ciudad. El problema viene cuando evaluamos si las dos son compatibles. Yo creo que no. Tenemos muchos ejemplos: la Expo de Sevilla, los Juegos de Atenas, de Barcelona… La peculiaridad de París es que no necesita posicionarse. Ya es, de hecho, una de las ciudades con mayor número de turistas del mundo», resume.
El desafío es demostrar con hechos el relato de que los Juegos Olímpicos son beneficiosos para la ciudadanía. Y, en su opinión, no suele ser la norma. «Hablamos de empleo, pero ¿qué empleo? ¿Qué infraestructuras? Las inversiones suelen estar sobredimensionadas para las necesidades de la ciudadanía. Cuando pasa el tiempo, las historias suelen quedarse en lo local y acaban imperando etiquetas que no se corresponden con la realidad», considera.
Más que un ejemplo, Del Romeo cree que la cita parisina será una oportunidad para calibrar los límites de sostenibilidad de una cita olímpica en un futuro que cuestiona el propio modelo de macroevento. «Más allá de lo que suceda en París, creo que vamos hacia un modelo multisede, como ya se está viendo en los Mundiales de fútbol. Lo único claro es que necesitamos un cambio radical hacia otra forma de mirar estas citas», concluye el geógrafo. Desde luego, el balance final lo podremos hacer cuando el pebetero lleve años apagado: solo entonces sabremos si la capital francesa se lleva la medalla verde.