No solo nosotros estamos sujetos a estándares de belleza poco realistas: en los supermercados, los alimentos también deben cumplir con ciertas normas de apariencia. Esta obsesión por lo bonito maquilla un problema mayor: miles de toneladas de comida desperdiciadas cada año solo porque no se ven como deberían.
Vivimos en una sociedad donde la apariencia lo es (cada vez más) todo: según datos de la Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética (Stanpa), en 2022 cada español gastó unos 185 euros en los productos de belleza, alcanzando un total de 9.250 millones de euros a nivel nacional. De hecho, tal y como informa la Sociedad Española de Medicina Estética, el porcentaje de jóvenes que se someten a algún tratamiento ha pasado del 14% al 20% desde 2017.
Desde las redes sociales hasta la moda, la presencia de la presión estética moldea nuestras decisiones más cotidianas. Por supuesto, también influye en lo que comemos. Pero no tan solo en la forma en lo que hacemos. Solemos hablar de la sobreinformación en torno a lo «recomendable» y «no recomendable» para cuidar nuestra belleza, pero en realidad la obsesión por el pretty privilege trasciende lo humano y transforma, literalmente, los productos frescos que consumimos, provocando un verdadero impacto en el desperdicio alimentario.
El promedio de alimentos desperdiciados es de 132 kilogramos por persona al año
Y es que también hay escritas en la industria alimentaria unas estrictas normas de apariencia para los alimentos, especialmente las frutas y las verduras, relacionadas sobre todo con su tamaño, intensidad de color, brillo y marcas en la piel que lleva a desechar. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas, uno de cada tres alimentos en las etapas de postcosecha y procesamiento.
De esta manera, miles de toneladas las que acaban fuera del mercado y en la basura solo por el pretty privilege, un término renovado que, en realidad, ha existido desde hace décadas y ha cobrado especial relevancia ahora gracias a las redes sociales. Se traduce como «el privilegio de la belleza» que se refiere a las ventajas y oportunidades adicionales que reciben las personas consideradas atractivas según los estándares sociales o normativos, debido a su apariencia física. Sí, se ha acuñado para el ser humano, pero realmente los alimentos feos viven el mismo desenlace en su historia: se quedan fuera por el simple hecho de no cumplir con ciertos cánones.
Más bonito, más desperdicio
Los alimentos siempre se embarcan en un largo viaje desde que se cosechan en el campo, se pescan en el mar o se crían en la granja hasta que llegan a nuestras mesas. Este viaje es la cadena de valor y, en varios de sus eslabones, es donde desaparece una importante cantidad de ellos. Según el informe elaborado por EIT Food South en colaboración con 21gramos enfocado en la industria alimentaria del sur de Europa, el 40 % de los alimentos producidos se pierden o desperdician a lo largo de este trayecto (si tienes un poco más de curiosidad, puedes profundizar aquí).
Una problemática que adquiere dimensiones preocupantes cuando se individualiza: el promedio de alimentos desperdiciados es de 132 kilogramos por persona al año y en países como Chipre, por ejemplo, la cifra alcanza los 273 kilogramos per cápita. Detrás de este desperdicio, además de otros factores, está la exigencia estética.
Igual que ocurre cuando hablamos de la belleza humana, los consumidores también tenemos parte del peso a la hora de que los alimentos acaben desapareciendo por no ser agradables a nuestra vista -las decisiones que tomamos a la hora de comprar también tienen un impacto en nuestro entorno-. Y teniendo en cuenta además que el desperdicio alimentario es el responsable de hasta el 10% de las emisiones globales, existe un verdadero desafío a la hora de cambiar nuestra forma de ver los alimentos.
Cambiemos la forma en la que miramos
No todo está perdido. Si hemos aprendido a entender la belleza de otra forma cuando hablamos del ser humano, podemos hacerlo también con lo que comemos. Para conseguirlo desde EIT Food South proponen varios pasos clave que podemos dar a la hora de combatir el desperdicio alimentario provocado por el prettty privilege:
- La prevención como prioridad. Es necesario un cambio de narrativa. Hablar de recursos en vez de desperdicio, colaborar con medios de comunicación o sensibilizar a las nuevas generaciones es crucial para prevenir esta problemática.
- La pérdida y el desperdicio no son sinónimos. Necesitamos evitar quedarnos en las últimas etapas de la cadena de valor cuando se habla de desperdicio porque, aunque la mayor parte del mismo ocurre ahí, las primeras etapas son vitales. Para ello, es fundamental promover más políticas e iniciativas que se centren en la pérdida de alimentos y apoyen el sector agrícola.
- Medir para mejorar: no es posible poner en práctica soluciones eficaces sin datos precisos.
- No hay una única receta: es necesario emplear un enfoque holístico y multidimensional que se adapte a las capacidades de cada integrante de la cadena de valor.
- Las políticas integrales y coherentes como marco regulatorio potencian la innovación. Además, los incentivos públicos son capaces de promover cambios prácticos que beneficien a todos los actores y premien las buenas acciones.
- Escalar las innovaciones: la falta de financiación y barreras regulatorias frenan muchas de las soluciones que podrían reducir el desperdicio alimentario. Facilitar pruebas piloto, crear programas de colaboración entre investigadores y emprendedores y promover la valorización de subproductos son medidas de gran importancia.
No hay solución sin colaboración
Más allá de las decisiones que podamos tomar en nuestro carrito de la compra, el compromiso de todas las partes es esencial para encontrar soluciones viables. Y es aquí cuando entran en juego las buenas prácticas y asociaciones que trabajan día a día para luchar contra el desperdicio y pérdida alimentaria.
La iniciativa im-perfect de Fundación Espigoladors, entidad que recupera y visibiliza el excedente en el campo a través del espigamiento -una práctica tradicional que consiste en recoger los alimentos que han quedado en los campos después de la cosecha comercial- es un claro ejemplo de lo que significa luchar contra el pretty privilege de la industria alimentaria, revalorizando los productos feos. Este rescata las frutas y verduras que no cumplen con los estándares estéticos del mercado y les da una segunda oportunidad reinventándolas en productos como mermeladas y cremas, dotándoles así de una nueva vida a través de un modelo sostenible basado en los principios de la economía circular.
No podemos quedarnos en las últimas etapas de la cadena de valor cuando se habla de desperdicio porque las primeras también son vitales
Pero además, im-perfect va un paso más allá gracias a su obrador, un espacio de inserción sociolaboral para personas en situación de riesgo de exclusión social. Se trata de una entidad social que actúa sobre varias necesidades a través de un modelo innovador y empoderador: luchar por el aprovechamiento alimentario para garantizar el derecho a una alimentación saludable para toda la población y crear oportunidades laborales para colectivos en situación de riesgo de exclusión social. Son este tipo de buenas prácticas las que, estando alineadas con la jerarquía de la Directiva Marco de Residuos de la UE, muestran que la solución es más que posible.
Y es que reducir el desperdicio de alimentos no es solo un reto, sino una misión colectiva: si todos sumamos esfuerzos en cada eslabón de la cadena de valor podemos transformar el sistema alimentario, convirtiendo cada residuo en un recurso para un futuro más circular. Es hora de abrazar la belleza de aquello que, en principio, no encaja.